jueves, 11 de febrero de 2010

LA NOCHE QUE MURIO KING KONG


Una de las primeras películas que más profundamente me impactaron, cuando era niño, fue "King Kong", la versión de 1933. En los años 70 aún se gozaba de cierta inocencia y la imagen del gran gorila que hoy produce ternura, por lo rudimentario, entonces podía inducir en un niño un terror y fascinación verdaderamente indescriptibles. Tanto o más quedó impresionado el mítico Ray Harryhausen, el maestro del stop-motion (animación fotograma a fotograma), cuando a los 13 años acudió al estreno del film de Merian C. Cooper, y una vez terminada la proyección acudió, como alma que lleva el diablo, a su casa y con el abrigo de pieles de su madre quiso construirse su propio King Kong. Puedo imaginarme que el castigo materno sería severo, pero aquel joven se convertiría años después en un genio indiscutible en el género. Para mí, la emisión en televisión de esta película, tuvo varias consecuencias, la más inmediata fue el miedo que pasé aquella noche interminable, en la que podía imaginar que detrás de las cortinas aparecería, tarde o temprano, la figura gigantesca de aquel ser mítico que, decepcionado por no ser la bella Fay Wray, acabaría por arrojarme al vacío sin remisión alguna. La segunda impronta que me marcó, es que la muerte de la bestia me produjo cierto desasosiego, pues a pesar de temerla, también me producía respeto y admiración, y su caída trágica y fatalista le hacía ser tan vulnerable hasta el punto de no desear su desenlace. El personaje del director , Carl Denhan, pronunciará aquella frase lacónica al final del film que quedará para siempre en los anales del séptimo arte: "No fueron los aviones; fue la Bella quien mató a la Bestia". Bella, por otra parte, que no siente en ningún momento el menor atisbo de aprecio o empatía hacia el monstruo, aspecto que si fue corregido en sus posteriores versiones. King Kong representa un viaje de aspecto onírico hacia el corazón de lo desconocido, una suerte de sublimación de la aventura más ancestral, en definitiva una obra, entonces, innovadora que supuso un soplo de misterio en una sociedad golpeada con la cruda realidad de la gran depresión. En el año 1976 el productor Dino de Laurentiis se atrevió a realizar un remake que no alcanzó ni de lejos las ambiciones que el proyecto prometía. Quiso que la dirigiera Roman Polanski, pero éste argumentó que "no sabría hacer nada con un simple mono", así que el encargo recayó en un más que discreto John Gillermin que había obtenido un gran éxito con "El coloso en llamas". Carlo Rambaldi, el creador de E.T, Alien y los extraterrestres de "Encuentros en la 3ª fase", fue el encargado de dar vida a un gigantesco King Kong de 15 metros, recubierto por 2.024 kilogramos de colas de caballo y accionado por medio de 13.500 metros de cable eléctrico, que por desgracia no resultó demasiado creíble y su presencia fue reducida a la mínima expresión. Se optó por un actor disfrazado, nada menos que el prestigioso maquillador Rick Baker, ganador de 6 Óscar de la academia, y su resultado fue tan impresionante que el propio Laurentiis quiso que se le nominara, infructuosamente, como mejor actor de reparto. El film tiene como única virtud la expresividad de la criatura, pero en líneas generales no es demasiado brillante, aunque, en mi opinión, las críticas demoledoras se han cebado de forma no siempre justificable. De hecho algunos señalan como único punto destacable el debut de Jessica Lange.
Más fortuna tuvo Peter Jackson en su versión del año 2005 que volvió a retomar el espíritu de la película original, pero remozado con el poder de los efectos especiales más avanzados. Con una bellísima Naomi Wats se aborda la trama desde la aventura más extrema, no olvidemos sus continuas referencias a "El corazón de las tinieblas" de Conrad, ofreciéndonos un espectáculo realmente brillante. El diseño de la isla es lo mejor del film, convirtiéndola en un lugar terrible, donde el peligro es inherente hasta la extenuación. Volvemos a encontrarnos con los dinosaurios, aspecto que había obviado el film de Guillermin, y nos ofrece la visión de un King Kong viejo y cansado, el último de su estirpe, en un mundo cambiante y bien recreado por Jackson. Quizás la única pega que se pueda poner a esta película, sea el tono a veces demasiado edulcorado de algunas escenas, sobre todo las que se nos muestra la relación entre la bella y la bestia.
