miércoles, 26 de noviembre de 2014

CINCO AÑOS DESDE LA GUARIDA

Un año más viejo, otros 365 días no sólo en mi vida particular sino también en la blogosfera, tecleando frente a eso que llaman portátil o computadora, una palabra que resulta más peculiar por aquí, pero que es común en otros lugares. Recuerdo el primer día como si un millón de años hubieran desfilado sobre mi pantalla, la incertidumbre o, más bien, la escasa confianza que me inspiraba publicar algo escrito por mí. El primer artículo arrojado a la red me causaba una extraña mezcolanza de sentimientos encontrados. Por un lado, era un experimento incierto, muy similar a lo que se denomina coloquialmente como un brindis al Sol, y por otro una apuesta ilusionante por una afición tan común como la de escribir. Mi lado pesimista, siempre dispuesto a demostrar que es el niño de mis ojos, me martilleaba con una pregunta inevitable, ¿quién demonios va a leer esto? Al principio cuesta imaginar que tu propuesta pueda ser considerada en un espacio tan descomunal como este, un universo tan poblado de ideas, algunas sublimes, otras geniales, muchas mediocres y otras sencillamente planas. Cuando un blog nace tiene un comienzo difícil, nadie le reconoce, nadie sabe quien es, nadie le habla y eso puede ser el principio de su final. Muchos mueren de aburrimiento y el único remedio eficaz es ser descarado. Tu diminuta imagen que te representa, esa que aparece en tu perfil, algunas veces con tu nombre real y otras con uno imaginado, tiene que hacerse notar con una fórmula muy simple y eficaz, tienes que ir de visita y hablar, hablar mucho en forma de comentario. Menuda palabra para un bloguero esa de "comentario", absolutamente indispensable para saber en que estado te encuentras y si tu proyecto tiene algún tipo de porvenir. Porque representa el mismo efecto que cuando esperabas ansiosamente una carta en tu buzón, porque significa una visita, signo inequívoco de que esto se mueve.
Ignoro como debe sentirse ya un blog con cinco años de vida, si es un tierno infante, un mozalbete insolente, un joven audaz, un madurito interesante que peina canas,  calvo viril como decía Woody Allen, o quizás como un anciano venerable. Particularmente pienso que ha sido un tiempo más que suficiente para tener achaques, como en las salas de espera del médico de cabecera, donde los pacientes hablan de su tensión arterial, de la diabetes, del colesterol o de la hernia de hiato. Aquí no sería el caso y hablaríamos más de falta de inspiración, de interés menguante, de pereza y otros achaques típicos del negocio, amén de otros síntomas de carácter psicológico y síndromes diversos. Concretamente la Guarida puede tener un cuadro de dispersión temática aguda. Aquí se habla de todo, desde fútbol, experiencias personales, algún chiste y grandes dosis de humor, pasando por ideas trascendentales sobre lo divino y lo humano. Últimamente me he permito hablar de arte, todo un atrevimiento para un profano en la materia. Sin embargo, en una temática que domino algo más, como es el cine, me encuentro con cierta diáspora mental, aunque no por ello renuncie a algo que fue fundacional en este blog.


En definitiva, nada de esto tendría sentido sin ustedes, los que pasan por aquí y dedican parte de su valioso tiempo en echar una ojeada a lo que se dice y comenta. En una medida de grandes proporciones, el esfuerzo de un autor y su correspondiente blog, depende de sus lectores, ocasionales, fieles e incluso de los que aterrizan por error o se posan aquí por una búsqueda errática. Todos ellos son de vital importancia para la supervivencia de La Guarida del Eremita y es por eso, fundamentalmente, para lo que escribo esta entrada, para agradecerles de forma sincera y emotiva su apoyo durante estos cinco años, aunque mi narcisismo irrefrenable espere sus felicitaciones como forma propicia para alimentar mi ego. Gracias a todos y bienvenidos a esta casa.




