En "Los vengadores", Loki, el malo de la película, ordena a todo el mundo que se arrodille ante su presencia, después de haber mostrado su poder. Un anciano se niega y se levanta, mientras transcurre el siguiente diálogo:
Loki: ¡Arrodillaos ante mi. ¡He dicho, arrodillaos!. ¿Esto no os parece más sencillo, no es este vuestro estado natural?. Es la verdad tácita de la humanidad, que ansiáis la subyugación. El brillante señuelo de la libertad reduce vuestra alegría de vivir a una loca búsqueda de poder, de identidad. Fuisteis creados para ser gobernados. Al final siempre os arrodillaréis.
Anciano: No ante hombre como tu.
Loki: No hay hombres como yo.
Anciano: Si, siempre hay hombres como tu.
Es un momento que nos resulta familiar y que, probablemente, haya sido ya utilizado en otras ocasiones para mostrar valor y determinación en momentos de opresión. Una figura recurrente, que simboliza a la perfección el inconformismo y la reivindicación del individuo frente a la masa mimética. Todo esto me ha hecho recordar a un hombre, August Landmesser, y una foto, que a continuación reproduzco.
En 1936, Adolf Hitler visitaba los astilleros de Hamburgo, con motivo de la botadura del velero Horst Wessel, cuando todos los allí presentes levantaron el brazo como era habitual en la parafernalia nazi. Todos menos uno, alguien con el suficiente coraje para permanecer impasible ante aquel saludo fruto de la devoción y seguramente del miedo más evidente. Su determinación es perceptible a simple vista, le hace ser único en un momento de difícil calibre. El miedo es libre, es fácilmente justificable dentro de un contexto concreto, y a nadie se le podría ocurrir censurar lo que, en determinadas circunstancias, el deseo de supervivencia nos puede obligar a realizar. Por eso, el gesto de aquel hombre, August Landmesser, es tan significativo y representa el coraje expresado en el momento justo.
Nuestro inconformista personaje tenía motivos suficientes para expresar su negativa a formar parte de aquel circo macabro. En 1935 presentó una solicitud para contraer matrimonio con Irma Eckler, de ascendencia judía, y lógicamente fue rechazada por las autoridades. August no dejó que aquello le impidiera unirse con la mujer que sin duda amaba y continuó con su empeño, llegando a ser padre de dos hijas, algo que se consideraba un grave delito contra la raza aria. La Gestapo no tardó en detenerlo, acusándole de violar el artículo 2 de La Ley para la Protección de la Sangre y Honor Alemanes. Landmesser fue condenado a dos años y medio de trabajos forzados en el campo de concentración de Börgemoor y su mujer fue llevada a Ravensbrück donde murió, formando parte de las terroríficas cifras de genocidio judío por todos ya conocido. August fue trasladado en 1941 a una fábrica de vehículos militares y posteriormente fue obligado a alistarse al I Batallón de libertad condicional 999, donde probablemente murió luchando por algo en lo que no creía, quizás intentando no causar daño a su esposa, cuyo fallecimiento tuvo lugar un año después. Las hijas sobrevivieron a aquel desastre, pasando su infancia y juventud en un orfanato. Muchos años después, en 1991, una de ellas reconoció a su padre en la célebre fotografía, de un hombre que probablemente acabó engrosando las listas de soldados desconocidos muertos en el campo de batalla. Sin embargo, aquel día de 1936 frente al mismísimo Hitler, demostró su valentía en un gesto inmortal.