Los animales devoradores de hombres siempre han suscitado un interés si se quiere malsano, pero que nos ha fascinado desde siempre, quizás porque estamos tan acostumbrados a estar situados en la cima de la pirámide alimenticia, que cuando nos bajan a dentelladas hasta la base de la misma, recordamos, que en el pasado, cuando éramos algo más que monos, fuimos tan frágiles como la gacela o el antílope o, por lo menos, hasta que alcanzamos la capacidad de empuñar un arma, fuera esta una piedra, una lanza o un rifle de mira telescópica, aunque nuestra arma más devastadora es nuestra propia inteligencia. Las historias que van a leer a continuación son tan reales como aterradoras, son una especie de alarma interna, que no nos hace olvidar que somos animales de carne y hueso, con sangre y tejidos y que en el fondo solo somos una presa disfrazada de superdepredador.
"Un submarino japonés le disparó dos torpedos al costado del barco, yo había vuelto de la isla de Tinyan, de Leyte, donde habíamos entregado la bomba, la que había de ser para Hiroshima. 1100 hombres fueron a parar al agua, el barco se hundió en 12 minutos. No vi el primer tiburón hasta media hora después, un tigre de cuatro metros, ¿ usted sabe cómo se calcula esto estando en el agua ? usted dirá que mirando desde la dorsal hasta la cola, nosotros no sabíamos nada. Nuestra misión de la bomba se hizo tan en secreto que ni siquiera se radió una señal de naufragio. No se nos echó de menos hasta una semana después. Con las primeras luces del día llegaron muchos tiburones y nosotros fuimos formando grupos cerrados, algo así como aquellos antiguos cuadros de batalla, igual que la que había visto en una estampa
de la de Waterloo. La idea era que cuando el tiburón se acercara a uno de nosotros éste empezara a gritar y a chapotear y a veces el tiburón se iba pero otras veces permanecía allí y otras se quedaba mirándole a uno fijamente a los ojos, una de sus características es sus ojos sin vida, de muñeca, ojos negros y quietos, cuando se acerca a uno se diría que no tiene vida, hasta que le muerde, esos pequeños ojos negros se vuelven blancos y entonces ah... entonces se oye un grito tremendo y espantoso, el agua se vuelve de color rojo, y a pesar del chapoteo y del griterío ves como esas fieras se acercan y te van despedazando. Supe luego que aquel primer amanecer perdimos cien hombres, creo que los tiburones serían un millar que devoraban hombres a un promedio de seis por hora. El jueves por la mañana me tropecé con un amigo mío, un tal Robinson de Cleveland, jugador de béisbol, bastante bueno, creí que estaba dormido, me acerqué para despertarlo, se balanceaba
de un lado a otro igual que si fuera un tentetieso, de pronto volcó y vi que había sido devorado de cintura para abajo. A mediodía del quinto día apareció un avión de reconocimiento, nos vio y empezó a volar bajo para identificarnos, era un piloto joven, quizá más joven que el señor Hooper, que como digo, nos vio y tres horas después llegó un hidro de la Armada que empezó a recogernos y ¿ saben una cosa ? fueron los momentos en que pasé más miedo, esperando que me llegara el turno, nunca más me pondré el chaleco salvavidas. De aquellos 1100 hombres que cayeron al agua solo quedamos 316. Al resto los devoraron los tiburones el 29
de julio de 1945. No obstante, entregamos la bomba."
Con este mítico monólogo describía el personaje interpretado por Robert Shaw en "Tiburón", la tragedia del Indianápolis, crucero de la clase Portland. La idea de incluirlo parece que fue del John Milius, aunque no son pocos los que se lo atribuyen. Lo cierto es que, una vez entregada la bomba atómica, se le negó escolta al Indianápolis, argumentado que navegaba por aguas libres de hostilidades bélicas, siendo el resultado los dos impactos de torpedo que recibió por parte de un submarino japonés que le hicieron hundirse en doce minutos. El mando naval norteamericano ni se percató del frustrado regreso del Indianápolis, que fue rescatado por puro azar y buscó como chivo expiatorio a su capitán, McVay, al que declaró culpable de los hechos, lo que provocó el suicidio de este en 1.968. Treinta y dos años después de su muerte, el Presidente Bill Clinton firmó una ley que exoneró de sus responsabilidades al Capitán McVay. Este es el caso en el que los ataques de los tiburones fueron de mayor impacto, pero no es raro el ataque mortal, sobre todo del tiburón blanco, hacia los seres humanos. Tras el estreno de la película de Spielberg, hubo una polémica en la que se enzarzaron Jacques Cousteau y el autor de la novela Peter Benchley, en el cual el primero acusaba al segundo de escaso rigor y de falsear la verdadera naturaleza de los escualos, aunque los hechos acaecidos al Indianápolis ponen las cosas en su justa medida.

