lunes, 28 de mayo de 2012

EL LIBRO OLVIDADO. CAPITULO VII. CIENCIA Y RELIGION

La ciencia ha sido habitualmente considerada como la mayor enemiga de la religión. Es, en el preciso instante, en el que toda la sabiduría humana llega a su límite cuando las creencias religiosas toman el relevo y contestan, o por lo menos toman la forma de aparentes respuestas, a las interrogantes que escapan al entendimiento humano. Bien es cierto que ha existido una pugna entre ciencia y religión, una batalla mutua por imponerse, pero objetivamente no debemos considerar tal lucha como un principio ajeno a nuestra propia voluntad. Cuando el conocimiento humano iniciaba su andadura por el camino de los misterios insondables de lo desconocido, y demostraba que algunas ideas sostenidas por la religión eran falsas, fue entonces cuando se produjo la ruptura entre razón y fe.


En el momento en que se dio carpetazo a la cosmología aristotélica, con las ideas de Copérnico y Galileo, la Iglesia montó en cólera y las declaró claramente heréticas. La razón de tal miedo hundía sus raíces en los albores del pensamiento humano, siendo una reminiscencia más del pensamiento primigenio del hombre que de la propia intolerancia eclesiástica. Al fin y al cabo la religión actúa de conductor de los sentimientos más íntimos de los seres humanos. Cuando el hombre se dotó de una trascendencia notable y se convirtió en la creación más elevada de su particular Dios, también se construyó un entorno a la medida. La Tierra era el centro del Universo, pues no podía ser de otro modo, ya que cobijaba a la criatura más excelsa del poder divino. Cuando Galileo retoma la tesis de Copérnico y afirma que la Tierra gira alrededor del Sol, despoja sin piedad al hombre del centro de la creación. El monje dominico Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por declarar que el Universo estaba compuesto por un número infinito de soles y planetas que giran alrededor de ellos, y que incluso podrían existir otros mundos habitados. Esto suponía colmar el vaso de la paciencia, no sólo porque sucedía en el año 1.600, sino por que tal idea era el golpe final a la egolatría humana. Cada vez que el conocimiento despojaba al hombre de su privilegiada posición en su burbuja existencial, se producía la ruptura entre la cruda realidad y las aspiraciones ilusorias del mismo. La religión se utilizaba entonces como un escudo de protección ante tales agresiones, confiriéndole el poder suficiente para mantener a raya tales ideas por considerarlas enemigas de la fe, o lo que es lo mismo de las ilusiones de la humanidad. Habíamos construido, tal y como afirmaba Freud, todo un castillo de naipes a nuestra medida, en donde nos sentíamos los elegidos del Dios-Padre protector que nos garantizaba una continuidad de la vida tras la muerte. Mitigábamos nuestra incertidumbre porque creíamos que nuestras particulares ilusiones no admitían fisuras, pero la curiosidad humana es imparable y el desafió del conocimiento es  tentador. 


Después vendría Darwin y su teoría de la evolución que nos devolvía nuestra naturaleza animal, sepultada tras siglos de narcisismo trascendental. La ciencia nos iba mostrando las maravillas de la creación, sus más sugerentes dispositivos y su variabilidad casi ilimitada. Había pues que cambiar de estrategia. El mundo que nos contempla, toda su riqueza e intrincados mecanismos no son más que la punta del iceberg del conocimiento absoluto, pero es suficiente prueba de que nos hallamos sumidos en una realidad compleja y, a todas luces, espléndidamente inabarcable. El misterio del Universo y de la vida que nos rodea en nuestro propio entorno, tienen en común el hecho incuestionable de la complejidad. Una complejidad que funciona gracias a un engranaje preciso y lógico. Todo ese entramado que hace funcionar la maquinaria universal nos deja perplejos y a la vez maravillados. La ciencia en sí es el sesgado conocimiento que el hombre dispone de tal maquinaria y, aunque limitado, no deja por ello de ser lo suficientemente estimulante para despertar nuestra admiración más profunda.  Es aquí cuando entra en juego la idea de Dios. La religión deja de combatir en los frentes abiertos contra el conocimiento científico, formando parte del entusiasmo de los que abren los nuevos senderos de la sabiduría humana. Detrás de cualquier evento explicado por la ciencia se haya la firma del Todopoderoso. La grandeza del Universo y sus leyes dinámicas que posibilitan un orden imprescindible para su estabilidad, nos producen cierta perplejidad y atribuimos tales equilibrios cósmicos a una voluntad, pues, de lo contrario el caos dominaría al orden. Así Newton decía: “Esta elegantísima coordinación del sol, de las estrellas, de los planetas y de los cometas no puede tener otro origen que el plan y el imperio de un Ente dotado de inteligencia y de poder, que todo lo rige, no como el alma del mundo, sino como el Señor de todas las cosas, eterno, infinito, omnipotente, omnisciente.” 


