jueves, 28 de agosto de 2014

DARTH VADER, ANGEL CAÍDO O PSYCHO-KILLER

Creo haberlo manifestado en alguna que otra ocasión y, aunque probablemente sea una obviedad o más bien una perogrullada, es evidente que el personaje central de Star Wars es Darth Vader. Al principio parecía un villano al uso, un secundario bien definido y con personalidad que pondría en jaque a los buenos de la película. Años más tarde, cuando Lucas rodó las precuelas, la historia daba un giro considerable, enfocando la atención en el personaje central que no era otro que Anakin Skywalker, el que a la postre sería el mítico Darth Vader. Hace unos días leía una entrada sobre asesinos enmascarados en el blog Al cine con Sara, en el que hablaba de Jason, Michael Myers y Leatherface entre otros y no pude evitar que se me viniera a la cabeza Darth Vader que, además de ser enmascarado, también cumplió como autor de diversas fechorías que le llevaron al crimen, en algunos casos abyecto.
Nuestro peculiar amigo, con dificultades respiratorias, comenzó siendo un niño algo cargante y encantador, dispuesto a ofrecer ayuda a quien lo necesitase. Yoda, que sabe más por perro que por viejo, aunque tiene más años que Matusalén, ya advirtió, pese a la profecía que lo daba como portador del equilibrio en la fuerza, que había mucho miedo en él, y ya saben a que conduce el miedo, a la ira y al odio, o sea al lado oscuro de la fuerza. Y tenía más razón que un santo, porque Anakin fue desarrollando su mal carácter con el paso del tiempo, convirtiéndose en un joven ciertamente vehemente al principio y con una clara tendencia al enojo descontrolado. Su bautismo de sangre en plan psycho-killer transcurrió en "El ataque de los clones", en donde, como venganza por la muerte de su madre en manos de los conocidos moradores de las arenas, los tusken, dio buena cuenta de un poblado entero, pasando a cuchillo, bueno mejor dicho a sable láser, a niños, mujeres y todo bicho viviente. Un hecho que me recuerda poderosamente a una historia real, protagonizada por un desquiciado General Custer en la conocida batalla de Río Wichita, donde masacró un poblado indio arapahoe, matando hombres, mujeres, niños y caballos. Todo un referente a las películas del oeste ya de sobra conocido. 
En "La venganza de los Sith" confirmó su mal carácter cortándole la cabeza a un vencido y arrodillado Conde Dooku, arengado por el Canciller Palpatine. Ya estaba a un paso de pasarse al lado oscuro, que sería confirmado por su participación en la eliminación de todo jedi que se cruzase en su camino, incluidos los jóvenes aprendices, unos angelicales niños de los que no se apiadará. Si hay que ser malo, se es con todas las consecuencias. Ya por esos momentos se le va cambiado la mirada, se le adivina cómo la mala uva le recorre las venas. Después se dirige al planeta Mustafar, donde eliminará a un pardillo como el Virrey Gunray y al resto de separatista que inició la conspiración de "La amenaza fantasma". En tan fogoso planeta tendrá lugar su primer duelo con su maestro, un sorprendido y superado por los acontecimientos Obi-Wan, que lo dará por muerto, aunque en realidad asistiremos al surgimiento del Darth Vader enmascarado que nos impactó allá por los años 70. 

En la primera entrega de "La guerra de las galaxias", el tiempo ha pasado, pero Anakin no ha menguado en cuanto a su mal carácter. En una escena de la película, el Almirante Motti  se vanagloria del poder de la Estrella de la Muerte, haciendo mofa de los cuentos de brujas sobre la fuerza de Lord Vader. El arrogante personaje, al que ayuda el actor que lo encarna y el doblaje, no sabe con quién se juega los cuartos y no tardará en sufrir un ahogamiento inducido por los poderes un tanto peculiares de nuestro personaje. Menos mal que andaba por ahí Van Helsing, mejor dicho Peter Cushing, que detiene la mano ejecutora. No obstante, en el futuro, Vader mostrará un vicio insano por ejecutar a sus comandantes. Antes se vengaría de su viejo maestro, mandando al otro barrio a Obi-Wan, aunque fuera más bien una auto inmolación. 

