lunes, 27 de mayo de 2013

CUESTIÓN DE MÉRITOS

El Ministerio de Educación, a través de su programa Ramón y Cajal de ayudas a los investigadores, ha denegado a Diego Martínez Santos una beca, por considerar su curriculum poco relevante. Es lógico, al fin y al cabo el tal Martínez Santos sólo trabaja en el experimento del Gran Acelerador de Hadrones (LHC) del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) y ha sido nombrado recientemente como "Mejor físico joven de partículas de Europa". Una bobada sin importancia que no requiere la mayor atención.


lunes, 20 de mayo de 2013

MAZINGER Z, ESCONDIDO EN LA MEMORIA

Es curioso como los recuerdos de nuestra infancia se engrandecen con el paso del tiempo, se guardan celosamente como un tesoro y, en no pocas ocasiones, se constituyen como una realidad amplificada y mejorada de lo que probablemente fue. Cuando somos niños tenemos una percepción distinta, menos cartesiana que el adulto corriente, tendemos a ver lo extraordinario en lo corriente, y cada fotograma de nuestra vida es como un continuo descubrimiento. Quizás sea por eso por lo que el público infantil es más receptivo a la fantasía, a los cuentos, en definitiva a lo que va más allá de la simple realidad. Supongo que cada vez es más difícil mantener intacta esa ingenuidad en un mundo en constante movimiento, sumido en una tecnología que es superada en cada segundo, en donde el niño se ve cada vez más sumergido en ella, viviendo lo audiovisual con la misma facilidad con la que un bebé se amamanta de su madre. Una infancia adaptada a lo virtual, que se aleja cada vez más de los mecanismos que, a pesar de su carácter rudimentario, encierran en sí mismos el aprendizaje de lo sorprendente. Toda esta perorata viene a cuento de nuestra memoria que se arraiga, precisamente, a lo visual, al cine y la televisión que impactó en una generación anterior a la era informática, a los móviles y a los coches eléctricos.
Muchos de los niños que nacimos a mediados de los 60, y disfrutamos de nuestra infancia en los 70, tenemos muchos símbolos de aquellos años, de los que nos forjaron nuestra particular fantasía, de los que nos servían de instrumento para nuestros particulares juegos de calle, una calle que era vivida con más intensidad, a través del barrio, un territorio con entidad especial, con fronteras y con normas cercanas. Uno de esos iconos fue sin duda alguna Mazinger Z, la serie de dibujos que nos pegó al televisor como si de un ritual se tratase. Acostumbrados a otro tipo de animación, más infantil en algunos casos y en otros más divertida y acertadamente gamberra, la llegada del anime japonés del robot legendario nos dejó a toda la chiquillería con la boca abierta, deseosos de contemplar cada nuevo episodio y recrearlo después con los amigos en la calle, dando buena cuenta de un trozo de pan con chocolate. El esquema era simple, nuestro héroe metálico, manejado magistralmente por Koji Kabuto, se enfrentaba en cada episodio contra uno o varios robots malvados, los conocidos como brutos mecánicos, enviados por el Doctor Infierno y sus secuaces, el Barón Ashler o el Conde Brocken. La trama se reducía a eso y se barnizaba con la menor o mayor dificultad de la misión. No había más, y su carácter rudimentario, se infiltraba suavemente en nuestras mentes, con la misma simplicidad que el de una pelea física. En realidad, en cada capítulo asistíamos a un evento deportivo, de lucha libre, de boxeo, entre rayos fotónicos, fuego de pecho y puños fuera.

Pero, el tiempo tiene algunos problemas añadidos y el cambio de perspectiva es irremediable. Un consejo para todos los que guardan celosamente su recuerdo de Mazinger Z, sería el de no acercarse ni de lejos a la mítica serie de los 70. Para los que lo hayan hecho ya, se habrán encontrado con una animación muy decepcionante y con unos guiones poco trabajados. El efecto de desengaño les producirá a buen seguro una desazón que sólo podrán combatir con el recuerdo de lo que parecía una cosa bien distinta. Así que nos encontramos con un fragmento de la memoria que merecía mejor suerte, en una nueva adaptación que cumpliera con las aspiraciones de aquellos niños que rozan hoy en día casi el medio siglo de vida. Una nueva serie que nos ofreciera una animación trabajada y una historia más elaborada pero que no rompiera el mito. Y el deseo parecía cumplido, cuando Yasuhiro Imagawa nos ofreció en 2009 una nueva serie de 26 episodios, perfectamente remozada del mítico robot con el título en España de "Mazinger Z, Edición Impacto", que ya anuncié en su día en La Guarida, siendo para mi sorpresa una de las entrada más leída. No obstante, no hay que llevarse a engaños, ya que no se trata exactamente de un remake de la serie de los 70, aunque la cosa tiene su trampa, naturalmente.


