sábado, 28 de enero de 2012

LO QUE RAIMI NO SE ATREVIO A RODAR


Hay momentos en la historia de los superhéroes en los que su poder es inútil, en el que pierden una batalla que marcará sus vidas. Spiderman lo sufrió en sus propias carnes, en su enfrentamiento decisivo, el que lo llevaría al sufrimiento extremo, no pudo evitar la muerte de su amada Gwen a manos del Duende verde. En un cómic legendario, allá por los años 70, nuestro protagonista regresaba de un viaje a Canadá, donde se había enfrentado al mismísimo Hulk, encontrando a su amigo de siempre, Harry Osborn hundido en los infiernos de la droga y con su novia Gwen secuestrada por el padre de éste, Norman Osborn, o más bien por su álter ego, el Duende Verde. Peter Parker, transformado en Spiderman, inicia una desesperada búsqueda que le llevará al puente de Brooklyn en donde no podrá evitar la mortal caída de Gwen. Después, en una venganza legendaria dará buena cuenta del Duende que morirá atravesado por su planeador. Fueron una páginas plenas de intensidad en donde Spiderman observa como su mundo se desmorona sin poder evitarlo. A partir de ese momento siempre llevará ese día como fiel testimonio del fracaso, como el eterno retorno al lugar de los acontecimientos, en el que se cuestionará sus actos. El personaje siempre había sido la percha de los palos de los acontecimientos. Si un dólar en el bolsillo, con una tía siempre enferma, vilipendiado por las editoriales del Daily Bugle del editor J.Jonah Jameson y perseguido por la policía como un vulgar criminal, su vida siempre andaba haciendo equilibrios. Aquella famosa frase de "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad" le había pesado como una losa y lejos de ser un superhéroe al uso, le llevaría de forma inequívoca a que, en muchas ocasiones, Peter Parker responsabilizara a Spiderman de su mala suerte. En su representación gráfica más acorde con esos sentimientos, quedará para siempre aquella viñeta de un disfraz en la basura mientras un apesadumbrado Parker camina bajo la lluvia.
La historia lo tenía todo para resultar atractiva de cara a una adaptación cinematográfica. En la primera entrega de Sam Raimi parecía vislumbrarse un acercamiento a la misma. El inconveniente era, a todas luces, ofrecer a las primeras de cambio un argumento tan contundente como este, pero, el hecho de situar la historia en el mismo contexto, era una declaración de intenciones, que no era otra que desperdiciar una trama argumental de primera magnitud. Raimi comenzó por eliminar de raíz al personaje de Gwen Stacy y sustituirlo por una Mary Jane que en el cómic aparecería después. Curiosamente hay un intercambio de personalidades, pues la Mary Jane que nos ofrece esa primera adaptación cinematográfica tiene más rasgos de la personalidad de Gwen que de la suya propia. No obstante, sitúa la historia en el mismo escenario, en el puente de Brooklyn, aunque el desenlace no fue ni de lejos el mismo. Aquí el superhéroe salva a la dama en apuros y aunque el villano si muere, ninguna de las consecuencias será tan determinante como en el cómic original. Esta historia debió ser adaptada en una segunda entrega, con los personajes ya asentados y sin necesidad de presentación y, por supuesto, con total fidelidad a los acontecimientos de aquel cómic mítico. Algo así como hizo Christopher Nolan en la segunda parte de Batman, "El caballero oscuro", en las que nos dejó una obra maestra quizás insuperable. Esa carga de profundidad era fundamental para refundar, con todos los honores, un superhéroe que había sido maltratado con saña por Joel Schumacher. Teniendo en cuenta que, después de todo, Raimi no lo hizo tan mal en sus dos primeras entregas, sobre todo en la segunda, y eso a pesar de su obsesión por desenmascarar a las primeras de cambio al personaje, algo realmente imperdonable para los aficionados del Trepamuros. Se quedó a medio camino en lo que debió de ser algo más meritorio para un director más que capacitado para ello. Se nos debe aún una adaptación de Spiderman que nos deje clavados en la butaca, que le haga, en definitiva, justicia al personaje. Y tengo mis serias dudas que el proyecto que se nos avecina en el 2012 cumpla con esas expectativas.