Después llegaría "El imperio contraataca", dando rienda a su peculiar sentido de la disciplina. El almirante Ozzel comente un error de estrategia en la previa a la batalla del planeta helado de Hoth, matándole a distancia y a través de un monitor, donde un compañero de armas mira de reojo el que podría ser su futuro en caso de cometer el menor desliz. Algo que si haría el capitán Needa, al perder en plena persecución al mítico Halcón Milenario. Los aficionados siempre recordaremos la escena en el que tan desdichado oficial dice con voz firme, y a la ver temerosa, que acudirá a Lord Vader a presentarle sus disculpas. A continuación la película nos ofrece su figura que cae al suelo agonizante y una voz rotunda (en España el gran Constantino Romero) que dice: "Disculpa aceptada, Capitán Needa".


Sería en "El retorno del Jedi", donde nos encontraríamos ya a un Darth Vader algo más aplacado en sus ánimos y tendencias psicópatas. Comienza a resquebrajarse su fe en el lado oscuro y su inquebrantable adhesión al Emperador. Dicen que la vejez relaja mucho, que uno se hace menos entusiasta, que los impulsos primarios dejan paso a la reflexión y a la experiencia adquirida. Nuestro personaje analizado no es ajeno a eso, motivado quizás por la presencia de su hijo, Luke Skywalker, quien se encargará de minarle poco a poco la moral, hasta el punto de llevarle a la encrucijada final, ese duelo crepuscular casi eterno en el que será vencido al fin. Su última ejecución será la del mismo Emperador, en un acto surgido de la duda, de la ambigüedad y, en definitiva, un regreso al niño que fue, aquel que un día ganó aquella legendaria carrera de vainas en Tatooine, allá por el Episodio I. Claro que también podría ser un acto de despecho, ya que el dictatorial Palpatine quería jubilarlo y sustituirlo por su vástago. Sea como fuere, lo cierto es que después, como confirmación absoluta de su vuelta al redil, se despojará de su máscara, a sabiendas que morirá, pero dejando un recuerdo imborrable, la figura oscura y legendaria del lado oscuro de la fuerza.


miércoles, 20 de agosto de 2014

HOMBRES APARCADOS

Este blog otrora fuente de inspiraciones sublimes, cuna intelectual sembrada de debates sesudos, faro espiritual que guía a los perdidos, descubre en verano su verdadera calaña. Seamos honestos, tampoco podemos alimentarnos continuamente de trascendencia, de vez en cuando hay que hablar de lo trivial y cotidiano, además de que mi musa, de grandes reflexiones, anda de botellón veraniego por alguna playa repleta de anglosajones aficionados a los saltos de altura y al bebercio. Hasta bien entrado septiembre me ha dejado tan vacío como una cáscara de nuez, y mi única neurona anda como loca intentando mantener las indispensables funciones cerebrales, las justas para caminar, alimentarme y encender el aire acondicionado. 
Un vídeo me ha hecho pensar sobre las diversas formas de comprar que tenemos los seres humanos y las diferencias, más que evidentes, que existen entre hombres y mujeres. Si usted anda enfrascado en su habitual compra en un supermercado y siente una ráfaga delante de sus narices, podrá vislumbrar un carrito de la compra que se desplaza a gran velocidad. Pues ese soy yo, un especialista en realizar la compra de forma rápida y más o menos eficiente. Me conozco todos los rincones y donde se ubican todos los productos, así que no me resulta complicado realizar una compra relámpago. Tan acostumbrado estoy de tan arraigado ritmo, que cuando voy en compañía de mi mujer se dan situaciones abonadas a la discusión. Porque ella se detiene de forma pausada delante de las innumerables estanterías, como si se encontrara frente al Muro de las lamentaciones. Hay un choque de trenes, uno de alta velocidad y un ferrocarril de carbón subiendo por Despeñaperros. Además, se atreve a variar la compra establecida habitualmente y con gran raigambre, una tradición mancillada por la iniciativa. Esto me deja en mal lugar, lógicamente, transformándome en una especie de Sheldon Cooper de las compras, el personaje maniático de la afamada serie "The big bang theory". Naturalmente yo me tomo todo el tiempo del mundo a la hora de consumir, sobre todo si se trata de libros, películas o cómics, pero me aburre soberanamente la compra de productos de primera necesidad. No quiero ni contarles lo que me supone la compra de ropa, que aún me desespera más. De hecho, cuando fui a comprarme el traje de novio, tardé unos diez minutos, el tiempo que gasté en probarme el primer modelito, y hubiera tardado otros diez más si me hubiera casado allí mismo.
Se pueden imaginar lo que me desespera ir de tiendas de ropa con mi mujer, como se me escapa la vida entre pasillo y pasillo, entre eternas elecciones de faldas, pantalones y blusas. "¿Qué te parece este?", me pregunta ella. "¡Monísimo!", contesto yo de forma concisa pero poco creíble. Intento utilizar ese término algo femenino y cursi, pero se adivina la argucia y no cuela. Antes me aburría frente al probador, ahora me estreso porque me dedico a perseguir a mi hija pequeña que se desplaza como una loca entre perchas cargadas de ropa, perdiéndose de vista en cada giro.
Esta perorata viene a cuento por un vídeo que circula por la red. Se trata de la campaña de abonos orquestada por el Granada C.F. para la temporada que viene, a la que por cierto, le quedan pocos días para su inicio. Se trata de un anuncio titulado "Hombres aparcados" que ha levantado cierta polvareda por ser considerado machista. A mí simplemente me parece divertido y, aunque es cierto que es algo estereotipado, no hay que tomarse las cosas a la tremenda. Tiene algo de verdad y también de exagerado. Ni a todos los hombres les gusta el fútbol y odian las compras, ni las mujeres en general desprecian el deporte rey, aunque la mayoría sí que adoran ir de compras, supongo yo.

