Hace ya un puñado de años yo era un firme opositor a lo que se ha llamado fiesta nacional, un feroz anti-taurino en toda la regla, pero el paso de los años ha moderado sensiblemente mi carácter y ahora me conformo con un rechazo más estoico. Estos días es noticia en España la polémica del arte de Cúchares, sobre todo, por el peso específico que han añadido los políticos de turno. En Cataluña quieren que las corridas de toros queden al margen de la ley, no teniendo demasiado claro si es por compasión hacia el sufrido animal o, más bien, por establecer un hecho diferenciador más de la cultura hispánica, tan largamente suspirada en algunos lares de esta entrañable nación. Por oposición a las díscolas autonomías periféricas, el poder central, en este caso de la comunidad de Madrid, se ha manifestado a favor de la fiesta. En un país en el que la crisis ha golpeado de forma contundente, es una solemne estupidez que los políticos se dediquen a la defensa o ataque de las corridas de toros como si se tratara de una pelea tabernaria. La prohibición, por otra parte, parece siempre poco recomendable y, de llegar a buen puerto, podríamos asistir al nacimiento de las corridas clandestinas, que por el morbo de la ilegalidad se multiplicarían de forma considerable, igual que los bares en la ley seca. Dejen volar su imaginación y podrán vislumbrar garajes transformados en plazas de toros, supermercados convertidos en tentaderos o peluquerías impartiendo clases de chicuelinas. Lo cierto es que sobre el mundo del toreo existen toda una serie de manifestaciones que son auténticas memeces. La primera, y muy de actualidad por las últimas declaraciones de la presidenta de la comunidad de Madrid, es defender la fiesta nacional porque ha sido fuente de inspiración de grandes artistas. Es posible, pero es que cualquier cosa puede ser una suerte de inspiración, como por ejemplo la guerra, siendo tema reflejado con maestría por Goya o Picasso. Este último pintó el Guernica, tras haberle impresionado el bombardeo de la misma en la guerra civil en el año 1937. Como es arte con letras mayúsculas, podemos establecer un bombardeo semanal de una población (eso sí por orden alfabético, no sea que nos dé por atizarle siempre a los mismos) para de esta forma inspirar a todo tipo de artistas. Saturno devorando a un hijo de Francisco de Goya es una pintura que podría impulsar, la sana costumbre, de comernos un niño cada año bisiesto para que jóvenes con talento dispusieran de sus pinceles para desarrollar todo su genio. La peste negra fue también una fuente de inspiración para muchos pintores góticos y eso me hace pensar como hemos desperdiciado, de forma tan irresponsable, la gripe aviar o la peste porcina. Seamos serios y no justifiquemos la existencia de algo por el simple hecho de figurar en alguna manifestación artística. En la feria del arte, la famosa Arco, puede ser considerada una manifestación artística hasta un montón de basura orgánica.
Tradición y cultura son otros de los pilares en los que algunos justifican las corridas de toros. Como en la inspiración artística este tipo de argumentaciones se puede aplicar a cualquier disciplina cotidiana. La tradición, en numerosas ocasiones, no es más que una muestra de lo estúpido que puede ser un pueblo. En tiempos del imperio romano se tenía por costumbre echar a los cristianos a las fieras para que éstas gozaran de un menú de lo más sibarita. Hoy, en cambio, no podríamos hacerlo, entre otras cosas, porque los que ostentan las creencias cristianas son mayoría y les parecería una desfachatez acabar en las fauces de cualquier fiera, por muy exótica que fuera. Podríamos recurrir, no obstante, a cualquier otra creencia minoritaria, por ejemplo los Hare Krishna y arrojarlos a los cocodrilos y, con el tiempo, nadie pondría la más mínima objeción, porque claro es ya una tradición y eso, queridos amigos, hay que respetarlo. En la India existe un rito tradicional, llamado satí, que consiste en que la viuda de un difunto se arroje a la pira funeraria de su difunto esposo, muriendo ambos abrasados por un amor incondicional. Sería una verdadera lástima, que por culpa de la licenciosa cultura occidental estas sanas costumbres se perdieran para siempre. Las civilizaciones mesoamericanas realizaban rituales de sacrificio en honor de los dioses y los hebreos no dudaban en sacrificar a quien hiciera falta si Dios se lo mandaba. Todas estas maravillosas tradiciones se han ido perdiendo en estos tiempos, tristemente democráticos. Es además muy curioso cómo se parece la fiesta de los toros al circo romano, ya que en ambos espectáculos un animal acaba cruelmente con la vida de otro. También se asimila en el buen trato que se les otorga a los toros, comparado con la buena vida que parecían llevar los gladiadores antes de su inevitable final. Respecto a la cultura que emana de todo esto, aún recuerdo con cierta sorna, que con ocasión de una corrida de toros que Jesulín de Ubrique ofreció solo a las mujeres, las cuales, emocionadas sensiblemente, arrojaron al diestro un catalogo completo de lencería, pues como digo, a raíz de este espectáculo tuvo lugar en televisión un debate sobre si esto era apropiado para la tradición taurina o no. Uno de los contertulios, el conocido Sánchez Dragó, le cuestionaba al torero si consideraba que él representaba la historia del laberinto del minotauro, provocando en el diestro la misma respuesta que si le hubieran preguntado sobre la teoría cuántica o sobre la expansión métrica del universo entre los quásares y la Tierra. Es evidente que para ejercer como matador de toros no se requiere una cultura demasiado prominente, y es que, lo que para algunos es un arte, para otros puede ser simplemente habilidad en el manejo de un capote.
