martes, 25 de febrero de 2014

OPERACIÓN PALACE

El pasado domingo, en la Sexta, Jordi Évole nos presentó un falso documental con el título de "Operación Palace", que intentaba explicar, de forma muy osada y atrevida, una conspiración en toda regla de lo que se pretendía fuera un golpe de estado, pero que en realidad era un engaño para reforzar la democracia. Durante toda la semana se anunció a bombo y platillo la emisión de un programa que parecía ser ciertamente espectacular, en cuanto aparentaba revelar ciertos misterios. En él se nos dice que todo fue un fraude, orquestado por la clase política que fingió el golpe, con la ayuda del director José Luis Garci, que se encargó del aspecto técnico para que todo pareciera lo más real posible. Sucede en esta clase de documentales ficticios que llega un momento en que logras desvelar su verdadera naturaleza. A más osados en sus intenciones más pronto se capta la falsedad. Cuando, tantos personajes que fueron protagonistas de aquel 23F se ponen de repente de acuerdo para desvelar una verdad oculta durante tanto tiempo, es el justo momento en que se pone en evidencia de que se trata de una broma. Por eso no entiendo como algunos pudieron creerse hasta el final lo que allí se estaba contando. No se dan cuenta de que, de forma tan clarividente todos desvelen lo que sería un escándalo sin precedentes, no sería posible, así sin más. 


En otra entrada perpetrada en este blog titulada "Sirenas en la luna" hablaba sobre el tema de los falsos documentales, también llamados "Mockumentary" (Mock significa burla), y refería al preciso momento en que uno percibe que se trata de una tomadura de pelo o de una fina broma, según el criterio. En el justo instante en el que la prudencia deja paso a la osadía es cuando cae el telón del engaño. Debo confesar que uno de estos documentales de ficción consiguió engañarme, en concreto el que llevó a cabo Felipe Mellizo sobre García Lorca, precisamente porque mantenía cierta prudencia. Otros comienzan con esa premisa, como por ejemplo "Operación Luna", que pretendía desvelar una verdad sospechada por muchos, de que la llegada a nuestro cercano satélite nunca llegó a producirse. Pero, si sale un personaje como Kissinger y manifiesta sin tapujos que efectivamente fue un fraude, ya te pones en guardia y te das cuenta de la argucia. 


Independientemente de la calidad televisiva de un producto como "Operación Palace", lo que ha quedado en evidencia es el escaso sentido del humor, que algunos han paseado como bandera de una pose exagerada de seriedad y trascendencia. Gaspar Llamazares se apresuró a decir que "El golpe del 23F fue muy serio y contó con complicidades dentro y fuera, por eso su presentación como farsa me parece frívola y peligrosa." Pienso que después de 33 años ya se puede bromear con aquellos incidentes, sobre todo porque por fortuna fueron inocuos. De hecho, a los pocos días, no eran pocos los chistes que ya circulaban sobre el golpe de Tejero. Decía Woody Allen en la magistral "Delitos y faltas" que "La comedia es igual a tragedia más tiempo". Pilar Eyre, a la que parece que no le sobra este concepto de comedia, se sentía indignada y lo definía como una chapuza fea, fácil y tramposa. Claro que tampoco hay que sorprenderse para alguien que en un programa televisivo pidió la prohibición de "El código Da Vinci". Otro que fundió su cuenta de Twitter fue Juan Echanove, que expresaba su frustración por no encontrarle ninguna gracia a semejante broma. Intuyo más un cabreo por no haber detectado el engaño que otra cosa. Ramón Tamames, otro portento del sentido del humor, se mostraba especialmente disgustado porque en el documental se insinuaba que Tejero había recibido una cantidad económica por su gesta, animando a la familia del golpista que emprendiera medidas legales, contra el programa de la Sexta, por calumnias. Tamames seguramente seguía sin entender la verdadera naturaleza del falso documental, algo extraño en un economista de semejante talento y personalidad. No hubiera estado de más que, en vez de proponer semejante acción judicial en defensa del honor de Tejero, nos hubiera aconsejado a los españoles que hubiéramos interpuesto en su día una demanda a tan nefasto personaje, por haber podido provocar algo mucho más serio que una simple broma. 