jueves, 14 de agosto de 2014

CAERSE DE LA CAMA

Alguno se habrá preguntado cómo es posible que, mientras dormimos, tengamos la habilidad o facultad de no caernos redondos al suelo. De qué barrera invisible nos impide hacerle el juego a la ley de la gravedad. Los especialistas en el asunto, que no son los vendedores de colchones, sino los investigadores del sueño y los neurólogos afirman que, nuestro cerebro, es capaz de poner en funcionamiento un mecanismo de seguridad que nos impide precipitarnos sobre la mesita de noche. Durante el sueño se produce una hipotonía muscular que reduce el movimiento, aunque esto no es cierto del todo, pues existen individuos que durante su reposo nocturno se mueven más que Tony Manero en un concierto de los Bee Gees. Podemos aceptarlo como norma general y que, además, nuestro cerebro, de forma automática e inconsciente, es capaz de asimilar las medidas de cualquier cama, para establecer una especie de límites imaginarios que no deben de ser traspasados. A mí, en particular, estas teorías no me seducen demasiado, siendo más partidario de otra más imaginativa y osada. No nos caemos de la cama porque, en nuestra memoria genética, recordamos cuando éramos monos y dormíamos sobre los árboles sin precipitarnos al vacío. 
Gracias a esta última propuesta he llegado a la conclusión de que mi hija de 3 años, Martina, ha dado un salto a la evolución que los científicos aún ignoran. Prefiero que sea así, por el bien de la niña y que no sea tratada como un fenómeno. Porque estamos ante el primer "homo cósmicus". Mi hija ha dejado atrás ese gen antediluviano y marcha decidida en pos de conseguir un record Guinness de caídas de la cama. En poco menos de 15 días ha conseguido despeñarse en varias ocasiones, poniendo en peligro su integridad física y la salud mental de sus progenitores. En uno de esos impactos contra la superficie le salió un enorme chichón en la frente que pudo ser menguado con algo que me recordaba a los viejos tebeos de Zipi y Zape, el árnica, que ahora viene presentado como si fuera un lápiz de labios y que, una vez aplicado, reduce sensiblemente la hinchazón. A pesar de este remedio eficaz hubo una llamada al servicio de urgencias, informándonos amablemente que si la niña no tenía mareos, somnolencia o vómitos es que estaba más sana que una manzana. Y así fue, no hubo más complicaciones. A los pocos días, a la intempestiva hora de las cinco de la mañana, la buena mujer en miniatura tuvo la gentileza de precipitarse una vez más contra el sufrido suelo de su dormitorio. Esta vez se hizo un fenomenal corte en la barbilla y papá, en un estado entre el shock y la narcolepsia, la llevó al servicio de urgencias, en donde le aplicaron una especie de pegamento milagroso para cerrarle la herida. De haberle tenido que poner puntos, se tendría que haber contado con la participación del cuerpo de bomberos para poder sujetarla, pues Martina aún piensa que cuando va al médico le van a practicar una especie de exorcismo o algo peor.