sábado, 21 de enero de 2012

NOSOTROS SI QUE SOMOS BUENOS


Supongo que estarán enterados de la noticia de ayer, el cierre por parte de las autoridades norteamericanas de Megaupload, lugar habitual de las descargas ya sean piratas o absolutamente inocuas. El FBI ha entrado a saco y se los ha llevado a todos por delante. Uno de los creadores de este archivo virtual hasta se había atrincherado en un bunker, o habitación del pánico, para que no pudieran detenerlo. Pero la sombra de la autoridad es alargada y cuando se disponen a dar caña no hay quien se libre. Esto me sirve de reflexión para pensar que, siendo uno de los principales motivos el de la protección de la propiedad intelectual, no deja de ser curioso que este mundo que usamos y disfrutamos con libre albedrío, el de los blogs, es como una especie de generosidad sin límites. Productoras de cine, discográficas, cantantes, escritores y demás santones del impulso creador se quejan de que les han robado su talento sin pagar, que han usurpado sus ideas y sus mejores inspiraciones intelectuales. Puede ser, no lo discuto. Esto me ha hecho pensar lo buenos y absolutamente generosos que somos los blogueros, que dedicamos parte de nuestro tiempo en escribir nuestras inquietudes, en informar, en expresar en definitiva y comunicar al resto del mundo sin esperar nada a cambio. No cobramos, no nos ganamos la vida, la inmensa mayoría, y regalamos gustosamente nuestro tiempo. En parte tiene algo de truco, y es que no hay nada más placentero, para quien posee la habilidad de juntar frases coherentes, que la de lanzarlas al aire y que alguien sea capaz de captarlas y molestarse en leerlas.

Existen multitud de blogs de una calidad más que evidente, y no lo digo por La Guarida, que no reciben nada a cambio excepto la gratitud de ser visitados. No hay mejor recompensa que la de un comentario o la de observar como tu contador se mantiene activo. Eso es suficiente para quien tiene la ilusión de una pasión, de un proyecto tan personal como puede ser un blog. No digo con esto que nadie, absolutamente nadie, se gane la vida con sus ideas y sus habilidades artísticas e intelectuales. Faltaría más. Yo mismo quise sacarle rendimiento con el Google Adsense, sistema publicitario que paga por clickear en anuncios situados en tu blog, pero dada la cantidad ingente de ingresos que obtuve durante un par de meses, algo así como unos 4o céntimos, me dio miedo acaparar tanta fortuna, así que lo quité. Pero es justo reconocer la labor desinteresada de muchos blogueros que exponen su capacidad y lo mejor de si mismos sin ver incrementada su cuenta corriente. Debemos tener en cuenta que hay quien escribe demostrado una calidad literaria excelente, que no tiene nada que envidiar a los escritores profesionales, que no se gana nada en esto. Por eso quisiera ofrecer este humilde homenaje a los blogueros, principalmente a los que pasáis por aquí, porque nosotros si que somos buenos.



miércoles, 18 de enero de 2012

CERRADO TEMPORALMENTE POR DOLOR DE MUELAS

Me he pasado dos o tres días de cierta inactividad bloguera, debido a un horroroso y apocalíptico dolor de muelas que han hecho sacudir los cimientos de mi maltrecha condición física. No es la primera vez, pero desde luego ha sido de lo más intenso, alcanzado un 200 en la escala Ritcher, si es que tal medida fuera aplicable a este tipo de dolencias. Naturalmente no he ido al médico, y es que soy lo suficientemente cretino para no acudir jamás a un consultorio a no ser que mi vida corra peligro de muerte segura.
Eliminada la intervención de un profesional, la primera salida más racional y coherente es la automedicación, que desde aquí desaconsejo. Acuciado por el sufrimiento, asalté de inmediato el botiquín de mi humilde morada para ingerir cuantos productos mitigaran el dolor. Toda clase de sustancias con paracetamol o ibuprofeno, fueran para adultos o para mis hijas pequeñas, fueron consumidas con avidez con la esperanza de amortiguar las punzadas que una muela descastada me propinaba con brutal saña. Naturalmente fueron intentos vanos y efímeros que no alcanzaron ni de lejos su objetivo primordial.