miércoles, 19 de febrero de 2014

PINCELES O PÍXELES

 
OMAR ORTIZ

La conocida feria de arte ARCO está a punto de abrir sus puertas, con sus innumerables obras, algunas no carentes de cierta polémica. Se cuenta como anécdota o quizás como leyenda urbana que, en una feria similar, una mujer de la limpieza tiró  una obra de arte al confundirla con basura. De hecho se dice que era eso, una bolsa de basura. Sea como fuere, lo cierto es que el arte es muy subjetivo y, lo que unos ven como expresión del intelecto artístico, otros lo podrían definir como un montón de escombros. Decía Picasso que "Desde niño pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño". Frase hermosa que encierra toda una declaración de intenciones, pero hay muy pocos niños que sean capaces de dibujar como Rafael. De hecho, recuerdo en clase de dibujo como no eran pocos los alumnos que se atrevían a copiar el "Guernica", siendo un trabajo muy recurrente, aunque nadie se atrevía, por citar alguno, con  "El entierro del Conde de Orgaz" de El Greco. No obstante, debo admitir que en esto del arte soy un profano, un opinador más, a modo y semejanza de un tertuliano de tercera regional, de estos que lo mismo te hablan de la crisis internacional que de la cría del gorgojo en granjas psicodélicas. En absoluto pretendo insinuar que el arte abstracto es un estilo ínfimo, menos aún cuando de la pared de mi salón cuelga una reproducción de Kandinsky, sólo que desde un punto de vista profano e ignorante podría parecer algo más factible en su elaboración que una obra de Velázquez. Teniendo en cuenta en el charco que me he metido y que sería blanco fácil para los expertos, lo cual tendría de sobra merecido, esta entrada quiere mostrar algunas obras hiperrealistas que parecen surgidas más de un laboratorio fotográfico que de un caballete. Algunos pueden pensar que si la pintura se acerca demasiado a la fotografía pierde su propósito, pero no me negaran que algunas de las siguientes obras te pueden dejar impresionado... eso sin ser impresionistas.

PEDRO CAMPOS
JOSÉ LUIS CORELLA
ALEXANDRE MONNTOYA
CARLOS PULIDO

CESAR SANTANDER
COLLIN BOGLE

ENRICO GUARINO
FRANCISCO MOTTO
LUIS CORELLA

HUBERT LARTIGUE
JUAN COSSIO
MARK GOINGS
PEDRO CAMPOS

RICHARD HARPER
ANTONIO LOPEZ

martes, 11 de febrero de 2014

ZOMBIS Y HUMOR EN TIEMPOS DE CRISIS


Dicen que el género de terror es muy sensible a los cambios sociales y, sobre todo, a los vaivenes económicos. Que sea el fiel reflejo de los tiempos parece que puede ser algo más que una sospecha razonable, aunque, naturalmente, tampoco es una ciencia exacta. Cuando la bonanza y el bienestar social campan por sus anchas predomina el cine de vampiros, quizás por ser éstos personajes más exquisitos, de un origen noble, poseedores de grandes mansiones, cuando no directamente de un gran castillo. Se impone por lo tanto cierto glamour que ha llegado de forma distinta a lo largo de los años, desde un aristocrático Conde con modales refinados, pero con su lado oscuro, hasta los nuevos vampiros new age, descafeinados pero muy de vestir de Emilio Tucci, relacionados con la saga "Crepúsculo". En cambio, el modus vivendi del zombi es de lo más precario. Desarrapado, sin voluntad propia, siempre hambriento y sucio, una escoria andante del cine de horror. Además puede ser un sin techo, siempre vagabundeando por las calles y caminos y, de tener un sitio donde cobijarse, no tardará en ser expulsado sin piedad por los vivos. Es carne de cañón, no hay remordimientos en su eliminación o, en el mejor de los casos, puede ser utilizado como mano de obra barata.
Si tal hipótesis de identificar zombis y crisis tiene algo de verosimilitud, no hay que extrañarse de que, tan solo tres años después de que los altos ejecutivos se lanzaran indiscriminadamente por la ventana en el famoso Crack del 29, se estrenase "La legión de los hombres sin alma", con Bela Lugosi esclavizando por medio de malas artes a los sufridos zombis. Claro que nada es perfecto, y esta teoría tiene demasiados inconvenientes, porque en 1931 también se estrena "Drácula" de Tod Brownin, quien tan sólo un año después lleva a la gran pantalla "La parada de los monstruos", película que si puede responder a un estado de ánimo, en este caso muy ligado a la Gran Depresión.  "Yo anduve con un zombie" es de 1943, una fecha inolvidable para la humanidad, puesto que la Segunda guerra mundial se encaminaba a su final, dejando una Europa derruida y un número de muertos escalofriante. En 1963 es asesinado el presidente Kennedy en Dallas y, tan sólo cinco años después, son víctimas de las balas su hermano Robert y Martin Luther King. Un periodo al que muchos definen como el de la pérdida de la inocencia del pueblo norteamericano. No parece pues baladí que George A. Romero rodara por entonces la mítica "La noche de los muertos vivientes". En la crisis energética de los años 70, no era poco frecuente en las carteleras el cine zombi venido de Italia de la mano de los D´Amato, Lucio Fulci o Marino Girolami.

