jueves, 26 de febrero de 2015

HORA DE AVENTURAS

Si les contara una historia sobre un mundo post-apocalíptico, cuyos habitantes mutaron, después de una guerra nuclear, en chucherías parlantes, unicornios, animales con atributos humanos, vampiros, magos, brujas, zombis y princesas, seguramente se mostrarían reacios a concederle la más mínima oportunidad. Si les digo que hay una princesa llamada Chicle que reina sobre Chuchelandia, un perro mutante que puede adoptar cualquier forma, un personaje llamado Don Polvorón, un rey Hielo que tiene un afán desmedido por secuestrar toda clase de princesas para combatir su soledad, entre ellas una llamada Bultos, una chica en forma de nube con aires de grandeza que viene del espacio, probablemente pensarían que es una idea excéntrica sin pies ni cabeza. 

Pues esa es la surrealista trama que narra "Hora de aventuras", en donde podemos contemplar las andanzas de dos personajes aspirantes a caballeros justicieros, el humano Finn y el perro Jake, una especie de Don Quijote y Sancho Panza pasados por el tamiz de lo absurdo. Ambos son en realidad hermanos adoptivos, ya que la familia de Jake se encontró a Finn abandonado cuando aún era un bebé. Sempiternos buscadores de hazañas que consistan en vencer monstruos y salvar princesas, con el trasfondo de un mundo destruido después de la que ellos llaman la Guerra del Champiñón, una mas que evidente referencia a la forma de hongo de la bomba atómica. El escenario surgido desde entonces, en lo que se denomina como Tierra de Ooo, es una extraña mezcla entre lo tecnológico y la magia. En cada rincón podemos contemplar restos de nuestra civilización, chatarra medio enterrada en este nuevo mundo, plagado de criaturas de toda índole, desde las más festivas y coloridas hasta las más funestas y oscuras. Especialmente interesante resulta el capítulo en donde nuestros amigos viajan a la Nocheósfera, una especie de infierno que parecería extraído directamente de la "Divina comedia", de "Los sueños" de Quevedo y del arte pictórico del Bosco. Un inframundo surrealista, repleto de extraños seres y demonios en cuyo funcionamiento podremos encontrar un mezcla de caos y orden burocrático. 
Todo este universo imaginario surgió de la mente de Pendleton Ward, quien sorprendió a todos con un primigenio corto que pronto alcanzó un éxito en internet, lo que llamó poderosamente la atención de los directivos de Cartoon Network, que no dudaron en convertirla en una serie regular, cuya máxima virtud es llegar a un público bastante amplio. Creo que ese es el mérito principal de "Hora de aventuras", su capacidad de entusiasmar a espectadores de un amplio espectro, desde los tres años hasta los cincuenta y más allá. Cuando uno es progenitor de dos niñas pequeñas, está absolutamente saturado de dibujos animados, de Doraemon, Pocoyó o Monster High. Así que comprenderán que, si se tropieza con una serie como esta, repleta de referencia al género de espada y brujería, fantasía y ciencia ficción, aderezado con un humor absurdo, a veces algo grosero, con historias bien trabajadas y personajes originales,  no podemos más que aplaudir semejante concepto. No gusta a todo el mundo, por supuesto, hay quien la considerada demasiado "extraña", quizás no excesivamente indicada para un público infantil, con ese vaivén entre el colorido de tramas ingenuas y su más que evidente tono oscuro.
Pero no todo es siniestro o divertido, hay también historias de una ternura ciertamente loable, como la que cuenta la relación de un golem de nieve y un cachorro de lobo de fuego abandonado. Dos personajes incompatibles por su naturaleza pero que crearan un vínculo de amistad encomiable. Incluso episodios con significado político, como el que cuenta como Finn y Jake se topan con un grupo de empresarios congelados en un iceberg, impolutos con sus corbatas y trajes de ejecutivos. Una vez liberados, se encargan de que todo sea tan eficiente que terminan por convertirse en peligrosos.
"Hora de aventuras" es en definitiva un suculento cóctel de imaginación, original y divertida, que tiene el mérito incuestionable de interesar a pequeños y mayores. Posee algo tan atrayente como el poder sentar en el sofá a un padre y dos niñas y pasar un rato de entretenimiento. Y créanme amigos que esa no es una tarea fácil y, desde luego, es infinitamente más sugerente que contemplar el Debate sobre el Estado de la Nación...


