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jueves, 19 de junio de 2014

ESPAÑA ABDICA EN MARACANÁ

Del cielo al infierno, del éxito al fracaso absoluto, del Olimpo al inframundo, y podríamos seguir hasta la extenuación para definir un estado de ánimo que muy pocos imaginaríamos tan sólo unos cuantos días atrás. No recuerdo un mundial tan mediocre de la selección española, aunque aquel del Naranjito tampoco trae demasiados vientos de alegría. La derrota siempre es más dura para el triunfador. Quizás el orgullo o su condición dada a la buena fortuna le han deparado un lecho de rosas, que se ha tornado de espinas tan hirientes como las puntas de una mala estrella. Es difícil comprender como la Roja ha podido perder por el camino del anterior Mundial todo su poder, su dominio del escenario, su capacidad de desesperar al contrario, en definitiva, la suficiencia de manejar el tempo de un partido y su resolución. Cual Superman rodeado de kriptonita se ha arrastrado y humillado de forma inesperada. Ha sido un juguete roto en manos de otras selecciones con más actitud y ambición, y eso duele, pero también significa algo. Es curioso como el debacle total es mucho más interesante que la medianía, puesto que nos permite adornarnos dialécticamente mucho más. El ídolo caído tiene más lecturas y aristas que el descenso lento y pausado. Nos permite profundizar sobre la dualidad de los extremos, que dicen que se juntan, pero en este caso les separa un abismo. 
Se hablan de muchas causas, debilidad física o mental, quizás ambas al mismo tiempo, veteranía que ha sido más un lastre que una virtud, ciclo completado y amortizado, exceso de éxito, causante de apatía ante nuevos desafíos, y otras variantes del fracaso se manejan cual baraja de tahúr. Puede ser alguna de las antes citadas o una combinación letal de todas ellas. Me parece, no obstante, que la falta de ambición no puede ser esgrimida con cierta verosimilitud. No puedo comprender que exista un deportista que no quiera engrandecer su leyenda, que considere que ya ha ganado todo lo que es razonable. La modestia, en este caso, es un paso atrás y en un ámbito como el deportivo es difícil de comprender. Habría que analizar hasta que punto, un sistema de juego como el de la Selección española, por repetido ha sido desactivado. No hay nada infalible, y en el fútbol no hay un modo de juego definitivo que sirva para sentenciar o dar carpetazo a una personalidad invencible y sin contestatarios. Lo que hoy es válido e incuestionable, mañana será un proceder arcaico y en franca decadencia. España ha sido en Brasil, un equipo al ralentí, previsible e impotente de cara al arco contrario. También es cierto que parece enigmático, como un equipo formado por jugadores con gran personalidad, ha sido incapaz de marcar ni un sólo gol en jugada, aunque bien es cierto que aún queda un partido con Australia. Un partido, por cierto, de lo más inconveniente y que ya no puede servir nada más que para engrandecer la leyenda del caído. Así que no sería descabellado desear una nueva derrota, para, de esta forma, llegar al absoluto, para que conste en los libros de historia deportiva cómo un gigante, un campeón, dobló sus rodillas y saboreó la más amarga derrota.


