domingo, 27 de febrero de 2011

COMO DOMESTICAR UN GRAN BLANCO



En el otoño de 1973 David Brown y Richard Zanuck habían adquirido los derechos de la novela "Tiburón" de Peter Bechley y sus mentes trabajaban, frenéticamente, en el concepto mismo de lo que sería una producción fílmica de esperado éxito. Ambos productores conocían a la perfección el mundo agresivo de los estudios, sus trampas, sus trucos y las repercusiones de cuanto se filmaba. Al principio no pensaron en que lo que tenían entre manos, el elemento primordial que impulsaba la trama de "Tiburón", podría ser un obstáculo casi insalvable. Tenían en mente que, para ofrecer un espectáculo genuino en la gran pantalla, bastaría con localizar a un domador de tiburones blancos que les hiciera realizar algún que otro truco delante de las cámaras. Al fin y al cabo ya se había hecho antes con delfines, pájaros y leones. Hollywood era capaz de recrear toda suerte de prodigios, desde una batalla naval en el Pacífico hasta un terremoto de consecuencias devastadoras. Fue entonces cuando Brown y Zanuck comprendieron que tenían un problema: no existía en el mundo domadores de tiburones blancos y, por supuesto, no había ningún escualo domesticado que pudiera realizar de forma convincente su papel. No tenían nada, excepto la confirmación de que un gran blanco mataría a quien se le pusiera delante.
A instancias de Steven Spielberg se tomó la decisión de contratar a dos expertos en tiburones, Ron y Valerie Taylor que ya había tenido un éxito notorio en el rodaje de los grandes escualos en el conocido documental "Mar azul, muerte blanca". Ellos se encargarían de realizar las tomas de las secuencias en las que aparecen auténticos tiburones y, para que éstos aparentaran un tamaño aún mayor, se contó con los servicios de Carl Rizzo, un ex jockey con algunas nociones de submarinismo. Cuando el pequeño especialista se unió al equipo de Ron y Valerie en Australia poco pudo imaginar la pesadilla que estaba a punto de vivir. El sería el encargado de doblar las escenas en las que el personaje interpretado por Richard Dreyfuss permanecía bajo el agua en el interior de una jaula. En la primera inmersión de Carl todo marchó bien, hasta que apareció el primer tiburón blanco que arremetió violentamente contra la jaula, lo que le provocó un ataque de pánico y dificultades respiratorias que le hicieron perder el regulador de aire de su equipo. Dominado por el miedo, tiró enérgicamente del cable de seguridad para que le subieran a la superficie de inmediato. El problema es que el motor no tenía suficiente fuerza para subir la jaula y el pobre Carl se debatía entre morirse por falta de aire o devorado por el temible escualo. Poco a poco llegó a la superficie y aquel fatídico día de rodaje pasó a la historia. No obstante, el futuro le reservaba otra amarga experiencia. En otra jornada de rodaje, los especialistas divisaron un gran blanco que se acercaba. Apresuradamente Carl se dispuso a introducirse en la jaula, pero el tiburón que no esperó, lógicamente, la orden de acción se precipitó furiosamente contra ella, provocando que el pobre Rizzo saliera despedido y arrojado contra la embarcación. Mientras, el ofuscado escualo, se enredó con los cables de la jaula sacudiéndola con inusitada saña. Estas secuencias aparecen en la película y el tiburón, por lo tanto, es real, igual que las secuelas que padeció el especialista. Sobre esto existen varias versiones. Algunos dicen que Carl no le dio demasiada importancia a aquellos incidentes y que, para él, era como montar a caballo. Otras fuentes anónimas cuentan que, cuando se le buscó para realizar nuevas tomas, estaba escondido en el cajón del ancla con unas copas de más y perjurando que jamás volvería a sumergirse en el mar. Una tercera versión contada a Carl Gottlieb, uno de los guionistas del film, por el propio Rizzo afirmaba que problemas meteorológicos y con la población local impidieron la realización de nuevas filmaciones.
Con las tomas reales de los tiburones no era suficiente y se necesitaba algo diferente, algo más moldeable y que obedeciera a las necesidades propias del guión. Joe Alves fue el encargado de crear sobre el papel la criatura que se sometería a la voluntad del director. Pero trasladarlo del papel a la realidad ya era algo mucho más complejo y, en aquella época, el único capaz de construirlo se había retirado y planeaba construirse una casa en las montañas. Este no era otro que Bob Mattey, el único que tenía un local lleno de extrañas criaturas cubiertas de polvo, entre ellas los cocodrilos que habían presentado feroz batalla en las películas de Tarzán a Johnny Weissmuller y el monstruo, de temibles tentáculos, de "20.000 leguas de viajes submarino". Cuando recibió la propuesta, contestó con un lacónico "ya veremos lo que se puede hacer" y a la semana siguiente apareció con una maqueta a pequeña escala de la criatura. Eso tuvo dos consecuencias para Mattey, su vuelta al mundo del cine y el abandono de sus sueños de construirse una casa en las montañas. Cuando se construyó el gran escualo el aspecto era magnífico, aunque su funcionamiento representó un auténtico infierno para el equipo que lo manejaba y un quebradero de cabeza infinito para Spielberg. El tiburón, llamado Bruce, se hundía continuamente y representaba un auténtico problema. Pero de aquello se hizo una virtud, optando por sugerir más que mostrar, lo que contribuyó a incrementar las dosis de suspense e intriga en un film, cuyo paso por el tiempo, le ha transformado en una obra maestra.

