Le he dado muchas vueltas y después de alguna reflexión he decidido hacerlo. Hace muchos, muchos años, cuando los dinosaurios habitaban la Tierra, comencé a escribir un libro relacionado con la religión, la política y la sociedad. Temas relevantes o pedantes, depende de como se mire, aunque, de todas formas, no sobrepasó la categoría de mero intento. Tras muchas revisiones, el asunto quedó estancado y no pasó de las 25 páginas, una suerte de proyecto de libro olvidado en un cajón. Otra vez esa maldita pereza. Lo he mantenido desterrado en el tiempo y de vez en cuando se me pasaba por la cabeza publicarlo en La Guarida. Lazoworks me animó a que lo hiciera, y yo sabía que publicar semejante proyecto, algo pretencioso y quizás demasiado plúmbeo, podía espantar a los que amablemente se pasan por aquí. Hoy tenía un día tonto, algo disperso y, pensando en los inconvenientes y ventajas, he decidido publicarlo en varias entregas. Hay que tener en cuenta que lo escribí hace más de veinte años, lo que quiere decir que en algunas cosas he modificado mi opinión, en otras la he matizado y puede que en muchas aún conserve cierta adhesión. Sean pues benévolos con lo que a continuación paso a presentarles.
CAPITULO I
EL SUEÑO DE DIOS
Dios tuvo un sueño fantástico y en él creo un universo complejo e inabarcable. Tuvo un capricho egocéntrico y dio forma a un ser a su imagen y semejanza que colocó en los suburbios de ese universo particular. Contempló su obra y se dispuso a pasarlo en grande con aquellas confusas criaturas, les puso mil pruebas y desafíos y comprobó con regocijo la confusión, y también la tenacidad, de aquellos entes mortales que, obstinados, se aferraban a sus pequeños sueños en medio de las más diversas tribulaciones. Esto podría tener sentido, sobre todo visto desde un punto de vista antropocentrista. Es justamente lo que el hombre hubiera hecho si gozara de tal capacidad, aunque, en honor de la verdad, justo es reconocer que en mayor o menor escala, cada vez que hemos tenido oportunidad de jugar a ser dioses nos hemos dejado llevar por ese arrebatador deseo de poder y voluntad. Deberíamos pensar, con mejor acierto que esperanza, que el hombre tuvo miedo y soñó con dioses que lo protegerían desde el infinito. Tuvo pánico ante la muerte y soñó con una vida inmortal en paraísos de particular hedonismo. Su vanidad le hizo escalar a la cúspide de los elegidos de su Dios particular. Es una temeridad, para este autor y para cualquiera, intentar aceptar o negar con formas categóricas las supuestas verdades e hipotéticas realidades. Sin duda alguna voy a cometer un acto que personalmente me parece inevitable. Ejerceré el sano ejercicio de la divagación, que es la única salida coherente cuando tratamos el tema de la espiritualidad y de las creencias religiosas. Lo demás, es decir, las aseveraciones, las certezas y las formas categóricas pertenecen a los dogmáticos. Afirmo que lo que voy a exponer es pura y absoluta inconsistencia, y quien pretenda lo contrario es que ha sido tocado por la gracia divina.
En el intrincado mundo de lo espiritual no se tiene nunca la certeza de estar pisando sobre firme. Lejos de ello, nos enfrentamos ante la manifestación más compleja de la conducta humana, que se cierne sobre una multitud de características de naturaleza tan intrínseca como desconocida. El estudio de las variadas y múltiples creencias religiosas no se puede afrontar como cualquier otro tema, sino que requiere un tratamiento especial enfocado desde un plano trascendental. Como quiera que la conducta del hombre en este punto crucial del pensamiento es amplia y multiforme, aunque las raíces sean idénticas, habrá que ir desvelando los diversos aspectos que le sirven de engranaje a la maquinaria espiritual creada por la mente, o quizás por una intuición fundamentada en quien sabe que certezas.