jueves, 15 de mayo de 2014

DOMINGO DE CINE

El domingo me voy al cine, a una sesión que comience a las 6 de la tarde y termine hacia las 8. Esto que parecería una noticia pueril, una vacuidad innecesaria, tiene un significado oculto que pocos entenderán. Solo los iniciados de determinado grupo, uniformado con rayas rojas horizontales, sabrán el oculto mensaje que se esconde tras tan intrascendente decisión. Éste grupo o logia ataviada con tal vestimenta es conocedor de una verdad inmutable: Una vez más, el Granada CF se enfrenta al desafío extremo y, como el mal estudiante, ha dejado sus obligaciones para el último día. Su desidia, su exceso de confianza, su apatía, y por qué no decirlo, su incompetencia, le ha situado con los pies muy juntitos delante del abismo. Un hondo pesimismo recorre la ciudad y nadie cree que estos hombres sean capaces ni de ganar a un equipo de abuelitas, sentadas sobre el césped, haciendo ganchillo  Hace dos años sucedió lo mismo en un partido a vida o muerte contra el Rayo Vallecano y, como soy animal de costumbres y algo supersticioso, voy a repetir el mismo ritual de entonces. Lo primero es dejar escrita esta entrada, que a buen seguro importará un bledo a la mayoría de los que pasan por aquí, pero que a mí me vale como parte fundamental del ceremonial, para exorcizar los demonios del fútbol. Lo segundo es acudir al cine para no sufrir, para enajenarme de los nervios de un deporte que es pasión para muchos e indiferencia supina para otros. Dos años atrás acudí a la proyección de "Los vengadores" y ahora, para no adulterar este sinsentido supersticioso, veré otra producción Marvel, como es "Amazing Spider-Man 2". Con tal proceder me ahorraré un espectáculo como el que comenzará el domingo a las 6 de la tarde, un Valladolid-Granada, en el que ambos conjuntos se juegan algo más que unos puntos en litigio, su permanencia en la Primera división y, dado a que soy adicto al sufrimiento y también al cabreo injustificable, sobre todo si perdemos, voy a poner pies en polvorosa y me alejaré del mundanal ruido, de los transistores y de las pantallas de bares y hogares. No es que no sopese la tragedia que se les avecina a los aficionados del Valladolid, pero el conjunto de Pucela a buen seguro subirá en uno o dos años, mientras el Granada tiende más a acomodarse en el infierno. De hecho, la última vez que bajó de primera, se encontró tan cómodo en las calderas de Satán que se pasó 35 años en ellas. Un auténtico abismo que en nada tendría que envidiar a los nueve círculos del infierno de La Divina Comedia de Dante.

Es por eso por lo que no quiero saber nada hasta que la gesta o la tragedia se haya consumado. Después saldré de la sala de cine, como la marmota que predice el final del invierno, desconfiado y a la expectativa, esperando escuchar el sonido de la victoria y rogando no encontrarme con el sepulcral tañido de la derrota. Podéis llamarme cobarde, que lo soy por supervivencia, pero mi salud está por delante de un juego, hermoso, grandioso, épico y a veces decepcionante, pero un juego. He echado el resto durante todo el año, animando y sin perderme un minuto de fútbol, pero ahora me niego a contemplar tal agonía. Así que, mientras veo los fotogramas de un superhombre arácnido, espero que los jugadores de mi equipo se comporten como hombres.



jueves, 29 de agosto de 2013

EL REAL MADRID CONTRA LOS FANTASMAS

El fantasma que aparece en la foto, junto a Ronaldo, es un jugador del Granada CF, aunque podría ser también del Celta, del Almería o del Elche, de cualquier equipo de los que llaman "modestos" o "pequeños". Esa debe ser la idea que tienen muchos contertulios y periodistas deportivos que merodean por los programas deportivos del estilo de "Punto pelota". Los adversarios del Madrid o del Barcelona, me es indiferente, son dibujados como comparsas sin identidad, zombies del balompié que no merecen ningún tipo de protagonismo. Si pierden por goleada ante los dos grandes, se produce una eyaculación merengue o blaugrana de proporciones mastodónticas. Si algún modesto les planta cara a alguno de los dos buques insignias de la liga española, es porque estos semidioses del esférico, estos nuevos ricos del traspaso y la ficha, no han estado a la altura de las circunstancias. Y no se dan cuenta de que todo este continuo apabullamiento informativo y económico que recae sobre ambos clubes, no hace más que sembrar el aburrimiento, en ligas soporíferas que se ganan en la primera vuelta, y cuyo único interés real se haya en saber quien desciende a segunda.


