En la isla de Jeju, situada al suroeste de Corea del sur, existe un lugar peculiar y casi diría único en el mundo. Se trata del parque Love Land, un destino idóneo para pasar una estimulante luna de miel o una escapada furtiva, en donde el erotismo es su principal virtud y su reclamo más evidente. Una forma entre divertida y excitante de descubrir un arte original, un enclave para recuperar la libido perdida o para ejercer, simplemente, de mirón.
lunes, 29 de julio de 2013
lunes, 22 de julio de 2013
YO ESTUVE EN LA DIVISIÓN AZUL
No se alarmen, no soy tan mayor como para haber formado parte del cuerpo de voluntarios españoles que sirvieron al ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a un colegio que llevaba ese nombre, como homenaje a aquellos hombres que dejaron su piel y huesos en el frente oriental. Corría el año 1969 y a la edad de cuatro años mis padres me mandaron al parvulario de tan insigne colegio, algo que en sí mismo carece de cualquier factor inquietante, sobre todo con la perspectiva de nuestros días. Pero hay que situarse en un contexto muy determinado y que en el mismo coincida una bruja de las de tomo y lomo. Doña Paquita era una mujer de baja estatura, entrada en carnes y siempre enlutada. De unos cincuenta años de edad, hacía tiempo que cualquier atisbo de sonrisa se le había borrado de la cara. Solo expresaba cierta mueca de satisfacción cuando depositábamos una moneda en un hucha, en forma de cabeza de Franco, con la que se pretendía recaudar dinero para arreglar el techo de una iglesia. Su expresión era siempre impertérrita, la de una mujer poco dada a las bromas y con un mal genio siempre a flor de piel. Se veía a la legua que odiaba la enseñanza y a los niños en particular. Si tenías la mala suerte de cruzarte en su camino te aguardaba un sombrío panorama. Doña Paquita enseñaba las vocales a ritmo de tirón de patillas, de pelos y de mofletes y además lo hacía con particular saña.
Nos amenazaba con ser comidos con pan y chocolate por el director del colegio, un tipo por cierto que parecía de lo más inocuo. Para un niño de hoy en día semejante amenaza le traería al pairo, pero para nuestra generación, con la suficiente ingenuidad como para creer en el hombre del saco, aquello podía producir la suficiente inquietud como para no volver al día siguiente.Otra de las costumbres de semejante innovadora de la psicología infantil, era no dejarnos ir al servicio. Se pueden imaginar lo que eso puede suponer para un niño de cuatro años, el no poder ir a realizar sus necesidades es una temeridad notable. De tal forma que no éramos pocos los que terminaban haciéndose pipí encima, cuando no otra cosa peor. Cuando esto sucedía, la amable Doña Paquita, nos obligaba a coger un trapo situado detrás de un armario, impregnado de orines de toda la clase, con el que nos obligaba a limpiar el suelo, permaneciendo mojado de cintura para abajo hasta que podías llegar a tu casa. Muchos se preguntarán por la permisividad de los padres, y pondrán en solfa su actitud. Hoy en día no se consentiría bajo ninguna de sus circunstancias. Creo que ya lo he explicado alguna vez. En plena dictadura franquista eran pocos los que se atrevían a cuestionar cualquier tipo de autoridad, fuera la de la policía, la de un sacerdote o la de un maestro. Además, en aquellos tiempos tales comportamientos eran considerados como algo "normal" y habitual en muchas facetas del aprendizaje. No obstante, creo recordar que si hubo una madre que abandonó su particular miedo y tuvo sus más y sus menos con tan infame maestra. Puede que fuera cuestión de mala suerte y en mi camino se cruzaran todos los defensores de tan arcaicos métodos. El amigo Tirador Solitario, que tiene mi misma edad, habla del parvulario con otra óptica distinta. Clases con juguetes, profesores amables, todo un Shangri-La del sistema educativo. Lo que ocurre es que el Tirador siempre ha tenido mucha potra.