CAPITULO I
EL SUEÑO DE DIOS
Dios tuvo un sueño fantástico y en él creo un universo complejo e inabarcable. Tuvo un capricho egocéntrico y dio forma a un ser a su imagen y semejanza que colocó en los suburbios de ese universo particular. Contempló su obra y se dispuso a pasarlo en grande con aquellas confusas criaturas, les puso mil pruebas y desafíos y comprobó con regocijo la confusión, y también la tenacidad, de aquellos entes mortales que, obstinados, se aferraban a sus pequeños sueños en medio de las más diversas tribulaciones. Esto podría tener sentido, sobre todo visto desde un punto de vista antropocentrista. Es justamente lo que el hombre hubiera hecho si gozara de tal capacidad, aunque, en honor de la verdad, justo es reconocer que en mayor o menor escala, cada vez que hemos tenido oportunidad de jugar a ser dioses nos hemos dejado llevar por ese arrebatador deseo de poder y voluntad. Deberíamos pensar, con mejor acierto que esperanza, que el hombre tuvo miedo y soñó con dioses que lo protegerían desde el infinito. Tuvo pánico ante la muerte y soñó con una vida inmortal en paraísos de particular hedonismo. Su vanidad le hizo escalar a la cúspide de los elegidos de su Dios particular. Es una temeridad, para este autor y para cualquiera, intentar aceptar o negar con formas categóricas las supuestas verdades e hipotéticas realidades. Sin duda alguna voy a cometer un acto que personalmente me parece inevitable. Ejerceré el sano ejercicio de la divagación, que es la única salida coherente cuando tratamos el tema de la espiritualidad y de las creencias religiosas. Lo demás, es decir, las aseveraciones, las certezas y las formas categóricas pertenecen a los dogmáticos. Afirmo que lo que voy a exponer es pura y absoluta inconsistencia, y quien pretenda lo contrario es que ha sido tocado por la gracia divina.
En el intrincado mundo de lo espiritual no se tiene nunca la certeza de estar pisando sobre firme. Lejos de ello, nos enfrentamos ante la manifestación más compleja de la conducta humana, que se cierne sobre una multitud de características de naturaleza tan intrínseca como desconocida. El estudio de las variadas y múltiples creencias religiosas no se puede afrontar como cualquier otro tema, sino que requiere un tratamiento especial enfocado desde un plano trascendental. Como quiera que la conducta del hombre en este punto crucial del pensamiento es amplia y multiforme, aunque las raíces sean idénticas, habrá que ir desvelando los diversos aspectos que le sirven de engranaje a la maquinaria espiritual creada por la mente, o quizás por una intuición fundamentada en quien sabe que certezas.
Alguien dijo en una ocasión que si Dios no existiera, habría que inventarlo. Hay una gran verdad encerrada en este pensamiento. Es realmente importante saber hasta que punto la humanidad necesita de un dios que garantice las aspiraciones suprasensibles de la misma. He de confesar lo complicada que resulta la tarea de afrontar el tema de Dios con un mínimo de objetividad, objetividad basada en pruebas tangibles. El ateísmo que pueda denotar el presente escrito no implica necesariamente una actitud hermética hacia otras corrientes filosóficas. Sería excesivamente presuntuoso manifestar cualquier afirmación o negación con el respaldo de la verdad. Lo sería aunque solo pretendiera alcanzar la verdad relativa. ¿Qué somos?. Pues nada más y nada menos que náufragos en un océano infinito, habitantes de las afueras de un inmenso conocimiento que solo podemos apenas intuir. A pesar de mi incredulidad, he de reconocer mi profunda admiración hacia el tema de la existencia de Dios. Me parece particularmente fascinante situarme ante la encrucijada de un asunto tan vital e importante para la trascendencia humana.