Y digo que tiene algo de tramposa la propuesta, porque utiliza algunos de los resortes de su antecedente de los 70 para enganchar al aficionado nostálgico. De hecho, intervienen todos los personajes de la serie original sumados a otros nuevos,  pero inmersos en un universo de una complejidad más que notable. Seguramente, los nuevos autores de este Mazinger Z, pretendían dotar a su creación de todas las carencias que tenía la criatura perpetrada por Gō Nagai hace unas cuantas décadas. Pero el problema radica en que la historia es un despropósito difícil de seguir, con mezcla de mitología  clásica y otros argumentos, pero muy confuso, como si se improvisara en cada fotograma. Si a eso añadimos que el personaje principal, Mazinger, pasa casi a un segundo plano, en algunas ocasiones desaparece literalmente, quedando sus batallas con brutos mecánicos muy fragmentadas y difusas, ya tenemos el desastre absoluto. Se prescinde de lo que realmente impactó a aquellos niños de los 70, lo que provoca un sentimiento de traición hacia el mito original. Que le faltaba sustancia era más que evidente, pero no se puede sustituir una cosa por otra, no se puede cambiar una intriga enrevesada por lo que constituía el alma de la serie, sus míticos combates, los que quedaron en el recuerdo. Es una decepción que nadie haya reparado en ello y que las peleas con Brutus M3, Jinray S1 o Garada K7, hayan quedado sepultadas en el mar de la confusión. Y es una verdadera lástima, porque la animación es digna de mención, mereciendo mejor resultado en su desarrollo argumental. No hay demasiada tensión dramática en los combates, porque son continuamente interrumpidos por molestos flashback, que proliferan por doquier, con tramas y subtramas que se cruzan y un sentido del humor a veces excesivo. Poco importa que su autor, Go Nagai, haya recogido diversas ideas de su universo particular y de otras creaciones, fusionándolas en esta especie de galimatias, porque el hecho primordial es que lo que funcionó era lo suficientemente bueno para haberlo respetado, admitiéndose un enriquecimiento de la idea, pero no un borrado sistemático del esquema. El peso del cambio es un lastre y se hace tremendamente difícil seguir la serie hasta el final, a no ser que te armes de una paciencia infinita.

Creo que casi todos los aficionados a Mazinger Z nos alborotaríamos de emoción ante una adaptación cinematográfica. Los éxitos de la saga "Transformers" y la expectación que se está produciendo ante el último trabajo de Guillermo del Toro, "Pacific Rim", podrían indicar que sería el momento propicio. Los rumores en internet  hablan de una compra de los derechos cinematográficos, en un primer momento en manos de MGM, por parte de Dreamworks y Columbia Pictures. Spielberg estaría en la producción y se rumorea que la dirección correría a cargo Len Wiseman, Zack Snyder  o Stephen Sommers. No obstante, mis dudas al respecto son muchas y, no cuestionando que la información sea veraz o no, me permitirán que muestre cierto escepticismo, fundado, entre otras cosas, por el escaso éxito que la serie tuvo en los EEUU, en la que se llamaba Tranzor Z y cuya emisión fue algo caótica. Lo único que empujaría a la industria norteamericana a producir semejante film sería  la suculenta taquilla que podrían obtener tanto en Europa como en Japón. El propio padre de la criatura, Go Nagai, hablaba de una adaptación en imagen real, no se sabe si como serie de televisión o película, en una coproducción entre el viejo continente y el país nipón. Pero no hay nada más evidente que el escaso eco de estas noticias, prueba evidente de que se trata de simples promesas lanzadas a los cuatro vientos, cuando no directamente bulos sin fundamento. Habrá que esperar acontecimientos, deseando que alguien sea capaz de llevar a buen puerto la idea que todos tenemos del mito, en ese rincón de nuestra memoria, que atesoramos como un patrimonio innegociable de nuestra nostalgia.



