miércoles, 30 de abril de 2014

HISTORIA DE UN PLÁTANO

La estupidez humana ha tenido el gusto de ofrecernos, en unos pocos días, tres historias que tienen un denominador común: el racismo. Tan denigrante actitud, que parece se resiste a desaparecer y a la cual le trae al pairo cualquier viento de cambio, que ni se inmuta ante el progreso de los tiempos, no teme al ridículo ni al escarnio público. El odio se transmite por herencia, se aprende por ignorancia y se expresa con violencia. Tres aspectos que hay que ir desactivando con paciencia, con el peso de la ley, con una inundación de cultura y con algo que se denomina mundología. 

La primera historia tiene como protagonista al conocido jugador de F.C.Barcelona, Dani Alves y un plátano. El jugador estaba ya cansado que siempre hubiera en la grada un tonto muy tonto dispuesto a arrojarle tan típico producto de las Islas Canarias, para de esta forma dar a entender que, por su color de piel, era más parecido a un mono que a otra cosa. Decidió que, si le sucedía una vez más, optaría por comérselo. Dicho y hecho. Como es casi imposible no encontrar a un energúmeno o más en una muchedumbre, en el partido disputado en el campo del Villarreal, un individuo le lanzó un plátano a Dani Alves, que, con toda la parsimonia del mundo, lo peló y se lo comió mientras realizaba un saque de esquina. Tan sorprendente gesto ha hecho correr una ola de simpatía en la que muchos se han sumado, sobre todo deportistas, fotografiándose acompañados por un plátano, hecho que ha congratulado no sólo a los que detestan el racismo, sino también a los productores canarios de tan sana fruta, que ya no saben cómo agradecer tan fabulosa e improvisada campaña publicitaria. 

"Me molesta mucho que quieras difundir que te estás asociando con gente negra. ¿Tienes que hacerlo? Puedes dormir con ellos. Puedes traerlos aquí. Puedes hacer lo que quieras. Lo poco que te pido es que no lo promociones y que no los lleves a mis partidos...En tu mierda de Instagram, no tienes que mostrarte junto a negros (en este caso junto a Magic Jhonson)". Con estas hermosas palabras iniciamos la segunda historia de esta entrada. Fueron pronunciadas por el propietario del equipo de la NBA, Los Ángeles Clippers, Donald Sterling, a su novia de origen mexicano y afroamericano. Lo curioso de este ejemplar humano es que rige los destinos de un equipo de baloncesto plagado de negros y no precisamente de nórdicos, que le es indiferente que a su novia se la pase por la piedra una tribu de masáis mientras no acudan como espectadores de un partido, lo que le convierte en... (rellenen los puntos suspensivos a su gusto). Después de tan iluminadas declaraciones, Donald Sterling, fue premiado con una reprimenda del Presidente de los Estados Unidos, que encima es negro, con una multa de 2,5 millones de dólares y con una suspensión de por vida por parte de la NBA.
El último de nuestros relatos tiene como protagonista a un tipo de una bonhomía desbordante. Se trata de Frazier Glenn Cross, ex dirigente del Ku Klux Klan, quien está siendo juzgado actualmente por el asesinato de tres personas que pasaban cerca del Centro Comunitario Judío de  Kansas City. Frazier había sido confidente del FBI tras negociar una reducción de condena por posesión ilegal de armas. Lo curioso del asunto es que se ha conocido una noticia de los años 80 de nuestro protagonista. Por aquella época fue sorprendido en el asiento trasero de su coche con un chapero (chapero no es quien colecciona chapas, es un prostituto)  negro vestido de mujer. Al pillarlo con las manos en la masa, y sabiendo quien era nuestro amigo Frazier, argumentó que había acudido a tan caliente cita para pegarle una paliza a un negro de insanas y pervertidas costumbres. Fue detenido y, según el fiscal federal J. Douglas McCullough, la actitud del ex miembro del Ku Klux Klan no era tan hostil, ya que “Fue muy impactante a causa de las posturas personales que mantenía. Preferiría no entrar en los detalles. Son más bien lascivos. Creo que los hechos hablan por sí mismos y la gente puede sacar sus propias conclusiones acerca de su incongruencia". Ya saben lo que dicen, únete a tu enemigo para conocerlo mejor y si es por detrás mejor.