Es evidente que al contemplar las estrellas en un cielo infinito, el hombre necesite saber la autoría de tan meritoria obra, de la misma forma que cuando observamos una pintura excepcional nos interesamos en saber quien a sido el pintor de tan interesante  creación. Pero, nuestra necesidad intrínseca de buscar siempre en todas las cosas a un elemento creador con voluntad, nos puede jugar una mala pasada. Después de todo, el Creador es solo responsable del inicio, pues sabemos que el Cosmos ha sido el resultado de un lento evolucionismo desde el primigenio Gran Estallido. Pero, esta consideración también tiene su oportuna contestación por parte de la religión, pues Dios está presente en todo el mecanismo, si no directamente si insuflando su aliento milagroso. Tan grandilocuentes tesis no tienen fundamento alguno, ni por supuesto pruebas evidentes de la existencia de un impulsor con voluntad propia que haya sido capaz de semejante hazaña. Vemos a Dios por medio de sus obras, pero sin la mayor evidencia. Es como si al contemplar la escena de un crimen pudiéramos describir a la perfección  las características de su autor sin necesidad de analizar las huellas y demás pruebas disponibles. En el hecho científico no hay absolutamente ningún fundamento de la existencia de una entidad personal de tal magnitud. Para ser un creador tan grandioso resulta excesivamente modesto.


Los eventos cósmicos, las estrellas, las galaxias, los cometas y la existencia de la propia vida es algo que nos desborda y que a duras penas podemos hallar una explicación racional, pero, tal explicación, es lo único que nos puede ofrecer ciertas garantías de verosimilitud. Sin embargo, algo falla en la perfecta coartada religiosa. El poder absoluto de la divinidad es incapaz de crear las cosas tal y como son, es decir, Dios inicia el impulso de la creación y después encarga su posterior desarrollo a unos engranajes evolutivos que nos conducirán a nuevas formas de materia. Esto es profundamente irritante para los que confían ciegamente en la omnipotente iniciativa divina. El problema que planteó la Teoría de la Evolución de Darwin fue el hecho incuestionable de que Dios no había creado a todas las criaturas de la Tierra en un solo impulso creador, sino que, a través de un lenta y progresiva transformación, las especies biológicas habían cambiando desde la noche de los tiempos, de las formas más simples a las más complejas. Linneo que estableció las bases de la clasificación de los seres vivos, introduciendo la nomenclatura binómica, manifestaba, entre admiración y veneración lo siguiente: “El Dios eterno, el Dios inmenso, sapientísimo y omnipotente, ha pasado delante de mí; yo no le he visto el rostro, pero el refulgir de su luz ha llenado de estupor mi alma. He estudiado aquí y allá las huellas de su paso en las criaturas y en todas sus obras, incluso en las más pequeñas. ¡Cuánta sabiduría, cuánta insuperable perfección en ellas!”. Es evidente que la contemplación del mundo produce admiración y, por ello, nos sentimos abrumados y aplicamos tal hecho a la trascendencia divina, pues es tal la complejidad que solo una voluntad podría acometer tal desafío. La respuesta fácil es el bálsamo de nuestras inseguridades. Como decía Teilhard De Chardin “creer es efectuar una síntesis intelectual”. Al fin y al cabo se trata de una cuestión de fe, y es evidente que quien no posee esa fe no puede responder con tales aseveraciones místicas a los grandes eventos del mundo que le rodea.


