miércoles, 30 de enero de 2013

DESAFIO TOTAL VS DESAFIO TOTAL

El plantearse el remake de una película de cierta reputación tiene más de un inconveniente, casi siempre difíciles de evitar y en general abocados al desastre. Una nueva versión puede no gustar por dos razones contradictorias pero perfectamente compatibles. Que la película sea una copia de su precedente y, por lo tanto, sea innecesaria, o que sea demasiado diferente y no guste a los incondicionales del original. Con la nueva versión de "Desafío total" sucede ésto último. Debo reconocer que no me animaba en absoluto contemplar esta nueva incursión de la novela de Philip K. Dick  "We Can Remember It for You Wholesale" que traducida viene a ser "Podemos soñarlo todo para usted", entre otras cosas porque Colin Farrell me transmite menos que un caracol reumático, soportándolo sólo en la muy interesante "Escondidos en Brujas". Pero claro, si intervienen Jessica Biel y, sobre todo, Kate Beckinsale la cosa cambia, sobre todo la última que para mi, y esto es una opinión muy subjetiva, no hace falta ni que interprete, me es suficiente con su presencia. 

El film de 1990 dirigido por Paul Verhoeven pretendía acercarse al universo de Philip K. Dick alejándose del modelo impuesto por Ridley Scott en "Blade Runner". Por supuesto no se parece ni en pretensiones ni en ambientación y probablemente tampoco en intenciones académicas, pero es que, deliberadamente, el director holandés tampoco se lo proponía cuando aceptó el reto de llevar a la gran pantalla "Desafío total". Su estilo es muy distinto, siendo una composición entre lo irónico y lo mordaz, acercándose más al cine de entretenimiento pero con una óptica de interpretaciones políticas nada desdeñables. Lo ha demostrado en films como "Robocop" o "Starchip troopers", en donde se nos presentaban futuros no demasiados halagüeños con influencias filofasistas, militaristas y con un estilo entre lo peculiar y lo personal. Algunos lo consideraron en su día como un propagador de tales ideas, pero eso es tanto como manifestar que Ford era racista porque su personaje principal de "Centauros del desierto" lo era, aunque bien es cierto que Verhoeven ha contribuido ciertamente a tales afirmaciones cuando sostenía que, "¿Hay algún problema con ser fascista?  Todos tenemos un lado oscuro, fascinante por otra parte, que tratamos de no mostrar, pero que a veces sale a la luz. Todos somos un poco fascistas, malvados y violentos. El mostrar eso no quiere decir que quien lo enseñe también lo sea". Toda esa ambigüedad es trasladada a la gran pantalla, sea por medio de un policía robotizado, un gobernador que somete a los mutantes o el estamento militar que emerge como único salvador ante la amenaza de insectos del planeta Klendathu.

Pero, por encima de todo, la película protagonizada por Arnold Schwarzenegger es un divertimento, una mezcla equilibrada de acción, ciencia-ficción e ironía. Todo ello barnizado con el trasfondo de la personalidad, de quienes somos en realidad y si nuestras vidas son una mentira hecha a la medida de un destino ciertamente caprichoso. En este caso, el personaje principal, una versión musculada del Segismundo de Calderón, intenta averiguar su identidad, sus motivaciones y, sobre todo, intenta saber cual es su concepto político, toda una declaración de principios de quién busca el bando correcto al que sumarse. Todo hubiera sido muy distinto si el proyecto hubiera recaído en quienes tuvieron todas las papeletas para hacerse con la dirección y el papel principal, que no eran otros que  David Cronenberg y  Richard Dreyfuss. Se habría obtenido, desde luego, una visión muy distinta, probablemente más profunda y obsesiva, incluso puede que más cercana al universo de "Blade Runner". El film tuvo que tomar claramente un rumbo muy distinto con la incorporación de Scharzenneger y adaptarse a su personalidad, no como un actor del método, sino como un conductor de la acción sin tregua. A pesar de las críticas que en su día pudo soportar el actor, quien nunca se ha creído ni por asomo que fuera un talento interpretativo, pero si un hombre con visión y, en el caso que nos ocupa, el auténtico motor que impulsó "Desafío total", con fuentes de financiación que pudieran llevar a buen puerto la película, que además del proyecto ya fallido de Cronenberg, también se sumó el del director australiano Bruce Beresford que invirtió 6 millones de dólares en decorados que no llegaron a ninguna parte.
En cuanto a esta nueva versión del 2012 dirigida por Len Wiseman, hay que decir que intenta huir de su precedente con algo parecido a la honestidad en sus intenciones. Que lo logre es algo muy distinto. Cuestionable puede ser, sin duda, el coste de ese distanciamiento. La ambientación es una mezcla entre "I, Robot", "Minority report" y "Blade Runner" y tal batiburrillo no tiene porque ser algo negativo, se ha hecho en muchas ocasiones con otros films a los que se les tilda generosamente de homenajes. El problema no es ese, sino algo mucho más determinante. La película de Wiseman es un film discreto, con buenos efectos especiales, con algunas buenas ideas, pero no tiene demasiado fondo argumental y, desde luego, poco o nada que le rescate de un tono regular al que ya nos tienen, por desgracia, acostumbrados en muchos de los remakes que inundan la pantalla. Las motivaciones que sirven como macguffin para el desarrollo de la acción tienen que ver con una idea nada desdeñable. Ciudades construídas unas encima de otras, en las que los niveles más bajos son los más deprimentes, lo que llevan a la agitación social y lógicamente a la rebelión. Lamentablemente toda esa ambientación, que pudiera servir como motivación, no tiene un buen desarrollo argumental, sino más bien un intrascendente sucesión de efectos visuales. 
Todo ese planteamiento inocuo tiene, no obstante, un alto precio. Se ha prescindido de todo lo que tenga referencia a Marte y sus mutantes, algo que en el film original tenía un atractivo de relevancia indiscutible. No existe ese trasfondo que le daba consistencia a la acción, personalidad a la ficción y atractivo a los personajes. En la película del 2012, los malos no tienen demasiado que ofrecer y pierden ante su referente original. El líder de la resistencia es absolutamente inocuo y el bueno de Kuato, en unos pocos minutos, le daba mayor carisma, quedando como un referente cinematográfico y eso, en una película como la que nos ocupa, tiene su peso específico. Se prescinde del personaje interpretado por Michael Ironside, cuya interpretación tenía el atractivo añadido de los celos, ya que su compañera sentimental había ejercido de mujer  del héroe de turno. En esta nueva versión, Kate Beckinsale, asume ambos papeles, el de esposa impostora y el de ejecutora despiadada. En cuanto al elenco femenino, los habrá quienes prefieran a Sharon Stone y Rachel Ticotin a la ya mencionada y a Jessica Biel, por cierto nominada a la peor actriz a los Premios Razzie, pero eso ya es cuestión de gustos personales.