viernes, 13 de febrero de 2015

UN SAN VALENTÍN MUY ANIMADO

Quizás "Up" no sea mi película favorita de animación, pero justo es reconocer que sus minutos iniciales son magistrales, la narración de una pareja en la que el amor se palpa en cada fotograma, el sentimiento a flor de piel de dos compañeros en la búsqueda del viaje de sus sueños. Un viaje que no realizarán juntos, o quizás sí, porque el recuerdo no se puede borrar si es sincero.

En "La bella y la bestia" asistimos a un amor ganado poco a poco, con esfuerzo, y que al final es verdadero, porque, cuando la belleza está en el interior, cada paso conseguido es todo un logro.

En esta ocasión el verdadero amor es un hermoso jardín, en donde una mujer de mirada nostálgica espera a que aparezca el hombre que siempre ha amado, pero éste no parece llegar nunca, quizás porque su aspecto es una maldición que le doblega hacia una vida solitaria. La película es una obra maestra: "Porco Rosso".

Hay romances que no necesitan palabras, ni tan siquiera un corazón que acelere el pulso de los sentimientos. De esto saben mucho Wall-e y Eva, que nos regalaron una hermosa historia de amor entre circuitos y bailes en la inmensidad de la estrellas. 

Comerse unos espaguetis a medias puede resultar inesperadamente de lo más romántico, cuando no importan los condicionantes sociales y otras ataduras estúpidas.

Aquí tenemos dos amores difíciles, entre una roja y un azul, y no, no es política, es la puesta al día de Romeo y Julieta, en versión gnomos de jardín.

Hay amores que son mentira y otros que se perciben casi al final, que van de puntillas, casi sin hacer ruido, que no hacen grandes demostraciones, pero que son de verdad. La película es "Frozen", un éxito sin paliativos y probablemente la  más vista de mis dos niñas, que persiguen el récord Guinness de visionado de un film de animación.

Yo no me fiaría mucho de un tipo que identifica su amor a primera vista con un zapato de cristal, y que estaría dispuesto a casarse con la primera a la que le siente bien, sea esta la Cenicienta o su madrastra. Es lo que tiene el amor, que te deja a veces un poco tonto. 



Dedicado a la Señora de Cahiers, por su paciencia infinita durante estos años, por ser capaz de acurrucarse junto a mí en tantas noches de cariño sincero.