lunes, 17 de noviembre de 2014

EL MATRIMONIO ARNOLFINI

El retrato del matrimonio Giovanni Arnolfini y su esposa Giovanna Cenami, fechado en 1434, es probablemente el cuadro más conocido del pintor flamenco Jan van Eyck y también uno de los más populares de la pintura universal. No sólo es una obra maestra en sí misma, sino que además es protagonista de un azaroso viaje hasta llegar a su última ubicación, la National Gallery de Londres. El cuadro es toda una declaración de intenciones respecto a lo que quiere representar, culminado con detalles simbólicos que ilustran lo que el pintor quiere contar.
Lo que llama poderosamente la atención es que se especula, con razonamientos más que evidentes, de que se trata de una ceremonia matrimonial. De ser así, nos percataremos de dos detalles sumamente curiosos que ponen en solfa tal situación. El primero de ellos es conferir a tal acto un carácter tan privado como el de una alcoba, lejos de los habituales templos sagrados, de la pompa y el boato. Podría ser una boda secreta, una ceremonia que no quiere trascender. En ese sentido es curioso observar la pose del marido, cuando sostiene la mano de la mujer con su mano izquierda, un gesto que indica que estamos ante una unión morganática, esto es, el matrimonio entre personas de distinto rango social. Un hecho sorprendente, porque tanto Arnolfini como Giovanna Cenami eran de clase alta, un comerciante que había desempeñado cargos importantes en la corte de Felipe el Bueno y una mujer de origen acaudalado. Se especula que quizás el hombre del retrato fuera el hermano de Arnolfini, Michele y su particular ceremonia con una desconocida. Desconocida, por otra parte, que parece embarazada, algo insólito en una boda de tales características con dos personajes pertenecientes a una clase superior. Se argumenta que en realidad es sólo una pose, que la mujer adelanta su vientre o que el pliegue del traje le da la apariencia de estar encinta.
Además, se sabe que el matrimonio Arnolfini no tuvo descendencia, a pesar de la simbología sobre la fertilidad que el cuadro destaca en algunos de sus detalles. El color del vestido de ella o la figurita de Santa Margarita, que descansa sobre el cabecero de la cama, a la que se solía invocar en los partos. Todo el conjunto forma una especie de conjuro para favorecer la fertilidad, aunque también existe un mal presagio, tal y como se puede observar en la pequeña gárgola que descansa al fondo y que, por un efecto óptico, parece reposar sobre las manos de los contrayentes. Hay quien habla de exorcismo, un aspecto algo exagerado, si bien debemos tener en cuenta todas la intenciones que, el autor de la obra, nos presenta en cada rincón de tan célebre tabla flamenca. Hay también simbologías con doble interpretación. Las naranjas, que aparecen junto a la ventana, puede indicar poder económico, pues no todo el mundo podía tener a su disposición un producto tan peculiar por aquellos lares, pero también tienen un significado religioso, al estar relacionado con la fruta prohibida del jardín del Edén (no todos piensan que fuera la manzana) y sus consecuencias relacionadas con la lujuria, apoyada en este caso por el rojo intenso de la cama. A esa simbología sobre la fe cristina, habría que incluir la decoración del espejo situado al fondo de la habitación, que ilustra la pasión de Cristo en distintos momentos, amén de que en el mismo se puede observar a dos testigos del evento, uno de ellos el propio pintor, anticipándose al recurso que después emplearía Velázquez en "Las Meninas".
Volviendo al asunto de la identidad de los protagonistas, parece claro que nadie apostaría en serio sobre quienes son en realidad. De hecho, en los archivos, existe una unión marital con el apellido Arnolfini, que se celebró años después de la elaboración del cuadro e incluso después de la muerte de Jan van Eyck, aunque tal apellido era muy corriente y quizás no se pueda ubicar en el tiempo de la obra en cuestión. Algunos apuntan, en una teoría poco convincente, que el personaje masculino, una especie de adivinador, lee la mano de ella, anticipándole su estado de buena esperanza. Sea como sea, el catalogo de  la National Gallery de Londres se limita a identificarlo con un escueto "Arnolfini Portrait", sin aludir a su condición de matrimonio. De hecho, se puede pensar que, tan famosa escena, fue ideada por la mente de su autor, sin modelos concretos, en una habitación a modo de escenario y en donde quiso plasmar toda una suerte de símbolos sobre el matrimonio y la fecundidad.
La historia del cuadro y de cómo acabó en Londres es también fascinante y está cargada de incidentes, alguno de ellos muy peculiar. Ochenta años después de su realización, en el año 1516, la obra se encuentra en poder de Don Diego de Guevara, un caballero español que residía en Holanda, quien se lo regaló a Margarita de Austria, regente por aquellos años de los Países Bajos, dejándolo en herencia a sus sobrina, María de Hungría, que se traslada a España en 1556 y pasando a formar parte de la colección de Felipe II en el Real Alcázar de Madrid, lugar donde permaneció hasta el incendio de 1794, pasando entonces al nuevo Palacio Real.
En la guerra de la independencia, las huestes de José Bonaparte saquean todas las obras pictóricas que se puedan trasladar con facilidad, entre las que se encontraba "El matrimonio Arnolfini", pero las tropas del Duque de Wellington les pillan con las manos en la masa y confiscan el arte incautado por los franceses. El militar inglés, de forma honesta, quiere reponer las obras de arte a Fernando VII, que, haciendo gala una vez más de su arrolladora personalidad y competencia, les hace ascos y se los regala al Duque como pago por sus servicios. No obstante, el cuadro no aparece en sus colecciones privadas y dos años más tarde lo descubrimos en Londres, en la casa del coronel James Hay, que había combatido en España a las tropas napoleónicas y que justifica, la posesión del mismo, argumentando que la había comprado al propietario de una casa en Bruselas en donde se reponía de las heridas sufridas en la batalla de Waterloo. Tan extraña explicación es poco convincente y, el hecho de haber estado en España, probablemente a las órdenes del Duque de Wellington, sugiere otro proceder quizás más turbio. Siguiendo con la tónica habitual de las vivencias de la pintura de Van Eyck, el coronel Hay se la regala a Jorge IV, que la expone durante dos años en Carlton House y termina por devolvérsela  a Hay, a quien parece que el cuadro le quema en sus manos, a saber por qué, y se la ofrece a un amigo que la deja en depósito, se supone que unos trece años, hasta que en 1842 la National Gallery de Londres la adquiere por un valor de 730 libras esterlinas.
Una obra de arte singular, tanto por ser una pintura magnífica envuelta en cierto enigma, plagada de simbolismos y por su trayectoria, un viaje por la historia entre palacios y contiendas bélicas.




