Cuando era pequeño yo siempre quería para el día de Reyes (entonces Papa Noel pintaba muy poco) el Cinexin, pero, año tras año, aquel deseo se frustraba de forma taimada. Durante todo el año me imaginaba lo maravilloso que sería proyectar, en mi propia casa y a mi antojo, dibujos animados y cortos de Charlot, sin embargo, al llegar el momento el destino siempre me tenía reservado otro tipo de presentes, un milloncete de Airgam o el mercedes de Santi-Rico. Un año lo pude acariciar con la punta de los dedos, pero como era la misma noche de Reyes, según mi madre el mejor día para acudir a Galerías Preciados pues todo el mundo estaba en la cabalgata, resultando que solo quedaba uno y estaba averiado. Mi gozo en un pozo y el sueño de tener un cine en casa se fue diluyendo con el paso del tiempo. Años después se volvió a fabricar, pero habían sustituido la emblemática manivela por un botón automático y ya nada fue igual. Ahora que quisiera que los Reyes Magos se lo regalaran a mi hija pequeña, resulta que no se fabrica, pues en estos tiempos de consolas y dvd ya no existe lugar para la idea romántica de un pequeño proyector de sueños perdidos.
Los que queríamos nuestro propio cine doméstico tuvimos que esperar a la llegada del VHS, siglas de Vídeo Home System, desarrollado por JVC en la década de los 70 y popularizado en los años 80 y 90. Este sistema había derrotado al vídeo 2000 y al Beta, impulsado por Sony. Para los amantes del cine, el poder disponer de una videoteca personal, era un lujo de sibaritas largamente acariciado. Ver una película al antojo del interesado y contemplarla tantas veces como quisiera era más que suficiente. Recuerdo que en mi casa era obligatorio el visionado de "EL Retorno del Jedi" al menos una vez al mes, entre otras cosas por lo limitado de mi videoteca, y que mi padre se aprendió, casi de memoria, la película a pesar de no haber visto las dos anteriores entregas. Otra cosa distinta era la calidad del material. Las emisiones de la películas que se grababan en televisión merece una mención especial. Formatos que no se respetaban, especialmente el cinemascope, ofreciéndonos adaptaciones a los 4/3 del televisor convencional, mutilando sin piedad las obras originales. Iluminación deficiente, que nos ofrecían visionados apagados y sin contraste, y otros despropósitos eran moneda corriente hasta que llegaron las emisiones de pago en canales especializados. Otro asunto curioso fue el surgimiento de los videoclubs en donde, por un módico precio, podías alquilar el título disponible, y aunque en aquella época no eramos demasiado exigentes, lo cierto es que las cintas solían estar deterioradas y el visionado de los contenidos era bastante deficiente. Al principio comprar una película de VHS era algo que solo los insensatos se atrevían a realizar, puesto que alcanzaban un precio astronómico y no era rentable. Después la cosa cambió y los precios fueron muy populares, pudiendo ejercer el lujo de comprar el título deseado que enorgullecería nuestra videoteca particular. A principios de los 90 surgió el Laserdisc, sistema que sustituía la cinta por un disco del tamaño de un Lp que, aunque fue un rotundo fracaso, anticiparía la revolución que vendría después y que terminaría por enterrar al entrañable VHS. El dvd comenzó tímidamente su andadura, con pasos de hormiguita, pero desterrando sibilinamente al VHS que no podía competir ante la fantástica calidad de imagen que ofrecía aquel. Además el problema de la grabación quedó subsanado con los reproductores-grabadores y con el ordenador, cuyas controvertidas aplicaciones sobre el derecho de la propiedad intelectual ya conocemos todos. La piratería llegó de forma brutal con este formato, alcanzando extremos insostenibles. En la calle se podían adquirir títulos que aún permanecían en la pantalla grande y, aunque la calidad de sonido e imagen era casi siempre una afrenta al buen gusto, las ventas ilegales alcanzaron cifras descomunales, lo cual indica la escasa exigencia del comprador. El cine sufrió un gran varapalo solo equiparable a la llegada de la televisión. La película pirateada sufría tres impactos mortales, el del estreno, el del alquiler y el de la venta. La consecuencia inmediata fue el descenso del número de espectadores de las salas cinematográficas y el cierre paulatino de los vídeo-clubs. Además la venta callejera fue derrotada por las descargas de Internet, y los creativos del séptimo arte tuvieron que hacer encaje de bolillos para atraer a un publico, saturado de ofertas a través de la red y de las cadenas de pago, sacudiendo el polvo a antiguas técnicas como el 3D, pero, sobre todo, ofreciendo espectáculo como en los tiempos de las grandes superproducciones. El cine que viene de Hollywood ha mantenido, a pesar de los prejuícios patrios, un interés constante y ha posibilitado la rentabilidad de las salas de proyección. Esto a pesar de los que han querido restringir la entrada del cine norteamericano, amparándose en la defensa de las producciones españolas, cuando, en realidad no son las que sostienen el negocio e imponiendo, a los propietarios de las salas, cuotas mínimas y otras obligaciones leoninas. Son las producciones que vienen de fuera las que posibilitan también el visionado del material de aquí, porque si esta industria tuviera que vivir del cine español, los complejos modernos de las multisalas hubieran sido reducidos a pequeños locales de arte y ensayo. Ya que pagamos por duplicado, a través de los impuestos que van a las subvenciones y del precio de la entrada, se nos podría dar la indulgencia de elegir que película podemos ver libremente.