El siguiente paso era acudir a una farmacia en donde pudieron facilitarme el elixir milagroso que pudiera solventar mi problema. Acudí a primera hora de la mañana, con un pasamontañas en la cara para evitar que el frío agravara aún más las punzadas de esa muela despreciable, los ojos vidriosos de una noche en vela y la tez marmórea de quien sufre un duro castigo, por lo que la farmacéutica debió sentir, por un momento, su seguridad amenazada ante semejante visión. Con una voz suplicante y disuelta en un mar de tortura le dije:
-Por favor, algo bueno, pero bueno de verdad, para quitar el dolor de muelas.
-Así que quiere algo fuerte, me replicó la amable señora
-Si, algo que me corte la cabeza a la altura de la cintura, le contesté con el mejor humor posible.
Armado de un calmante y un antibiótico invoqué a los espíritus de la clemencia, aunque los remedios efectivos se toman su tiempo para curar. Así que mientras estos hacían su lento trabajo opté por consultar las soluciones caseras que suelen aparecer por internet. Masticar cebolla, hacer un emplaste con ajo y clavos (los de usar martillo no, me refiero a la especia), ponerse un trozo de hielo en los dedos y otros remedios milagrosos tan inútiles como poco efectivos. Recurrí al método tradicional de echarse a la boca un buche de alcohol, pues dicen que los tejidos lo absorben y funciona como anestesiante. Descarté el ponche por ser bebida merecedora de mejores causas, y me trinqué una botella de brandy Milenario que utiliza mi mujer para las comidas. Después de un buen rato en la boca, la mucosa parecía desintegrase y entre aquel fuego, que me mandaría directamente al infierno de la estulticia, escupí aquel brebaje corrosivo. Tenía toda la boca absolutamente dormida, toda menos esa maldita bastarda (perdón por el lenguaje) que seguía palpitando con especial insidia, quedando demostrado que debería pertenecer a la sociedad de alcohólicos anónimos o al Ejército de Salvación.
La noche se hizo eterna y pensé en la película "Náufrago" y como Tom Hanks se arrancó una muela utilizando una cuchilla de unos patines de hielo golpeada con una piedra. Lamentablemente no encontré las malditos patines. Hubiera deseado que me secuestrara el Laurence Olivier de "Marathon man" o el sádico dentista de "La pequeña tienda de los horrores" interpretado por Steve Martin.

Al día siguiente anduve mucho. Dicen que con el ejercicio se liberan endorfinas que funcionan como analgésicos naturales. Lo que ocurre es que ayer hizo un día de perros como para salir a la calle a vagabundear sin rumbo. De tal manera que me puse a caminar por el pasillo de mi casa, que, por otra parte, debe ser uno de los lugares más fríos del país. De hecho, me pareció ver a unos esquimales construyendo un igloo. Ese momento fue en el que el dolor experimentó su punto más álgido y, en esas, pensaba que era absurdo que los dientes se conectaran a los nervios, que pudiera ser un sistema tan fastidioso. Podíamos ser como las moscas y tener una especie de trompa con la que absorber los alimentos. De paso también podríamos tener alas y solucionar los atascos de tráfico. ¿Por qué razón la evolución no permite tener al mismo tiempo una gran inteligencia y un cuerpo adaptado al vuelo o a trepar por las paredes?. Naturalmente todo esto me estaba conduciendo inevitablemente a la locura. Pero igual que el umbral del dolor se situó en su máximo exponente, también comenzó a bajar, muy despacio pero sin marcha atrás. Los antibióticos comenzaban a ganar la batalla. Muchos de ustedes se preguntarán por qué simplemente no acudí al dentista. Bueno, no es porque piense que las camillas parezcan potros de tortura y el instrumental algo más propio de un sádico que de un titulado en medicina, no es tampoco porque sea de la opinión de que semejante profesión sea una actividad residual del Santo Oficio, es porque simplemente soy un poco tontuno con pánico y cargado de fobias estúpidas. No hagan caso de todo esto y siempre acudan a un profesional. Yo no puedo, porque de lo contrario, ¿cómo demonios les contaría esta historia tan absurda?. ¡Salud compañeros!.