La idea de Dios no es perfecta en toda su amplitud. Existen lagunas que los expertos en religión no pueden aclarar. La Teología muestra su incapacidad para convencer a los escépticos. En efecto, cuando los teólogos se encuentran ante un enigma religioso se sumen en una especie de letargo doctrinal tan enrevesado como escasamente útil. Sin embargo, las preguntas están siempre esperándonos en cada recodo de nuestra mente: ¿Existe Dios?, ¿Es un ente físicamente humano o es solamente una metáfora religiosa?, ¿Por qué el silencio como respuesta?. Es indudable que Dios ha afectado a la humanidad desde que ésta abandono el estado irracional, configurándola de una manera mística. Cuando el hombre comenzó a indagar sobre su origen en los albores de la historia, cuando se preguntaba del por qué de su existencia y de los fenómenos que le rodeaban, surgió como respuesta la idea de un ser superior que lo manejaba todo y sabía absolutamente todo, tanto como para tranquilizar los miedos del primer pensamiento de aquel animal trascendente y asustado. El pensamiento nos hace libres pero también nos hace esclavos de nuestros miedos más profundos. La respuesta de aquel ser, que razonaba entre dudas y temor era profundamente irreflexiva, era más bien totémica y supersticiosa. Naturalmente no podía ser de otra forma. Nuestra actual civilización carece de elementos lo suficientemente sugestivos, como para eliminar de raíz el concepto de Dios. La idea de una divinidad protectora es algo inherente a nuestra condición de seres humanos, podrá menguar en distintas circunstancias históricas, pero siempre permanece latente en nuestro subconsciente colectivo e individual. Imagínense al hombre primitivo, recién salido de su anonimato animal, escudriñando los enigmas que rodean su mundo. Ante el misterio surgió una multitud de dioses, desde los más simples a los más sofisticados. Dioses de los más absurdos y variopintos, que habían creado a los hombres de la madera o el barro. En nuestra cultura actual esas deidades han ido sucumbiendo y han sido sustituidas por otros dioses más tecnológicos y comerciales, pero igual de efectivos. Cuando el hombre crea a su dios particular se viste a sí mismo de una trascendencia especial. Ya no es solo un animal dotado de inteligencia, sino también un ser espiritual, elegido por un ente divino, y como tal, debe ejercer su dominio sobre el planeta. En realidad, tal dominio corresponde al impulso civilizador de la inteligencia humana. El hombre ha creado ya una trascendencia espiritual que el tiempo y la evolución dogmática de las religiones consolidará definitivamente. No obstante, observa que existe un momento crucial en la historia de la vida, en el que no se diferencia en absoluto de las demás especies del planeta: la muerte inexorable. Un ser elegido por Dios no puede tener semejante destino final. El hombre se imagina una continuidad de la vida en el más allá o, en el peor de los casos, una reencarnación que le dote de la deseada inmortalidad. Esta condición le vendrá como anillo al dedo para seguir manteniendo su pureza de elegido divino. Surge el concepto que nos marcará para la eternidad, que no es otro que el alma. El alma humana se convierte en el don más especial que jamás pudiera soñar criatura alguna. Es el billete de ida hacia la inmortalidad. El inconveniente estriba en que es sólo de ida...
Todo este proceso era inevitable. El principio espiritual saldría tarde o temprano del interior del hombre, como un incuestionable deseo de trascender hacia algo más sublime que lo que la vida material nos ofrece. Por encima de todo el hombre es un animal que siente la soledad con mas amargura que cualquier otro. Tanto el hombre primitivo como el de nuestra actual civilización se sienten profundamente desamparados. Nuestro antepasado miraba angustiado hacia la oscuridad de la noche y se mostraba inquieto hacia los sonidos de su entorno. El hombre actual se siente igualmente solo frente al mundo globalizado. Es lógico pensar que la espiritualidad puede ser su refugio más seguro, de la misma forma que lo ha sido desde el principio de los tiempos.
Bueno, Cahiers, me he arriesgado y me lo he leído. Sí, yo también tenía hoy el día tonto. Y aún así, me alegro de haberlo hecho, de esto mismo que planteas aquí, de la continuidad de la vida, del alma y la espiritualidad, hablaba yo precisamente con un amigo hace bien poco. Y por supuesto que da para muchos capítulos.
ResponderEliminarYo ya me he apuntado para el siguiente.
"La espiritualidad puede ser el refugio más seguro." guaua... muy buena frase.
ResponderEliminarIncreible, escribe usted muy bien Sr. Pepe Cahiers.