En el colmo de lo absurdo, los defensores de la fiesta nacional pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino y nos dicen que el toro no sufre en la plaza. Que yo sepa el toro de lidia pertenece al mundo animal y no al mineral y, por esa condición, es más que meridiano que debe sufrir ante las múltiples heridas que sufre a lo largo de la faena a la que le somete el torero de turno. Existen estudios que quieren hacernos creer que el toro bravo atenúa el sufrimiento en la lidia porque es capaz de crear suficiente cortisol para combatir el estrés. Por cada estudio que defiende la tesis del no sufrimiento se pueden presentar otros que dicen lo contrario. Pero lejos de cuestionar ambas tendencias, lo cierto es que parece de pura lógica comprender que cualquier organismo vivo al que se le someta al mismo trato violento sufrirá sin la menor duda. También se argumenta que se le da al animal la oportunidad de defenderse antes de morir y, por lo tanto, su final es más digno que el que tendría en un matadero. Esto es una mentira descomunal, pues el desafío merecería la pena si el que se arriesga a una tortura cierta tuviera la más mínima posibilidad de supervivencia, y el número de toros a los que se suelen indultar alcanza un porcentaje irrisorio. Se nos increpa a los anti-taurinos que también nos alimentamos de carne y no tenemos ningún cargo de conciencia, pero es evidente que para obtener alimento de un animal no hay que someterlo a una tortura previa, al contrario se trata de buscar por los medios más avanzados una muerte lo más indolora posible. Es mejor morir rápido que tras una agonía sangrienta. En las represiones sufridas por la humanidad, estoy convencido que tuvieron más fortuna, aunque esta no sea la palabra más apropiada, aquellos que murieron de forma limpia y rápida que los que, previamente, fueron terriblemente torturados.
Es falso decir que con la eliminación de la fiesta nacional, desaparecerá sin remedio el toro de lidia, porque no tiene otra utilidad que la de morir en la plaza. Si le preguntaran a cualquier especie animal qué utilidad tiene el hombre, estoy convencido de que su repuesta no sería acorde con nuestro desaforado ego. Ningún animal tiene que justificar su existencia en función del beneficio que el ser humano pueda obtener del mismo. Para nosotros no tiene ninguna utilidad práctica la existencia del lince ibérico, del oso panda o del tigre, pero es evidente que debemos salvaguardar su continuidad como patrimonio de la biosfera. De la misma forma, el toro bravo, una vez eliminada su utilidad como diversión en las innumerables fiestas de este país, tendría la misma suerte que el bisonte americano o el elefante africano, que no es otra que su conservación en reservas. Es cierto que se perderían puestos de trabajo, pero en la misma medida que las reconversiones industriales han mermado la capacidad laborar del estado, y se han efectuado sin ninguna consideración que no fuera la meramente práctica.
Los defensores de las corridas de toros deberían de ser mucho más sinceros y mantener su opinión en base a un hecho incuestionable: nos gusta porque extraemos, de las mismas, algo más que los que solo ven un espectáculo perverso, disfrutamos porque vemos arte en su ejecución y comprendemos que el animal pueda sufrir e, incluso, respetamos a los que no son de nuestra opinión, pero definitivamente amamos la fiesta nacional. De otro lado, los enemigos de esta manifestación popular sufren, en demasiadas ocasiones, de un apasionamiento desenfrenado muy poco equilibrado, en un mundo en donde debería importar más el daño inmoral que el hombre produce en el hombre que la preocupación desaforada por el sufrimiento animal.
Pero la causa fundamental de la lidia es la existencia de un animal estúpido como es el toro bravo, cuya inteligencia es tan ínfima que no le permite otra estrategia que la de embestir un trozo de tela roja, esa es su grandeza, la de una figura de porte majestuoso que llega a su final porque no sabe otra cosa que arremeter contra una muerte segura, entre pasodobles y olés. Ya se sabe, la estupidez no tiene fronteras entre especies.
Estupenda reflexión sr. Cahiers, totalmente de acuerdo con usted.
ResponderEliminarNo esperaba menos de usted, estimado amigo.
ResponderEliminarNo soy un gran amante del arte de Cúchares, aunque puedo disfrutar de una buena lidia, y del arte que conlleva.
