Del cielo al infierno, del éxito al fracaso absoluto, del Olimpo al inframundo, y podríamos seguir hasta la extenuación para definir un estado de ánimo que muy pocos imaginaríamos tan sólo unos cuantos días atrás. No recuerdo un mundial tan mediocre de la selección española, aunque aquel del Naranjito tampoco trae demasiados vientos de alegría. La derrota siempre es más dura para el triunfador. Quizás el orgullo o su condición dada a la buena fortuna le han deparado un lecho de rosas, que se ha tornado de espinas tan hirientes como las puntas de una mala estrella. Es difícil comprender como la Roja ha podido perder por el camino del anterior Mundial todo su poder, su dominio del escenario, su capacidad de desesperar al contrario, en definitiva, la suficiencia de manejar el tempo de un partido y su resolución. Cual Superman rodeado de kriptonita se ha arrastrado y humillado de forma inesperada. Ha sido un juguete roto en manos de otras selecciones con más actitud y ambición, y eso duele, pero también significa algo. Es curioso como el debacle total es mucho más interesante que la medianía, puesto que nos permite adornarnos dialécticamente mucho más. El ídolo caído tiene más lecturas y aristas que el descenso lento y pausado. Nos permite profundizar sobre la dualidad de los extremos, que dicen que se juntan, pero en este caso les separa un abismo.
Se hablan de muchas causas, debilidad física o mental, quizás ambas al mismo tiempo, veteranía que ha sido más un lastre que una virtud, ciclo completado y amortizado, exceso de éxito, causante de apatía ante nuevos desafíos, y otras variantes del fracaso se manejan cual baraja de tahúr. Puede ser alguna de las antes citadas o una combinación letal de todas ellas. Me parece, no obstante, que la falta de ambición no puede ser esgrimida con cierta verosimilitud. No puedo comprender que exista un deportista que no quiera engrandecer su leyenda, que considere que ya ha ganado todo lo que es razonable. La modestia, en este caso, es un paso atrás y en un ámbito como el deportivo es difícil de comprender. Habría que analizar hasta que punto, un sistema de juego como el de la Selección española, por repetido ha sido desactivado. No hay nada infalible, y en el fútbol no hay un modo de juego definitivo que sirva para sentenciar o dar carpetazo a una personalidad invencible y sin contestatarios. Lo que hoy es válido e incuestionable, mañana será un proceder arcaico y en franca decadencia. España ha sido en Brasil, un equipo al ralentí, previsible e impotente de cara al arco contrario. También es cierto que parece enigmático, como un equipo formado por jugadores con gran personalidad, ha sido incapaz de marcar ni un sólo gol en jugada, aunque bien es cierto que aún queda un partido con Australia. Un partido, por cierto, de lo más inconveniente y que ya no puede servir nada más que para engrandecer la leyenda del caído. Así que no sería descabellado desear una nueva derrota, para, de esta forma, llegar al absoluto, para que conste en los libros de historia deportiva cómo un gigante, un campeón, dobló sus rodillas y saboreó la más amarga derrota.