En la primera década del siglo XXI nos llegó la alta definición y nos sumergimos en un mar de dudas tecnológicas de difícil adaptación. Los televisores convencionales de tubo con formato 4/3 han dejado su lugar a los panorámicos de 16/9 y, entre estos, surgió la batalla entre el LCD y el Plasma. Particularmente yo siempre he preferido este último, sobre todo para el visionado de películas, porque el LCD tiene unos efectos rarísimos en la imagen y no gusta en demasía a los cinéfilos de pata negra. El Plasma, en cambio, nos ofrece un visionado más convencional y menos experimental. Bien es cierto, no obstante, que lo último en tecnología LCD ha evolucionado a mejor y ofrece mejores prestaciones, sobre todo si se está dispuesto a un desembolso generoso. Por si este lío considerable no nos ofreciera las suficientes complicaciones, el disco dvd standar ha dado su paso o dos nuevos formatos, el HD-DVD, ya casi extinto, y el Blu-ray que parece destinado a sustituir el sistema actual, aunque este último aún resiste con aparente buena salud. Y resiste por varios factores. El primero consiste en que quizás no existe el mismo salto de calidad que cuando el dvd sustituyó al VHS. El segundo factor a tener en cuenta es el precio de una película en Blu-ray, algo más elevado que el dvd, aunque este aspecto se subsanará cuando se masifique la fabricación. El último aspecto que condiciona el éxito de este disco es el conocido "efecto judder", o si quieren lo pueden definir como efecto judas. Pero ¿qué es esto?. Pues una tontería de grandes dimensiones o el invento de algún ingeniero, aburrido en un despacho, escondido en la última planta de una empresa de últimas tecnologías. Resulta que una película convencional utiliza 24 fotogramas por segundo y el formato televisivo que hemos disfrutado, hasta ahora, 25. Jamás me ha molestado tal diferencia, entre otras cosas, porque es inapreciable y, en todo caso, como mal menor, lo único reprochable es que veíamos la imagen con mayor fluidez. Entonces se le ocurrió a algún listillo que la mejor forma de ser fieles al concepto original de una película, consitía en quitar al formato televisivo un fotograma. El resultado es el temido efecto Judder, que consiste en un pequeño salto o ralentización muy visible en las escenas de mucha acción o en los movimientos panorámicos de la cámara. Antes el fotograma de más era inapreciable y, sin embargo, ahora, el de menos, es bastante molesto, haciendo insufrible el visionado de una película, y si ésta es de acción representa un auténtico calvario. No obstante, los televisores de última generación parece que han solventado el problema, aunque yo no me fiaría en demasía, pues se ha entrado en una espiral de crear y solucionar problemas sin saber cual de las dos actitudes tiene preferencia.
Tenemos que añadir también el esfuerzo de los cinéfilos al renovar su videoteca de VHS por dvd, y lo tranquilizador que ha resultado ser que el reproductor de Blu-ray sea capaz de leer estos últimos, pues hubiera sido ya un esfuerzo titánico volver a poner al día los títulos ya consolidados, como definitivos, en nuestras respectivas estanterías. Las grandes pantallas de Plasma o LCD, unidos a la alta definición y a los sistemas de Home-cinema, nos han traído la experiencia más cercana al cine que, hasta ahora, se ha podido disfrutar, pero todas las tecnologías son superadas y tarde o temprano todos estos sistemas acabaran en el trastero, como el Cinexin que nunca tuve.