miércoles, 11 de enero de 2012

TIEMPOS DE OSCURIDAD Y MUERTE


"Black Death" nos narra el viaje de un grupo de mercenarios en los paisajes de oscurantismo y muerte de la Inglaterra medieval del siglo XIV. Con el trasfondo de la peste negra, un grupo de soldados llega a un monasterio comandados por el caballero Ulric (Sean Bean). Buscan a alguien que los guíe hasta un misterioso poblado, del que se cuenta se ha librado del horrible mal que asola el país, gracias a un nigromante. El joven monje Osmund se ofrecerá a llevarlos hasta dicho lugar, en un viaje en el que se nos mostrará la violencia de unos hombres cuya compañía más estimable es la muerte, con la que cargan sobre sus hombros. Esta coproducción británico-alemana del año 2010 ha pasado discretamente por la cartelera cinematográfica, puede que por su nula campaña publicitaria o por otros factores menos evidentes. "Black Death" ha tenido una tibia crítica, supongo que porque queda a medio camino de lo que podría haber sido una buena propuesta de cine histórico. No obstante, resulta reconfortante que no caiga en la tentación de haber convertido una trama creíble en una suerte de film fantástico. Porque, en el tramo final, camina en la cuerda floja y uno llega a presentir que el director opte por un tono efectista en el que afortunadamente no llega a caer.
Visionando "Black Death" no he podido evitar recordar una película de un corte muy parecido, "El último valle" de James Clavell. Aunque se desarrolla unos siglos después, durante la Guerra de los Treinta años, la trama tiene muchos puntos en común. Un hombre desesperado, Vogel (Omar Sharif), huye del hambre y la peste, llegando de forma accidental a un valle aislado en donde sus habitantes se han librado de los horrores de la guerra y las enfermedades, habitando unas tierras que al principio se nos antoja idílicas, algo así como un especie de Shangri-La. Al mismo lugar llega un grupo de mercenarios al mando de un hombre al que todo el mundo llama El Capitán (Michael Caine) y que en un principio pretende arrasar la aldea, pero, convencido por Vogel, optará por pasar el invierno lejos de las hostilidades del mundo que les rodea.

