Mi amigo y yo somos dos negados del fútbol. Eso no lo podemos discutir. Mis más lejanos recuerdos de la práctica de tal deporte, me trasladan hasta mi más tierna infancia, cuando en la calle de mi barrio todos los chavales jugábamos a darle patadas a un balón de plástico. Ya por entonces se veía a la legua que mis habilidades con el balón eran bastante limitadas, las más limitadas en un
millón de kilómetros a la redonda. Por aquello de la tierna juventud y demás zarandajas, lo cierto es que tampoco llamaba la atención, era uno más de aquella algarabía. Incluso, una vez, fui el capitán de un equipo de fútbol. Cuando tenía aproximadamente 7 años la panda del barrio organizó un entramado deportivo, con dos equipos, el juvenil formado por los más mayores y el infantil, formado por mí y por otros negados del fútbol de mi edad. Con las abreviaturas de los nombres de nuestros colegios fue bautizado con el estrambótico nombre de “División Visma C.F.”. La imaginación infantil es capaz de cualquier cosa, y nosotros hablábamos de federarnos y otros sueños de altura que terminaron el día que fuimos a cierta compañía de bebidas para pedir equipaciones y nos corrieron a gorrazos. Nuestro historial fue bastante efímero y contamos como bagaje deportivo un único enfrentamiento con un grupo de salvajes de otro barrio y, por lo tanto, enemigos indiscutibles. Después se terminaron las vacaciones de verano y nunca más se supo de aquel legendario equipo.
En mi primera etapa de estudiante de bachillerato seguía pasando desapercibido, puesto que mi práctica del deporte rey se limitaba a unos simulacros de partidos, que consistían en echar un balón al patio de recreo y soltar a una marabunta de niñatos para que le a
tizaran al mismo sin orden ni concierto. El claustro de profesores observaba que mi técnica en el dominio del balompié era similar a mi trayectoria académica, con lo que decidieron expulsarme del centro. Al cambiar de instituto se aproximaba inexorablemente el momento en que se descubriría mi verdadera y trágica pericia. Los primeros días de clase en el nuevo centro, oía que, de vez en cuando, alguien profería el grito de “Athletic”. En esos momentos, llegué a pensar que tal vez estuviera en Lezama o que había una concentración inusual de aficionados a tal equipo. Pero, al cabo de dos o tres días, descubrí que detrás de aquel nombre se escondía un tipo infusorio y con gafas, que recibía el extraño alias de “Athletic”. Imagínense por un momento a alguien al que llamen “Sporting”, “Rayo”, “Real” o “Gimnástica”. Cuando llegué a conocer a este individuo en profundidad, descubrí que era una enciclopedia viviente del fútbol. Desde que nos conocemos, cada hecho o dato de su vida es ubicado en el tiempo y en el espacio gracias a algún dato deportivo. Por sus características no parecía, desde luego, ningún fenómeno físico. Debo recordar un hecho absolutamente doloroso, y es, que mi colega y yo tenemos el dudoso honor de suspender, por primera vez en la historia del centro académico, la asignatura de educación física por negarnos categóricamente a realizar un ejercicio que, a nosotros en particular, nos parecía extremadamente peligroso.