LA CARA ES EL ESPEJO DEL ALMA

jueves, 24 de abril de 2014

INQUIETANTES FOTOS ANTIGUAS

Que las fotos antiguas tienen un toque especial es algo que a nadie se le escapa. Ese blanco y negro primigenio y su posterior desarrollo poseen una personalidad que mucho tiene que ver con los matices, la profundidad de campo y un cierto halo de misterio, que el color no puede igualar. Si contemplamos las fotos de nuestros padres y abuelos, podremos percibir que la profesionalidad de los pioneros era más que notable. Esas imágenes, tomadas en plena calle por los fotógrafos que se ganaban la vida realizando sus capturas diarias, son dignas de admiración por su calidad y como fiel testigo de una época. Pero hoy no les traigo una galería de imágenes cotidianas, sino su versión más siniestra o inquietante, la que sólo puede ofrecer el blanco y negro de otros tiempos. La perspectiva con la que ahora las contemplamos hará el resto del trabajo. 

LA CABEZA DE MAMÁ: Ignoro si se trata de una fotografía original, aunque lógicamente trucada, o una instantánea reciente y manipulada para que parezca antigua. Sus rostros, su fisonomía, parecen indicar que no es un trabajo reciente y espero que tampoco fuera una imagen real tomada a una familia de psicópatas. 

TRUCO O TRATO: Menudos disfraces se trabajaban los niños de antes, siniestros y con aspecto de serial killers. No cabe duda de que, quien fuera capaz de abrirles la puerta, era un valiente en toda regla.

LA GUARDERIA: O quizás un orfanato de lo más peculiar, en el que se consiguen unas máscaras muy asequibles, pero con un aspecto nada tranquilizador, como el de la mujer que se sitúa al fondo, junto a la ventana.

¿QUIÉN ES LA MUÑECA?: No se sabe quién es más siniestro de los tres personajes. Ella parece una versión femenina del Jason Voorhees de "Viernes 13". 

ARRE BURRO ARRE: O, por lo menos, eso debería de gritar el tierno infante y huir como alma en pena ante semejante Santa Claus, con un rostro esculpido en el infierno o resucitado de entre los muertos.

PAYASO AL ACECHO: La iconografía del terror ha estado siempre plagada de referencias al mundo de los clowns. El rostro del payaso de la fotografía es una fusión perfecta entre la tristeza y lo turbio. Mucho tenía que cambiar su expresión para hacer reír a los niños. 


SOLTERAS Y SIN COMPROMISO: Su languidez, sus largas cabelleras y el parecer que carecen de brazos, les confieren un aspecto nada tranquilizador. Ideales para una cita a ciegas a dos bandas. ¿Estarán vivas?


HALLOWEEN EN TEXAS: Así debió de celebrar tan popular festividad el simpático Leatherface, el protagonista asesino de "La matanza de Texas"

PECULIAR COMPAÑÍA: A saber por qué extrañas circunstancias, tan entrañable abuelita, sacaba a tomar el sol a esta momia de aspecto  resignado.


BUZO LAS 24 HORAS DEL DÍA: Cada uno es muy libre de amar su profesión y llevarla a límites insospechados. ¿Será una foto de bodas?


UNA PLAGA RESPETABLE: Espero que sea una fotografía trucada y que, lo que sostiene este buen hombre en 1937, fuera originalmente una liebre. De lo contrario, Iker Jiménez debe ponerse manos a la obra de inmediato. Puede que sea un atrezo de la película "¿Qué sucedió entonces?", pero sería un anacronismo, ya que el film del El profesor Quatermass se rodaría 30 años después.

EL PRIMER E.T.: Parece lógico suponer que debe tratarse de una representación teatral o de un cartel realizado para la misma. Otra causa distinta, nos podría hacer creer que nos encontramos frente a algo más demencial.

EL PRIMER JOSÉ LUIS MORENO: Los ventrílocuos también dan mucho juego, generalmente por el carácter esperpéntico de sus acompañantes de cartón piedra. Está claro que el buen gusto por la belleza era desconocido para muchos artistas de esta especialidad.

NIÑOS ENCANTADORES: Sobre todo el de la izquierda, perturbador como ninguno. Alguien se preguntará por qué el personaje central, claramente un adulto, va ataviado con una especie de burka. Se trata de una técnica de los fotógrafos de la época. Se pretendía que alguien sujetara a los niños más pequeños, pero que  no le quitara ningún protagonismo. Una forma rudimentaria y claramente ineficaz de ser invisibles.