Si hago un repaso de mis profesores de la escuela, recordaré al de primero que nos atizaba con un palo, el de segundo tenía una especia de latiguillo con el que nos sacudía, el de tercero era un santo, menos mal, el de cuarto nos tiraba de los mofletes. El de quinto merece una atención especial. Era un tipo malhumorado, siempre insultándonos con apelativos como gaznápiros, guacharros y pollinos, acompañados de collejas y otros malos tratos. Recuerdo como se ensañó especialmente con un alumno, que tenía alguna deficiencia psíquica, pegándole e insultándoles porque su madre había pagado una fotos del colegio y aún no se había comprado un compás. El de sexto, cuando perdía los nervios, practicaba el boxeo con alguno que le sacaba de sus casillas. Como anécdota, recuerdo como en séptimo entró un joven profesor, con nuevos métodos y aire renovado. Había muerto ya Franco, pero su retrato colgaba aún de la pared de las aulas. Este joven maestro descolgó al dictador de la pared y lo arrojó a la papelera. Cuando llegaba el turno de clases de otro profesor veterano, se escandalizaba al ver la foto del Caudillo en semejante lugar y volvía a ponerla en la pared. Así se pasaron medio curso, hasta que finalmente llegaron a todos los colegios el retrato del rey Juan Carlos I. Nuevos tiempos y nuevos métodos. Lamentablemente, la estupidez termina siempre por implantarse y hoy en día son los alumnos los que acosan a sus profesores. ¿Dónde demonios se habrá escondido el termino justo y eso que se llama vulgarmente "sentido común"?. Seguramente en una papelera, como el retrato del viejo dictador.
Si hago un repaso de mis profesores de la escuela, recordaré al de primero que nos atizaba con un palo, el de segundo tenía una especia de latiguillo con el que nos sacudía, el de tercero era un santo, menos mal, el de cuarto nos tiraba de los mofletes. El de quinto merece una atención especial. Era un tipo malhumorado, siempre insultándonos con apelativos como gaznápiros, guacharros y pollinos, acompañados de collejas y otros malos tratos. Recuerdo como se ensañó especialmente con un alumno, que tenía alguna deficiencia psíquica, pegándole e insultándoles porque su madre había pagado una fotos del colegio y aún no se había comprado un compás. El de sexto, cuando perdía los nervios, practicaba el boxeo con alguno que le sacaba de sus casillas. Como anécdota, recuerdo como en séptimo entró un joven profesor, con nuevos métodos y aire renovado. Había muerto ya Franco, pero su retrato colgaba aún de la pared de las aulas. Este joven maestro descolgó al dictador de la pared y lo arrojó a la papelera. Cuando llegaba el turno de clases de otro profesor veterano, se escandalizaba al ver la foto del Caudillo en semejante lugar y volvía a ponerla en la pared. Así se pasaron medio curso, hasta que finalmente llegaron a todos los colegios el retrato del rey Juan Carlos I. Nuevos tiempos y nuevos métodos. Lamentablemente, la estupidez termina siempre por implantarse y hoy en día son los alumnos los que acosan a sus profesores. ¿Dónde demonios se habrá escondido el termino justo y eso que se llama vulgarmente "sentido común"?. Seguramente en una papelera, como el retrato del viejo dictador.
lunes, 15 de julio de 2013
MARTINA Y EL CINE
No se dejen engañar por ese rostro apático, ese gesto indiferente, probablemente fruto de una buena comida y prólogo de una siesta con pijama y orinal, como decía Cela. Martina a sus dos añitos es de las que engañan en un primer vistazo, aparentemente tímida y tranquila, esconde su verdadero carácter de incordio en estado puro. Así lo demostró en el día de ayer en una sesión veraniega en un cine de verano, cuando acudimos joviales mi mujer, mi otra hija de 7 años, Inés, la susodicha y un servidor para ver la segunda entrega de "Monstruos". No era la primera vez que iba al cine, ya que el verano pasado acudió algún que otro día a una sesión de dibujos y palomitas, pero con un año de edad no resistía en demasía y acababa dormida en su carro a la mitad de la proyección. Ahora es una confesa trasnochadora, parlanchina sin par, bailarina habilidosa, bebedora compulsiva de aguapepsi (Pepsi Cola), adicta al pitete (chupete) y a las pitatas (patatas fritas), admiradora de las epochas (mariposas) y valedora de la propiedad privada, sobre todo de la suya, puesto que cualquier cosa que lleves en la mano, sea una cafetera, un taladro o plutonio enriquecido, ella siempre te dirá "¡Echo e mío!" (eso es mío). Es una firme defensora del "no" y fue su primera palabra aprendida con habilidad, aparte de su curiosidad innata que elimina los famosos "¿por qué? y los sustituye, machaconamente, por "¿echo que es?". Es una cobardica y todo le da "chusto" (susto), especialmente los guaguas (perros).
