En la noche del jueves, después de la serie "Cuéntame", Televisión española emitió un programa especial con el título "Ochéntame otra vez: Mi rollo es el rock", donde se hacía un nostálgico repaso a las bandas rockeras de la década de los ochenta, de sus anécdotas y vivencias al margen de la conocida y institucionalizada "movida", con testimonios tan interesantes como los de Miguel Ríos, el Mariskal Romero, Gay Mercader, integrantes de Obús, de Tequila, de Barón Rojo y de Johnny Cifuentes de Burning. A través de sus palabras podemos adentrarnos en el apasionado mundo de los pioneros del rock en España, de los tiempos difíciles en los que había mucho de improvisación y también de valentía. Al margen de los que ellos llamaban los niños de papa de la "movida" de Tierno Galván o de la radio fórmula convencional, sin ayudas ni apoyos, surgieron de las entrañas de pueblos y ciudades, dispuestos a poner una pica en el turbulento negocio de la música. Fueron los años de Asfalto, Bloque, Topo, Ñu, Leño, Barón Rojo, Obús, Panzer y algunos más, que demostraron que aquí había lugar para algo más que Hawaii-Bombay y polvos pica pica.
El gran Mariskal Romero cuenta cómo llegó a ser productor musical con el entrañable sello de "Chapa Discos". La discográfica Zafiro quería incorporar en su nómina a los nuevos grupos de rock que surgían por España, pero al ser una compañía ligada al Opus Dei pretendían guardar las apariencias. Así que le encargaron al famoso locutor que se hiciera cargo personalmente, ya que ellos no querían ver a ningún "melenudo" andando por sus oficinas. Mariskal hace un análisis de los grupos de entonces, llegando a interesantes conclusiones. Que Rosendo Mercado, a pesar de ser un mediocre cantante y guitarristas, tenía un carisma incuestionable y que Barón Rojo ha sido probablemente la mejor banda de rock de la historia de nuestro país, y de cómo conquistaron algunos países con más larga y mejor tradición en el género. Podemos ver algunas imágenes de festivales de rock en el Reino Unido, en los que los asistentes hablaban maravillas del buque insignia de Chapa Discos. Sherpa, bajista y voz de Barón Rojo, se quejaba amargamente de que, por falta de financiación, no pudieron acometer una gira europea que les hubiera situado en la órbita de las grandes bandas. Así mismo cuenta una curiosa anécdota. En un festival en tierras británicas, unos segundos antes de salir al escenario, sufrió un percance intestinal y tuvo que salir a escape al cuarto de baño con guitarra incluida. Como no se hablaba con los hermanos de Castro, Carlos y Armando, éstos ni le avisaron y salieron sin él. Sherpa escuchaba desde su particular trono los primeros acordes del tema "Barón Rojo" y tuvo que darse prisa, en terminar su particular y escatológica faena, para aparecer en el escenario, recibiendo la ovación del público que identificó su tardanza con su condición de líder del grupo.
Contaba Gay Mercader, promotor musical, lo precaria que era la situación en aquellos años en lo que se refiere a la contratación de grandes bandas que actuaran en nuestro país. Prueba de ello fue la primera vez que los Roling Stones vinieron a España, allá por el año 76, en la que, estando contratados, no había ningún espacio disponible para un concierto de esa envergadura. Refería Mercader una broma bastante interesante y que denota la herencia sufrida por el puritanismo de los años de la dictadura. Se acercó al hotel, después del concierto de la mítica banda británica, y se encontró en el vestíbulo a Mick Jagger y a Ron Wood, acompañados de sendas señoritas, algo contrariados porque el recepcionista no les dejaba subir a sus habitaciones, salvo que les mostrara el correspondiente libro de familia, atestiguando así que eran un par de matrimonios enamorados y con los papeles en regla. La situación quedó solventada tras el socorrido soborno a tan celoso guardián de la moral, con la estimable cifra de un billete de 1.000 pesetas del año 76.
