
Una de las primeras películas que más profundamente me impactaron, cuando era niño, fue "King Kong", la versión de 1933. En los años 70 aún se gozaba de cierta inocencia y la imagen del gran gorila que hoy produce ternura, por lo rudimentario, entonces podía inducir en un niño un terror y fascinación verdaderamente indescriptibles. Tanto o más quedó impresionado el mítico Ray Harryhausen, el maestro del stop-motion (animación fotograma a fotograma), cuando a los 13 años acudió al estreno del film de Merian C. Cooper, y una vez terminada la proyección acudió, como alma que lleva el diablo, a su casa y con el abrigo de pieles de su madre quiso construirse su pro
pio King Kong. Puedo imaginarme que el castigo materno sería severo, pero aquel joven se convertiría años después en un genio indiscutible en el género. Para mí, la emisión en televisión de esta película, tuvo varias consecuencias, la más inmediata fue el miedo que pasé aquella noche interminable, en la que podía imaginar que detrás de las cortinas aparecería, tarde o temprano, la figura gigantesca de aquel ser mítico que, decepcionado por no ser la bella Fay Wray, acabaría por arrojarme al vacío sin remisión alguna. La segunda impronta que me marcó, es que la muerte de la bestia me produjo cierto desasosiego, pues a pesar de temerla, también me producía respeto y admiración, y su caída trágica y fatalista le hacía ser tan vulnerable hasta el punto de no desear su desenlace. El personaje del director , Carl Denhan, pronunciará aquella frase lacónica al final del film que quedará para siempre en los anales del séptimo arte: "No fueron los aviones; fue la Bella quien mató a la Bestia". Bella, por otra parte, que no siente en ningún momento el menor atis
bo de aprecio o empatía hacia el monstruo, aspecto que si fue corregido en sus posteriores versiones. King Kong representa un viaje de aspecto onírico hacia el corazón de lo desconocido, una suerte de sublimación de la aventura más ancestral, en definitiva una obra, entonces, innovadora que supuso un soplo de misterio en una sociedad golpeada con la cruda realidad de la gran depresión. En el año 1976 el productor Dino de Laurentiis se atrevió a realizar un remake que no alcanzó ni de lejos las ambiciones que el proyecto prometía. Quiso que la dirigiera Roman Polanski, pero éste argumentó que "no sabría hacer nada con un simple mono", así que el encargo recayó en un más que discreto John Gillermin que había obtenido un gran éxito con "El coloso en llamas". Carlo Rambaldi, el creador de E.T, Alien y los extraterrestres de "Encuentros en la 3ª fase", fue el encargado de dar vida a un gigantesco King Kong de 15 metros, recubierto por 2.024 kilogramos de colas de caballo y accionado por medio de 13.500 metros de cable eléctrico, que por desgracia no resultó demasiado creíble y su presencia fue reducida a la mínima expresión. Se optó por un actor disfrazado, nada menos que el prestigioso maquillador Rick Baker, ganador de 6 Óscar de la academia, y su resultado fue tan impresionante que el propio Laurentiis quiso que se le nominara, infructuosamente, como mejor actor de reparto. El film tiene como única virtud la expresividad de la criatura, pero en líneas generales no es demasiado brillante, aunque, en mi opinión, las críticas demoledoras se han cebado de forma no siempre justificable. De hecho algunos señalan como único punto destacable el debut de Jessica Lange.
Más fortuna tuvo Peter Jackson en su versión del año 2005 que volvió a retomar el espíritu de la película original, pero remozado con el poder de los efectos especiales más avanzados. Con una bellísima Naomi Wats se aborda la trama desde la aventura más extrema, no olvidemos sus continuas referencias a "El corazón de las tinieblas" de Conrad, ofreciéndonos un espectáculo realmente brillante. El diseño de la isla es lo mejor del film, convirtiéndola en un lugar terrible, donde el peligro es inherente hasta la extenuación. Volvemos a encontrarnos con los dinosaurios, aspecto que había obviado el film de Guillermin, y nos ofrece la visión de un King Kong viejo y cansado, el último de su estirpe, en un mundo cambiante y bien recreado por Jackson. Quizás la única pega que se pueda poner a esta película, sea el tono a veces demasiado edulcorado de algunas escenas, sobre todo las que se nos muestra la relación entre la bella y la bestia.






Cuando los aficionados al género nos sentamos en el patio de butacas en el año 1993 para ver "Parque Jurásico", nos quedamos literalmente pegados al asiento cuando el Tyrannosaurus aparece en escena. Jamás se habían visto unos efectos especiales tan logrados como para dar vida con tal realismo a los dinosaurios. Spielberg no sólo había acudido a los efectos digitales, sino que los había fusionado con animatronics, con el stop-motion e incluso con personas disfrazadas para conseguir el máximo realismo posible. Pero además "Parque Jurásico, a pesar de las críticas, nos devolvía al mejor Spielberg, tal y como lo demuestra el planteamiento del film. Primero asistimos a la presentación de la película en una escena cargada de violencia y de tensión, pero en donde se sugiere pero no se muestra. A continuación se nos presenta a los protagonistas y, en una introducción didáctica, se nos prepara para la tensión. Después, cuando el público está preparado y ansioso aparece la esc

Otra película interesante e injustamente tratada por la crítica fue "Dinosaurio", producción de la Disney generada íntegramente por ordenador y que no fue un film demasiado apropiado para el público infantil. Narraba la odisea de un grupo de dinosaurios, que después de un cataclismo, se unen para encontrar el último oasis donde es posible la supervivencia. Aunque el argumento es similar a la archiconocida "En busca del valle encantado" es mucho más compleja que esta, ya que hace una interesante reflexión política entre el ejercicio del poder frente al apoyo mutuo.

Algunos críticos dicen que la verdadera obsesión de Roland Emmerich es ser Steven Spielberg, y si esto fuera realmente cierto el director alemán tuvo su propio "Parque Jurásico" con la filmación de "Godzilla", película naturalmente maltratada por la prensa especializada. Aunque tuvo una campaña de promoción muy ingeniosa, ciertamente no es el mejor título de Emmerich, siendo, no obstante, un film bastante entretenido, teniendo como punto culminante por su buena puesta en escena, las s
ecuencias que se desarrollan en el Madison Square Garden.

En definitiva, las películas de monstruos están profundamente arraigadas en nuestra más tierna infancia, son criaturas forjadas en el miedo a lo desconocido y nos fascinan por su poder y su vulnerabilidad. Desde King Kong hasta Godzilla hemos aprendido a querer a estos seres fantásticos, algunos por su entrañable condición y otros por parecer tan temibles como la peor de las pesadillas, pero por encima de todo han formado parte de nuestra cultura cinematográfica más temprana.
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