Al principio, cuando leí que había escrito algo, pense que sería más una novela, pero parece más un ensayo.
Realmente sabe desgranar las ideas excelentemente.
"Si Dios no existiera lo tendriamos inventar", curiosa, curiosa reflexión...
Me pasaré por aqui para leer las continuaciones.
Un abrazo.
Me ha parecido todo muy bien expuesto y descrito, yo es que soy un poco zote para esas cosas. ¿Existe Dios? ¿Existe vida más allá de la muerte y si la hay pilla muy lejos del centro? Esa última frase no es mía, es de Woody Allen. Adelante con el libro y saludos, amigo Cahiers. Borgo.
ResponderEliminarPara respoder a la pregunta si existe Dios primero hay que definirlo. ¿Qué es Dios?, que los creyentes me digan lo que es y entonces yo les diré si creo en su existencia o no.
ResponderEliminarPuede que el Hombre necesite a Dios, necesite espiritualidad. pero lo que no necesita son las religiones organizadas ni chamanes.
A mí el primer capítulo me ha parecido muy bueno, así que me alegro de que te hayas decidido a publicarlo.
Yo soy ateo y estoy convencido de que Dios no existe. Respeto a los creyentes en algún tipo de Dios, pero no a los seguidores de religiones organizadas basadas en mitos que han demostrado ser más falsos que una moneda de 3 euros. A estos los considero analfabetos o locos.
By the way, ha muerto Christopher Hitchens.
Pepe... Muchas gracias... tus palabras y tu libro han despertado un pasado que permanecía dormido desde hacía 33 años... unas palabras reveladas que aún hoy me cuestan comprender, pero que no tendo más remedio que llevar al mundo digital y así, de algún modo, que se pierdan en la Eternidad....
ResponderEliminarEl tema de la espiritualidad del ser humano me parece muy serio, interesante y complejo así que felicidades por abordarlo y, especialmente, a tan tierna edad.
ResponderEliminarNo he detectado ese aire ateo que mencionas en este escrito... eso me recuerda la muerte ayer de Christopher Hitchens el autor de God Is Not Great: How Religion Poisons Everything, entre otros. Lo que sí recoges muy bien es esa búsqueda a la que estamos abocados todos los humanos ¿quienes sómos? ¿para qué estamos aquí?... y, desde luego, a veces tengo la sensación de que estoy en una película o en una obra de teatro o ficción en el que otro es el espectador y otro mueve los hilos.
Profundo tema que requiere una lectura muy, pero que muy, lenta
Estupendas reflexiones. Si Dios no existe, es la no existencia más reflexionada de la historia del mundo. Lo seguiré con impaciencia.
ResponderEliminarUn saludo Mr.Cahiers
Creo que es usted la persona con la que más he reflexionado sobre estos temas, ya sea en tertulia informal o coloquios estructurados y además grabados en diferentes formatos (me imagino que algunos de los fijos por aquí mostrarían entusiasmo por tener accesos a esos tesoros, pero de momento seguirán si ver la luz pública).
ResponderEliminarVolviendo a leer sus líneas (que recuerdo provocaron rugidos de admiración en nuestro común amigo La Masa), debo decir que no me parecen plúmbeos en absoluto, aunque no comparta la premisa mayor de su fundamento. A veces me gusta dar la vuelta a su tesis principal, y pienso que la no aceptación de la muerte como el final supremo y definitivo, puede tener dos razones: Una autodefensa del yo, de la individualidad, una trampa en el solitario, una percha donde sostener toda una angustia por un destino inexorable (la semana pasada revisé de nuevo El séptimo sello, magistral reflexión, que ahonda en ese aspecto)...o bien, rechazamos ese fatum inexorable...porque intuitivamente sabemos que la muerte no es el final...que llevamos grabado a sangre y fuego en nuestro inconsciente colectivo esa revelación gozosa.
Ha sido un placer, como siempre, volver a reflexionar sobre el mayor misterio. Gracias por provocarnos en ese sentido, Sr. Cahiers.
