En el otoño de 1973 David Brown y Richard Zanuck habían adquirido los derechos de la novela "Tiburón" de Peter Bechley y sus mentes trabajaban, frenéticamente, en el concepto mismo de lo que sería una producción fílmica de esperado éxito. Ambos productores conocían a la perfección el mundo agresivo de los estudios, sus trampas, sus trucos y las repercusiones de cuanto se filmaba. Al principio no pensaron en que lo que tenían entre manos, el elemento primordial que impulsaba la trama de "Tiburón", podría ser un obstáculo casi insalvable. Tenían en mente que, para ofrecer un espectáculo genuino en la gran pantalla, bastaría con localizar a un domador de tiburones blancos que les hiciera realizar algún que otro truco delante de las cámaras. Al fin y al cabo ya se había hecho antes con delfines, pájaros y leones. Hollywood era capaz de recrear toda suerte de prodigios, desde una batalla naval en el Pacífico hasta un terremoto de consecuencias devastadoras. Fue entonces cuando Brown y Zanuck comprendieron que tenían un problema: no existía en el mundo domadores de tiburones blancos y, por supuesto, no había ningún escualo domesticado que pudiera realizar de forma convincente su papel. No tenían nada, excepto la confirmación de que un gran blanco mataría a quien se le pusiera delante.
A instancias de Steven Spielberg se tomó la decisión de contratar a dos expertos en tiburones, Ron y Valerie Taylor que ya había tenido un éxito notorio en el rodaje de los grandes escualos en el conocido documental "Mar azul, muerte blanca". Ellos se encargarían de realizar las tomas de las secuencias en las que aparecen auténticos tiburones y, para que éstos aparentaran un tamaño aún mayor, se contó con los servicios de Carl Rizzo, un ex jockey con algunas nociones de submarinismo. Cuando el pequeño especialista se unió al equipo de Ron y Valerie en Australia poco pudo imaginar la pesadilla que estaba a punto de vivir. El sería el encargado de doblar las escenas en las que el personaje interpretado por Richard Dreyfuss permanecía bajo el agua en el interior de una jaula. En la primera inmersión de Carl todo marchó bien, hasta que apareció el primer tiburón blanco que arremetió violentamente contra la jaula, lo que le provocó un ataque de pánico y dificultades respiratorias que le hicieron perder el regulador de aire de su equipo. Dominado por el miedo, tiró enérgicamente del cable de seguridad para que le subieran a la superficie de inmediato. El problema es que el motor no tenía suficiente fuerza para subir la jaula y el pobre Carl se debatía entre morirse por falta de aire o devorado por el temible escualo. Poco a poco llegó a la superficie y aquel fatídico día de rodaje pasó a la historia. No obstante, el futuro le reservaba otra amarga experiencia. En otra jornada de rodaje, los especialistas divisaron un gran blanco que se acercaba. Apresuradamente Carl se dispuso a introducirse en la jaula, pero el tiburón que no esperó, lógicamente, la orden de acción se precipitó furiosamente contra ella, provocando que el pobre Rizzo saliera despedido y arrojado contra la embarcación. Mientras, el ofuscado escualo, se enredó con los cables de la jaula sacudiéndola con inusitada saña. Estas secuencias aparecen en la película y el tiburón, por lo tanto, es real, igual que las secuelas que padeció el especialista. Sobre esto existen varias versiones. Algunos dicen que Carl no le dio demasiada importancia a aquellos incidentes y que, para él, era como montar a caballo. Otras fuentes anónimas cuentan que, cuando se le buscó para realizar nuevas tomas, estaba escondido en el cajón del ancla con unas copas de más y perjurando que jamás volvería a sumergirse en el mar. Una tercera versión contada a Carl Gottlieb, uno de los guionistas del film, por el propio Rizzo afirmaba que problemas meteorológicos y con la población local impidieron la realización de nuevas filmaciones.