Ambas películas apuestan por ofrecernos una crítica sobre los fanatismos religiosos, sobre la violencia despiadada, sobre la brujería y en definitiva sobre la hipocresía humana. Sin embargo, "El ultimo valle", tiene un vigoroso guión, trufado de excelentes diálogos, casi siempre un mano a mano entre Omar Sharif y Michael Caine. Es una película más completa que "Black Death", ofreciéndonos una visión más poliédrica de los personajes y sus ideas. En el film de Clavell siempre se tiene la impresión de que los personajes acaban de llegar a un lugar ajeno a la miseria del mundo exterior, la mayoría llega a desarrollar un apego a esa vida, aunque la sensación de provisionalidad nunca les abandona. Aunque los dos grupos hostiles de ambas películas llegan con la intención destructiva, en "Black Death" no hay empatía hacia los aldeanos, probablemente porque estos han renunciado a Cristo y se han sumido en un paganismo natural y consecuente. También recuerda esto último a otra excelente película en donde se enfrenta la religión y las creencias paganas, que no es otra que "El señor de la guerra" de Franklin J. Schaffner, aunque bien es cierto que la pugna entre ambas carece de la tensión brutal que se desarrolla en "Black Death". Existe una especie de beneplácito no escrito que posibilita que ambas creencias coexistan. En el film de Schaffner nuestro protagonista, Charlton Heston, no llega a ese mundo, de aparente paz, accidentalmente ni con una misión en concreta, sino como recompensa por sus servicios prestados. Toma posesión de una Torre como centro de su poder feudal y quedará hechizado por una bella doncella que al final le llevará a su perdición.
Otro punto en común es el poder magnético de los personajes femeninos. Tanto Rosemary Forsyth (El señor de la guerra), Florinda Bolkan (El último valle) como Carice Van Houten (Black Death) son unas actrices de singular belleza que ejercen esa cualidad para atraer al protagonista de forma inequívoca, aunque la última no consiga esa unión carnal, entre otras cosas, por el carácter religioso del mismo y quizás por la falta de tiempo que la película concede a la trama.
En estas tres propuestas persiste un hondo pesimismo, como la condición perenne de unos hombres perdidos en un mundo de miseria y miedo. Sus protagonistas se hunden en un fatalismo que llevan escrito en sus rostros, que adivina el final que les aguarda. Se habla mucho de Dios, pero en muchas ocasiones se habla del desamparo más que de un sentimiento protector. Como decía el personaje de Michal Caine, "¡No me gusta que me hablen de Dios!. Nosotros matamos a Dios en Magdeburg. Arrasamos la ciudad, matamos hombres, mujeres y niños... veinte, treinta mil y después lo arrasamos todo."
"Black Death" no resiste la comparación con "El último valle" ni con "El señor de la guerra", tal vez porque no se detiene a fortalecer la relación entre los personajes, porque se precipita en su parte final, algo muy recurrente del cine contemporáneo. En el film de James Clavell existe un guión bien dialogado, algo que los personajes agradecen en esas batallas dialécticas de gran intensidad. En la propuesta de Schaffner no solo nos encontramos con una espléndida base argumental, muy shakespeariana, que la hace subir un peldaño más, sino que además nos ofrece diversos juegos de miradas que podemos interpretar sin el uso de la palabra. No obstante, "Black Death" es una interesante incursión en un tipo de cine con el que es difícil toparse actualmente, prescindiendo del artificio, pero que merma sus posibilidades en un resultado final que podría haber obtenido mejores prestaciones.




viernes, 6 de enero de 2012

NO SOY MALA, ES QUE ME HAN DIBUJADO ASI

Eso le decía Jessica al bueno de Bob Hoskins en la célebre "¿Quién engañó a Roger Rabbit?". No son pocos los dibujantes de cómics que aprovechan su talento para emplearse a fondo en dibujar a mujeres bellas y esculturales. Ellas no tienen la culpa y yo tampoco, pero merece la pena echarles un vistazo. Para sacudirnos la trascendencia del anterior artículo y los villancicos navideños, les ofrezco la siguiente galería:













lunes, 2 de enero de 2012

EL LIBRO OLVIDADO. CAPITULO II - DE LA NADA AL TODO


Escudriñemos ahora nuestra curiosidad implacable, para arrojar algo de luz o de insensatez hacia el escabroso tema del origen de Dios. Se suele manifestar con demasiada frecuencia que Dios ha existido siempre y que por lo tanto no tiene ni principio ni fin. Complicado planteamiento este que no considera ni el más remoto análisis explicativo. Con la propia definición se da por concluida cualquier reflexión. Y es lógico proceder así, en cuando no hay dialéctica filosófica lo suficientemente sólida como para formular una teoría explicativa convincente. En el sentido espiritual nos encontramos con un gran obstáculo, representado por el enigma del origen de Dios. Nos hallamos con la misma situación si enfocamos el problema desde la razón, puesto que ignoramos cuál es el principio del Cosmos. Se trata de una similitud compleja en la que alternamos los conceptos de Dios y el Cosmos, según la mentalidad sea esbozada desde la fe o desde la razón. Mas, arriesgándonos a un posible equivoco, plantearemos el tema de la forma siguiente. Se puede pensar que si Dios no pudo crearse partiendo de ningún principio, tampoco lo pudo hacer el Cosmos, sin embargo, éste es el resultado de una evolución lenta y progresiva que se creó de la nada, mientras Dios representa un paso gigantesco entre el vacío total y la existencia de una inteligencia sobrenatural de dimensiones inabarcables. Naturalmente el concepto de la nada sigue sometiéndose a múltiples dudas que entran de lleno en el plano de la metafísica. En el sentido lógico, la nada no puede engendrar ni objetos ni sustancias, pero irremediablemente tenemos que llegar a pensar que pudo originar el famoso Big Bang. Este terreno se nos antoja ideal para el cultivo teórico por el hecho en sí de que nos resulte extremadamente enigmático. La expansión de la materia en ese principio dio lugar al engranaje evolutivo de la espiral ascendente, de las formas más simples a las más complejas. Se puede entonces alegar que Dios es el resultado de una evolución. Tal planteamiento ofrece más incoherencias que certezas. Si un ente divino forma parte de una transformación, quiere decir que forma parte de una cadena con unos principios bastante más limitados de lo que se pudiera imaginar. Podríamos pensar que Dios fue, en un pasado remoto, un ente limitado con su carga de imperfecciones. Por lo tanto es obvio que los seres humanos están destinados a transformarse en una suprahumanidad de rasgos omnipotentes. En este planteamiento nos encontramos con Teilhard de Chardin, quien creía que la conciencia humana avanza hacia una supraindividualidad destinada a una superior unificación. Todo ello va a desembocar en un punto final, llamado Omega. El punto Omega podría bien ser Dios. El Alfa y el Omega de los que hemos oído hablar en tantas ocasiones. Dios es sólo una idea irrealizable, un proyecto imposible, o quizás una justificación de nuestra trascendencia en la escala de la eternidad. Pensar sólo en el hecho de que de la nada absoluta surgió un ápice de materia es plantear de por sí un milagro. La teoría del Big Bang tiene esa grave encrucijada. Quién piense que la teoría del Gran Estallido ha ido cediendo terreno a la de los Universos Paralelos se equivoca por completo, en cuanto en esta última existe un universo que ha ido creando sus paralelos, con lo cual desembocamos en el origen del mismo. Este planteamiento, junto a la idea de un Cosmos que se contrae y expande, forma parte del ideario de la conocida tesis del Universo oscilante, en la que se estima que llegará un momento en que todo lo que existe será atraído por su propia gravedad, desapareciendo en una catarsis llamada Big Crunch y dando lugar a otra expansión de la que surgirá otro Universo, pero ahí ya no estaremos nosotros. Dios se aburre, borrón y cuenta nueva. Esta broma pesada y desoladora nos produce aún más inseguridad existencial. Hemos transformado nuestro miedo a la muerte en algo cósmico, arrastrando a todo lo existente a su inevitable fin. Pero el hombre encuentra consuelo para todo, y de la misma forma que solucionamos nuestra mortalidad, hemos añadido una explicación, al menos consoladora. Tras esa contracción que producirá el fin del Universo, se producirá un nuevo Big Bang y todo comenzará de nuevo. Puede incluso que nuestro Cosmos no sea el primero, ni tampoco el último. ¿Quién impulsó la aparición de la materia?. Santo Tomás de Aquino aseguraría que, sin duda alguna, fue Dios, puesto que es el motor primordial que mueve todo cuanto ocurre. Si en el campo de la teoría la nada presenta un caldo de cultivo improductivo, simbolizado por un muro infranqueable, destruyamos ese muro. Imaginemos que el concepto de nada es irrelevante y que la materia ha sido siempre constante en el transcurso del tiempo, dando significado a la célebre frase de Parménides de “el ente es, la nada no es”. Surgen nuevos interrogantes basados en el hecho fundamental de que tuvo que existir un momento en la eternidad que provocó un cambio radical en el núcleo de ese algo existente. Porque, de existir una materia constante desde siempre, tal y como defiende La teoría del estado estacionario, ¿cómo tuvo lugar el efecto evolucionista hacia la creación de materias más elaboradas?. Temo ser reiterativo y haber caído en la divagación excesiva, pero el camino de la metafísica es intrínsecamente complejo y, en algunas ocasiones, nos lleva a una encrucijada sin salida. El investigador Andrew Tomas acierta de pleno al manifestar lo siguiente: “Como la mente del hombre es finita y el Universo infinito, todo conocimiento humano, por tanto, es sólo parcial y relativo, y ninguna escuela de pensamiento puede poseer el monopolio de la verdad.”. Al fin y al cabo ¿qué es el hombre comparado con la inmensidad del Cosmos?. En este momento no puedo evitar una cita de Louis Pauwels que viene como anillo al dedo al dilema que nos ocupa: “Existe un tiempo para todo, un tiempo incluso para que los tiempos se reúnan”. Esperemos a que venga ese tiempo en el que los enigmas sean contestados. Por el momento, y ante la imposibilidad de obtener otra teoría más plausible, tendremos que limitarnos a pensar que la materia ha sido, dentro de un tiempo infinito, constante en toda su amplitud. Es como si el Universo fuera un campo de cultivo y el Gran Estallido fuese la semilla que inició la eclosión del evolucionismo ascendente. Ignoramos quien fue el artífice de la existencia del Todo. Quizás se debió a una causalidad inherente en el orden establecido por el instinto de la naturaleza cósmica. O quizás debemos la autoría a un dios ocioso y solitario.