No obstante, a pesar de estos antecedentes, nadie podría sospechar lo que ocultábamos. Y llegó el día y la hora señalada de nuestro descubrimiento. Todo comenzó cuando se organizó un torneo de fútbol en el
que todas las clases debían formar un equipo. El único motivo que encuentro para que se nos ocurriera la insensatez de vestir de corto, es que en nuestra clase no había suficientes jugadores debido a la abrumadora presencia de chicas. El equipo titular estaba formado por todos los compañeros y, lamentablemente, yo. Mi amigo era, a priori, el único suplente, y digo a priori porque las cosas tomarían después un rumbo lamentable. Un individuo al que apodaban “Hulk”, se erigió, sin consultar con nadie, como capitán del equipo, quizás por su talante dialogante y sosegado... Nuestro mariscal, demostrando su incuestionable mando, dio las oportunas explicaciones a mi amigo sobre su suplencia, argumentándole que yo era un tipo con unas cualidades de fortaleza y seguridad apropiadas. Como ven la cosa no se podía poner peor. Y llegó el día de nuestro ansiado debut. El partido no empezó nada mal y, sorprendentemente nos pusimos con un dos a cero gracias a sendas internadas de nuestro único jugador que parecía saber lo que hacía. Pero la cosa cambió en un santiamén cuando el equipo contrario reaccionó y en tromba se dirigió a nuestra portería, encontrándose a un único defensa. Ya se pueden imaginar quien se quedó en la retaguardia, pues yo, naturalmente. De pronto, una avalancha se aproximaba hacia mí y quedé absolutamente barrido del mapa. Cada vez que intentaba despejar el balón le propi
naba una patada al aire, ante el estupor del público, la indignación de mis compañeros y el terror de nuestro portero. En vista del cariz que tomaba el partido, nuestro afable capitán me sacó a empujones del campo y viendo que nuestro único suplente no reaccionaba, quizás debido al pánico del momento, en un cúmulo de sonidos guturales y alaridos de extremada violencia le gritó: ¡ Sal ya tonto-pollaaaasss... ! Esta invitación a jugar resultó escasamente tranquilizadora para nuestro amigo que, lejos de solucionar los problemas, provocó un continuo ir y venir de cambios entre él y yo. Cuando el partido ya se daba por perdido, las iras de mis compañeros se dirigieron a un jugador del equipo rival al que llamaban “El Tato”; fuera por casualidad o porque aquel infeliz hombre era el individuo más alto de nuestro rival deportivo, lo cierto es que “Hulk” y compañía cosieron a patadas a aquella criatura, desahogando así toda su ira y violencia más brutal. Tal fue el ensañamiento que, a partir de entonces, cuando vemos un partido de fútbol especialmente violento, lo calificamos con la expresión coloquial de “darle al Tato”. El partido acabó 7 a 2 y cuando creíamos que el equipo había ya eliminado su agresividad gracias a “El Tato”, observamos despavoridos que sus ojos inyectados en sa
ngre se dirigían inquisitorialmente hacia nosotros. A partir de ese momento una cascada de insultos e improperios fueron arrojados sin piedad sobre nuestros encendidos oídos; Desde “cabrones” hasta “mariquitas”, todo el vocabulario más soez que existe en nuestro idioma fue dedicado calurosamente hacia nuestras personas. Pero el colmo de este asunto, y lo que precipitó mi salida voluntaria del equipo, fue el comentario que hizo una profesora de latín ( que nunca daba latín) que comentó que “ el fútbol es cosa de hombres”. Ese día colgué las botas
para siempre y aunque mi colega continuó en el equipo, especializándose en marcajes pegajosos, su carrera tampoco llegó muy allá.
Es un hecho indudable que la vida continua y nosotros la contemplábamos a través del retrovisor alejados ya definitivamente de la práctica del deporte rey. Algunas personas piensan que el fútbol es algo superfluo. En nuestra modesta opinión es algo más grandioso, más épico, sobre todo el desafío de la competición. A lo largo de nuestra amistad hemos competido en cualquier cosa: ajedrez, tenis de mesa e incluso al milloncete. Todo evento relacionado con algún juego, por estrambótico que fuera, era analizado y documentado hasta el más mínimo detalle. Pero seguíamos siendo meros espectadores de nuestro juego favorito. Todo es
o cambió un día, que vagabundeando por unos grandes almacenes mis ojos se posaron en algo deseado por mí pero que dormitaba en mi subconsciente: una consola de videojuegos. Era un armatoste simple con poca capacidad de memoria y escasa calidad de gráficos. Pero no importa, era la autentica señal divina que nos situaba a las puertas del máximo entretenimiento que jamás habíamos soñado. El siguiente paso era evidente: encontrar un juego de fútbol. El primero fue bautizado con el peculiar apelativo de “Los Bebettos” debido a que los jugadores de este videojuego eran achaparrados muñequitos. A este juego siguió otro creado por “Jaleco” y un poco más desarrollado gráficamente que el anterior. Fundamos una especie de Federación de fútbol de consola y nos pusimos los nombre
s artísticos de “Barbarians” para mi amigo y “Atlético Nipón” en primera instancia y después definitivamente “Sporting Tiburón” para mí. Aunque se jugaron muchos partidos y fueron documentados
de forma adecuada, no se llegó a realizar ninguna liga completa y aquellos datos se perdieron lamentablemente. Aquellas competiciones eran solamente la puerta de entrada a algo más grande y espectacular. Algo que empezó a tomar forma en un mes de noviembre del año 1.993, cuando tomando unas pintas de cerveza en uno de mis incontables cumpleaños, mi colega apareció con una revista debajo del brazo: “Súper juegos”. Lo que descubrimos en el interior de la misma fue sencillamente espectacular. A doble página nuestros ojos contemplaron por primera vez el juego “Fifa international soccer” de EA Sports. Esa misma noche, y a altas horas de la madrugada, se convocó un gabinete de emergencia y el teléfono sonó alarmantemente en la casa de mi amigo. Era un servidor que comunicaba la decisión de cambiar
de soporte, era la irrupción ya imparable de la “Mega Drive”, y la adquisición inmediata del juego que cambió para siempre la forma de entender el entretenimiento.