lunes, 13 de mayo de 2013

HISTORIA DE UN LIBRO

Hace mucho, mucho tiempo, cuando los dinosaurios andaban despreocupados por nuestro planeta... Bueno, realmente no hace tanto, aunque, recordar los momentos en los que el servicio militar era obligatorio, parece un ejercicio de retroceso en el tiempo algo notable para la vida de un simple mortal. Andaba yo por aquellos años realizando la popular mili y me encontraba destinado en unas oficinas, con múltiples funciones que realizar y el suficiente tiempo para lo que se denominaba por entonces  "escaqueo", o sea el arte de hacer lo menos posible. Una de mis tareas era la de pinta monas, es decir ocuparme de los diseños y dibujos que los mandos me encargaban. Recuerdo aquella mesa estupenda de dibujante profesional en donde me pasaba el día haciendo monigotes y dormitando también, justo es reconocerlo. Era el encargado de la fotocopiadora y no eran pocos los que acudían con libros, planos y demás documentos. Un día apareció el soldado encargado de la biblioteca de oficiales y, después de realizar algunas fotocopias, arrojó de forma despreocupada un libro a la papelera. "¿Pero que haces?", le increpé, "¿cómo tiras un libro a la basura, estás loco?". El tipo en cuestión, con expresión anodina, me contestó: "Me han dicho que lo tire, está viejo". "¿Puedo quedármelo?", le pregunté, y, ante el encogimiento de hombros, entendí que le traía al pairo, así que no lo dudé y tome aquel libro como el que recoge a un perro apaleado y abandonado. En efecto, el libro tenía ya sus años, era concretamente una edición de 1955 de "Ciudades muertas, pueblos desaparecidos" de Gordon Cooper, un escritor y viajero escocés. El título en si mismo era una especie de presagio del destino que le podía haber esperado.  En sus manchadas y gastadas páginas se podía adivinar el trascurso del tiempo, la experiencia vivida y, como en los buenos vinos, el poso de los años le convertían en una pieza humilde en su formato, pero grande en cuanto a su significado. Un superviviente que rescaté de una papelera y que desde entonces ha sido para mi un libro especial. Recuerdo como lo oculté en mi taquilla y, teniendo en cuenta que el único libro permitido era el "Manual del soldado" y, que de sorprenderme con un libro extraído de la biblioteca de oficiales, me podía traer más de un quebradero de cabeza, me sentí como en tiempos de la clandestinidad, como cuando tener un ejemplar de "El capital" podía ser un riesgo más que considerable en la España del franquismo. 