miércoles, 23 de febrero de 2011

¿DONDE ESTABAS TU EL 23F?


Aquel día transcurría de forma anodina en mi casa. No nos enteramos hasta que llegó mi padre del trabajo y nos dio la noticia con rostro de preocupación moderada. Eso provocó gran inquietud a mi abuela y a mi madre, algo bastante lógico para los que habían vivido la guerra civil. Para aquella generación la sombra de la confrontación planeaba siempre encima de sus cabezas.


Mi reacción no fue demasiado significativa, más bien neutra, entre otras cosas porque aún no me había picado el gusanillo de la política. Al día siguiente, como todos los días, acudí al instituto en donde cursaba 2º de BUP. En mi clase había un grupo de extrema derecha, sobre todo dos individuos, un tartamudo que se decía nazi y un tipo, con gafas de culo de vaso, que se pasaba el día dibujando símbolos falangistas en su libreta. El primero era un tiparraco de mucho cuidado. Recuerdo un día en el que le dio por acosar a un compañero de clase porque decía que tenía cara de judío. Yo nunca he tenido vocación de héroe y siempre he procurado mantenerme con cierta discreción, pero ese día, después de un buen rato de insultos hacia aquel pobre diablo, mi paciencia parecía una olla a presión y le dije pausadamente: "Sabes que si los nazis volvieran al poder a ti te eliminarían por tarado". El tipo me miró con una rabia inusitada, preludio de un intercambio de mutuas agresiones que tampoco llegó demasiado lejos. Naturalmente ese día ambos sujetos estaban en estado de euforia absoluta. El de las gafas de culo de vaso amenazó con presentarse con una pistola y matar a todos los profesores, si el golpe tenía éxito.


La mañana transcurrió a medio gas y durante un buen rato nos dejaron ver la televisión en el salón de actos. Recuerdo que emitían un documental sobre elefantes, hasta que cortaron la emisión para ofrecer las primeras imágenes de los guardias civiles saltando por la ventana. El golpe estaba llegando a su fin, lo que provocó los gritos de aquellos energúmenos que vomitaban a la televisión: "¡No os rindáis cobardes!". Algunos se atrevieron a aplaudir tímidamente y en mi cara se esbozó una leve sonrisa de satisfacción.


Al día siguiente algunos quisieron tirarle de la lengua al profesor que nos daba clase de Historia. Tenía fama de ser un hombre muy conservador y era evidente que querían sonsacarle una especie de proclama reivindicativa del golpe de estado. Pero los que esperaban tal cosa quedaron muy decepcionados, cuando aquel profesor hizo un alegato en favor de la democracia, mostrando un cabreo monumental por los que no respetan el juego de las urnas. Los que, de forma violenta irrumpieron en la vida pública de aquella titubeante España, no tenían nada más que un camino, el del voto libre y soberano. Prácticamente calcó el discurso vehemente que el presidente Lyman (Fredric March) le dirige al conspirador General Mattoon Scott (Burt Lancaster) en la película de Frankenheimer "Siete días de mayo". Supongo que desde aquel día mi compromiso con la política arrancó definitivamente, por lo menos hasta hoy en que, aunque firme defensor de la democracia, mi interés por cualquier partido político ha decrecido notablemente.

