No me cabe la menor duda que arreglar el desastre económico en el que estamos sumidos no es tarea fácil. Es la hora de los talentos, de la inteligencia y la habilidad, de los que tienen un sentido especial, de los brillantes, de los imaginativos, en suma de los capacitados. Sucede no obstante, que parece que la mediocridad nos ha invadido de forma pertinaz, igual que la sequía perseguía sin remisión a un tipo mediocre que fue elegido caudillo por la gracia de Dios. Es la misma cantinela, lo anodino avanza un paso hacia delante para salvarnos del desastre, un paso que siempre suele resultar fatal porque conduce al abismo. Nuestros políticos, tan necesarios pero con una falta evidente de talento, han optado por solucionar la crisis económica aplicando medidas tan simplonas como poco inspiradas. En España, estas terrible secuelas económicas, nos ha sumido en una depresión, no sólo en el sentido pecuniario sino también en el ánimo generalizado de una población, que observa con impotencia como nuestros avances sociales se han ido a las cloacas del sistema. Nuestra economía, ciertamente precaria, se ha sostenido en un banco con muy poca estabilidad, y una de sus patas, la de la construcción, ha hecho que no se mantenga en pie. Porque, cierto bienestar social, sobrevivió durante algún tiempo con la dichosa burbuja inmobiliaria, una especie de bomba de relojería que se fueron pasando unos a otros hasta que estalló. Que le explotara en la narices a Zapatero fue solo una cuestión de mala suerte, o quizás no, porque ni él ni otros supieron tener la suficiente visión para darse cuenta de que la economía de un país no se puede sustentar con algo tan precario como levantar casas a diestro y siniestro, un acto, por otra parte, que hipotecaría el futuro, en todos los sentidos, y que forjaría una corrupción tan perseverante como el pez piloto que acompaña incansablemente al tiburón, comiéndose los restos de sus frenéticos festines.
Una vez que el monstruo de la crisis se instaló en nuestro país, llegó el momento de aportar soluciones, de encontrar el camino para reconducir semejante desastre. Y fue ahí en donde nuestros políticos fueron al bulto, a lo obvio, a la salida rápida. Para tapar los agujeros del estado se bajó el sueldo a los funcionarios, después se quedaría en el limbo la paga extra de navidad, se eliminaron las ayudas sociales, congelación de las pensiones, incremento de las retenciones salariales, se abarató el despido, se subieron los impuestos, IVA incluido, se sometió a un proceso de letargo las obras e infraestructuras. Para combatir el paro juvenil se han aprobado medidas fiscales que no serán de gran utilidad, porque una empresa en crisis no necesita más empleados cuando está sumida en un mercado abúlico. Primero hay que activar la economía para que las empresas incrementen sus objetivos y de esa forma necesitaran, independientemente de las ayudas, un aumento de personal que garantice su crecimiento. Por otra parte esas medidas, en forma de manta precaria que no te cubre los pies si quieres taparte la cabeza, olvida a los veteranos laborales, los mayores de 40 o de 50 años en paro, cuyo futuro les convierte en ancianos laborales.
Como figura amenazante, cual espada de Damocles o viaje al corazón de las tinieblas, del que hablaba Joseph Conrad, están los famosos rescates a países en dificultades extremas. Claro que, según las condiciones en la que éstos quedan, más que de un rescate debería llamarse directamente secuestro, secuestro, por otra parte que puede acabar con la defunción del sujeto que lo sufre, o en este caso de una salida del euro que se nos antoja un desafío extremo de consecuencias aún no definidas. El último bombazo al respecto viene de Chipre y su intervención en el sistema bancario, que ha llevado a la isla mediterránea a un no confesado corralito, término éste que por sí mismo produce un pánico nada disimulado. Poco importa si algunos han exagerado al calificar a la totalidad de ahorradores chipriotas de contrabandistas rusos o de turbios evasores de capital a paraísos fiscales. El miedo no atiende a reflexiones sesudas, y cualquier explicación esforzada pasa delante de sus oídos como una brisa apenas perceptible. Inaudita fue la autoría de las medidas sobre los pequeños capitales. Ni las autoridades locales ni las europeas quisieron hacerse responsables de las primeras medidas sobre los depósitos chipriotas. "Yo no he sido" parecía la excusa de muchos, equiparable a la gamberrada de algún colegial, y como tales, deberían ser castigados a no salir de sus despachos hasta reconocer la culpa.