Desde una perspectiva ciertamente panteísta, personalmente, me inclino hacia la teoría de que Dios es en realidad la naturaleza Universal, porque es ella quién ha creado el Cosmos y también la existencia del “Tú” y del “Yo”. La naturaleza partió de un concepto infinitesimal y utilizando complejos mecanismos ha ido construyendo un extraordinario castillo de naipes en cuya cúspide se encuentra su máxima concesión: la autoconsciencia. Sé que es absurdo analizar las posible motivaciones de una deidad en su comportamiento, pero voy a jugar a especular la lógica de la creación. ¿Por qué una voluntad omnipotente realiza su creación utilizando el rodeo enrevesado de los engranajes evolutivos?. Se podría argumentar que, la utilización por parte de Dios de complejos mecanismos, es toda una declaración de principios de la Teoría del Caos y su relación con la imprevisibilidad de los acontecimientos. Este planteamiento aclara algunas dudas que el hombre solucionó con certezas imbuidas en una fe, en muchas circunstancias, ciega. Que nadie con poder sería capaz de iniciar su creación con tan lento sistema, queda en evidencia en el concepto que tenían algunos sabios eruditos en su tiempo. Es bien sabido que se creía que el mundo y sus habitantes habían sido creados tal y como los conocemos desde el principio de los tiempos, aplicándose a tal argumentación el principio de voluntad de un Dios cuya finalidad era el simple hecho de crear, sin mecanismos evolutivos inexplicables. Cuando Darwin lanzó su teoría de la evolución, algunos pensamientos cartesianos no podían entender como su Dios no era el autor directo de una obra definitiva. Bien es cierto que el actual creacionismo se ha encargado de intentar mantener la autoría del creador, ante la idea de una divinidad reducida a un simple motor impulsor. Ese Dios que aparecía en la vida de los hombres, que lo había creado todo y que lo decidía todo, había muerto, dando la razón, por otra parte, a Nietzsche. Pero, sin el hombre no existirían los dioses, puesto que aquel es la idea de la abstracción hecha práctica. La abstracción es la virtud más significativa del ser humano, ya que con ella vino la trascendencia. Sin esa razón, Dios carecería de sentido.