He tardado un poco en leerlo, últimamente ando que no doy a basto, pero no me queda otra que felicitarle con todo el ímpetu del que dispongo. Unas sabias reflexiones que me han sabido, eso si, a poco. Así que espero impaciente los demás capítulos. Seguro que me sorprenderá.
ResponderEliminarsaludos consuegro!
Clementine: Supongo que todos, en mayor o menor medida, hemos hablado de estos asuntos alguna vez, es inevitable para una mente curiosa.
ResponderEliminarSBP: Gracias por sus amables palabras, eso me anima a publicar las siguientes entregas.
Miquel: Ya quisiera para mi esa habilidad que tiene usted para los relatos cortos. Buena cita esa de Allen, que además anda siempre muy obsesionado con estas cosas.
Mr.Lombreeze: Esa es una pregunta clave, ¿en que clase de Dios se cree?, ¿en el Dios omnipotente de barba blanca?. Respecto a las religiones pues tiene usted razón, para creer en algo no se necesita una organización tan intricada, debería ser un acto íntimo e unipersonal. Que cada cual crea lo que quiera, sin jerarquías ni dogmatismos.
A-B-C: Existe una cierta sensación de impotencia, porque formulamos preguntas y no disponemos de las respuestas, no por lo menos de las que sepamos que son absolutamente ciertas.
Blue Day: Me alegro de verla por aquí otra vez estimada amiga. Es un tema interesante por su propia naturaleza. Exista o no Dios, se trata de saber que hay más allá de lo cotidiano.
Tirador: Anda que no hemos debatido usted y yo, sobre todo en otros tiempos, en que no era extraño abordar el tema de forma casi ritual. Respecto a sus dos suposiciones, estoy lógicamente con la primera. Es evidente que, cuando se acerca la muerte, saltan todas las alarmas de nuestra inteligencia. Respecto a lo segundo, no tengo muy claro que ante la muerte se tenga esa revelación gozosa. Desde luego no lo tomamos como un hasta pronto, sino más bien como un adiós definitivo.
Lazoworks: Está usted últimamente más líado que la pata de un romano, no para en sus proyectos que a buen seguro serán estupendos.
Astrum: Perdón, me había saltado su turno de contestarle. Gracias por su comentario y espero que le haya sido útil. Eso de perderse en la eternidad suena muy acorde con el tema tratado.
ResponderEliminarAnte todo felicidades Cahiers por el atrevimiento!!! Personalmente me ha encantado leerte. Me ha sorprendido gratamente que sea un ensayo de un tema tan complejo, profundo y trascendental como este. En mi caso ando buscando respuestas a tus eternas preguntas desde hace tiempo. Como dice Lombreeze lo primero sería definir ¿Qué es Dios? Supongo que es un tranquilizante para el alma, algo o alguien a quién poder recurrir siempre y en todo lugar a nivel mental para poder seguir adelante. Yo no tengo evidencias de su existencia. Me tranquiliza pensar que mi alma transcenderá a otro estadio superior o bien que se reencarnará para poder asó continuar en este mundo encontrándome con almas gemelas ya que me resulta difícil imaginar que nunca más voy a compartir tiempo o vivencias con seres queridos. En el supuesto que esto sea así debe existir alguien o algo que lo orqueste todo y ese ser lo llamamos Dios. Envidio a los creyentes practicantes que obtienen esa paz por el simple hecho de creer.
ResponderEliminarMe encanta hablar de estos temas. Pensar en ello y debatir. Deben ser muy interesantes los debates entre Tirador y tú. ¡¡¡Sigue compartiendo con nosotros tu libro!!! Un excelente ensayo del que subrayo muchas frases como “somos náufragos en un océano infinito”
El texto es altamente interesante y será un placer leer las sucesivas entregas. ¡Ah! Cuantos de estos proyectos inacabados -pero con gran potencial- tenemos muchos de nosotros cogiendo polvo en un cajón :(
ResponderEliminarUn saludo.