Pero vayamos a los hechos acontecidos en la sala de cine de verano. La velada comenzó bien y Martina se sentó ceremoniosamente, aparentando calma, justamente la que precede a la tempestad. Delante había otra niña de la misma edad, cuya madre nos comentó que era muy nerviosa, no como la nuestra que parecía, en esos momentos, una figura hierática, entre otras cosas porque estaba dando buena cuenta de una generosa ración de palomitas. Cuando el haz de luz del proyector inundó la pantalla, un grito silenció a la sala. Un atronador "¿ECHO QUE ES?????" fijó la mirada del público en ella. Era el principio, pues, pasados unos minutos, abandonó su asiento y comenzó su particular circo de tres pistas. Cada cinco segundos te mortificaba pidiendo aguapepsi, exigiéndola de forma imperiosa, hasta el punto de arrebatarnos a todos las botellas de tan conocido refresco y, a golpe de "¡Hecho es mío!", emprender una frenética huida con su apreciado botín que acabó en el suelo, rodando debajo de los asientos y perdiéndose entre las filas de butacas. En un momento dado, debió pensar en practicar el nudismo, así que se quitó la ropa y la arrojó por encima del público allí presente, quedándose en pañales y con los dedos de los pies por encima de las sandalias. Con esas pintas deambulaba justo delante de la pantalla, con unos andares estrambóticos, hasta que decidió imitar a los personajes de la película e iba rugiendo a diestro y siniestro. Imagínense que están viendo una película y se les acerca un personaje diminuto en pañales emitiendo sonidos guturales y alaridos. Mi mujer andaba ya por esos momentos detrás de ella intentando ponerle la ropa y maldiciendo "¡Te voy a vender al mejor postor!". No hubo manera. Como se había zampado todas la palomitas, sin dejar a los demás probar bocado, por aquello de "echo es mío", compré más, las mismas que acabaron en el suelo, gracias a la niña en forma de fiera corrupia que se abalanzó sobre ellas con el célebre grito de propiedad exclusiva. Como el popular alimento cinéfilo acabó en el suelo, Martina acabó pastando en el mismo, cual caballo percherón, ante las regañinas infructuosas de sus progenitores, que en varios intentos quisieron atarla al carro, con sus correspondientes fugas. Perdió el pitete (Chupete) y mi mujer juraría que, en algún momento, acabó con una colilla entre los dientes. Cualquiera sabe, quizás pensó que era un buen sustituto. Tuvo una feroz disputa con la niña, aparentemente nerviosa de la fila que nos precedía, en la que afirmaba que el carro de la misma era de su propiedad, ignorando que a pocos centímetros estaba el suyo, el de toda la vida. Dos mejor que uno. Todo en medio de sus gritos puntuales ante lo que pasaba en la pantalla: "¡MÍA PAPÁ, MÍA MAMÁ, MÍA INÉS, UNA EPOCHA (MARIPOSA)!!!!!". En un descuido, le arrebató el móvil a su madre y fue, cual acomodador de cine, deambulando por todas partes hasta terminar por dejarlo bloqueado, ante la desesperación de su progenitora. Acabada la sesión y conforme nos dirigíamos a la salida, la gente nos miraba de forma extraña ante el espectáculo ofrecido, una perfomance no incluida en el precio de la entrada. Subida en el carro, se negaba a subir al coche, porque pretendía dormir toda la noche en plena vía pública. Pero yo soy más fuerte que semejante individua y conseguí emprender el regreso. Así es Martina, agotadora, rebelde, indisciplinada y tremendamente divertida, una forma eficaz de combatir el aburrimiento. ¿La película?. Ni idea, parecía simpática.