Para este desmadre político y sus medidas poco inspiradas me ofrezco, para hacer lo mismo, pero cobrando muchísimo menos y eliminando una legión inabarcable de burócratas y cargos infructuosos. No les prometo milagros, tomaré las mismas decisiones y no les sacaré de la crisis, pero les saldrá infinitamente más barato. Total, no tengo ni puñetera idea de economía.
Como figura amenazante, cual espada de Damocles o viaje al corazón de las tinieblas, del que hablaba Joseph Conrad, están los famosos rescates a países en dificultades extremas. Claro que, según las condiciones en la que éstos quedan, más que de un rescate debería llamarse directamente secuestro, secuestro, por otra parte que puede acabar con la defunción del sujeto que lo sufre, o en este caso de una salida del euro que se nos antoja un desafío extremo de consecuencias aún no definidas. El último bombazo al respecto viene de Chipre y su intervención en el sistema bancario, que ha llevado a la isla mediterránea a un no confesado corralito, término éste que por sí mismo produce un pánico nada disimulado. Poco importa si algunos han exagerado al calificar a la totalidad de ahorradores chipriotas de contrabandistas rusos o de turbios evasores de capital a paraísos fiscales. El miedo no atiende a reflexiones sesudas, y cualquier explicación esforzada pasa delante de sus oídos como una brisa apenas perceptible. Inaudita fue la autoría de las medidas sobre los pequeños capitales. Ni las autoridades locales ni las europeas quisieron hacerse responsables de las primeras medidas sobre los depósitos chipriotas. "Yo no he sido" parecía la excusa de muchos, equiparable a la gamberrada de algún colegial, y como tales, deberían ser castigados a no salir de sus despachos hasta reconocer la culpa.
Fuera o no necesaria susodicha intervención, lo cierto es que una desconfianza viaja a sus anchas por el viejo continente. Desconfianza puede que no demasiado sustentada en la realidad, pero por su naturaleza de desmadre económico, ciertamente descontrolada. En medio de semejante clima, nada halagüeño para la estabilidad emocional de cualquier sistema político, viene el lumbreras del presidente del Eurogrupo, el señor Jeroen Dijsselbloem, y manifiesta que «Chipre será el modelo de futuros rescates», provocando un revuelo de consecuencias nefastas. Estas declaraciones probablemente harían correr ríos de esquizofrenia colectiva entre las autoridades de Bruselas, que debieron pensar, en una primera medida fruto de su frustración, colgar del palo de mesana al mencionado e impronunciable Jeroen Dijsselbloem, que tuvo que salir, cual bombero equipado con un lanzallamas, y decir, «el caso de Chipre es único y no puede ser usado como modelo o patrón». Pero el daño está ya hecho, y no son pocos los que piensan en volver al método tradicional de guardar sus ahorros debajo del colchón, una acción que generalizada podrían llevarnos a la madre de todas las crisis. Se castigó a los que despilfarraron, con aquella frase lapidaria de que "habíamos vivido por encima de nuestras posiblidades", y ahora se siembra la incertidumbre en los que optaron por generar ahorro, volviéndonos a todos locos y con un abanico de soluciones a la cual más pintoresca. Quizás las autoridades, una vez que no existan fondos algunos en los bancos, deban recurrir a los recaudadores de impuestos, como el tradicional sheriff de Nottingham, que ponía patas arriba las casas de los sufridos contribuyentes, en busca de alguna moneda perdida que llevarse a la bolsa. Claro que, este tipo de personajes, pueden generar los oportunos Robin Hood.