El lunes pasado, en el programa de la Cuatro "Tiki-taka", se analizaba el partido Granada CF-Real Madrid, que terminó 0-1 y que tuvo en el transcurso del mismo algunas jugadas polémicas. Un par de penalties claros a favor de uno y otro par más dudosos a favor  de otro, fue la base fundamental de la polémica de los contertulios allí presentes que, salvo el Lobo Carrasco, no se atrevieron en ningún momento a mencionar el nombre del adversario del Madrid ni tampoco ninguno de sus jugadores. De hecho, hubo un  par de agarrones a Cristiano Ronaldo, cometidos por un jugador de cuyo nombre no quisieron acordarse en el largo desarrollo de sus lamentos. Que si el jugador por aquí, que si el jugador por allá, nadie se atrevía a desvelar la verdadera identidad de semejante y desconocido ente. Pues bien, tras arduas investigaciones y múltiples contactos con el FBI y la CIA, se ha llegado a la conclusión de que el jugador desconocido no era otro que Pape Diakhaté, internacional 73 veces con Senegal y que ha pasado por equipos como el Olympique de Lyon o el Dinamo de Kiev, antes de tener la desgracia de recaer en un equipo fantasma como el Granada C.F.
El jugador desconocido
Que estos forofos incondicionales del Madrid o Barcelona, lloren como plañideras y reclamen cual pedigüeños alguna falta o incidencia arbitral frente a un equipo modesto es una desvergüenza sonrojante e infame. El Real Madrid, con un presupuesto de 450 millones de euros, le gana al Granada, de 22 millones, por un sólo gol y estos tipos ponen el grito en el cielo por un par de errores arbitrales, cuando, en buena lid, deberían haber conseguido un resultado tan abultado como sus propios presupuestos. Claro que, el fútbol es fútbol, y quizás sea un despropósito pagar tanto dinero por algo que probablemente no lo valga. Que esa serpiente de verano, ya convertida en una anaconda de tamaño monstruoso, del fichaje de Gareth Bale se haya convertido en tema fundamental de nuestras vidas ya es un indicativo, sobre todo del despropósito de pagar cerca de cien millones de euros por un sólo jugador. En proporción, él sólo debería de enfrentarse al Betis, Rayo, Levante y Osasuna. Eso sería lo justo. Esta diferencia brutal de poder económico ha hecho una liga poco interesante y con una diferencia, en cuanto a puntos, realmente insalvable. Se ha reducido a un enfrentamiento dual entre Barcelona y Madrid y es poco probable que otros equipos, antaño aspirantes a ganar la liga, Valencia, Athletic de Bilbao, Real Sociedad, Atlético de Madrid y algún que otro más, sea capaz de poner su pie en el primer puesto de la clasificación. Algunos han hablado de que estos equipos que siempre ganan deberían hacer una superliga europea, algo parecido a la Champións League y fuera, lógicamente, de sus competiciones patrias. Esto sería un disparate, no sólo económico sino institucional que provocaría la agonía del fútbol histórico. En el fondo es una treta para callar las bocas de los que expresan su disconformidad. Los poderosos tratan así de silenciar a los que creen que ambos monstruos económicos necesitan imperiosamente la colaboración de los llamados modestos. Se necesitan mutuamente y, por lo tanto, no parece proporcionado el reparto televisivo, otra forma de ir hundiendo la competitividad del deporte rey.


Es un escándalo, que el Madrid y el Barcelona sean capaces de llevarse toda la tarta y dejar las migas a los demás, un agravante sin sentido que queda en evidencia si observamos como se hace en otros países. La tabla del reparto que figura más arriba no tiene por donde cogerla y es indecente. No voy a discutir que ambos equipos sean más mediáticos que los demás, que gracias a ellos hay tal chorreo de dinero, pero las diferencias no pueden ni deben ser tan traumáticas. No si queremos una liga más fuerte, más competitiva, en suma, más divertida que la actual. Es natural que tanto uno como otro sean dos entidades que atraen más publicidad, más negocio, pero también es muy cierto, que los periodistas deportivos y contertulios nos han saturado de información sobre ellos, que su foco va en una sola dirección y que, en definitiva, son capaces de derrochar horas y horas hablando de la titularidad de Casillas, por citar un ejemplo, que de cualquier otro asunto. Los demás no existen, son sólo fantasmas que deambulan por los estadios.