"Aquella noche fue la más horrible que cualquier miembro de las tripulaciones de la lanchas militares haya experimentado nunca. Los disparos de rifle en una ciénaga negra como la pez, entrecortados por los alaridos de los hombres que caían en las fauces de los enormes reptiles y por el inquietante borboteo de los cocodrilos que nadaban en círculos, creaban
una infernal cacofonía que pocas veces se ha oído en este mundo. Al alba llegaron los buitres para dar cuenta de lo que habían dejado los cocodrilos. Del millar de soldados japoneses que se adentraron en los pantano de Rramree, sólo unos veinte fueron hallados con vida." Este es el escalofriante relato de Bruce Wrigh, naturalista que formaba parte de las fuerzas británicas que acorralaron a los japoneses en Ramree en la Segunda Guerra Mundial. Los cocodrilos marinos dieron cuenta de casi un millar de soldados japoneses que trataban de escapar del acoso del ejército británico, cometiendo el error de adentrarse en los manglares que separan la isla de Ramree de la costa de Birmania. Aunque algunos creen que esta cifra es exagerada, las estimaciones más optimistas señalan unas 3OO bajas que sucumbieron entre las mandíbulas de los terribles depredadores, siendo según el Libro Guinnes el ataque más mortífero realizado jamás por animal alguno. En la actualidad tenemos el más que interesante caso de Gustave, un cocodrilo de 7 metros de longitud

y más de una tonelada de peso. Se calcula que en sus casi 70 años de vida ha matado entre 60 y 300 personas, según las fuentes consultadas. Si hacemos una media nos saldrán 180 víctimas que encontraron una muerte horrorosa en las inmediaciones del lago Tanganika en Burundi. Gustave se ha atrevido a dar caza a un hipopótamo adulto, algo verdaderamente insólito, ya que habitualmente son estos orondos mamíferos los que dan buena cuenta del primer cocodrilo que se le cruza por el camino. El porqué de las costumbres alimenticias de este gran depredador puede encontrarse en dos causas. La primera es que Gustave, debido a su avanzada edad y gran tamaño necesita piezas de más enjundia que peces y pequeños mamíferos. La segunda razón es verdaderamente macabra, pues quienes le acostumbraron a la carne humana fueron los jefes guerrilleros hutus, que tenían la costumbre de lanzar los cadáveres de los tutsis que previamente habían masacrado. Eso unido a la cantidad ingente de refugiados que cruzaron el rio durante más de diez años, para pedir asilo en la cercana República Democrática del Congo, contribuyeron a que Gustave contemplara al ser humano como una presa fácil de abatir. Entre los hechos más insólitos de

este extraordinario depredador, se cuenta cuando en 1998 se adentró en las calles de la aldea de Kabezi para dar caza a un joven de 15 años y conducirle a aguas profundas para darle muerte, ante la pavorosa mirada de los habitantes del pueblo y de los soldados del gobierno, que nada pudieron hacer pese a los continuos disparos que ejercieron sobre el cocodrilo con sus AK-47. Debido a estos balazos y a otras heridas infringidas por quienes querían matarlo, Gustave presenta una piel llena de heridas e impactos que le dan aún un aspecto más aterrador. Cuentan que, algunas veces, tras permanecer entre dos y tres años sin aparecer, se le da por muerto, pero siempre regresa cual fantasma en busca de sus víctimas. Dotado de una inteligencia propia de los años vividos, el terrible animal ha sido capaz de burlar todas y cada una de las trampas que se han cruzado en su camino.
Una de las historias más populares sobre devoradores de hombres transcurrió en 1898 en la región de Tsavo en Kenia. En la construcción del ferrocarril por parte del imperio británico, dos leones fueron capaces de sembrar el terror entre los obreros, dando muerte a un número indeterminado

de ellos. Digo indeterminado, porque el coronel Patterson elevaba las cifras hasta 135, mientras que los responsables de la Compañía Ferroviaria de Uganda limitaban las víctimas mortales a 28. Estudios recientes establecen la teoría de que en realidad fueron 35 los seres humanos que acabaron bajo las fauces de las dos bestias, apodadas fantasma y oscuridad. Eran dos leones macho de gran tamaño, sin melena, y se ha especulado mucho sobre el por qué de su comportamiento. Según parece presentaban deformaciones craneodentales, lo que podría haber significado un cierto impedimento para cazar animales que ofrecieran resistencia. Esto unido a la disminución sensible de sus presas naturales, debido al impacto humano de las obras del ferrocarril, pudo abocarles a fijar como presa habitual al hombre. Además las

tribus locales abandonaban a los muertos al aire libre o en tumbas poco profundas, lo que podría haber propiciado que los leones ejercieran de carroñeros y se acostumbraran a la carne humana. No obstante parece ser que solo uno de ellos era un verdadero devorador de hombres, recibiendo el apoyo de su compañero que solo ocasionalmente se alimentaba de los mismos, prefiriendo éste la carne de los herbívoros del lugar. Esta historia ha dado lugar a la realización de algunas películas, entre las cuales hay que destacar "Los demonios de la noche", en la que Val Kilmer interpreta al coronel Patterson, que como buen cazador no reparó en exagerar las fechorías de ambos felinos, aunque la historia, tal y como parece que ocurrió en realidad, es lo suficientemente aterradora. Los auténticos leones fueron disecados y actualmente están expuestos en el Museo Field de Chicago y, al contemplarlos hoy en día, podemos sacar un par de conclusiones: o bien el taxidermista que hizo el trabajo era un auténtico chapucero o ambos depredadores son los leones más extraños que se han visto jamás.