domingo, 20 de febrero de 2011

UN GENIO LLAMADO VIZCARRA

Licenciado en Bellas Artes, Joan Vizcarra Carreras ha demostrado un talento más que sublime a la hora de reflejar sus creaciones en el papel. He aquí una galería de caricaturas relacionadas con el mundo del cine de inigualable maestría.





















jueves, 17 de febrero de 2011

HISTORIAS DE LA PUTA MILI


LA NARCOLEPSIA Y EL HELICOPTERO

Yo he tenido muy mala suerte para los sorteos. Nunca me ha tocado absolutamente nada y cuando me declararon excedente de cupo, allá por el año 85, me repescaron para completar las plazas que los voluntarios no había sido capaces de ocupar en el ejército del aire. Son muchas las anécdotas que cualquiera que haya ejercido las labores propias del servicio obligatorio puede contar. La historia que a continuación les detallo es absolutamente cierta y no cito ni lugar ni nombres por mi naturaleza desconfiada, no vaya a ser que cometa algún delito de alta traición y me manden a galeras.


Yo hice la mili en un aeropuerto militar de relevante importancia en la defensa estratégica nacional. Un domingo, sin tener ninguna clase de preparación ni nada que se parezca, me tocó guardia en la torre de control. Esto ya es en sí mismo un error capital. Lo más cerca que había estado de un avión es cuando contemplaba las estelas que dejan en el cielo, y mi dominio de la aeronáutica se limitaba a la fabricación de avioncitos de papel. Para nuestro ejército eso era un nivel más que suficiente. Me tocó hacer guardia con un tipo pelirrojo con menos conversación que un ajo picado y ambos confiamos en que el sargento de guardia nos diera las instrucciones precisas y que, por supuesto, éstas no pasarían de conceptos nimios e intrascendentes, o dicho en otras palabra, barran ustedes la pista, limpien los cristales de la torre y otras labores domésticas carentes de importancia.
La cosa comenzó a pintar mal cuando llegó el sargento a la torre de control, un tipo grueso, al volante de un Renault 18 con mas polvo que el arca perdida. Observamos que se estaba bajando del coche y, de repente, el mundo se paró de forma enigmática. No había ningún tipo de movimiento y el orondo sargento permanecía inmóvil con una pierna en el asfalto, un brazo apoyado en la puerta y el resto del cuerpo dentro del coche. El pelirrojo y yo nos miramos con cara de besugos y, cuando comprendimos que había pasado un tiempo más que prudencial, nos acercamos para ver que podía haber ocurrido. El tipo estaba dormido profundamente en aquella postura de transición entre el coche y el exterior. Unos interminables e incómodos minutos pasaron hasta que me atreví a murmurar "... mi sargento, mi sargento, ¿se encuentra bien?". A la quinta o sexta vez de repetir tan osada formula de comunicación, abrió pesadamente los ojos y, como si no hubiera pasado nada, comenzamos la jornada.



El resto de la mañana transcurrió entre los sueños intermitentes que semejante individuo era capaz de echarse en las posturas más extrañas. Acachado, sentado, en cuclillas, de pie, etc, etc. Hasta el momento no habíamos tenido ningún trabajo y recé para que así fuera el resto del día. Pero el asunto se tornó altamente complicado cuando el sargento anunció: "Viene un helicóptero de la armada, vamos a indicarle la pista de aterrizaje, venid conmigo...". Antes de terminar la frase se quedó dormido en el quicio de la puerta y nuestros intentos de resucitarle fueron en vano. El pelirrojo se iba poniendo de un color cenizo, tirando a descomposición y a mis neuronas comenzaban a huir presas del pánico, mientras se escuchaba al fondo el tableteo incesante del motor de un pesado helicóptero. Nosotros estábamos en la base de la torre, encargados de recibir a las aeronaves que pudiesen aterrizar y la reacción más coherente hubiera sido subir e informar del problema, pero lejos de eso, y antes de que nos hubiésemos dado cuenta de nada, nos vimos corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a una explanada cerca de los hangares, en donde iniciamos un movimiento frenético de brazos y alaridos para indicar al helicóptero que aterrizara allí. Mis nociones sobre este tipo de indicaciones se basaban únicamente en una escena de "Aterriza como puedas". Afortunadamente la fortuna nos sonrió y la nave se posó delicadamente en el suelo, ante el asombro de unos pilotos que nos miraban como si fuéramos marcianos, aunque aun se asombraron más cuando se toparon con el sargento durmiente apoyado en una columna.