Es curioso que la creación más personal de Dios, el hombre, no sea sino el resultado de una evolución. Incluso, si tenemos en cuenta que es  un eslabón más  de una transformación, que nos puede convertir en seres de características diferentes dentro de un tiempo aún difícil de establecer, la imagen y semejanza se nos antoja inverosímil por no decir improbable. Hemos cambiado nuestro asombro por la creación en sí misma por el relativo al mecanismo. Transformamos  nuestro criterio según caen los dogmas intocables. Las innumerables odas al Todopoderoso en virtud de su poder, se han encaminado al microcosmos del engranaje que lleva impresa la creación. No admiramos el reloj en su aspecto exterior, sino a los resortes que le hacen funcionar.  La pregunta nos asalta de forma imperiosa: ¿Quién mueve los hilos que dan vida al Universo?. Darwin reflexionaba de la siguiente manera: “No puedo de ningún modo contentarme con mirar este maravilloso universo, y de modo especial la naturaleza del hombre, y concluir que todo es el resultado de una fuerza bruta. Yo tiendo a admitir que cada cosa es el resultado de leyes preordenadas... ¿Existe algún hecho, o siquiera la sombra de un hecho, que apoye la creencia de que elementos inorgánicos, sin cualquier ser orgánico, y especialmente bajo el influjo de las fuerzas conocidas por nosotros, puedan producir una criatura viviente? Hasta el presente un resultado tal es para nosotros incomprensible.” Estas palabras sirven de aliento para aquellos que cambiaron su reticencia ante la Teoría de la Evolución por cierta permisividad dogmática. Es decir, admitir la derrota que representaba el hecho incuestionable de que las especies no habían sido creadas tal y como se conocen hoy, y reconocer que el cambio evolutivo es una certeza fiable. Toda esta prueba de humildad a cambio, naturalmente, de encajar a Dios como fuera. No es el creador directo pero si interviene en los mecanismos. Pero, tal razonamiento, no es sino una huida hacia delante que no representa el más mínimo criterio de fiabilidad. Claro que, podría ser mucho peor, por ejemplo, dar una sola oportunidad al creacionismo y sus acólitos, prueba tangible de la pérdida absoluta de una mínima pauta, no ya racional, sino únicamente sensata.


El propio Darwin reconoce que admitir otros impulsores de la creación que no sean de naturaleza personal (se resiste a emplear la palabra Dios) resulta incomprensible. Por supuesto que es incomprensible, pero precisamente por tal motivo no podemos acomodarnos en la primera solución fácil que nos exima de nuestra propia curiosidad intelectual. Cuando no tenemos acceso a determinados conocimientos, forzamos la idea divina en nuestras más profundas limitaciones hasta el paroxismo más delirante. ¿Tan difícil es admitir nuestra ignorancia?. Ignorancia por otra parte justificable, en cuanto no sería justo ni lógico pretender que el hombre en su naturaleza limitada tenga el control absoluto del conocimiento global.

martes, 22 de mayo de 2012

EL LADO SINIESTRO DE DISNEY


"Esos miserables del colorín y la mermelada". Con estas palabras se refería Arturo Pérez-Reverte a la Compañía Disney en referencia al estreno de "El jorobado de Notre Dame", que le parecía toda una suerte de traición a la historia original perpetrada por Víctor Hugo. Olvidaba quizás el afamado escritor de que se trataba de una adaptación dirigida a todos los públicos, y es lógico permitir algunas licencias para neutralizar el final fatalista de la obra original. También debería de preocuparse el autor de tan populares novelas de las traslaciones a la gran pantalla de sus propios escritos. Pero, a pesar de esa dulcificación de "El jorobado de Notre Dame", la película de los estudios Disney, dirigida por Gary Trousdale y Kirk Wise, no estaba desprovista de ciertos tintes trágicos, por no decir abiertamente siniestros. El principio del film es soberbiamente contundente y esa persecución a caballo del Juez Frollo hostigando a la madre de Quasimodo, causándole la muerte y la tentativa del infanticidio no deja de ser una puesta en escena de lo más oscura. Ese personaje nos obsequia otras dos secuencias indicativas de esa soterrada maldad, la de las cucarachas y su comparación con los gitanos, aplastándolas con síntomas patológicos de un odio sin disimulo, y el número musical en donde expresa toda su lujuria y sentimiento de culpa por su pasión por Esmeralda.