lunes, 7 de mayo de 2012

LA GRAN TRAGEDIA


"César, guárdate de los idus de marzo". Esa profecía resuena en mis oídos desde este último sábado.Y no es que estemos en ese mes en concreto, pero puedo interpretarlo como la gran tragedia que se avecina. Es lo que tiene ser aficionado de un equipo de fútbol que tiende al drama excesivo, que gira siempre hacia el abismo más profundo, al más funesto de los destinos. Cuando en 1976 el Granada CF bajó a segunda división, categoría a la que no retornaría hasta el 2011, lo cierto es que me importó bien poco por no decir absolutamente nada. Es la indiferencia propia del que carece de pasión por algo. Por suerte o por desgracia, esto nunca se sabe y en eso se parece mucho al amor, hace ya muchos años que comencé por mantener una relación tormentosa por un escudo y unos colores con excesiva tendencia al fracaso. Un deseo imposible e imperecedero. Eso me recuerda al amor obsesivo y enfermizo de los protagonistas de "Cumbres borrascosas", que no pudieron consumar su pasión, pero que ese deseo continuó incluso después de la muerte. Como pueden observar, esto del fútbol, tiene un poder etílico que no te hace más que decir incoherencias. Pero, después de aquella mítica frase de Bill Shankly, "Algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho, mucho más importante que eso", ya hay poco que añadir a la locura que para algunos de nosotros representa el deporte rey. 

Esta penúltima jornada de liga estaba absolutamente encaminada hacia la permanencia en primera división, ganábamos al Real Madrid y el Zaragoza no pasaba del empate. Pero, en unos minutos dramáticos, todo cambió, nos empataron en un penalti absurdo e infantil y el equipo maño marcó el gol que, a la postre, le llevaría a la victoria. No obstante, lo peor estaba por venir, y es que un grupo de jugadores y directivos, emulando a los lemmings al borde del acantilado,  comenzaron a insultar al arbitro, e incluso un impulsivo, por no decir otra cosa más fuerte, Dani Benítez arrojó una botella de agua al colegiado. Teniendo en cuenta de que el trencilla de turno, aparte de la provocación de ser de Zaragoza, no tuvo ninguna influencia significativa en el resultado, pues fue el propio Granada CF es que se auto-inmoló, y que aún quedaba un partido final de trascendencia trágica con el Rayo Vallecano, no tiene ningún sentido que, desde el presidente hasta el utillero, todo el mundo pierda los papeles tan estúpidamente. 

 
Algo terrible se palpa en una brisa siniestra de perdición y derrota, algo intangible, una especie de incertidumbre ciega que se columpia en el alambre y con una espada de Damocles en su cabeza. Sé que, para el que no es aficionado al fútbol, todo esto puede parecer pueril, una nadería carente de interés. Una preocupación sin sentido. Es posible que tenga razón, pues no hay una explicación demasiado racional para las pasiones, que nos manejan y nos tratan como marionetas a la deriva. Pero no se puede evitar, es una trampa de sentimientos primarios que te atrapa y no te suelta. 
Mi ritmo cardíaco ya ha sufrido lo suficiente durante estos dos últimos años, con promociones de ascenso al borde del infarto, como para exponerme a esa caída libre y sin paracaídas que representa un partido a cara de perro. Así que, este próximo fin de semana, donde todo se decide, en el que la suerte estará echada, un servidor puede que con toda seguridad, escape del tumulto de los transistores y el poder hechizante del pasto televisado, y me esconda en algún lugar de evasión. Probablemente me meta en un cine de sesión continua y no salga de él hasta que la tragedia, o quien sabe si la gesta, se haya consumado. Será fácil adivinarlo, en el aire pueden sonar los ecos de la victoria o el sonido sepulcral de la derrota. Si John Huston, tan amante de los perdedores, hubiera sido de un equipo de fútbol a buen seguro hubiera sido del Granada CF, pues no hay nadie en el mundo tan abocado al infortunio. No se si acabaré igual que al final de "El tesoro de sierra madre", cuando habiéndolo perdido todo, ambos protagonistas supervivientes, se ríen a mandíbula batiente. Probablemente no, pero lo superaré, ya ha pasado otras veces.