RARO, RARO:  ¿A quién demonios se le ocurrió fotografiar a un niño fumando en compañía de una gallina?

LOS OTROS: Esta imagen no tendría nada de particular, salvo por el llamativo hecho de que, la muchacha que posa en el centro, está muerta. La moda de fotografiar difuntos fue relativamente popular en el siglo XIX, con ciertas influencias del romanticismo. La nueva técnica de inmortalizar imágenes fue la excusa perfecta para desdramatizar la muerte, haciendo participes a los difuntos de un momento en el que aparentaban vida, perfectamente maquillados y en posiciones complejas que los fotógrafos se trabajaban de forma a veces brillante. Lo que en aquella época parecía un acto de homenaje, ahora se nos antoja poco afortunado, sobre todo cuando incluían fotos de niños, que no he incluido por  parecerme demasiado escabroso.






miércoles, 16 de abril de 2014

YO, PENITENTE

Hoy en día las conocidas procesiones de Semana Santa gozan de una gran popularidad, siendo un foco primordial para atraer el turismo. Pero hubo una época en la que las cofradías no gozaban de tan buena salud. A finales de los 70, algunas de ellas habían desaparecido y otras se mantenían como podían, con la buena fe de sus participantes que se negaban a dejar perder la tradición. Supongo que, tras la salida de la grisácea y marmórea dictadura franquista, muchos quisieron sacudirse todo aquello que sonara a represión, liberándose también del corsé asfixiante de los rituales religiosos, los mismos que limitaban las costumbres en época de cuaresma y pascua.

Ya saben los que habitualmente pasan por aquí que no soy precisamente un hombre dotado de fe, sino todo lo contrario, pero por aquellos tiempos, salir en una procesión era algo que se hacía entre amigos y que parecía tener sus atractivos. Muchos de ellos tenían un largo recorrido como nazarenos en tal o cual paso de Semana Santa, así que no fue muy difícil apuntarme a una cofradía para aventurarme en aquel mundo que siempre me había fascinado en la infancia, cuando observaba como un pasmarote a los penitentes de largo cucuruchos. Dicho y hecho, me hice participe de la cofradía de la Santa Cena. Como decía antes, no eran tiempos fáciles para tales rituales, bastaba ver cuando me hicieron entrega de mi indumentaria de penitente, el deterioro de la misma. Descosidos y remiendos por todas partes, tejidos descoloridos y otras deficiencias hacían que terminaran en manos de nuestras respectivas madres que hacían sus arreglillos tratando de devolverles el mejor aspecto posible. Sucedió que el fajín me estaba muy estrecho, a lo que mi progenitora respondió con el oportuno arreglo, que en una prueba posterior parecía ya acorde con el volumen de mi cintura. Después se convertiría en una penitencia de lo más inoportuna. Y es que, una vez en plena procesión, comprobé horrorizado que aquel fajín me estaba muy ancho y cada dos por tres se me bajaba, acabando en no pocas ocasiones en los pies.

Entre los espectadores que acuden regularmente a contemplar los pasos religiosos, existe una especie conocida como "el gamberro de las procesiones", cuya máxima ironía era gritar aquello de "¡Tan lavaó el capirote con Ariel, questá decolorio!". A mí me tocó en suerte un grupo de éstos, que me acompañó un buen rato atormentándome con la dichosa fajita. Más de una vez pensé en afilar el porta velas y lanzarlo cual jabalina para convertirlos en pinchos morunos. Tienen que darse cuenta que una procesión puede durar unas cinco horas, para percatarse de la noche que me quedaba por delante. Me quemé la palma de la mano, cuando una dosis considerable de cera derretida atravesó mis guantes blancos, así que la noche se prometía larga. Cuando aquello terminó, arrojé mi indumentaria al baúl donde permanecería un año esperando a nuevo penitente, que espero tuviera mejor suerte. Una vez te deshaces del capirote, tus manos acuden raudas y veloces a rascarte la cabeza como si de una liberación inusitada te inundara. Con los pies molidos te arrojas a tu cama y, como una penitencia más añadida, sueñas que aún sigues en la procesión, que parece que jamás acabará. Ahora ya no tengo paciencia ni para verlas, me desespera la cadencia del ritual, pero independientemente de querer o no querer comulgar con tales traiciones, lo cierto es que es un espectáculo para muchos, para otros una muestra de fe y, sin ninguna duda,  una fuente de ingresos para estos tiempos tristemente recortados.