Probablemente innecesaria nueva adaptación, horrible quizás no tanto, insípida sin duda alguna, sobre todo en el tratamiento de los personajes, mucho más desdibujados de lo que suele acometer Wiseman en la saga "Underworld", en donde sale mucho más airoso. Su pecado no es prescindir de lo que nos gustaba de la versión de 90, tampoco que se haya dejado influenciar por algunas otras propuestas del cine de ciencia-ficción, sino el de ofrecernos un plato con todos los ingredientes, pero realmente insípido, mal sazonado y lógicamente soso. Sin embargo, hay que verla por una sola razón, ¿he dicho ya que sale Kate Beckinsale?. Pues eso.



viernes, 18 de enero de 2013

UN SPIDERMAN MUY MALO, PERO MALO DE VERDAD


Mucho antes de que San Raimi nos ofreciera su visión de Spiderman, los turcos se adelantaron en 1973 realizando una adaptación a la gran pantalla con su peculiar estilo chapucero y surrealista. Con el título de "Tres hombres poderosos" se atrevieron a juntar en una misma película al Capitán América, la estrella de lucha mexicana "El santo" y al Hombre Araña. Tan singular trío protagonista desarrollan su acción en un argumento delirante, en el que la novedad más bochornosa es la de presentarnos a Spiderman como un navajero psicópata más malo que la quina. En Estambul, la Banda de la araña, capitaneada por un malvado Trepamuros, que aquí, trepar lo que se dice trepar no trepa, se dedica a la falsificación de dólares, pero comete el error de secuestrar a la novia del Capitán América, que con ayuda de "El santo" se enfrentará a tan temible criminal. 

Spiderman es un villano cuyas pobladas cejas asoman por la máscara de forma prominente. Además, su indumentaria cambia las tonalidades, pasando a combinar el verde y el rojo, amén de ocultar una incipiente barriguita cervecera. Ni arroja telarañas, ni se sube por las paredes, se desplaza en coche como cualquier hijo de vecina,  pero maneja con especial saña una navaja y tiene el sorprendente poder de, cada vez que es vencido, replicarse a sí mismo en otro lugar, con carcajada de malvado incluida. Acecha en las duchas y, como un Norman Bates de ínfima categoría,  estrangula a sus víctimas o las apuñala sin piedad. Una combinación entre "Frenesí" y "Psicosis" de Alfred Hitchcock, atreviéndose su director a emular el plano del desagüe y la sangre en la bañera. En una escena, y para demostrar lo malo malísimo que es,  nuestro siniestro Hombre Araña, con la ayuda de sus esbirros, entierra a una mujer en la arena de la playa y con la hélice de una barca le destroza la cara. Después apuñala a un señor con abrigo negro y sombrero, gritando en español "¡Adiós mafia!", aspecto bastante peculiar en una película en la que sólo se habla turco. Les dejo un vídeo con las mejores escenas de semejante despropósito, que a fuerza de ser pésimo consigue ser moderadamente divertido. Si alguien dispone de quince minutos para perder el tiempo...



