
Estoy convencido de adivinar las intenciones de Marcus Nispel cuando se hizo cargo del rodaje de la nueva versión de "Conan, el bárbaro", aunque dados sus antecedentes, sobre todo con la absolutamente mediocre "El guía del desfiladero", no se podía esperar un milagro. Pero seguro que su intención era realizar una película correcta y entretenida. Lo que no imaginaba el director de origen alemán es que, para lo único que serviría su adaptación del personaje de Robert E. Howard, es para valorar aún más la versión de John Milius del año 1982.

La película del 2011 comienza influenciada de forma descarada por "El señor de los anillos", sustituyendo el preciado tesoro del Golum por una especie de máscara, dividida en varios fragmentos y que alguien con deseo de poder quiere volver a unir. Después, observamos el nacimiento de Conan en el campo de batalla, su juventud y adiestramiento por parte de su padre, un Ron Perlman que es lo mejor de la película (a este actor ya le es suficiente con su presencia en la pantalla para llenarla absolutamente). Este primer acto termina con la invasión del poblado cimmerio, su destrucción y la muerte del padre. Es lo mejor de la película, pero no resiste la comparación con la versión del 82. Nada más empezar se nos ofrece una cita de Nietzsche,
"Lo que no me mata, me hace más fuerte" y a continuación entra la poderosa música de Basil Poledouris, una de las más bella partituras de la historia del cine en general y del género de aventuras en particular. A su lado la composición de Tyler Bates es mero ruido de fondo. No es fácil superar ese arranque
. El guión y los diálogos de film de Nispel son absolutamente planos, sin un ápice de inspiración. Y es que el film de Milius nos regala la primera parrafada mítica por parte del padre de Conan (William Smith, el mítico Falconetti de "Hombre rico, hombre pobre"):
"Antes, los gigantes vivían en la tierra y, en la oscuridad del caos, engañaron a Crom y le arrebataron el enigma del acero. Crom se irritó y la tierra tembló. El fuego y el viento derribaron a aquellos gigantes y arrojaron sus cuerpos a las aguas. Pero en su ira, los dioses olvidaron el secreto del acero y lo dejaron en el campo de batalla. Nosotros lo encontramos. Sólo somos hombres. Ni dioses ni gigantes, solo hombres. Y el secreto del acero siempre ha llevado consigo un misterio. Tienes que comprender su valía, tienes que aprender su disciplina. Porque en nadie, en nadie de este mundo puedes confiar. Ni en un hombre, ni en una mujer, ni en un animal. En esto -alza su espada- sí puedes confiar."

El asalto al poblado es magnífico, la música resuena cual opera wagneriana entre la nieve y la sangre. La espada y la épica se respiran, mientras los perros de la guerra atacan sin piedad al padre de Conan. No hay diálogos, ni una sola palabra. Aparece el malo en acción, grande James Earl Jones, y nos regala una de las escenas míticas por excelencia del film. Mira con misericordia y arrogancia a la madre de nuestro héroe, una bellísima Nadiuska, y la decapita en un movimiento que se detiene en el tiempo. Una muerte hermosa, poética que no necesita palabras.

Poco importa si la adaptación de Milius es poco fiel al personaje original, porque su intención es contar una aventura épica con toda la carga de profundidad a las que suele dotar a sus historias, ya sea en la faceta de guionista o a la de director. Toda esa obcecación por el poder de la voluntad, sobre el hombre superior, que ya le obsesionaba desde los tiempos de "Apocalypse Now", está aquí presente y eso enriquece lo que podría haber sido un film de aventuras sin más pretensiones, en la línea de "El señor de las bestias". Lo que sigue a continuación en el film del 2011 es pura nadería con un Conan, Jason Momoa, que da el tipo en el físico, pero al que una ameba ha debido escribir sus escasas frases. No es que Arnold Schwarzenegger recitara precisamente a Shakespeare, pero las pocas oportunidades que tiene la expresa con criterio y lógica. Basta recordad aquello de
"Crom, jamás te había rezado antes, no sirvo para ello, nadie, ni siquiera tú recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos, no, lo único que importa es que dos se enfrentan a muchos, eso es lo que importa, el valor te agrada Crom, concédeme pues una petición, concédeme la venganza, y si no me escuchas ¡vete al infierno! ". En la versión de Nispel no hay ni una sola linea de diálogo aceptable y su Conan parece pronunciar sus palabras arrastrándolas o mascullandolas, algo así como hacía el Apá Oso de los dibujos de Hanna-Barbera. No obstante hay que destacar algo bueno de esta nueva versión, que no es otra cosa que la lucha contra los guerreros de tierra, que evoca ligeramente aquellos célebres esqueletos de "Jason y los Argonautas", aunque esa especie de monstruo acuático con tentáculos, y a pesar de los adelantos en efectos especiales, pierde ante la serpiente más artesanal de la versión de Milius.

En esta última entrega los secundarios son meros figurantes, sin personalidad, muy lejos de aquel amigo fiel de Conan, el simpático Subotai (Gerry López), el brujo que ejerce de narrador (Mako) o la valiente guerrera Valeria (Sandahl Bergman), que supera en erotismo a la muy modosita Rachel Nichols que tarda una eternidad en mostrar su atractivo. En cuanto al malo de la función del 2011, Stephen Lang, no aporta demasiado y sus palabras son también el fruto de un guión rudimentario. No es comparable al magnetismo del villano del film de Milius, Thulsa Doom (James Earl Jones), y su reflexión sobre el enigma del acero frente al poder de la mente:
"Sí, tú sabes lo que es verdad muchacho. ¿Te lo digo? Es lo menos que puedo hacer. El acero no es fuerte muchacho, la carne es más fuerte. Anda mira, allá, en las rocas, esa hermosa muchacha… ven a mi muchacha, ven (la muchacha se suicida lanzándose al vacío) ¡Esto es fuerza muchacho, esto es poder! La fuerza y el poder de la carne. ¿Qué es el acero comparado con la mano que lo maneja? Fíjate en la fuerza de tu cuerpo, el deseo de tu corazón. ¡Eso es lo que te doy! Qué lástima. Contempla esto en el árbol del infortunio. Crucificadle."

Por su banda sonora soberbia, por su interesante reflexión sobre la voluntad de poder de la mano de Milius y Oliver Stone, por Arnold, James Earl Jones, Nadiuska, Max Von Sydow, William Smith, Jack Taylor, incluso por Jorge Sanz, porque aquel año no hubo nieve y tuvieron que fabricarla artificialmente, por la bella fotografía de Duke Callaghan y por rodarse en España, por todo eso merece la pena deleitarse viendo "Conan, el bárbaro", cosecha del 82.