A lo largo y ancho de la filmografía de Disney hay todo un repertorio de muertes cruentas, divididas principalmente en la de algún inocente (la madre de Bambi, la de Guasimodo, el padre de Simba) y en casi toda la totalidad de sus malvados, claros arquetipos del maquiavélico espíritu del rencor, que sufren el castigo final y la forma recurrente de arrojarlos al abismo, con el trasfondo del fuego o de alguna siniestra y aterradora tormenta. Algunas de esas muertes son la conclusión final de una lucha de estilizada violencia, el colorín y la mermelada de la que hablaba Pérez-Reverte al servicio de una puesta en escena de indudable mérito artístico. Basta con recordar esas batallas finales entre el bien y el mal de "La bella y la bestia" o de "El rey león".


No siempre la truculencia de lo siniestro se manifiesta en medio de una lucha cruenta, algo por otra parte muy consecuente, también existe cierto tono inquietante en el transcurso de alguna escena que a simple vista parecería inocua o de cierta falsa calma. Siempre me pareció turbador el momento de la partida de billar entre Pinocho y el "Polilla", por su encuadre en un juego de sombras y por anticipar al terror de la transmutación en asnos. Los protagonistas fuman y beben con displicencia, sin aparente preocupación, pero se percibe que esa atmósfera de humo y alcohol traerá consecuencias dramáticas. El hecho de presentarnos esa isla de los juegos, en donde los niños pendencieros son transformados en burros y vendidos como esclavos, ya es suficientemente insano.

La galería de villanos es lo bastante elocuente para mostrar ese afán por lo mórbido, sus intenciones y acciones los definen, casi siempre en un caudal obsesivo de singular inquina. Recuerdo la impresión que me producía la primera imagen de la madrastra de Cenicienta. En un plano que recorre el dormitorio y se sitúa sobre una cama con apariencia de guarida siniestra, se dibuja un rostro que lo dice todo, soberbio y lleno de malas intenciones, acompañado de la figura felina del gato Lucifer. El aspecto de Maléfica, el hada mala de "La bella durmiente", provista de un tocado en forma de cuernos, es en sí mismo un claro referente diabólico sin intención de disimulo. El doctor Facilier, el villano de "Tiana y el sapo", es un practicante de magia negra y experto vudú. Aunque no siempre los personajes antagónicos de los buenos han sido tan siniestros. Ursula de "La sirenita", independientemente de su lado oscuro, parece más bien el retrato de una cabaretera entrada en kilos y años. Cruella de Vil no es más que una excéntrica y extravagante. Yzma y su ayudante, de "El emperador y sus locuras" son demasiados histriónicos para dar miedo.


En 1933 Walt Disney estrenó un segundo cortometraje con Mickey Mouse como protagonista, "The mad doctor", en el que contaba la historia del secuestro de Pluto por un científico loco y sus intención de cortarle la cabeza y pegarla al cuerpo de una gallina, para ver que clase de animal saldría del huevo. Cuajado de sombras, esqueletos, trampas, murciélagos y no exenta de un claro y poco disimulado sadismo, el corto es toda una joya de la animación, que en su momento no fue autorizado para todos los públicos. Además pertenece a la memorable época del blanco y negro, la única que soporto del ratón Mickey, muy alejada de los insulsos pero "educativos" dibujos de hoy en día. Muchos años después, el espíritu de "The mad doctor", sería incluido en uno de los niveles del vídeo juego "Mickey Manía".