A instancias de Steven Spielberg se tomó la decisión de contratar a dos expertos en tiburones, Ron y Valerie Taylor que ya había tenido un éxito notorio en el rodaje de los grandes escualos en el conocido documental "Mar azul, muerte blanca". Ellos se encargarían de realizar las tomas de las secuencias en las que aparecen auténticos tiburones y, para que éstos aparentaran un tamaño aún mayor, se contó con los servicios de Carl Rizzo, un ex jockey con algunas nociones de submarinismo. Cuando el pequeño especialista se unió al equipo de Ron y Valerie en Australia poco pudo imaginar la pesadilla que estaba a punto de vivir. El sería el encargado de doblar las escenas en las que el personaje interpretado por Richard Dreyfuss permanecía bajo el agua en el interior de una jaula. En la primera inmersión de Carl todo marchó bien, hasta que apareció el primer tiburón blanco que arremetió violentamente contra la jaula, lo que le provocó un ataque de pánico y dificultades respiratorias que le hicieron perder el regulador de aire de su equipo. Dominado por el miedo, tiró enérgicamente del cable de seguridad para que le subieran a la superficie de inmediato. El problema es que el motor no tenía suficiente fuerza para subir la jaula y el pobre Carl se debatía entre morirse por falta de aire o devorado por el temible escualo. Poco a poco llegó a la superficie y aquel fatídico día de rodaje pasó a la historia. No obstante, el futuro le reservaba otra amarga experiencia. En otra jornada de rodaje, los especialistas divisaron un gran blanco que se acercaba. Apresuradamente Carl se dispuso a introducirse en la jaula, pero el tiburón que no esperó, lógicamente, la orden de acción se precipitó furiosamente contra ella, provocando que el pobre Rizzo saliera despedido y arrojado contra la embarcación. Mientras, el ofuscado escualo, se enredó con los cables de la jaula sacudiéndola con inusitada saña. Estas secuencias aparecen en la película y el tiburón, por lo tanto, es real, igual que las secuelas que padeció el especialista. Sobre esto existen varias versiones. Algunos dicen que Carl no le dio demasiada importancia a aquellos incidentes y que, para él, era como montar a caballo. Otras fuentes anónimas cuentan que, cuando se le buscó para realizar nuevas tomas, estaba escondido en el cajón del ancla con unas copas de más y perjurando que jamás volvería a sumergirse en el mar. Una tercera versión contada a Carl Gottlieb, uno de los guionistas del film, por el propio Rizzo afirmaba que problemas meteorológicos y con la población local impidieron la realización de nuevas filmaciones.
Con las tomas reales de los tiburones no era suficiente y se necesitaba algo diferente, algo más moldeable y que obedeciera a las necesidades propias del guión. Joe Alves fue el encargado de crear sobre el papel la criatura que se sometería a la voluntad del director. Pero trasladarlo del papel a la realidad ya era algo mucho más complejo y, en aquella época, el único capaz de construirlo se había retirado y planeaba construirse una casa en las montañas. Este no era otro que Bob Mattey, el único que tenía un local lleno de extrañas criaturas cubiertas de polvo, entre ellas los cocodrilos que habían presentado feroz batalla en las películas de Tarzán a Johnny Weissmuller y el monstruo, de temibles tentáculos, de "20.000 leguas de viajes submarino". Cuando recibió la propuesta, contestó con un lacónico "ya veremos lo que se puede hacer" y a la semana siguiente apareció con una maqueta a pequeña escala de la criatura. Eso tuvo dos consecuencias para Mattey, su vuelta al mundo del cine y el abandono de sus sueños de construirse una casa en las montañas. Cuando se construyó el gran escualo el aspecto era magnífico, aunque su funcionamiento representó un auténtico infierno para el equipo que lo manejaba y un quebradero de cabeza infinito para Spielberg. El tiburón, llamado Bruce, se hundía continuamente y representaba un auténtico problema. Pero de aquello se hizo una virtud, optando por sugerir más que mostrar, lo que contribuyó a incrementar las dosis de suspense e intriga en un film, cuyo paso por el tiempo, le ha transformado en una obra maestra.