En un país tan anquilosado como el nuestro, la imagen era algo más que una simple capa de apariencia, y no eran pocos los que desconfiaban del estilo que las bandas de rock lucían como bandera de su forma de vida. No es sólo que la música fuera todo un cúmulo de disonancia con el orden establecido, además se extendía a un cambio en lo físico que se reforzaba como un anacronismo de los tiempos. Fortu, el cantante de Obús, contaba de forma jocosa que, grabando uno de sus primeros vídeos musicales por las calles de Madrid, algunas mujeres, al verles las pintas, decían que estaban rodando una película de esas de quinquis, del estilo de las que filmaba José Antonio de la Loma narrando las aventuras del Vaquilla y el Torete. Decía también Fortu, que quizás les hubiera salido más rentable robar coches que formar una banda de rock. Ramocín, quién te ha visto y quién te ve, narraba sus vicisitudes en sus conciertos por esos pueblos de España y cómo en una localidad de Ávila, le ofrecieron un enchufe doméstico, como el que hay en cualquier casa que usted utiliza para usar la batidora, para conectar toda la infraestructura acústica de un concierto. Naturalmente el apaño fue un desastre y dejaron sin luz a toda la comarca.
El malo de la película "Danko, calor rojo", decía que tras la caída del comunismo, el primer soplo de libertad se ahogaría en cocaína. Aquí fue "el caballo" el que dio buena cuenta de muchos jóvenes que vivieron intensamente la década de los ochenta y, tal como decía Alejo Stivel, componente de los Tequila, el que vivió aquellos años no se acuerda de nada. Todo era fantástico, se respiraban vientos de cambio, la sociedad se despertó de aquel sueño en blanco y negro, pero, como dice Johnny Cifuentes de Burning, no hay nada gratis y muchos se quedaron en el camino, tal y como lo atestigua otro miembro de su banda, Pepe Risi, que cuando le preguntaron por Chuck Berry decía que a él le gustaría morirse antes, y al final lo consiguió. Tiempos de luces y de sombras, de esperanzas y realidades, de cuando hacer rock and roll era algo más que una aventura.
En un país tan anquilosado como el nuestro, la imagen era algo más que una simple capa de apariencia, y no eran pocos los que desconfiaban del estilo que las bandas de rock lucían como bandera de su forma de vida. No es sólo que la música fuera todo un cúmulo de disonancia con el orden establecido, además se extendía a un cambio en lo físico que se reforzaba como un anacronismo de los tiempos. Fortu, el cantante de Obús, contaba de forma jocosa que, grabando uno de sus primeros vídeos musicales por las calles de Madrid, algunas mujeres, al verles las pintas, decían que estaban rodando una película de esas de quinquis, del estilo de las que filmaba José Antonio de la Loma narrando las aventuras del Vaquilla y el Torete. Decía también Fortu, que quizás les hubiera salido más rentable robar coches que formar una banda de rock. Ramocín, quién te ha visto y quién te ve, narraba sus vicisitudes en sus conciertos por esos pueblos de España y cómo en una localidad de Ávila, le ofrecieron un enchufe doméstico, como el que hay en cualquier casa que usted utiliza para usar la batidora, para conectar toda la infraestructura acústica de un concierto. Naturalmente el apaño fue un desastre y dejaron sin luz a toda la comarca.
El malo de la película "Danko, calor rojo", decía que tras la caída del comunismo, el primer soplo de libertad se ahogaría en cocaína. Aquí fue "el caballo" el que dio buena cuenta de muchos jóvenes que vivieron intensamente la década de los ochenta y, tal como decía Alejo Stivel, componente de los Tequila, el que vivió aquellos años no se acuerda de nada. Todo era fantástico, se respiraban vientos de cambio, la sociedad se despertó de aquel sueño en blanco y negro, pero, como dice Johnny Cifuentes de Burning, no hay nada gratis y muchos se quedaron en el camino, tal y como lo atestigua otro miembro de su banda, Pepe Risi, que cuando le preguntaron por Chuck Berry decía que a él le gustaría morirse antes, y al final lo consiguió. Tiempos de luces y de sombras, de esperanzas y realidades, de cuando hacer rock and roll era algo más que una aventura.