viernes, 19 de junio de 2015

ECOS DEL PASADO

EL PUEBLO DE LOS MALDITOS: Esta fotografía le resultará muy familiar a muchos, pero no por ello deja de ser curiosa por no decir directamente inquietante. Como si de una pesadilla o entelequia onírica se tratara,  los habitantes de las Islas Izu en Japón se ven obligado a llevar máscaras antigás para evitar el aire cargado de azufre que emana de los volcanes insulares.
Aunque los cerca de 3.000 habitantes de las islas no estén obligados a llevar la máscara durante las 24 horas del día, existe un código de alarmas que indica en el nivel 3 la obligatoriedad de ponérselas y en el 4 la evacuación inmediata, cosa que sucedió en 1.953 y en el año 2.000. No serán pocos los que se preguntará por qué extraño motivo estos sufridos pobladores permanecen aún en semejante hábitat. Una razón, algo retorcida e increíble, es que lo hacen a cambio de compensaciones económicas, por permitir el estudio de la reacción del cuerpo humano al dióxido de azufre. 

ASESINATO EN DIRECTO: Ocurrió el 12 de octubre de 1960. El líder socialista japonés, Inejiro Asanuma, se encontraba en mitad de un discurso político, cuando de repente un joven radical de extrema derecha, Otoya Yamaguchi de tan sólo 17 años, miembro del grupo ultranacionalista Uyoku danti,  se abalanzó sobre él causándole una mortal herida con un wakizashi, un arma samurái. La fotografía ganó un premio Pulitzer y su autor, Yasushi Nagao, manifestó que el mérito de la misma es haber estado en el lugar y el momento correcto. Y no le falta razón al fotógrafo, porque viendo la escena en vídeo, la acción transcurre en una fracción de segundo. De hecho, mirando una y otra vez la imagen en vivo, la fotografía parece más una recreación que un suceso en directo. 

CUÉNTAME UN CUENTO: La imagen no parece tener demasiada trascendencia, un abuelo cuenta a sus nietos alguna historia que les divierte. Un momento cotidiano y sencillo en el que adquiere protagonismo el hecho de que ese abuelo, con poblada barba, es nada más y nada menos el autor de "Guerra y Paz" y "Ana Karénina", León Tolstói. No podrían contar con mejor narrador, aunque supongo que la historia que se cuenta será más ligera que su obra literaria. 

UNIDOS POR EL DESTINO: Nos imaginamos siempre a los monstruos con cierta pose entre lo terrible y dramático, quizás sea por eso que nos desconcierta el lado humano de tan abominables hombres. Hitler pasea de forma relajada de la mano de Helga, una de las hijas del temido ministro de Propaganda de la Alemania nazi, Paul Joseph Goebbels.
Ambos ignoran que su destino está sellado. La muerte les aguarda en el mismo momento y lugar, como si se tratara de un lazo simbólico de lo que significa el sacrificio inducido por un fatalismo estúpido y alienante. Todo ocurrió en el famoso búnker, donde Hitler vivió sus últimos y agónicos momentos que le llevaron al suicidio. Al mismo tiempo, la esposa de Goebbels, Magda, consideró que no valía la pena que sus hijos vivieran en un mundo sin su amado Führer, así que les quitó a todos la vida administrándoles sedantes y cianuro. La pequeña Helga siguió de la mano del dictador hacia la muerte, de forma involuntaria e injusta. Y hablando de Joseph Goebbels, otra instantánea que pasó a la historia, su mirada de odio al enterarse de que, el fotógrafo que lo inmortalizaba para la revista Life, era judío, el reputado Alfred Eisenstaedt. Goebbels era un individuo que sabía dominar la escena mediática y, en cuanto posaba para la prensa, solía mantener una posición cercana y de simpatía bien estudiada. No obstante, Eisenstaedt, involuntariamente le arrebato la máscara y mostró al mundo como se puede expresar el odio y el desprecio a través de los ojos.

LA GUERRA CONTRA LAS CEBOLLAS:  Nuestra conocida planta herbácea, perteneciente a la familia de las amarilidáceas, se defiende de los depredadores por medio del sulfóxido de triopropanal, que les hace llorar desconsoladamente. Así que no es de extrañar, que estos avispados soldados, utilicen sus máscara de gas para pelar cebollas. Desde luego es una acción mucho menos peligrosa que un mortífero ataque de gas mostaza.

JUGAR AL AJEDREZ ES COMO RESPIRAR: O por lo menos eso decía Samuel Reshevsky sobre el dominio que tenía sobre el tablero. Antes de aprender a leer y escribir ya era un consumado maestro, tal y como lo demuestra en la fotografía, en la que podemos observar a un Samuel de ocho años derrotando en varias partidas simultáneas a sus veteranos contrincantes. Nacido en Polonia y nacionalizado norteamericano fue un campeón a la altura de los grandes nombres por todos conocidos, Capablanca, Bobby Fischer o Karpov. Se cuenta que, siendo aún un niño, se enfrentó en una partida de ajedrez al gobernador alemán en la Polonia ocupada. Éste tenía fama de ser un frío represor de los polacos y, cuando Samuel le venció, le dijo estas atrevidas y valientes  palabras: "Usted puede matarnos, pero nunca me ganará al ajedrez". 