Después sucedió otro incidente con un avión, no se si era un Mirage o similar, que estaba a punto de despegar. A los aviones a reacción hay que acoplarles una manguera conectada a una especie de compresor, no me pregunten por qué. Estando los pilotos a punto de salir disparados, nuestro amigo, una especie de lirón con galones, les provocaba unos movimientos convulsivos de brazos y cabezas (sin hubiera sido un cómic, les hubieran salido rayos y truenos de sus pensamientos). El sargento me miró y me grito: ¡Tráete una llave fija del 15, correeeeeeeeee....!!!!. Por lo visto, el tipo en cuestión, no había tenido otra ocurrencia que preguntarle a los pilotos si tenían por casualidad una llave a mano para dejársela un momento.


Cuando terminó el día, procedí a tachar un día más de mili en mi cuadrante y suspiré aliviado por no terminar ante un pelotón de fusilamiento.




lunes, 14 de febrero de 2011

FELIZ DIA DE SAN VALENTIN...



PARA LOS QUE SABEN ESPERAR


PARA LOS QUE PIERDEN LA CABEZA


PARA LOS QUE QUISIERAN SER UN PEZ PARA TOCAR SU NARIZ EN SU PECERA


PARA LOS QUE LO TIENEN COMPLICADO


PARA LOS DESESPERADOS


PARA LOS QUE LLEVAN A SU CHICA A LA OPERA PARA IMPRESIONARLA


PARA LOS QUE COMPARTEN AFICIONES


PARA LOS QUE ESTAN HECHOS A MEDIDA EL UNO PARA EL OTRO


PARA LOS QUE NO LO ESTAN


PARA LOS MOSCONES


PARA LOS ACOMPLEJADOS

PARA LOS QUE SE CREEN ROMEO Y JULIETA

PARA LOS NARCISISTAS


PARA LOS QUE SE DECLARAN BAJO LA LUNA LLENA

PARA LOS QUE LA MUERTE NO SUPONE UNA BARRERA

Y PARA TERMINAR UNA CARTA DE AMOR:


Cierto día, alguien muy especial para mí, me pidió encarecidamente que le escribiera una carta de amor. Esto es algo complicado para una persona como yo, que hace tiempo pasó la edad idealista de la pubertad. Algunos años atrás hubiera sido capaz de escribirla, eran tiempos en los que, desde el sofá de mi casa, salvaba a las ballenas o arengaba a los obreros a la revolución pacifista en contra del capital, pero ahora me encuentro en la difícil edad de los treinta... y algunos más. Es ese momento de tu vida que, según los sociólogos, el individuo en cuestión se enfrenta a la cruda realidad de la vida: que no es un afamado director de cine o un célebre premio Nobel, sino un tipo que aguanta en algún trabajo una mortecina jornada laboral de 8 horas.
Bien, hecha esta pertinente aclaración, la verdad es que tal petición me ha descolocado ciertamente, sobre todo por la premura en que se reclamaba semejante encargo. ¿Por qué ahora? Bueno no pretenderán ustedes que les desvele el misterio de la mente femenina en unas cuantas líneas, para eso llamen ustedes a Amando de Miguel o a Fernando Savater. Lo que sí me ha hecho reflexionar este asunto es sobre las "cartas de amor" o mejor dicho sobre el amor en concreto. ¿Es coherente el amor?, ¿Es un estado de gracia o un estado de estupidez mental? Como saben todos ustedes soy un gran amante del séptimo arte. Veamos lo que el cine ha dicho sobre el amor. Unos de los primeros grandes amantes del cine fue King Kong. Este simpático animal vivía en la jungla absolutamente feliz. Sus días transcurrían ociosos y, de vez en cuando, retorcía el cuello a algún impertinente dinosaurio que molestaba, con sus bramidos, sus famosas siestas monstruo. Además, los lugareños le ofrecían, de vez en cuando, una tierna virgen que él utilizaba sabiamente, pues ya se sabe que las muchachas jóvenes deben ser devoradas por su extraordinaria ternura (ternura de huesos y tejidos en este caso). Una vida, como ven ustedes, bastante hedonista, muy parecida a los de los espécimenes humanos llamados solteros. Pero como nada es eterno, apareció la típica rubia que dejó al gorila ciertamente aturdido y todo se fue al traste. De nada sirvieron sus experiencias agresivas con los más fieros animales de la jungla, aquí ya la había fastidiado. Se volvió medio estúpido, se dejó atrapar y no se le ocurrió otra cosa que tirarse desde el más alto edificio de Nueva York, igual que lo hubieran hecho por aquella época los ejecutivos de la bolsa. Al primero lo mató la belleza y a los segundos el crack del 29. Y todo por amor. Lo peor de todo es que se mató por una mujer que no le entendía lo más mínimo, y a las primeras de cambio se ponía a gritar y a insultarlo, reiteradas veces, con apelativos tan cariñosos como bestia babosa y demás desagradables groserías que afortunadamente no entendía el simio, ya que no hablaba el idioma humano. Y que me dicen de Bogart en "Casablanca". El hombre vivía como un rey en su garito: mujeres, alcohol, ajedrez, las conversaciones socarronas con Claude Rains y alguna sacudida a Peter Lorre. Pero el amor lo fastidió todo. Apareció Ingrid Bergman y se acabó lo que se daba. Lo primero que hizo ella, nada mas aparecer, con su aspecto angelical, fue bombardearlo con "El tiempo pasará" (esto no haría un efecto romántico en mí, puesto que la música de la primera cita amorosa con mi amada era la de "La noche de Halloween"). Eso le traía nostálgicos recuerdos a Bogart y, cuando comenzó a autocompadecerse, se dedicó a lo que se dedican los hombres cuando están heridos sentimentalmente: beber como cosacos y darle la murga al infeliz amigo de turno, en este caso el pianista machacón de "El tiempo pasará". Al final ya saben, Bogart se queda sin el garito, sin chica y encima de todo se tiene que echar al monte a pegar tiros con el socarrón de Rains. Luego tenemos el caso de Drácula. El tío estuvo en el banco de la paciencia esperando océanos de tiempo a que una tal Nina se pareciera a la que amara en tiempos remotos. Claro que cuando la encontró no estaba ya para muchos trotes, mas bien para el geriátrico, pero, como era el príncipe de las tinieblas, por arte de magia rejuvenecía a su antojo; y ella por el morbo de la sangre y los mordiscos, y por que le iba la marcha, se ofreció de buen grado a los deseos lascivos del vampiro y dejó con un buen palmo de narices al soso y puritano de su prometido. Claro que éste, resentido y con un puñado de sádicos amigotes, le propinó una buena somanta al vampiro, dejándolo hecho unos zorros. Esto le pasaba al ingenuo de Gary Oldman que sufría mucho de amor, en cambio a Christopher Lee el asunto amoroso le traía al fresco, lo suyo era pura lujuria. Para terminar con el tema cinematográfico, hay un asunto que me corroe las entrañas. Queda establecido que, cuando se esta enamorado, ciertas sensaciones se producen en el estomago, como un cosquilleo que te recorre la barriguita cual ejercito de hormigas rojas. Que le pregunten a Jhon Hurt si era amor lo que sentía en el estomago en "Alien, el octavo pasajero".
Ha llegado la hora de terminar esta carta de amor. Algunas personas podrían entender que no es tal carta de amor, sino un manifiesto en contra del mismo. Y no es cierto, lo que ocurre es que a estas alturas de la vida, uno no puede defender ese amor clásico y ciertamente enfermizo del que hablan las novelas románticas. Si tuviera que definir lo que es el amor, diría que es acurrucarse muy juntitos viendo una vieja película un sábado por la noche. Lo que ocurre después de los títulos de crédito del final es otra historia...



(Adaptación de una carta que envié hace diez años a la actual señora de Cahiers)