martes, 10 de febrero de 2015

LA NIEVE Y EL SILENCIO

La nieve como elemento peculiar tiene algo de mágico, de expectativa e incluso de añoranza por un tiempo perdido, de la niñez pegada a un cristal en la eterna espera del manto blanco, que caerá del cielo como un regalo poco corriente. Para los que somos del sur, habitantes de veranos eternos, de sofocos y mercurios desorbitados, en los que el oxigeno se torna infernal, casi sólido entre brisas que pasan de incógnito, la caída de un copo de nieve se nos antoja como un hecho milagroso. Y no es porque nos resulte ajena, siendo de Granada, la omnipresente Sierra Nevada siempre vela en el horizonte como guardiana de una ciudad perezosa y a veces descuidada de sí misma. El Veleta y el Mulhacén son para muchos de nosotros como la Alhambra, siempre están allí y se constituyen como la eterna próxima visita. El sábado que viene o el domingo que vendrá parecen tornarse como promesas que la pereza difumina en lo etéreo. Además, toda esa incertidumbre se funde con el carácter singular de cada uno, y el mío en particular es caprichoso y huye del mar en verano y de la nieve en invierno, demostrando de forma fehaciente que soy una especie autóctona de estos lares, lo que se viene en denominar como un malafollá de pura cepa. Algún día explicaré en que cosiste ser uno de ellos.  Una nevada en la ciudad es algo distinto, irrumpe en lo cotidiano y te abraza en una tiritona de frio cálido como los recuerdos. 
Cuando la nieve te sorprende de madrugada, inmaculada sobre el asfalto aún no exprimido por neumáticos impertinentes y pisadas delatoras, te regala un silencio especial, de una naturaleza extraña y casi mágica. El sonido, a veces tan prescindible en sus detonantes algarabías, se amortigua, se diluye hasta el mínimo susurro. Esa primera mirada tras el cristal, sorteando el vaho de tu respiración te deja atónito y una sonrisa tenue delata un placer casi olvidado. A la memoria te llegan recuerdos que nunca ocurrieron, el paisaje casi perfecto, blanco eterno que se contempla al calor de una chimenea, entre el aromático humo de un café improvisado. Pero yo nunca tuve chimenea, aunque si podría presumir de café, mesa camilla y brasero. Decía un habitante de Noruega que nunca había pasado más frio en su vida, que cuando pasó un invierno en Sevilla, con el único consuelo de aproximarse a esa mesa camilla, el centro neurálgico de muchos hogares tan valientes de sí mismos ante las gélidas temperaturas. Con la nieve hay que tener cuidado, porque si se toma la suficiente confianza se vuelve molesta, se envalentona y provoca el caos.
Mi primera nevada fue cuando era niño, una navidad en la que andaba ajetreado adornando el árbol y el belén con mi madre, un ritual que nuevas generaciones infantiles siguen acogiendo de muy buen grado, un placer hedónico muy singular que reverencia el gusto por el color y la luz. El año pasado regresé a aquellos días y me vi reflejado en la felicidad de los rostros de mis dos hijas, cuando hacían un improvisado muñeco de nieve. Esa mañana, a horas intempestivas sonó el teléfono. Era otro niño ilusionado, el abuelo, que anunciaba el hecho insólito de las calles blancas y suplicantes de alguna batalla de bolas de nieve. Es entonces cuando se rompe el silencio y el escenario se completa con una panorámica de niños en pleno disfrute de algo tan natural y simple como agua solidificada, muy lejos de sus vídeo juegos y dibujos animados.
Esta vez ha sido una nevada más discreta, fugaz y efímera. Un día de nervios ante los pronósticos que vaticinaban la caída de tan ansiado elemento. Un ratito haciendo deberes y otros pegadas a la ventana, mirando, suplicando al cielo el ansiado regalo. Una hora tras otra, mil impaciencias y las divisiones y los adjetivos descuidados en el cuaderno. Al fin sonó el grito de guerra, nervios y risas impacientes porque el milagro esperado había sucedido. Abrigos, bufandas y guantes y mamá que no sale porque este año se le olvidó comprar botas, pero que a buen seguro nos echará un vistazo entre las cortinas, con una sonrisa nostálgica de tiempos pasados. Papá si, equipado con sus guantes que aún conserva del instituto, una reliquia que mantengo como una superstición, la constatación de que siempre habrá una bola de nieve que arrojar.



martes, 3 de febrero de 2015

LA PIEDRA DE LA LOCURA


Ya saben que no puedo ocultar mis preferencias por aquellas pinturas que cuentan una historia, que entre sus pinceladas se transmiten ideas y símbolos que nos llevan a alguna parte. En este caso se trata de "El cirujano", del pintor flamenco Jan Sanders van Hemessen, un especialista en ironizar sobre las debilidades humanas. El óleo describe una operación quirúrgica consistente en extraer de la cabeza una formación calcárea maligna, la conocida como "la piedra de la locura". Se creía por entonces que, las enfermedades mentales, se debían al mal ejercido por estos tumores pétreos parecidos a los cálculos renales que oprimían el cerebro. Charlatanes y falsos cirujanos iban por las ciudades ofreciendo sus servicios, consistentes en absurdas operaciones de trepanación en donde se extraían supuestamente las maléficas piedras. En el cuadro de Hemessen podemos ver una de estas carnicerías en manos de un médico chapucero cuya cara, cercana a la caricatura, nos muestra el engaño por medio de esa mueca y sonrisa mal disimulada. Es ayudado por dos mujeres. Mientras una de ellas prepara extraños ungüentos, la otra sostiene la cabeza del paciente con un rostro de severidad. A la derecha, el siguiente en la lista para la extracción, realiza un extraño ejercicio, una singular mezcla entre lo físico y lo ritual, un precalentamiento o un ruego a la providencia. Como curiosidad podemos contemplar también una colección de piedras colgando de una cuerda, trofeos del cirujano extraídos a otros pobres infelices. 