Estos distraídos acontecimientos provocaron un interesante debate entre papá y mamá, sobre lo conveniente de ponerle en la cama, a nuestra kamikaze nocturna,  una especie de valla protectora de quita y pon. Idea que fue apoyada por la abuela y a la que yo mostraba ciertas reticencias, pues me imaginaba a Martina intentando sortearla cual inmigrante melillense. "La va a intentar saltar y caerá de mayor altura", advertía mi espíritu desconfiado. "No creo yo", afirmaban cándidamente mujer y suegra en un coro de confianza basado en una lógica inexistente. Dicho y hecho, esa misma noche nuestra experta en fugas, nuestro Clint Eastwood de Alcatraz, intento saltar el vallado cayendo de cabeza al abismo. Llantos, plantos y endechas de la accidentada y padres al rescate. Afortunadamente esa noche tenía una especie de coleta-moño que amortiguó el golpe, quedándose en un susto y en una interminable sesión de preguntas, formuladas regularmente: ¿niña estás bien?, ¿niña estás mareada?, ¿niña tienes sueño?, ¿niña tienes ganas de vomitar? He pensado otro nombre para esta nueva especie humana, el "homo caidus" o directamente "ecce homo". Descartada la idea de comprar una jaula o una cuna con techo, hemos optado por situar el colchón en el suelo como medida provisional. Ya no se puede caer de la cama, salvo que su masa corporal sea capaz de atravesar el suelo y acabe en el piso de abajo, donde vive un chino que se  quedaría  con los ojos redondos como platos si una niña atravesara su techo de forma inesperada. 


lunes, 4 de agosto de 2014

CARTELES DE CINE AFRICANOS

En pleno auge del alquiler de vídeos, entre los años 80 y 90 en occidente, una vez superados los balbuceantes inicios, era un hecho rutinario el contemplar cómodamente en el salón de tu casa una película al capricho del consumidor. Los videoclubs crecían como setas y era frecuente que en cualquier barrio florecieran más de uno, siendo un negocio rentable a juzgar por la proliferación de los mismos. No obstante, en algunos lugares del mundo la cosa no era tan sencilla y una precariedad tan evidente fue subsanada a base de ingenio e iniciativa. En Ghana se inventaron un método para llevar las películas a pueblos y aldeas. Vetustas furgonetas equipadas con una pantalla de televisión y un vídeo iban recorriendo la geografía del país africano, llevando el cine de la época a todos los rincones. Iban provistas además de un generador eléctrico, asegurándose que no habría problemas, dada la condición de las infraestructuras de aquellos tiempos. Naturalmente, las distribuidoras de aquellas cintas de vídeo tan viajeras no facilitaban los carteles originales, lo que improvisó que una serie de artistas locales se atrevieran a ejecutarlas, pintando muchas de ellas en fundas de sacos. En algunas ocasiones el ilustrador había visto la película y la interpretaba a su manera. En otras le habían contado el argumento y la imaginación hacía el resto. Es evidente que en algunos casos, tenían una vaga idea sobre la historia de aquellas películas. El resultado fue una colección de carteles de cine de lo más sugerente, con un estilo inconfundible que no se puede juzgar en sentido peyorativo. No son ni mejores ni peores, simplemente diferentes y con un encanto innegable. 

Por cierto, no me dirán que el estilo en cuestión no tiene algo en común con las conocidas mansiones del terror, o trenes fantasma, de las ferias de hace algunos cuantos años, allá por los 70, que a los niños de la época nos inquietaban sobremanera, mucho más que lo que escondían el interior de estas atracciones. Puede que semejante arte pictórica requiera altas dosis de ingenuidad o que, su primitiva composición, sea la que produce el singular efecto. Todo este asunto, me ha hecho recordar otro tipo de atracciones de aquellos años, decoradas con el mismo estilo, que han desaparecido entre los cánones de los nuevos tiempos, más políticamente correctos. Me vienen a la memoria barracas de feria que nos mostraban desde el monstruo de Guatemala a la mujer serpiente, pasando por animales exóticos que asomaban, con miradas tristes, entre los barrotes de sus exiguas jaulas. Aquí les dejo una muestra que a los más veteranos lectores les producirá cierta nostalgia