Enlazando con el tema que nos ocupa, recuerdo leer en los años 80 en "El Víbora" una historia de Max, en la que se narra un hipotético encuentro entre Walt Disney y H.P. Lovecraft, en la que el escritor de novelas de terror desafía al genio de la animación a que, si esa noche sueña con él, a cambio dirigirá una película con un guión suyo. Esta historia es bien conocida por el amigo Miquel Zueras, que en alguna ocasión la ha incluido en su magnífico blog. En una entrevista concedida a Zona Negativa el notable ilustrador, Francesc Capdevila, conocido como Max,  decía lo siguiente al respecto:

"Siempre me ha interesado la filosofía oriental. La que describe ese juego perpetuo de contrarios que se necesitan mutuamente para crear la dinámica de la vida: ying y yang. Además, encontré una magnífica treta narrativa en un libro de Gianni Rodari, Gramática de la fantasía, que ofrece toda clase de trucos a los que recurrir para poner en marcha historias cuando uno no se le ocurre nada. Es muy simple y siempre funciona: imagina dos cosas, o personas, o conceptos opuestos, júntalos y mira qué sucede. Así escribí “Musgo y mármol”, “El encuentro entre Disney y Lovecraft” y alguna más."

Quizás sea en "Fantasía" en donde el cine de Disney muestra más abiertamente sus múltiples rostros, que van desde el divertimento del baile de cocodrilos e hipopótamos en el fragmento de "La danza de las horas" de Ponchielli, al segmento más cursi y empalagoso con esos angelotes y dioses, en la puesta en escena de "La sinfonía pastoral" de Beethoven, pasando por el lado más tétrico con los pasajes de "La consagración de la primavera" de Stravinski, una incursión en una prehistoria feroz, y, sin duda, el momento más inquietante de "Una noche en el monte pelado" de Moussorgski.


Luces y sombras del cine de animación de los estudios Disney, en donde prima el propósito generalizado de ofrecer un producto destinado a un público muy determinado, que probablemente le encorseten en un tipo de intenciones claramente infantiles, pero en donde también se esconde entre las sombras un lado indudablemente siniestro, como en los cuentos infantiles. Algunos pensaran que esa intención es  exagerada, y, lo que aquí aparece como algo oscuro, no sea más que la penumbra intangible en el mundo ajeno al género de animación, forjado en la compañía de princesas y finales felices. Puede que sea así, pero no hay que olvidar que, para que exista la moraleja del final triunfante, es indispensable que, en el transcurso de la historia, aparezcan elementos inquietantes que den el suficiente juego a la trama.  Y esa fórmula es tan vieja como efectiva.





jueves, 17 de mayo de 2012

EL AEROPUERTO


Caminaba algo confuso entre los miles de coches que dormitaban en el aparcamiento casi infinito del aeropuerto. Cuando llegó a su plaza, observó con zozobra que su automóvil no se encontraba donde debería. Ya no estaba muy seguro de haberlo aparcado en ese lugar. Se atusaba los cabellos en un mar de dudas, mientras un avión rompía el silencio precario de aquellos cielos grises y plomizos. Pensado que se había equivocado, se dispuso a recorrer las cercanías esperando tropezarse con su coche. Pero pasaba el tiempo y no conseguía encontrarlo. Tomó su móvil para llamar al encargado del parking y contempló con cierta irritación que no tenía cobertura. Se maldijo y empezó a tener el presentimiento de que este no iba a ser su día. Entró al aeropuerto y se sentó en una sala inmensa, en donde transcurría un incesante ir y venir de sueños y maletas. Sacó su portátil para enviar un correo urgente y, cuando emergió la ventana de la contraseña, se percató aterrorizado de que no se acordaba. Un hombre que estaba sentado junto a él, al contemplar su inquietud, le dirigió unas palabras que no llegó a entender. Debe ser extranjero, pensó, pero su alarma llegó a límites insospechados cuando ni él mismo lograba articular ninguna palabra coherente. En lugar de ello, emitía unos sonidos guturales incomprensibles, lo que le produjo una gran angustia. El sudor comenzó a inundar su confuso rostro y, cuando el corazón se agitaba desbocado, se despertó. Desorientado, pensó que había tenido el sueño más extraño y confuso de su vida. Se levantó balbuceante y, aprovechando la luz de la hoguera, prosiguió decorando la cueva con una ilustración de la cacería de mamuts del día anterior.


jueves, 10 de mayo de 2012

EN EL SET DE RODAJE (II)


Marlon Brando localizando exteriores para "El rostro impenetrable". Antes, había despedido a Kubrick para ponerse al frente de la dirección, para el rodaje de un film narcisista para unos y obra no exenta de méritos para otros.