En la actualidad da igual el origen de los muertos vivientes, sea éste un virus, experimento o causa inexplicable, pero el trance económico que padecemos nos ha traído sin paliativos el resurgimiento del cine zombi, en el que incluso las estrellas más glamurosas del cine contemporáneo quieren situarse, como, por ejemplo,  Brad Pitt y su políticamente correcta "Guerra mundial Z". No estoy muy seguro de que el binomio crisis-zombi sea una fórmula incuestionable, porque, al fin y al cabo, ¿cuándo no hemos estado en algún tipo de crisis? Dicen que la única forma de combatir a la muerte es con el sentido del humor, y puesto que hablamos de los que han sido desposeídos del impulso vital, y también de los que lo han sido de los bienes materiales más indispensables, no me resisto a emplear otra dualidad más reconfortante como la del humor y zombis, esperando tiempos mejores en los que todos vivamos mejor que el Conde Drácula en un banco de sangre.

lunes, 3 de febrero de 2014

COMO HEMOS CAMBIADO


A veces parece que nada cambia, que todo permanece intacto o que el tiempo es una extraña forma de medir acontecimientos que suceden muy despacio. Pero no es así, nada se resiste a la mutabilidad inexorable de la vida. Es un tema recurrente comparar nuestra niñez con la de nuestros hijos, llegando a la conclusión de que no son pocas las diferencias que nos separan. Para empezar, la sobreprotección que se ejerce ahora sobre la infancia tenía una dosis bastante más precaria hace algunos años. No es que los padres se desentendieran de sus hijos y los arrojaran a los bosques para ver como sobrevivían a semejanza de los espartanos de la película "300", sino que se nos otorgaba más independencia y mucho antes que ahora. Acompañamos a nuestros hijos a todas partes, al colegio, al cine, al centro comercial, a comprar chucherías o al parque. No les quitamos el ojo de encima y cualquier otra conducta nos parecería reprochable sin paliativos. Les impedimos que se acerquen a las ventanas, instalamos redes de seguridad en las terrazas y tapamos los enchufes. Mi infancia y la de mi generación fue algo distinta allá por los años 70. Que yo recuerde, nada más andar ya estaba sólo por esos mundos de Dios en compañía de otros niños. Me viene a la memoria que, apenas con tres o cuatro años,  jugaba en la calle con una espada de madera, desafiando en combate a mis amigos que tampoco levantaban un palmo del suelo y además sin vigilancia paterna. A mi hija le requisé un artilugio similar comprado en una feria medieval por si rompía algo o se hacía daño. 

Hace treinta o cuarenta años se vivía mucho la calle, era el centro neurálgico de todos los juegos infantiles inimaginables, la rayuela, las canicas, el escondite, el pilla-pilla, el fútbol... Había colegio por la mañana y por la tarde y no se nos cargaba tanto con deberes interminables. Apenas llegábamos a nuestra casa, soltábamos la cartera, nos agenciábamos de nuestro pan con chocolate y a la calle a jugar hasta la hora de cenar. Los días cerrados de frio invierno por la tarde quizás no se salía tanto, se quedaba uno viendo la tele. La programación infantil era ajena a la sobredosis de hoy en día. Debemos recordar que por entonces sólo había dos canales y, al principio, en blanco y negro. Los espacios dedicados a los niños en televisión se reducían a un par de horas por la tarde los días laborales y las mañanas de los sábados. Al colegio ya iba solo con tan sólo cinco años, aspecto muy audaz aunque natural en aquellos tiempos, teniendo en cuenta que personalmente acompañaré a mis hijas hasta el último año de universidad. Hay que recordar el escaso tráfico que circulaba por entonces. En mi calle casi nadie tenía ni coche ni teléfono. Había un vecino propietario de un Simca 1000, que incluso bloqueaba la estrecha calle, a sabiendas, naturalmente, que ningún otro vehículo intruso accedería a ella. Tan solo había un teléfono particular, cuyo número dábamos todos los vecinos a familiares y conocidos por si tenían que avisarnos de alguna incidencia. No era muy grato, para el susodicho titular de la línea telefónica, tener que buscar por todas las casas al que quería localizar el interlocutor al otro lado del aparato. Además, cuando pedías a Telefónica una línea particular, era como si pidieras el servicio en la Luna, porque podían tardar meses e incluso años en realizar la gestión.