Me permito profundizar un poco más en lo que he esbozado en mi primera intervención. El hombre debiera tener más que asumido que la muerte es el final definitivo, y sin embargo, inconscientemente, históricamente, hemos planteado otra realidad distinta a lo que fríamente hemos observado generación tras generación...por mi parte no tengo la menor duda que existen dos vías de conocimiento: Una basada en la experiencia y otra en el inconsciente...y a partir de ahí se abren una serie de posibilidades infinitas, que entroncaría en lo que Louis Pauwells (homenajeando a Chesterton) llamaba "El Hombre eterno", o Teilhard el "Homo Cosmicus"...
ResponderEliminarLeí ayer tu post y no pude poner el comentario que tenía porque me quedé sin batería en el portátil. Me jodió bastante porque era largo y creo que expresaba bien lo que quería decir. Bueno, pues a poner otro. Lo primero es que te animaría a que volvieras sobre aquel proyecto y continuaras con el tema, aunque tuvieses que cambiar algunas cosas que ahora, pasados 20 años, tal vez las querrías poner de otro modo.
ResponderEliminarMe pareció muy interesante lo que escribes acerca de Dios y la relación con los hombres. Hay ahí bastante chicha intelectual, creo yo, con ideas filosóficas, teológicas, de todo.
Si tuviera que ponerle forma física a Dios, de existir, algo que es indemostrable como describes en tu entrada, no lo haría humanizando su figura, como se hicieron en muchas religiones, incluso paganas, como la que tenían los griegos, y los romanos siguiendo a los primeros en las tradiciones religiosas. Yo no le pondría forma a Dios, lo vería, como dicen muchos, como la energía primera que siempre estuvo ahí, concepto imposible de entender para los hombres, sería algo así como el motor primero sin principio ni final.
Los hombres podemos ser como marionetas tiradas por Dios por esos hilos que él movería o, la otra idea, como marionetas mecánicas construidas por El a las que les daría cuerda y, después, ellas mismas se manejarían con libertad.
Magnífico escrito, PEPE. Si no tengo otra oportunidad, felices fiestas.
Layna: Esa es la obsesión de la humanidad, trascender por encima de ese final llamado muerte, encontrar una vía de escape, por eso la importancia de un ente divino que lo garantice.
ResponderEliminarWolfville: Eso es lo bueno de este invento de los Blogs. Nos posibilita publicar cosas que jamás pensaríamos que pasaran de ese cajón de los abandonos.
Tirador: Supongo que asumida está la muerte, pero no la aceptamos o no queremos que llegue nunca. Eso del Homo Cosmicus me recuerda aquel último dibujo de aquel conocido libro de animales prehistóricos. Creo que lo recordará.
Javier: Con comentarios como el suyo da gusto escribir entradas, pues ya veo que el tema interesa. Eso de un Dios de barba blanca sentando en un trono y rodeado de una corte celestial, me resulta demasiado ilógico. Lo que usted define como energía o motor es algo de lo que hablaré en el próximo capítulo. Saludos.
Pues yo me he leido el escrito en pleno Lunes bien temprano. Y si con lo que me cuesta que mi cerebro se ponga en marcha en un Lunes me ha parecido interesante, es que es un gran texto. Ya conocía su habilidad con la pluma y esto corrobora que hace mucho que la tiene.
ResponderEliminarEso sí, me pregunto cómo se puso a escribir sobre esto tan complejo.
natsnoC: Me alegro de su regreso por la blogosfera estimado amigo. Gracias por sus amables palabras. La razón de escribir sobre estas cosas, pues es muy sencilla, simplemente por que me parecía y me sigue pareciendo un tema fascinante, además de ser un tema habitual de debate por aquellos años entre el Tirador y yo. A lo mejor es que hemos sido un poco bichos raros. Cualquiera sabe. Saludos.
ResponderEliminarHola Cahiers. He querido gozar de varios minutos para leer con detenimiento el capítulo primero de este libro y el transcurso del turno de noche ha sido idóneo para ello. Muy acertado tu punto de vista ante la necesidad del ser humano de crear su propio dios que, en definitiva, no pasa de ser otro recurso mas para permanecer y de alguna manera, despistar el destino mortal al que nunca podremos hacer frente. Una buena idea publicar aquí tu libro. Abrazos
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