jueves, 26 de abril de 2012

CURA DE HUMILDAD

Ayer quedó confirmada la final de la Champios League, y aquellos que pronosticaron una final española se sentirán defraudados. El Madrid y el Barcelona, tan acostumbrados a pasearse por nuestra liga con prepotencia, tan habituados a utilizar su apisonadora millonaria sobre equipos más modestos, sufrieron la derrota de su aspiraciones más deseadas. Una cura de humildad en toda regla de quienes ya se saben seguros ganadores de todo, o de casi todo. Las ligas europeas son cada vez menos competitivas y, en general, la lucha por el título queda reducida a dos equipos que suelen sacar a sus perseguidores una ventaja abrumadora. El Real Madrid le lleva al tercer clasificado 33 puntos. En las demás ligas, Premier, Calcio, Bundesliga, la diferencia es ligeramente inferior pero igualmente insalvable. Los equipos grandes se lo llevan todo, ingresos económicos de las televisiones, publicidad, y saturan la información deportiva en los medios de comunicación, lo que, de una forma u otra, produce el efecto casi hipnótico de reclutamiento de aficionados. La derrota te hace mirar las cosas con perspectiva, situarte en tu justa medida y quizás no proyectar hacia el futuro victorias aún no disputadas en el campo de batalla. Los demás, los que seguimos a nuestros equipos, los de nuestra ciudad, seguiremos luchando por sobrevivir. Y créanme que a éstos no les hace falta una cura de humildad, sino una sobredosis de optimismo.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

FURIA CONTROLADA


Augusto Mariaga dirigía un penal de máxima seguridad en el estado mexicano de Guerrero en el año 1970. Su pasión por el fútbol se había inoculado en sus venas poco a poco, y se dejaba arrastrar por las exaltaciones patrióticas que tan noble deporte desparramaba por todo el país. Aquella noche había realizado a la perfección su trabajo, con una serenidad propia de una profesión no exenta de peligros, había realizado el oportuno y rutinario recuento de presos y los había dejado a buen recaudo en el interior de sus respectivas celdas. Sin embargo, esa noche se produjo una apurada victoria de la selección de México sobre Bélgica, lo que provocó un ataque de furia y alegría a Augusto Mariaga que, pistola en mano, disparaba al aire gritando "¡Viva México! y abriendo indiscriminadamente todas las celdas que coincidían con su jubiloso recorrido. Los presos se abrazaban unos a otros con lágrimas de alegría y, lógicamente, aprovecharon las circunstancias para escapar del recinto penitenciario. 140 presos se dieron a la fuga, y nunca se tuvo claro si sus lágrimas de felicidad eran motivadas por la victoria de la selección o por la generosidad inconmensurable de su alcaide. Lo cierto es que Mariaga fue juzgado por semejante dislate y tratado con suma generosidad por el tribunal, que entendió los motivos de su falta, considerándola justificada ya que "Había actuado de tal manera por un arrebato de patriotismo".


Ya lo he comentado en alguna que otra ocasión, que el fútbol mueve pasiones y que es difícil de entender por aquellos a los que este deporte no les produce más que indiferencia. Yo no se si soy un tipo similar al tal Mariaga, pero reconozco que en numerosas ocasiones me dejo arrebatar por cierta furia controlada. Siendo como soy el individuo más pacifico al sur de la península, debo admitir que cuando me planto ante un partido de la selección española o del Granada CF me transformo en una especie de Mister Hyde, toda una suerte de individuo grosero y mal hablado, fumador de enormes puros cuando acudía al campo de fútbol, aspecto especialmente singular en alguien que no ha fumado en su vida. En cierta ocasión, en una promoción del Granada CF de ascenso a la segunda división, se nos planteó un partido a cara de perro contra el Burgos. Teníamos que remontar un resultado adverso y la hinchada del equipo rival, situada debajo de la grada en donde me sentaba en compañía del Tirador Solitario y un grupo de amigos, no dejaba de gritar y cantar, circunstancia que me tenía ciertamente cabreado. Cuando se marcó el gol de la victoria, un grupo de energúmenos, entre los que me encontraba yo, saltamos del asiento y corrimos al borde de la grada comenzando a proferir insultos y cortes de mangas a los aficionados del Burgos, a los cuales les quiero pedir, aunque con cierto retraso, mil disculpas por tan lamentable comportamiento. Un policía me tomó por el hombro y me dijo educadamente que me sentara en mi asiento. Puedo ser todo lo grosero del mundo en el fútbol, pero se perfectamente que hay ciertas fronteras que no se pueden traspasar y, sin decir palabra, volví a mi asiento ante la mirada asombrada de mis acompañantes. Quiero decir con esto que, esa frontera impetuosa de furia, jamás debe ser rebasada con la violencia física. Un amigo, con escasas dotes artísticas, me envió por fax al día siguiente un dibujo con los referidos incidentes. Amigo, por cierto, que es un seguidor incondicional del Barcelona y que tiene unas broncas monumentales y vehementes con su hermano que es del Real Madrid.