ResponderEliminarLa relación entre el mundo de la cultura y la fiesta no es ya sólo que inspire a los artistas, es que éstos son los que hablan de la belleza y el arte de las corridas.¿Quiere usted ejemplos? García Lorca, Orson Welles,Hemingway, Ortega y Gasset, Dali, Unamuno, etc, etc.
No recurra a la demogagia y al sofismo fácil, Sr. Cahiers, que tras un arranque brillante cae usted en en errores más propios de una autor más novel...
Mire usted, lo de Orson Welles, Lorca y Hemingway esta ya más visto que la tarasca, y si usted se hubiera tomado la molestia de leer y comprender se percataría que cualquier cosa puede ser tomada por arte, sobre todo si el intelectual de turno la toma como tal. Además, tanto a Welles como a Hemingway lo que les gustaba más bien es un buen sarao, fuera este una corrida de toros o una pelea de burros, si había fiesta por medio... Quiere usted una lista de antitaurinos, pues apunte: Lope de Vega, Larra, Jovellanos, el doctor Christian Barnard, Jacinto Benavente, Julio Caro Baroja, Miguel Delibes, Wenceslado Fernández Flores, Antonio Gala, Gregorio Marañón, Ramón y Cajal, Rodríguez de la Fuente... Si quiere puedo continuar, pero creo que es absurdo tirarse a la cabeza a un montón de intelectuales para ver quien tiene razón. Que sea un arte es algo más que relativo, aunque su afición incipiente y paupérrima se empeñe en lo contrario.
ResponderEliminarFirmado
Un autor novel
Creo que sería excesivo calificarme como aficionado a la Fiesta, como excesivo es reducir la afición de Welles a mera excusa para la jarana, recuerde que sus restos reposan para siempre en el pozo de la finca del gran Antonio Ordóñez...
ResponderEliminarSu tratamiento como aficionado es puramente irónico. Orson Welles tuvo una relación especial con España y, como buen amigo de Antonio Ordóñez, eligió su finca como lugar de reposo. Pero igonoro en que medida eso pueda ser determinante para justificarse como argumento a favor de las corridas de toros. Fíjese si Welles era aficionado a la jarana que abandonó el montaje de "El cuarto mandamiento" para acudir a los carnavales de Rio.
ResponderEliminarEso sí que es cierto, lo cual indica como se bebía la vida el bueno de Orson, aunque ello conllevara ciertos efectos colaterales en algunas obras suyas.
ResponderEliminarCasi se me olvidaba señalar como argumento pro-taurino las bellas estampas deL mítico Bud Boeticher, que quedaran inmortalizadas en aquel número dedicado al Western en Nickel Odeon...
Si, claro, y en las bellas estampas del oeste también se ilustraba el exterminio de los bisontes e incluso de los nativos auténticos. Ya le he argumentado por activa y por pasiva que no hay ningún tema, aunque sea desagradable, que sea ajeno al arte. Fíjese que incluso se ha dicho que, algunos asesinos en serie, componían unas magníficas puestas en escena de sus crimenes.
ResponderEliminar"Si le preguntaran a cualquier especie animal que utilidad tiene el hombre, estoy convencido de que su repuesta no sería acorde con nuestro desaforado ego". ¡¡¡Bravo!!!
ResponderEliminarGracias amigo Lazoworks, no hay nada mejor para mi ego que cuando me lanzan un bravo con tres admiraciones por delante y tres por detrás. Por cierto, permítame felicitarle por su excelente blog.
ResponderEliminarAl meterme ahora en la vida de Vittorio Gassman, y con mucho gusto, he podido disfrutar de una anécdota suya con la que me he sentido plenamente identificada. Le invitaron una vez a España a una corrida de toros y el torero, como es habitual en estos casos, le brindó el toro al actor. Gassman debió poco menos que flipar con la "fiesta nacional" (fiesta para todos menos para el toro, claro) y con los aplausos del público cada vez que el torero llevaba a cabo una "proeza". Así que cuando el toro le embistió una cornada en la pierna al torero, Gassman se levantó y se puso a aplaudir como loco al toro, comportamiento que, por supuesto, se le criticó por siempre jamás... Pues yo me hubiera levantado para aplaudir como loca a Gassman, porque entiendo perfectamente su reacción.
ResponderEliminarGenial entrada ésta, Cahiers, como siempre razonando tremendamente bien. Lo único, que yo no veo nada a favor de esta "fiesta", todo lo veo en contra, aunque estoy de acuerdo contigo en que la prohibición llevaría sólo a que se siguiera haciendo en la clandestinidad. Lo suyo sería que desapareciera este "espectáculo" por el simple hecho de querer dejar al toro ser un animal salvaje y en libertad, como tantos otros. Sí, me pongo muy seria con este tema, me ha creado siempre mucha impotencia...
Buena anécdota, que también pone en tela de juicio aquello de que a los extranjeros les encanta que les lleven a los toros. Gassman entendió aquella lucha entre animal y hombre que tanto defienden los taurinos y optó por uno de los contendientes.
Eliminar