Richard Brooks parece recibir alguna advertencia de Burt Lancaster, aunque, para no cuestionar su autoridad, el director permanece unos peldaños más arriba en esa escalera en ninguna parte. El rodaje pertenece a la película "Los profesionales" con un reparto de lujo: Burt Lancaster, Lee Marvin, Robert Ryan, Jack Palance, Claudia Cardinale, Ralph Bellamy y Woody Strode.

Otra vez Richard Brooks trata de enseñar a Louis Calhern como defenderse de sus conflictivos alumnos en la mejor película sobre el género de rebeldía en el sistema educativo, "Semilla de maldad". Mientras, Glenn Ford se fuma un puro, esperando no tener que utilizar esas tácticas con alumnos tan díscolos como Vic Morrow o Sidney Poitier.

George Stevens se dispone a rodar lo que a la postre sería un fotograma inmortal del cine en general y de James Dean en particular. La película es obviamente "Gigante".

Cecil B. DeMille en pleno rodaje de "Los diez mandamientos", en la versión de 1923. Es el tiempo de los pioneros en los que el cine era en sí mismo una aventura.

Un descamisado Elia Kazan sitúa en plano a Albert Dekker, Raymond Massey y James Dean en "Al este del Edén", films intenso y dramático con claras referencias bíblicas.

En "Cortina rasgada" Alfred Hitchcock instruye a Paul Newman en como deshacerse de un incómodo agente de los servicios secretos del Telón de Acero. Una escena angustiosa, que nos ilustra la dificultad de matar a un enemigo con celeridad.

Henry Koster parece sujetar las riendas del caballo que monta un Marlon Brando, caracterizado como Napoleón, en la película "Désirée". Aunque, conociendo el carácter del actor, quizás a quién pretendía controlar el director no fuera al equino.

De cuando el cine era ajeno a los efectos digitales. Mervyn LeRoy observa el despliegue de medios en un incesante ir y venir de extras y técnicos, mientras se construye uno de los decorados de "Quo Vadis", a la mayor gloria de un inspirado Peter Ustinov.

Mike Nichols, en el rodaje de "¿Quién teme a Virginia Woolf?", da las oportunas instrucciones a Elizabeth Taylor y Richard Burton, dos personalidades abocadas en esa relación de amor-odio que tanto juego les dio a la largo de sus vidas.

El rey de rock en interesante charla con el director Charles Marquis Warren en un descanso del rodaje de "Charro", un esforzado western que no entusiasmó demasiado a la crítica, al igual que la barba de Elvis para sus incondicionales.


No, no es le Papa Ratzinger, sino Anthony Quinn y el director Michael Anderson en "Las sandalias del pescador", en una película que habla, como ahora, de una crisis internacional, provocada por una China con dificultades económicas de primer orden. Claro que eso era antes del "Made in China" y su poder emergente. Morris West, el autor de la novela demostró que lo suyo no era el arte de la profecía. 

Trío de ases, James Stewart, Henry Fonda y Gene Kelly en el rodaje de la película "El club social de Cheyenne", una simpática propuesta a caballo entre el western y la comedia.

 

lunes, 7 de mayo de 2012

LA GRAN TRAGEDIA


"César, guárdate de los idus de marzo". Esa profecía resuena en mis oídos desde este último sábado.Y no es que estemos en ese mes en concreto, pero puedo interpretarlo como la gran tragedia que se avecina. Es lo que tiene ser aficionado de un equipo de fútbol que tiende al drama excesivo, que gira siempre hacia el abismo más profundo, al más funesto de los destinos. Cuando en 1976 el Granada CF bajó a segunda división, categoría a la que no retornaría hasta el 2011, lo cierto es que me importó bien poco por no decir absolutamente nada. Es la indiferencia propia del que carece de pasión por algo. Por suerte o por desgracia, esto nunca se sabe y en eso se parece mucho al amor, hace ya muchos años que comencé por mantener una relación tormentosa por un escudo y unos colores con excesiva tendencia al fracaso. Un deseo imposible e imperecedero. Eso me recuerda al amor obsesivo y enfermizo de los protagonistas de "Cumbres borrascosas", que no pudieron consumar su pasión, pero que ese deseo continuó incluso después de la muerte. Como pueden observar, esto del fútbol, tiene un poder etílico que no te hace más que decir incoherencias. Pero, después de aquella mítica frase de Bill Shankly, "Algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho, mucho más importante que eso", ya hay poco que añadir a la locura que para algunos de nosotros representa el deporte rey. 