lunes, 6 de mayo de 2013

LA POLITICA Y EL MIEDO


Ha sido una noticia impactante, un parado en Italia, debido a  su frustración económica, pretendía asesinar a algún político, supongo que al primero que se pusiera a tiro. Lo malo del asunto es que, quién se interpuso entre sus balas y su hipotético objetivo, fue la policía y una mujer embarazada, lo que convierte todo el asunto en un negro esperpento de una situación social más que delicada. No ha terminado de gustarme la tira cómica que a continuación publico, quizás porque, cuando estaba elaborándola, me he acordado de otros tiempos, en los que los políticos si eran el blanco de algunos necios que pretendían imponerse entre vísceras y sangre. La monstruosidad del tiro en la nuca o la cobardía de la bomba lapa, toda una galería de intolerancia nauseabunda. Sin embargo, la finalidad es ilustrar una situación algo diferente, aunque en su raíz puede ocultar otro tipo de estulticia.
Puede ser que tan desquiciado acto despierte las simpatías de algunos, de los que piensan que la clase política se merece un buen escarmiento, que la corrupción y la incompetencia pueden ser más que simples palabras, que bajo su significado se esconden los dramas de muchas familias, en la más absoluta desesperación. También es posible que bajo el ala de esa disconformidad, aniden también los que son de la opinión de que los políticos son prescindibles, como si esa entelequia pudiera hacerse realidad. Cuando se pretende acabar con con esa clase dirigente, se insinúa que los sustitutos del tal sistema serían una especie de ángeles custodios, cuando tan políticos son unos como otros. Las dictaduras no los eliminan, tan sólo erradican, entre otras cosas, la libertad en todos sus aspectos. Es una idea algo difundida en la calle de que,  un sistema férreo, termina acabando con la corrupción, cuando en realidad solo se trata de ocultarla y de cercenar la voluntad de quienes pretendan denunciarla. El dicho popular de "esto con Franco no pasaba" es bastante indicativo, aunque debería ser sustituido por "esto con Franco no se difundía", que es una cosa radicalmente distinta. Un buen tratamiento contra este ingenuo error sería una revisión del clásico de Berlanga "La escopeta nacional".
Hay que respetar a la clase política, porque salvo que un día alcancemos cierto grado de utopía, no se puede construir una sociedad de otra manera. Lo que hay que considerar es la cimentación de un sistema lo menos corrupto posible, porque, siendo realistas, no hay forma humana de extirpar tal defecto del carácter de los hombres. Sinceramente quién no sería capaz de meter la mano en la cinta transportadora imaginaria en la que circula continuamente el vil metal. Recuerdo un chiste de un tipo que visita a un amigo político y se queda asombrado por el nivel de vida de éste. Una gran casa, un buen coche y mucho lujo le hace preguntarle, "¿De dónde has sacado todo esto?". El político le responde "¿Puedes ver aquella autovía de 6 carriles?, pues de ahí". El tipo vuelve a su casa y se hace con un cargo de responsabilidad en el gobierno. El amigo de la gran casa y el buen coche le devuelve la visita de cortesía y observa que también nada ahora en la abundancia. Le pregunta, "¿De dónde has sacado todo esto?". El nuevo político le dice, "¿Puedes ver aquella autovía de 6 carriles?", "No, no veo nada", le responde. "Pues de ahí".
En situaciones desesperadas suelen emerger soluciones desesperadas, pero, cuando esto ocurre, el término solución se transforma en alienación. "Con la promesa de esas cosas, las bestias alcanzaron el poder, pero mintieron, nunca han cumplido sus promesas y nunca las cumplirán", decía  Chaplin en su célebre discurso de "El gran dictador", equiparable a aquel de Burt Lancaster en "Vencedores o vencidos" que trataba de justificar lo inexplicable y contestado por la contundente condena del juez, Spencer Tracy, con estas acertadas palabras: 
"Pero este juicio ha demostrado que durante una crisis nacional personas normales, incluso hombres capaces y excepcionales, pueden engañarse a si mismos hasta cometer crímenes tan espantosos e ingentes que rebasen cuanto pueda imaginarse. Nadie que haya asistido a este juicio podrá olvidarlos nunca. Hombres esterilizados a causa de sus ideas políticas, la amistad y la confianza cruelmente escarnecidos, el asesinato de niños… Con cuánta facilidad sucede. Reconozco que también en nuestro país hay quienes hablan de la protección de la patria, de supervivencia. Llega un momento en que todo país debe tomar una decisión en el preciso momento en el que el enemigo se aferra a su garganta. Entonces parece que el único medio de sobrevivir es emplear los medios del enemigo. Hay que sobrevivir como sea, por encima de todo, sin escrúpulos. En tal caso, yo me pregunto: ¿Sobrevivir como qué? Una nación no es una roca, tampoco es la prolongación de uno mismo. Es la causa que defiende, es aquello que defiende cuando defender algo es lo más difícil."
No pienso ni por asomo que la circunstancias actuales tengan cualquier parecido con aquella realidad terrible. No es el mismo momento histórico, ni tampoco nosotros somos los mismos hombres, somos el resultado de otra época, de otros condicionantes, y toda referencia a ese pasado es sin duda exagerada. Por eso, tildar a los que practican el escrache de nazis es una estupidez y, sobre todo, una ofensa a los que si fueron perseguidos hasta la muerte por tan despreciable ideología. Supongo que a algún que otro superviviente del gueto de Varsovia esta comparación le resultará no solo una soberana tontería, sino una ofensa incuestionable. Y es que, en no pocas ocasiones, las comparaciones que pretenden impactar para llamar la atención, comenten un acto impropio de cualquier mente que se considere racional. Pero, estando muy lejos de aquel nefasto pasaje de la historia, si debe preocuparnos el surgimiento de algunos partidos extremistas que están alcanzando cierta representatividad en algunos países, léase el caso de Grecia, que en sus primeros pasos de su recientemente estrenada actividad política ya han demostrado su calaña. No obstante, algo está pasando en nuestra sociedad, aunque tenga la apariencia de hechos aislados. El escrache, suicidios por desahucios y el incidente de Italia son indicativos del momento de incertidumbre que una clase política, perdida en la inmensidad de sus desaciertos, parece sumida y sin remisión.
No me gusta que los descontentos por una situación desgarradora acudan al domicilio particular de los políticos, no me gusta que se haya optado por un camino sin retorno por parte de los desesperados, un camino que empieza a oler a muerte, no me gusta que algunas ideologías repugnantes, que permanecían agazapadas, aprovechen la situación para hundir en la sociedad sus garras de odio e intolerancia y tampoco me gusta que los políticos se alejen cada vez más de la calle, que se sumerjan en su particular mundo de macro-economía, que se aislen en su búnker de las grandes medidas de pequeños resultados. No me gusta el futuro, porque cada vez parece menos futuro y, finalmente, no me gusta el pesimismo, porque oculta en sus entrañas una salida que a buen seguro existirá, no puede ser de otra forma. La vieja Europa camina dando tumbos y su viejo esqueleto parece desmoronarse, quizás por que su cabeza pretende ir a una velocidad que sus extremidades no pueden asumir. Puede ser el momento de pararse a pensar, de unificar criterios y coordinar un movimiento más acorde con el cuerpo, un movimiento sin precipitación que sepa esperar a que la sangre recorra los infinitos rincones de su anatomía. Y esos políticos ineficaces e incompetentes tendrán que cambiar o ceder el paso a otros con mejores ideas, porque al fin y al cabo no nos podemos permitir bajo ningún concepto un nuevo orden. No nos podemos permitir otro incendio del Reichstag y mucho menos una noche de los cristales rotos. Seguramente no será así, no es el momento ni el lugar, pero nunca puede ser malo recordar, es el patrimonio de la memoria y en su aplicación moral se encuentra su mejor arma.