NIÑOS POR CORREO: Fotografía algo insólita y que pretende decirnos que a principios del siglo XX los niños pequeños eran enviados por correo de un lugar a otro. No obstante, parece más bien un señor cartero que pasea con su hijo en una saca para mayor comodidad. Pero, aunque parezca anecdótico, si que ocurrió algo parecido tras la inauguración del servicio de paquete postal en Estados Unidos, allá por el año 1913. Por entonces era más barato hacer frente al pago de unos cuantos sellos, pegárselos a los niños en la ropa y enviarlos por correo, que soportar el coste de un billete de tren. Parece constatado que al menos dos niños fueron enviados con tal proceder. Uno de ellos era una pequeña de cuatro años, May Pierstoff, que fue mandada como paquete postal  a Utah, a la casa de su abuela, recorriendo más de 12.000 kilómetros, pero, afortunadamente para ella, no fue en el interior de una caja, sino en el vagón de correos con alimentos y agua para el viaje. Naturalmente ambos casos llegaron a oídos del Director General del Servicio Postal, que de forma inmediata dictó un reglamento, en el que se prohibía expresamente el envío de seres humanos utilizando el transporte de mercancías. Hoy, en pleno siglo XXI, desgraciadamente aún seguimos enviando a niños en maletas. Para algunas cosas parece que el tiempo ha retrocedido lastimosamente. 

BÉSAME TONTO: Ignoro si el barco de la imagen llegó a zarpar en plena contienda bélica, la Segunda Guerra Mundial, o si tan enamorados protagonistas fueron más fuertes y seguros que el ancla de la nave, impidiéndoles salir de puerto. Y es que en la guerra, el amor parece apresurado, deseoso de consumir su fragor ante la amenaza de morir en combate. Hay besos que siempre parecen el último.


miércoles, 10 de junio de 2015

LA PANDILLA BASURA

Es curioso como en determinado momentos hay quien tiene un don especial para la transgresión más irreverente. Quizás sea fruto de los tiempos, tan peculiares que cada época tiene sus propias reglas morales que no tienen nunca una fecha certera de caducidad, o en este caso de tolerancia. Los ochenta fueron unos años peculiares, en los que la libertad de expresión cultural parecía más libre del encorsetamiento de otras décadas más conservadoras en sus atrevimientos. 
Hoy en día, cuando veo que el coleccionismo de cromos en los niños aún se mantiene, aunque con unas reglas algo distintas de las que prevalecían en nuestra infancia, dando fe de lo adictivo que puede ser intentar completar un álbum y de la necesidad imperiosa de llegar hasta el final. Bien es cierto que se han perdido ciertas costumbres. Nuestros hijos son poco dados al chalaneo del intercambio de cromos repetidos, todo un ritual de nuestra niñez que parece en vías de extinción, tal y como podríamos recordar con aquellas pequeñas manos abarcando un taco de cromos, rodeadas de un corrillo en las que se intercambiaban las repetidas, discutiendo si aquella o esta otra era más difícil de obtener y por eso valían más. 
Una colección que jamás pasó por mis manos, probablemente porque la edad me impedía por entonces volver a un estado más pueril, fue la de La Pandilla Basura, una propuesta sin duda original y atrevida que hoy en día me parece poco apropiada para los niños, pero de un gran atractivo para los adultos. Producidos en 1985 por la compañía Topps y con el nombre original de Garbage Pail Kids su intención era la de parodiar a las muñecas de la compañía Coleco, las Cabbage Patch Kids, ideadas por Xabier Roberts, y conocidas popularmente como muñecas repollo.
Era más que evidente que a la compañía juguetera no le parecería nada productivo que, su producto estrella, estuviera relacionado de alguna manera con tan agresivas e irreverentes ilustraciones. Así que Coleco emprendió actuaciones legales, demandado a la empresa Topps por infracción de marca registrada. Como no podía ser de otra manera, el pleito se ganó y obligaron a los creativos de la Pandilla Basura a la modificación de sus personajes, para que su aspecto no fuera tan parecido a las Cabbage Patch. Los dibujantes Art Spiegelman y Mark Newgarden, junto al diseñador John Pound , procedieron a modificar sus diseños y sus criaturas cambiaron algunos rasgos físicos, aunque jamás se podría olvidar a que objeto parodiaban de forma tan cáustica.
Aunque la colección de cromos pronto se hizo enormemente popular en muchos países, no cabe duda de que estaba ya herida de muerte. Las críticas fueron múltiples y muchos padres y educadores consideraban, quizás justamente, que semejantes ilustraciones no eran demasiado apropiadas para el público infantil. Hubo incluso algún que otro país que prohibió directamente su importación por considerarlas denigrantes y ridículas. Es evidente que, un producto que se basa en mutilaciones infantiles, escatologías diversas, sangre y vísceras no encaja en lo que debería ser una propuesta a semejante consumidor final. No tengo demasiado claro tampoco si los dibujos serían del gusto de los niños. A mi hija de 9 años, coleccionista compulsiva de los cromos de Pokémon, les parecen sencillamente un horror. A mi me parecen ingeniosas, hilarantes e imaginativas, aunque no me parecen un acierto como producto infantil y dudo que se las ofreciera a niños de corta edad.
En el año 1987 tuvieron la osadía de llevar a la gran pantalla a tan peculiares personajes en un film dirigido por Rodney Amateau con el nombre de "La Pandilla basura", cuyos únicos méritos se resumen en sus tres nominaciones a los Premios Razzie, peor nueva estrella, peor canción original y peores efectos visuales, que por cierto no fue capaz de ganar.