Que yo sepa no se organizaban fiestas de cumpleaños, en todo caso invitabas a tu amigo favorito a merendar Cola Cao con tostadas. Ahora hay que mandar solicitudes de asistencia a medio colegio para acudir a un centro de recreo, de esos con bolas, cuerdas y toboganes, debidamente enrejados, que parecen recintos para monos. Lo peor de todo no es la pasta que te facturan, sino el cargamento de regalos que tienes que amontonar junto a la hemorragia juguetera sufrida en navidades. Porque esa es otra, en mis tiempos, Papá Noel no tenía cobertura por estos lares y no recibías ni una triste tarjeta de felicitación de tan orondo y generoso personaje. Los Reyes Magos se ocupaban de todo, pero con moderación. Los niños de hoy acumulan tantos regalos al cabo del año, que no son pocos los que permanecen con su precinto, inmaculados y sin abrir, durante meses. De pequeño el premio gordo era la bicicleta, el deseado regalo casi inalcanzable, el síndrome de Zipi y Zape, que siempre se perseguía como destino final de la felicidad absoluta. ¿Cuántas bicicletas tienen los niños de hoy en día a lo largo de su vida? En cuanto a la posesión del esférico, o lo que es lo mismo, la pelota de toda la vida, nuestros tiernos infantes los acumulan por decenas, al igual que los famosos Playmobil, acompañados de multitud de edificios e instalaciones que necesitan la compra de otra vivienda por parte de sus progenitores, para que no existan problemas de hacinamiento de muñequitos. Pin y Pon, Bratz, Monster High, Barbies, Winx Club, Barriguitas, Nancys y Nenucos, en cantidades ingentes, nos acechan desde las estanterías, frente al solitario Madelman de nuestra infancia.

En lo que se refiere a la tecnología, aún quedaban muy lejos para nosotros el futuro táctil y digital que hoy disfrutamos, y nuestros juguetes de entonces no eran demasiados avanzados, siendo el no va más de la sofisticación los entrañables Ibertren, Scalextric, Cinexin o el Mercedes teledirigido con cable de Santi Rico. Para asuntos de juegos electrónicos, había que acudir a las salas recreativas para pasar un buen rato con los pinball y alguna que otra máquina electrónica de la época. Las vídeo consolas tenían sustitutos que también te proporcionaban un gran entretenimiento para toda la familia, como los célebres Juegos reunidos Geyper, todo un referente generacional, tanto como las películas del oeste o de Tarzán en los sábados de sobremesa. Pero como bien decía antes, la máxima fuente de entretenimiento estaba en la calle, en esas eternas tardes de verano en las que se respiraba ese aire tan especial que disfrutaban los niños de vacaciones. Y sobre todo se leían muchos tebeos, infinidad de ellos de todos los personajes imaginables. Por cierto, en aquellos tiempos, ni pizzas, ni hamburguesas, bocadillos de salchichón o de chorizo. Eso sí, para la merienda si existía un amplio abanico de posibilidades en forma de bollería industrial, acompañado de sus correspondientes cromos coleccionables, como aquellos legendarios de Marvel, con ilustraciones del gran López Espí.


Me gustaría terminar esta entrada con una anécdota que sucedió hace tan sólo unos días. En el grupo de Wasap, formado por madres del colegio, se expresaba una madre muy preocupada porque en el colegio una profesora les había puesto una película muy violenta, con mutilaciones diversas, que había producido pesadillas a no pocos niños. Intrigados por saber de qué se trataba, nos puso sobre la pista para averiguar el título de semejante producto gore, el conocer que uno de los personajes era mitad hombre y mitad mujer. Mi hija contestó: "Es del robot ese que tiene papá como salvapantallas en el móvil" (ventajas de tener un padre friki). Nuestro viejo Mazinger Z que tanto nos gustaba en nuestra niñez, ahora parece una perturbada máquina carnicera para nuestros tiernos retoños, acostumbrados a la bonhomía de Peppa Pig, Pocoyó o Dora la exploradora. ¡Cómo hemos cambiado, demonios!