El cambio de soporte originó la extrema necesidad de deshacerse de la consola ya obsoleta. Era evidente que había que amortizar, en la medida de lo posible, la nueva inversión, procediendo al inicio de la búsqueda de algún incauto al que endosarle el muerto, cosa que sucedió y que inició un proceso de trapicheos, negocios y demás chalaneos encaminados a colocar la mercancía vieja por nuevas tecnologías. Una vez adquirida la Mega Drive y el FIFA 93, iniciamos el encendido del aparato en cuestión y nuestros ojos vieron por primera vez el poder de fascinación de los genios de EA Sports. Gráficos increíbles, tomas espectaculares, sonido del público con sus correspondientes cánticos y, sobre todo, la posibilidad de cambios tácticos y estrategias. Esto último nos permitió afrontar, de una manera drástica, el desafío del fútbol práctico que en el pasado nos había supuesto nuestro particular fracaso. Lo que nos negó la naturaleza nos lo dio la tecnología. Por primera vez entramos de lleno en la verdadera competición y, también, por primera vez, no se perdió la documentación, conservándose las ligas y sus correspondien
te clasificaciones.
El siguiente cartucho de EA Sports no aportó nada nuevo y tuvimos que esperar al FIFA 95 para ver auténticas novedades. La más importante era la utilización de los nombres reales de los jugadores, aunque los gráficos y el modo de juego seguían la tendencia del primer FIFA.
Todo principio tiene un final y la Mega Drive empezaba a mostrar síntomas de agotamiento frente a los nuevos soportes, que no eran otros que la Saturno y la celebérrima Play Station. Es justo reconocer los servicios prestados y la Mega Drive nos proporcionó horas y horas de diversión. Hasta tal punto derrochamos tiempo jugando que, recuerdo con nostalgia cuando se resentían los dedos de tanto apretar los mandos y, esto, ocasionaba que fuera una autentica tortura intentar desabrocharse los botones de la camisa. Hubo quien, para jugar con más comodidad, utilizó un guante de motorista para combatir el dolor.
En aquella época se nos presentó un dilema: Saturno y el juego World Soccer o Play Station y FIFA de EA
Sports. Hoy se sabe cual decisión hubiera sido la correcta, pero entonces no estaban tan claro y un mal asesoramiento, por parte de algunas personas muy impresionables, nos llevó al error de adquirir un soporte que hoy está más que enterrado. Por primera vez cambiamos de marca de juego. El World Soccer tenía muchas virtudes: gráficos excelentes, animación muy elaborada y narración del partido en inglés. Sus dos defectos: los nombres de los jugadores no eran reales y hubo que ponerlos manualmente uno por uno y, el principal y no menos importante, la falta de chispa o se quiere de alma.
En cuanto tuvimos la oportunidad de adquirir el FIFA para Saturno lo hicimos y la magia volvió. Este juego aportaba la singularidad de la narración de los partidos de los chicos del programa radiofónico “Carrusel Deportivo”. El soporte de Sega no daba más de sí y acabó desapareciendo de la faz de la tierra. Así pues, llegamos a la consola actual, la nunca suficientemente valorada Play Station en sus diferentes versiones.
Por circunstancias de la vida, un día se dio por terminada la competición, aunque en el fondo de nuestros corazones siempre esperamos que en el futuro vuelva, si no con la misma intensidad, si con la misma ilusión. ¿Y qué queda al final? Pues queda una multitud de vivencias: horas de juego hasta las tantas de la madrugada, comida a domicilio, alegrías, enfados, pasárselo bien y, sobre todo, la consolidación de una vieja amistad y poder afrontar nuestro deporte favorito jugando a ser entrenadores, como si de una fábrica de sueños se tratase.