Actualmente no soy muy de visitar los campos de fútbol, y me conformo con verlos por la televisión, desplegando idéntico entusiasmo. De hecho, un día que marcamos un gol en circunstancias apuradas, me recorrí toda la casa gritando y tirándome al suelo de rodillas para celebrarlo. Cuando me vio mi hija de cinco años se arrojó sobre mí, igual de entusiasmada, vociferando "¡Goooooool!". Así que, cada vez que esto ocurre, montamos entre ella y yo el mismo show y con suerte algún día me dejaré media rodilla clavada en el suelo. Mi otra hija, que tan sólo tiene 8 meses, llora desconsoladamente cuando se produce semejante espectáculo y sólo hay que esperar a que llegue el día en el que se nos una a la fiesta. Y es que el fútbol es así, generador de alegrías y decepciones, fuente de pasiones inexplicables en un deporte en que 22 individuos en pantalón corto le atizan a un balón. Pero los aficionados vemos algo más, un espectáculo sublime en donde la gesta o la tragedia pueden ser vividas en todo su esplendor. Para terminar, una anécdota. Estando una noche de parranda, me encontré al Tirador Solitario, un consumado seguidor del equipo de San Mamés, algo triste en los escalones de una conocida discoteca. Una chica que le traía de cabeza le había dado calabazas. Le pregunté por su estado anímico y, aparte de manifestar su decepción amorosa, me dijo: "¡Y además ha perdido el Athletic!".


viernes, 19 de agosto de 2011

MOURINHO BAJO LA MALDICION DE ANICETO PAPANDUJO





En la pasada final de la Supercopa de España, tanto Real Madrid como F.C. Barcelona, ofrecieron un magnífico espectáculo, pleno de emoción y buen juego. No obstante, en el transcurso de los minutos de descuento se vio empañado por una tremenda trifulca entre jugadores y banquillos, tras una fuerte entrada de Marcelo al deseado Cesc Fábregas. Unos y otros fomentaron una fenomenal tángana en la que el entrenador José Mourinho se dirigió por la espalda hacia el segundo entrenador del F.C. Barcelona, Tito Vilanova, metiendole un dedo en el ojo. Siempre me he preguntado por ese mal carácter del entrenador del equipo blanco, y al ver este último incidente me percaté de que estaba bajo la influencia de un hechizo de un brujo conocido por Anicento Papandujo. Este conjuro ya fue utilizado contra Mortadelo, al que transformó en un gamberro mal educado y encarado, con el único fin de que acumule el suficiente odio para ser liquidado. Bueno, esta maldición era para el Super, pero por un accidente recayó en el conocido rey del disfraz. Si no me creen, comparen las siguientes imágenes:




He aquí otra secuencia para que contemplen lo terrible de la maldición y sepan comprender a José Mourinho:





domingo, 19 de junio de 2011

AUN RESPIRO



Sigo aquí, no he muerto, puedo sentir el aire y ver la luz del día. Me palpo, asegurándome de mi propia existencia, y no doy crédito. Hay dos cosas que pensaba que no vería en vida. Una de ellas era ver a la selección española, la roja, ganar un mundial, la otra era ver al Granada CF en primera división. Hace la friolera de 35 años que el equipo de mi ciudad descendió del olimpo de la categoría de honor. En el año 76 yo tenía por entonces 11 años y no disfruté de aquellos años de gloria, entre otras cosas y fundamentalmente porque no me gustaba el fútbol. Mientras la chavalería del barrio relataba las hazañas de los Montero Castillo, Fernández o Porta, yo me dedicaba a otros asuntos de menos fuste. Sin embargo, todo eso cambiaría de la forma más oportuna. Una aburrida tarde de un domingo del año 82 buscaba perezosamente una emisora de radio para matar un poco el tiempo. De repente, sintonicé en el dial un programa de deportes, en el que un singular locutor, D. Antonio García Molina, retransmitía un partido de fútbol, podría ser, si la memoria no me falla, un Antequerano-Granada CF. Lo cierto es que me divirtió bastante y, aunque entonces andábamos perdidos en la segunda B, no fui consciente, en aquel momento, de que un virus me había sido inoculado y que ya nada sería igual. A partir de entonces me convertí en un incondicional del equipo de mi ciudad. No me perdía un solo partido por la radio y comencé a acudir regularmente al antiguo estadio de los Cármenes.