Esta penúltima jornada de liga estaba absolutamente encaminada hacia la permanencia en primera división, ganábamos al Real Madrid y el Zaragoza no pasaba del empate. Pero, en unos minutos dramáticos, todo cambió, nos empataron en un penalti absurdo e infantil y el equipo maño marcó el gol que, a la postre, le llevaría a la victoria. No obstante, lo peor estaba por venir, y es que un grupo de jugadores y directivos, emulando a los lemmings al borde del acantilado,  comenzaron a insultar al arbitro, e incluso un impulsivo, por no decir otra cosa más fuerte, Dani Benítez arrojó una botella de agua al colegiado. Teniendo en cuenta de que el trencilla de turno, aparte de la provocación de ser de Zaragoza, no tuvo ninguna influencia significativa en el resultado, pues fue el propio Granada CF es que se auto-inmoló, y que aún quedaba un partido final de trascendencia trágica con el Rayo Vallecano, no tiene ningún sentido que, desde el presidente hasta el utillero, todo el mundo pierda los papeles tan estúpidamente. 

 
Algo terrible se palpa en una brisa siniestra de perdición y derrota, algo intangible, una especie de incertidumbre ciega que se columpia en el alambre y con una espada de Damocles en su cabeza. Sé que, para el que no es aficionado al fútbol, todo esto puede parecer pueril, una nadería carente de interés. Una preocupación sin sentido. Es posible que tenga razón, pues no hay una explicación demasiado racional para las pasiones, que nos manejan y nos tratan como marionetas a la deriva. Pero no se puede evitar, es una trampa de sentimientos primarios que te atrapa y no te suelta. 
Mi ritmo cardíaco ya ha sufrido lo suficiente durante estos dos últimos años, con promociones de ascenso al borde del infarto, como para exponerme a esa caída libre y sin paracaídas que representa un partido a cara de perro. Así que, este próximo fin de semana, donde todo se decide, en el que la suerte estará echada, un servidor puede que con toda seguridad, escape del tumulto de los transistores y el poder hechizante del pasto televisado, y me esconda en algún lugar de evasión. Probablemente me meta en un cine de sesión continua y no salga de él hasta que la tragedia, o quien sabe si la gesta, se haya consumado. Será fácil adivinarlo, en el aire pueden sonar los ecos de la victoria o el sonido sepulcral de la derrota. Si John Huston, tan amante de los perdedores, hubiera sido de un equipo de fútbol a buen seguro hubiera sido del Granada CF, pues no hay nadie en el mundo tan abocado al infortunio. No se si acabaré igual que al final de "El tesoro de sierra madre", cuando habiéndolo perdido todo, ambos protagonistas supervivientes, se ríen a mandíbula batiente. Probablemente no, pero lo superaré, ya ha pasado otras veces.



viernes, 4 de mayo de 2012

LA CAJA DE PANDORA-MADE IN SPAIN

Crowley nos ofrece este mes de mayo una nueva entrega de su magnífica revista "La caja de Pandora" con el título de "Made in Spain". En este número tengo el honor de escribir un artículo sobre "La caza" de Saura, una película que me resulta muy emblemática en la cinematografía española y que ya incluí en "333 films impactantes" de otro buen amigo de la blogosfera, como es Lazoworks. En primer lugar, debo agradecer la confianza que me otorga Crowley al permitirme participar en este proyecto junto a tan brillantes firmas y, en segundo lugar, felicitarle por su fenomenal trabajo en una maquetación atractiva y muy bien elaborada. Les animo a que visiten "La caja de Pandora", que a buen seguro disfrutaran de su lectura. Gracias anticipadas a todos y aquí les dejo el oportuno enlace: