jueves, 30 de agosto de 2012

EL HÉROE QUE SALVÓ LA ALHAMBRA


En una agitada noche de septiembre de 1812 transcurrió una historia insólita tras los muros del mítico monumento nazarí. Entre la leyenda y la realidad se mueven unos hechos que se enmarcan directamente en las aspiraciones idealistas que forjan a los héroes. A la guerra de la independencia le quedaban apenas dos años de confrontación bélica, cuando las tropas francesas dirigidas por el mariscal Soult se disponían a abandonar Granada. Se ordenó, como era costumbre, la voladura con explosivos de lugares estratégicos, y uno de ellos era la Alhambra, por sus privilegiadas torres que dominaban la ciudad. La primera explosión destruye casi al completo la Torre del Cabo de la Carrera, siguiendo el desplome parcial de la Torre del Agua. Justo cuando la mecha de la pólvora estaba a punto de alcanzar los palacios que han hecho de la Alhambra un lugar de una belleza arrebatadora, aparece el cabo de inválidos José García que impide, en última instancia, la destrucción de tan singular maravilla. 

A pesar del rechazo frontal que nos pueden causar la actitud de las tropas francesas y el agravio que estuvieron a punto de cometer, hay que ser lo más ecuánime posible. Cuando la invasión Napoleónica llegó al recinto de la Alhambra, se encontraron un monumento en pésimas condiciones, abandonado a su suerte por la desidia más sangrante. José Bonaparte proporcionó una partida económica para la restauración y mantenimiento del recinto nazarí, aspecto que se realizó sin dilación. Por otra parte, el hecho de volar lugares estratégicos era practica habitual en la retirada de tropas. Nunca se supo de forma fehaciente si su intención era destruir todo el conjunto monumental o, como sería de cierta lógica, solamente las torres de significativa importancia militar.


Respecto a nuestro particular héroe, son pocos los datos que se tienen del cabo José García. Combatió en Bailén en 1808, donde fue herido en una mano y gravemente en una pierna, hecho que posibilitó formar parte del cuerpo de inválidos, destino de los soldados que habían quedado con alguna secuela en combate y que se dedicaban a labores más relacionadas con la vigilancia que con otros aspectos que exigieran más capacidad de acción. Con un nombre ciertamente curioso en cuanto a su simpleza, una especie de Juan Nadie, murió en 1834 de cólera y su gesta, aunque probable, parece formar parte de la leyenda, que de ser cierta merecería mayor reconocimiento que la placa que así figura en uno de los muros de la Alhambra.



domingo, 19 de agosto de 2012

EL MUNDO ONÍRICO DE MARK RYDEN


Mark Ryden es un singular artista norteamericano representante del llamado surrealismo pop, cuyas creaciones son un curioso cóctel de ingenuidad infantil, tendencias ciertamente macabras, mezclado convenientemente de iconos religiosos y herméticos. Toda una vuelta de tuerca al mundo de "Alicia en el país de las maravillas" con el espejo deforme del talento más extravagante. 


viernes, 10 de agosto de 2012

JUAN DE LOS MUERTOS

En la primera escena de esta película, observamos a Juan en una balsa, tumbado boca arriba, como si el cansancio y agotamiento de una travesía complicada le hubiera dejado sin fuerzas. Uno saca la conclusión precipitada de que se trata de una huida, de la Cuba de los hermanos Castro a la Miami de narcos y fiestas siliconadas de Horatio Caine de la serie de televisión CSI. Pero no, Juan es demasiado vago para eso, y como él mismo dice, "si abandona la isla para entrar en los EEUU, tendría que trabajar". Y nuestro protagonista no comparte ese tipo de actividad lucrativa, más bien es un superviviente de un régimen agonizante, que no aspira nada más que a parchear los agujeros de una vida sin demasiadas expectativas. Sólo necesita un filo para agarrarse, para no naufragar entre la desidia de un país de apatía política y social. Su grupo de amigos son de la misma calaña, pícaros y buscavidas anclados en el automatismo del "no importa nada, solo seguir tirando como se pueda". 


Cuando aparecen los primeros zombies, nuestro estrafalario grupo de amigos, no diferencian el hecho insólito de los no muertos de la actividad cotidiana de La Habana. Cuando matan al primero de ellos, no saben si combaten a un licántropo o a un poseído por Satanás. La televisión informa de que los zombies son en realidad disidentes enviados por el imperialismo norteamericano. A Juan le importa muy poco lo que sean siempre que pueda beneficiarse de ello. Y así ocurre, organiza un grupo de exterminadores que responden al teléfono anunciado su eslogan: "Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos".


Los decorados de La Habana sirven perfectamente para su cometido de mostrar una ciudad post apocalíptica y eso sin necesidad de retocar demasiado el escenario, pues hay deterioros que son ya sintomáticos de una decadencia innata de una sociedad inmovilizada, tanto por enemigos internos como externos. La película no tiene unos efectos especiales demasiado elaborados, aunque sus zombies están bien logrados, lo que sin duda le convierte en una auténtica serie B, concretamente en una producción de tres millones de dólares. Uno de los inconvenientes es seguir los diálogos y es que el español, aunque muy universal, según que entonación resulta a veces poco comprensible. Creo que por encima de todo subyace una crítica más que evidente a una forma de vida que se instaló tras la revolución de Castro. Si esta producción cuenta con algo con lo que aferrarse a su visionado es todo ese trasfondo, sin el cual quedaría desnuda y huérfana de interés. Si alguna vez el cine de zombies había tenido un significado sociológico, en "Juan de los muertos" alcanza su dimensión más preclara. Y eso a pesar que el productor manifiesta que  "No quería que fuera una crítica directa, hay momentos que puedes ver la sutileza, la nostalgia y el cariño con que Alejandro Burgués (Director) cuenta la historia. Tiene mucho talento y es un amante del género".


Lo realmente curioso es que las autoridades cubanas dieran el visto bueno a semejante producción sin darse cuenta de la velada crítica que la película encierra. Eso me hace recordar como en España sucedía algo parecido con Berlanga. Nunca entenderé como pudo sortear la censura feroz del Franquismo para estrenar títulos como "Plácido" o "La escopeta nacional", por poner un par de ejemplos significativos. Ignoro si la película ha llegado a estrenarse en Cuba.


Independiente de todo esto, este simpático film no es ni mucho menos "Amanecer de los muertos" y queda muy por debajo en calidad de lo que en su día fue otra propuesta, con sentido del humor, como fue "Zombie party", pero parece vislumbrarse un director con cierto talento, capaz de ofrecer cierta originalidad a esta alturas del fenómeno, algo realmente complejo. No hay perderse los créditos finales, que parecen salidos directamente de un cómic de Max Brooks, con ese zombie final que representa toda una declaración de intenciones.


lunes, 6 de agosto de 2012

EL LIBRO OLVIDADO. CAPITULO VIII: A MODO DE CONCLUSIÓN



Al final de todas estas reflexiones, pensamientos y divagaciones, uno debe afrontar, desnudo de condicionantes, su verdadero y personal criterio. Hemos leído y debatido a lo largo de innumerables años sobre lo divino y lo humano, dogmatizando en algunas ocasiones y en otras permitiendo el soplo del aire fresco de las innovaciones, pero por encima de todo nos hemos sentido fascinados por el hecho trascendente. Ni el Deísmo ni el Ateísmo pueden prescindir de la necesidad innata del hombre de hacerse las preguntas que marcan su vida y destino. Encaminados por el largo camino del conocimiento, hemos ido descubriendo nuestras más íntimas dudas, pero el trayecto es dilatado y debemos seguir andando como peregrinos de la existencia.  El hombre, en su particular idiosincrasia, muestra un interés patológico por su pasado y por el del mundo que le rodea, es hijo de las circunstancias de la creación y, en virtud de ello, tiene la necesidad imperiosa de saber cómo empezó todo y por qué estamos aquí. Fuera la causa  Dios o no, existimos por motivos aún no explicados, pero nuestro sentimiento de "ser" es tan primordial como esencial  y debemos acatar nuestra realidad como un regalo de los dioses o de quién sabe qué desconocido impulso creador. Los que se creen en posesión de la verdad pretenden decirnos que, sin sus aleccionadores dogmas, la realidad carece de sentido y que, por lo tanto, los que están fuera de su ámbito vagan por un mundo sin sentido. Les puedo asegurar que tal afirmación es absolutamente gratuita, pues quien les escribe lo hace desde el punto de la realidad, de una realidad a todas luces plena de incógnitas. Lo que se extiende más allá de nuestro conocimiento puede llegar a ser una realidad, pero ni sabemos en que consiste ni podemos aventurarnos en construirnos una verdad a la medida de nuestras aspiraciones. El día a día del hombre actual se consume entre materialismo y nuevas supercherías. La espiritualidad occidental se mantiene por un impulso más propio de la inercia que de la acción vital de sus dirigentes. En el otro extremo, otras propuestas marcadas por una fe excesiva, ha optado por la beligerancia sin disimulos, anclándose en un tiempo arcaico que parece fruto más de la intolerancia que de una reflexión más acorde con los nuevos tiempos.
  

El sueño de Dios o el sueño de los hombres, tal disyuntiva nos ofrece toda una galería de sentimientos trascendentes, de ideales y aspiraciones, de frustraciones e ilusiones, pero es en suma el crisol que forja el carácter humano. Tal vez necesitamos creer imperiosamente porque en realidad lo que deseamos, simple y elocuentemente, es saber que, en el fondo, no estamos solos en la aventura de la vida, que Dios nos ha protegido desde el principio de los tiempos y que siempre estará presente en nuestros más profundos pensamientos. Y lo que necesitamos de manera desesperada es alcanzar ese paraíso utópico inmortal en donde podamos superar la vida que nos ha tocado vivir, esa vida limitada que conduce al túnel inexorable de la muerte. Porque uno de nuestros principales problemas es el tiempo, para algunos una pesada carga y, en cambio, para otros algo demasiado liviano.


Ante lo que nos rodea, hemos permanecido como fatuos exploradores, torpes e inexpertos y quizás no estemos más cerca de la verdad de lo que lo estuvieron las antiguas civilizaciones. Nuestra lucha cotidiana, en ocasiones comprensiblemente material, nos ha determinado de forma  empírica, pero a su vez nos ha mantenido en el camino de las dudas existenciales. Nuestras vidas pueden permanecer alejadas de las preguntas eternas, pero al final quien más y quien menos se ha formulado alguna vez esas cuestiones tan apegadas al espíritu humano. Lo que importa en la búsqueda de la verdad es el camino y no el destino. Es un vano consuelo, pero, ante la frustración de no alcanzar la meta deseada, es mejor estar en movimiento que anclados en el inmovilismo más inocuo.



Y este es el final de un libro inacabado, de un proyecto que dormitaba en un cajón, pero que ha salido a la luz gracias a un invento tan extraordinario y con un nombre tan corto. Su nombre es "Blog" y me ha permitido el sueño imposible de publicar este tratado pretencioso y, confieso, que algo especulativo. No se sin son muchos o pocos los que lo leerán, pero ha sido una gran suerte, para un puñado de letras más o menos coordinadas, salir al mundo exterior y probar fortuna. Al fin y al cabo ese es el desafío diario de todo los blogueros. Gracias a todos por vuestro tiempo.




miércoles, 1 de agosto de 2012

PERRO IMPOSTOR


Siempre me parecieron fascinantes las historias que, de la mano de autores como Jack London o James Oliver Curwood, nos hablaban de la duras condiciones de los aventureros y los buscadores de oro de las tierras heladas de Alaska, de su terrible lucha por la supervivencia y de los animales de su entorno, sobre todo de los perros, que tiraban con cierta devoción de los trineos y que dejaron sus huesos diseminados por la nieve de un territorio tan hostil como fascinante. Ambos escritores nos dejaron historias extraordinarias que, por encima de todo, muestran a la naturaleza como despiadada y a la vez dotada de un hechizo ancestral magnético. Seguro que a todos no son familiares títulos como "El oso", "Kazán, perro lobo", "Colmillo blanco" o "La llamada de la selva", novelas que describen hasta el mínimo detalle los comportamientos y sentimientos de hombres y animales.

También habrán oído la historia del perro Balto y de su increíble hazaña, aunque la verdad no fue del todo justa en su momento con el auténtico protagonista de aquella gesta increíble. En 1925, en Nome, un pueblecito de Alaska, tuvo lugar una epidemia de difteria que afectaba principalmente a los niños y cuya única salvación posible se encontraba en Nenana, a unos 1.000 kilómetros de distancia, pues era el  lugar más cercano donde podría hacerse de la penicilina que había llegado por ferrocarril desde Anchorage. En aquella época, y dadas las condiciones climáticas, sólo existía la posibilidad de confiar en trineos tirados por perros.


Quién sufrió más penalidades y adversidades fue Leonhard Seppala y su fiel perro Togo a la cabeza. La historia de éste perro siberiano es una auténtica lección de perseverancia. De aspecto zorruno y pequeño tamaño, su criador, Seppala, no lo quiso para tirar de los trineos y procuraba mantenerlo alejado de ellos, pero el obstinado animal siempre lograba escapar para situarse junto a ellos y hostigar a los otros perros para lograr su propio lugar. En una ocasión saltó una alambrada y quedó atrapado entre los alambres. Liberado de ellos, no le importaron sus heridas y volvió con su dueño, que rendido ante tal dedicación, lo ubicó en el tiro del trineo, en donde pronto se convirtió en su líder indiscutible. En aquella titánica lucha por llevar la penicilina, Togo fue quien hizo la mayor parte del recorrido, y lo hubiera completado en su totalidad si no hubiera sido por el desplome del hielo de uno de los ríos que debían cruzar, accidente que lo dejó cojo. Impedido para realizar el tramo final, fue sustituido por Balto quien finalizo los últimos 80 kilómetros. Al entrar en Nome, los periodista consideraron a Balto como el héroe de la gesta y automáticamente lo convirtieron en leyenda.

Leonhard Seppala y Togo

Pero el destino no reservaba nada bueno para el involuntario impostor canino. Tras diversos homenajes y baños de multitudes, tanto Balto como el resto de perros fueron vendidos a un promotor de espectáculos y variedades y en tan sólo dos años acabaron con sus huesos en barracas de feria. Maltratados y mal alimentados, el destino se mostraba cruel con quien había sido el supuesto protagonista de una hazaña increible. Afortunadamente para Balto y sus compañeros, la suerte les sonreiría cuando un empresario, George Kimble, se apiadó de su lamentable estado y organizó una campaña para recolectar el dinero suficiente para comprarlos. Gracias al éxito popular de la acción promovida por Kimble, los héroes caninos acabaron sus días con dignidad en el zoológico de Cleveland, donde Balto murió a los 10 años de edad.


En cuanto a Togo, quedó lisiado para siempre, pero en cambio llevó una vida más apacible que su compañero Balto. Puede que el destino no lo eligiera para la gloria, pero le salvó de un trato injusto, lo que demuestra que, en algunas ocasiones, el anonimato es el mejor de los disfraces.