Pero vayamos a los hechos acontecidos en la sala de cine de verano. La velada comenzó bien y Martina se sentó ceremoniosamente, aparentando calma, justamente la que precede a la tempestad. Delante había otra niña de la misma edad, cuya madre nos comentó que era muy nerviosa, no como la nuestra que parecía, en esos momentos, una figura hierática, entre otras cosas porque estaba dando buena cuenta de una generosa ración de palomitas. Cuando el haz de luz del proyector inundó la pantalla, un grito silenció a la sala. Un atronador "¿ECHO QUE ES?????" fijó la mirada del público en ella. Era el principio, pues, pasados unos minutos, abandonó su asiento y comenzó su particular circo de tres pistas. Cada cinco segundos te mortificaba pidiendo aguapepsi, exigiéndola de forma imperiosa, hasta el punto de arrebatarnos a todos las botellas de tan conocido refresco y, a golpe de "¡Hecho es mío!", emprender una frenética huida con su apreciado botín que acabó en el suelo, rodando debajo de los asientos y perdiéndose entre las filas de butacas. En un momento dado, debió pensar en practicar el nudismo, así que se quitó la ropa y la arrojó por encima del público allí presente, quedándose en pañales y con los dedos de los pies por encima de las sandalias. Con esas pintas deambulaba justo delante de la pantalla, con unos andares estrambóticos, hasta que decidió imitar a los personajes de la película e iba rugiendo a diestro y siniestro. Imagínense que están viendo una película y se les acerca un personaje diminuto en pañales emitiendo sonidos guturales y alaridos. Mi mujer andaba ya por esos momentos detrás de ella intentando ponerle la ropa y maldiciendo "¡Te voy a vender al mejor postor!". No hubo manera. Como se había zampado todas la palomitas, sin dejar a los demás probar bocado, por aquello de "echo es mío", compré más, las mismas que acabaron en el suelo, gracias a la niña en forma de fiera corrupia que se abalanzó sobre ellas con el célebre grito de propiedad exclusiva. Como el popular alimento cinéfilo acabó en el suelo, Martina acabó pastando en el mismo, cual caballo percherón, ante las regañinas infructuosas de sus progenitores, que en varios intentos quisieron atarla al carro, con sus correspondientes fugas. Perdió el pitete (Chupete) y mi mujer juraría que, en algún momento, acabó con una colilla entre los dientes. Cualquiera sabe, quizás pensó que era un buen sustituto. Tuvo una feroz disputa con la niña, aparentemente nerviosa de la fila que nos precedía, en la que afirmaba que el carro de la misma era de su propiedad, ignorando que a pocos centímetros estaba el suyo, el de toda la vida. Dos mejor que uno. Todo en medio de sus gritos puntuales ante lo que pasaba en la pantalla: "¡MÍA PAPÁ, MÍA MAMÁ, MÍA INÉS, UNA EPOCHA (MARIPOSA)!!!!!". En un descuido, le arrebató el móvil a su madre y fue, cual acomodador de cine, deambulando por todas partes hasta terminar por dejarlo bloqueado, ante la desesperación de su progenitora. Acabada la sesión y conforme nos dirigíamos a la salida, la gente nos miraba de forma extraña ante el espectáculo ofrecido, una perfomance no incluida en el precio de la entrada. Subida en el carro, se negaba a subir al coche, porque pretendía dormir toda la noche en plena vía pública. Pero yo soy más fuerte que semejante individua y conseguí emprender el regreso. Así es Martina, agotadora, rebelde, indisciplinada y tremendamente divertida, una forma eficaz de combatir el aburrimiento. ¿La película?. Ni idea, parecía simpática.
¿Quién da más miedo? |
miércoles, 10 de julio de 2013
LA CAJA DE PANDORA. POLITICAMENTE INCORRECTO
Después de un merecido retiro espiritual en cierto lugar de la costa de Almería, muy cerca del lugar donde Manuel Fraga se zambulló en aguas radiactivas para demostrar la inocuidad de las mismas, y que yo utilizo para adquirir poderes similares a los de Spiderman, regreso de nuevo a la blogosfera. Casi transformado en un ser acuático tras innumerables horas sumergido en las procelosas aguas de la piscina de un Apartahotel, cuidando que mi dos angelitos de 2 y 7 años no ingieran más H2O que el estrictamente esencial, regreso al mundo cotidiano y me encuentro que el amigo Crowley nos regala una vez más un nuevo número de su excelente revista digital "La caja de Pandora" con el interesante título de "Políticamente incorrecto", en el cual he tenido el placer y el honor de escribir un artículo sobre Luis García Berlanga. Al que pueda interesarle podrá encontrar los oportunos enlaces en la página web del magazine La caja de Pandora o directamente en esta dirección: http://issuu.com/cajadepandoramagazine/docs/politicamente_incorrecto.
Gracias anticipadas a todo el que tenga la gentileza de echar un vistazo a tan buen trabajo, dirigido como siempre con mano férrea por Crowley. No será un tiempo perdido. En cuanto me ponga las pilas volveré para abrumarles con mis diversas argucias.
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