lunes, 14 de enero de 2013

TÉCNICAS DE SUPERVIVENCIA: LAS MALAS NOTAS

Cuando era un tierno infante y contaba con unos cinco o seis años, era poseedor de dos virtudes de un valor incuestionable. La primera es que tenía un éxito considerable con las chicas, y no eran pocas las que se me rifaban para invitarme a su casa a pan y chocolate, regado con un generoso tazón de Cola Cao. La segunda es que tenía por costumbre sacar buenas notas en el colegio. La tabla de multiplicar me costó, pero conseguí dominarla a base de entonar aquel cántico del uno por uno es uno y sus sucesivas variantes, y los conjuntos disjuntos no eran un desafío insoslayable. Pero con el tiempo algo pasó, y ambas cualidades se fueron evaporando de forma dramática. Perdí mi atractivo para las chicas sin saber por qué. Ya hubiera querido de mayor haber tomado aunque hubiera sido el chocolate del loro, pero nada de nada, mi magnetismo se perdió en la noche de los tiempos. De ahí el enorme mérito de la señora de Cahiers, que debió atisbar algo en lo más profundo de mi ser, aquel encanto perdido de mi infancia.

En cuanto a mis capacidades académicas, los sobresalientes y notables de antaño se convirtieron en llamativos suspensos a partir de quinto de E.G.B. Normalmente obtenía malas calificaciones en matemáticas y en lengua, pero en una evaluación se me fue la mano y alcancé los cinco suspensos. En el correspondiente boletín, que debía firmar mi padre, aparecía ese quinteto de la muerte escrito con bolígrafo rojo o con sangre de una doncella, cualquiera sabe. Imposible de borrar o trucar, aquella tinta se había infiltrado hasta la médula en el papel, como si fueran uña y carne. Había suspendido incluso la religión y las manualidades o también llamada pretecnología. Recuerdo por qué el profesor me llegó a calificar como muy deficiente en esta última asignatura. El examen consistía en realizar en tu casa una figura con arcilla. Con todo el entusiasmo del mundo procedí a elaborar un cocodrilo. Era mi especialidad con la plastilina, así que no podía fallar. Cuando lo pinté me quedó un color un poco raro, el verde se mezcló con el color de la arcilla y le dio una tonalidad marrón. Pero bueno, que demonios, se veía a la legua que era un cocodrilo. Lo metí en una caja de zapatos y me fui al colegio, con la mala fortuna de que, con el traqueteo, el animalito se rompió en varios trozos. Cuando el maestro abrió la caja, se puso muy furioso, como si una mofeta le hubiera dado un beso de tornillo. ¡Qué es esto, maldito cochino!. La mutilada figura ya no se indentificaba con el famoso reptil y, dado el color con el que se había quedado, aquello parecía una colección de truños pestilentes o, hablando en plata, en un montón de mierdas.

Fuera como fuese, lo realmente dramático es que había pasado de una media de dos suspensos, a obtener el récord poco honroso de cinco deficientes. De camino a mi casa, y con aquella pesada carga entre mis manos, un sudor frío me recorría la frente. Y no es que tuviera miedo al castigo físico, ya que mi padre nunca había pasado de amenazarme con zapatillas, cinturones y demás instrumentos. Que yo recuerde, jamás me puso la mano encima, pero, el sentimiento de culpabilidad y el temor de una reprimenda de órdago, eran más que suficientes para que mi cerebro maquinara alguna salida no demasiado onerosa. Una vez, en circunstancias parecidas, me sirvió un desmayo fingido, de tal manera que debería encontrar algo parecido que me sacara de mi particular atolladero. Un llanto prolongado y carente de palabras sería más que suficiente, pero tenía que ser muy convincente, debía estar a la altura de una Margarita Xirgu con pantalones cortos. Cuando llegue a mi casa, arrojé mi cartera, me dirigí apresuradamente hacia una silla en donde, con la cara escondida entre mis brazos sobre la mesa, comencé a llorar cual plañidera de primera categoría. Mis padres y mi abuela me preguntaban constantemente que me pasaba, pero el truco consiste en no hablar para que la preocupación de mis progenitores fuera aumentado. De esa manera, el saber que sólo lloraba por las notas, sería algo más tranquilizador que enterarse que me habían llamado a filas para incorporarme a la legión extranjera o que había vendido un pulmón en el mercado negro para comprarme el Cinexin. Una vez transcurrido un tiempo prudencial, ni demasiado corto para restar dramatismo, ni demasiado largo para provocar un exorcismo, deslicé de manera sibilina las notas por debajo de mis brazos y esperé con la tensión propia del que escucha una sentencia del Tribunal de la Santa Inquisición. Los segundos se hicieron eternos y al fin se rompieron con un: "Bueno, bueno, no llores más, todo tiene remedio, tampoco es para tanto, a estudiar más y se acabó". Una actuación de Oscar, aunque el truco ya no se podía utilizar más de una vez, porque las lágrimas cansan, la paciencia se agota y no se puede engañar eternamente a los mismos. Así que, no pueden imaginar cual fue mi situación cuando, unos años más tarde, recibí una carta del instituto anunciándome mi expulsión por malas notas. Pero, como ya he dicho en alguna que otra ocasión, eso es otra historia...