El Bosco
La siguiente obra pertenece a El Bosco y se titula "Extracción de la piedra de la locura" y el texto que aparece en la misma es claramente explicito, no dejando lugar a dudas: “Maestro, extráigame la piedra, mi nombre es Lubber Das”. El nombre no ha sido elegido al azar y muestra las claras intenciones del artista sobre lo que sucede en el cuadro. Lubber Das es un personaje de la literatura holandesa que encarna la necedad. Todo en esta pintura indica un propósito nada disimulado. El médico lleva un extraño sombrero en forma de embudo, algo asociado a los pecados capitales y desde luego a la locura, en este caso camuflada en forma de engaño. La mujer lleva un libro en la cabeza, pudiendo significar, en caso de que fueran las sagradas escrituras, su confianza en la fe, una fe alejada en cualquier modo de la razón. Podría simbolizar también un libro cerrado, una suerte de ignorancia ciega. Por último, cabe señalar la mirada que el pobre Lubber dirige a quien contempla el cuadro, de resignación ante lo ya inevitable. Si nos fijamos en su bolsa, podremos contemplar como la atraviesa un puñal, señal inequívoca de la estafa. 

Bruegel
La versión de Pieter Bruegel es sin duda la más divertida. Aquí la operación no se realiza a campo abierto, sino en una consulta que parece más un manicomio que otra cosa. Al personaje central se le está extrayendo la piedra del mal, mientras es sujetado por el ayudante del cirujano, cuyo instrumental está depositado en el suelo, una muestra más que evidente de lo superfluo que podría ser considerada la higiene. Detrás de esta representación central, una cola de pacientes espera su turno en la puerta, mientras uno de ellos entra a cuestas, quizás de algún familiar o una enfermera de tan caótica consulta. A la derecha un hombre se resiste mientras es sujetado para que no escape. A la izquierda otro paciente ha volcado la silla en la que estaba atado, en su afán por huir en una lucha frenética con su captor. Dos individuos se muestra tranquilos sentados, ya han pasado por la traumática experiencia y contemplan con curiosidad el trance de la operación. A destacar dos personajes curiosos y estrafalarios. Uno desnudo y haciendo sus necesidades al fondo del cuadro, un claro aspirante a caganer, y otro sentado en un canasto, con un vaso en la cabeza y soplando con un fuelle, probablemente un brasero, supongo que intentando que las ascuas calentaran la estancia.
Como podemos contemplar en la imagen de la izquierda, otros artistas encontraron en estas incipientes y peligrosas trepanaciones una fuente inagotable de inspiración. Respectivamente podemos ver las versiones de Jan Steen, Pieter Jansz Saenredam  y Pieter Huys. Sin embargo, no todos los expertos se ponen de acuerdo en conceder credibilidad a la conocida extracción de la piedra de la locura. Algunos opinan que, ningún documento histórico acredita tales prácticas entre la Edad Media y el Renacimiento. Se trataría pues, de representaciones alegóricas sobre la superchería y la falsa medicina de charlatanes y curanderos. Es evidente que el tono burlesco de muchas de estas obras, en especial la de Bruegel, muestran ese tono satírico respecto a tan precarias lobotomías. Otros autores, en cambio, muestran una tesis algo distinta, argumentando que, algunos depósitos de calcio en el cerebro, podría haber hecho creer, en aquella época, que eran formaciones similares a los cálculos renales y que provocaban la locura y la estupidez. Sea como fuere, prácticas reales o alegorías, lo que es más que evidente es que la intención de los pintores eran claramente crítica y disuasoria, un claro aviso sobre la mala praxis médica de charlatanes y embaucadores.