miércoles, 5 de noviembre de 2014

UN CHISTE SOBRE LA CORRUPCIÓN

Yo no se contar chistes, como diría cierto popular humorista, lo mío son casos verídicos. No tengo el talento para insuflarles la gracia que necesitan y tampoco soy capaz de recordar la mayoría de ellos. Sin embargo, me viene uno a la memoria que aún no se ha borrado del disco duro de mi cabeza, y que viene como anillo al dedo para estos agitados días que vivimos. No es espectacularmente hilarante, pero no puedo negar que tienen algo de simbólico.

Un recién llegado a la política española estrena un cargo en un ministerio. Sus superiores le aconsejan que viaje al extranjero para adquirir experiencias e intercambiar ideas. En su primer viaje conoce a un político de otro país. Entablan cierta amistad y le invita a su casa a cenar. Le enseña su hogar, un adosado con dos plantas, jardín, piscina y Mercedes aparcado en el amplio sótano. Le sirve una cena cara y mientras fuman un descomunal habano, nuestro político español le pregunta:

-¿Cómo vives tan bien, de dónde sacas para costearte todo esto?
El extranjero le pasa el brazo por encima del hombro y le señala por la ventana
-¿Ves aquella autopista?
-Sí, claro
-Pues de ahí, querido amigo, de ahí. 

Pasan los meses y el político de fuera de nuestras fronteras le devuelve la visita a nuestro paisano. Éste, como no podía ser de otra manera, y como respuestas a la hospitalidad que recibió, le invita a cenar a su casa. Le enseña su hogar, un chalé, con jardines y fuentes, piscina climatizada, grifería de oro y cuadros de Picasso en los servicios, zoo y varios coches de alta gama en su extenso parking. Le sirve una copiosa cena servida por un catering con una estrella Michelín y, mientas se fuman un descomunal habano, el político extranjero le pregunta:

¿Cómo te permites estos lujos, de dónde sacas para costearte todo esto?
El español le pasa el brazo por encima del hombre y la señala por la ventana
-¿Ves aquella autopista?
-No, no veo nada, no hay ninguna autopista
-Pues de ahí, querido amigo, de ahí.