Ha sido un camino difícil, una odisea que espantaría al mismo Ulises, una travesía por los infiernos y un camino iniciático repleto de fracasos, de campos infernales, de mentiras y fraudes, de lamentos y de una mala suerte diabólica. Recuerdo los lunes por la mañana como comentaba entre mis compañeros de clase el resultado del Granada del domingo. En aquellos tiempos era una isla en la inmensidad de un océano cuyas aguas estaban repletas de aficionados del Barcelona, del Madrid o del Athletic de Bilbao. Era un bicho raro y junto a mi cuñado Pepe aguantamos días de lluvia y decepciones en el antiguo estadio de la carretera de Jaén. Siempre que llegaba el momento definitivo, en el que podíamos alcanzar la gloria, se nos era denegada sin piedad. Mala suerte, falta de profesionalidad, sospechas de maletines y sobornos, un gol de rebote en contra o un penalti fallado eran los habituales compañeros de viaje. En Granada se instaló un hondo pesimismo, una nube negra de malos presagios que pesaba como el plomo, era la piedra de Sísifo que nos anclaba al fracaso absoluto, el habitat cómodo de los pájaros de mal agüero.



El Granada CF ha estado al borde del abismo, o lo que es lo mismo, de su desaparición en muchas ocasiones. Las deudas y los fracasos deportivos lo hacían inviable, y no fueron pocos los que quisieron enterrarlo. Hubo un grupo, llamado los filipinos (por aquello de "Los últimos de Filipinas"), unos 15oo aficionados que jamás le fallaron, siempre estuvieron allí, en tercera o en el mismísimo infierno. Yo mismo fui crítico con ellos, porque pensaba que no dejaban morir en paz a un cadáver sin posibilidades de sobrevivir. Nunca he creído demasiado en los milagros, porque uno de ellos es lo que necesitaba el Granada CF para volver a la vida.



El milagro llegó, de la mano de un hombre de fútbol, Quique Pina, y de un fiel aliado, procedente del Udinese italiano, Gino Pozzo. Después vendría él, un hombre curtido en mil batallas, un veterano de la guerra del Vietnam, pero que nunca había alcanzado la gloria, D.Frabriciano González, también conocido como Fabri, el gallego eterno que ha hecho historia. No olvidemos a la plantilla y esos genios como Benítez, Collantes, Roberto, Siqueira, Geijo, Orellana, Nyom, Mainz, Iñigo López y otros tantos, sin los que no se podría haber llegado tan lejos. Yo no creo en los tres Reyes Magos, sólo en un Baltasar, interpretado por un tal Odion Ighalo, la pantera de hielo, que con sus goles nos metió el año pasado en segunda y ahora en primera.



El partido definitivo contra el Elche fue de infarto, nunca olvidaré esos eternos últimos cinco minutos, interminables, angustiosos pero que traerían lágrimas de alegría y emoción a raudales. Lamentar los incidentes violentos que propiciaron unos y otros, pero parece casi inevitable que el fútbol se vea siempre contaminado por los que piensan que la batalla deportiva debe traspasar las fronteras de las normas más elementales de educación. Mi admiración hacia el Valladolid, el Celta y el Elche. Todos eran merecedores del premio final, pero el fútbol es así y, al final, el equipo de rayas rojas horizontales alcanzó la gloria. Quiero dedicarle este triunfo a todos los que llegaron ya tarde, a los que quedaron en el camino y a la ciudad en general. Granada CF, suerte para el año próximo y que la fuerza te acompañe siempre.