Pero no sólo de gorilas gigantes se alimenta el género, lo hace también de un sinfín de criaturas prehistóricas que vuelven a la vida gracias a genios de la talla del mencionado Harryhausen, responsable, entre otras muchas, de las criaturas de los filmes de Simbad o de los dinosaurios de la Hammer. A esta última productora corresponde "Hace un millón de años", película evidentemente anacrónica, que tiene la virtud de que, por encima de los efectos de Harryhausen, está el cuerpo escultural de Raquel Welch que ha quedado para siempre en la memoria del erotismo cinematográfico. Y es que amigos míos, no hay nada más sensual que las chicas prehistóricas de la Hammer evitando ser devoradas por todo tipo de monstruos, incluidos los de dos patas. Similares influencias tuvieron películas como "El clan del oso cavernario", con una bella mujer cromagnon como fue Daryl Hannah, o la hilarante "Cavernícola", con un Ringo Starr haciendo de troglodita a diestro y siniestro. Un tratamiento algo más serio tuvo "En busca del fuego" de Jean-Jacques Annaud, en donde despuntaba ya el rostro contundente de Ron Perlman acosado por tigres de dientes de sable o, más bien, leones con falsas prótesis dentales. Otro film de gran impacto fue "El valle de Gwangi" del director Jim O´Connolly e interpretada por James Franciscus, en la que se nos presenta un mundo prehistórico oculto en un valle prohibido y descubierto por un grupo de vaqueros que pertenecen a un circo. Rodada en la ciudad encantada de Cuenca nos ofrece un magnífico duelo final entre el protagonista y Gwangi, un tyranosaurus, en el magnífico escenario de una catedral. Otras películas no aplicaron la técnica del stop-motion y utilizaron la fórmula, más barata, de filmar en un primer plano reptiles auténticos y, por medio de transparencias, situarlos como si fueran enormes criaturas prehistóricas. Este fue el caso del remake de Irwin Allen "El mundo perdido", que fracasó en taquilla por el uso de esta técnica tan poco atractiva. Los japoneses empleaban actores disfrazados de monstruos, creando su propio género, el Kaiju-Eiga y, aunque a mi particularmente me resulta algo ridículo, lo cierto es que sus creaciones, Godzilla, Rodan, Mothra o Gamera, alcanzaron un gran índice de popularidad. Los argumentos de estos filmes siempre presentan al monstruo como destructor de ciudades y, esa obsesiva inclinación, nos hace pensar en el residuo que puede quedar de la memoria colectiva de las bombas de Hiroshima y Nagasaki . No obstante, debo reconocer que en mi niñez me impactó un film británico que utilizaba un actor disfrazado para recrear a la bestia, que no era otra que "Gorgo", estrenada en 1960 y dirigida por Eugene Lourie. Aquí podíamos ver grandes escenas como, por ejemplo, cuando la bestia derriba la Torre de Londres y el Big Ben. El final de este film es novedoso, en cuanto el monstruo logra sobrevivir en compañía de su rescatada cría, y es que, al parecer, la hija del director, E. Lourie, siempre lloraba cuando mataban a las temibles bestias. Vista ahora produce una cierta sonrisa y nostalgia de una niñez en el que todo parecía tan real y temible. Ingenuidad infantil que pasó a la historia cuando llegaron los dinosaurios de Spielberg.
Cuando los aficionados al género nos sentamos en el patio de butacas en el año 1993 para ver "Parque Jurásico", nos quedamos literalmente pegados al asiento cuando el Tyrannosaurus aparece en escena. Jamás se habían visto unos efectos especiales tan logrados como para dar vida con tal realismo a los dinosaurios. Spielberg no sólo había acudido a los efectos digitales, sino que los había fusionado con animatronics, con el stop-motion e incluso con personas disfrazadas para conseguir el máximo realismo posible. Pero además "Parque Jurásico, a pesar de las críticas, nos devolvía al mejor Spielberg, tal y como lo demuestra el planteamiento del film. Primero asistimos a la presentación de la película en una escena cargada de violencia y de tensión, pero en donde se sugiere pero no se muestra. A continuación se nos presenta a los protagonistas y, en una introducción didáctica, se nos prepara para la tensión. Después, cuando el público está preparado y ansioso aparece la escena de la visita al parque y la fuga y ataque brutal del Tyrannosaurus. A partir de ese momento es una montaña rusa de acción y divertimento que tiene su culmen en el acto de los velociraptores y posterior huida de los supervivientes. "Parque Jurásico" representa un antes y un después en la animación de todo tipo de criaturas. Lejos quedan ya las entrañables creaciones de Harryhausen y hoy difícilmente admitiríamos una película que los empleara sin más, aunque el caudal de la contribución del tradicional stop-motion es lo suficientemente meritoria como para no olvidarla jamás. Aquellos esqueletos de "Jasón y los Argonautas" son una auténtica obra de arte en la filmación empleada con las artes del fotograma a fotograma.
Otra película interesante e injustamente tratada por la crítica fue "Dinosaurio", producción de la Disney generada íntegramente por ordenador y que no fue un film demasiado apropiado para el público infantil. Narraba la odisea de un grupo de dinosaurios, que después de un cataclismo, se unen para encontrar el último oasis donde es posible la supervivencia. Aunque el argumento es similar a la archiconocida "En busca del valle encantado" es mucho más compleja que esta, ya que hace una interesante reflexión política entre el ejercicio del poder frente al apoyo mutuo.

Algunos críticos dicen que la verdadera obsesión de Roland Emmerich es ser Steven Spielberg, y si esto fuera realmente cierto el director alemán tuvo su propio "Parque Jurásico" con la filmación de "Godzilla", película naturalmente maltratada por la prensa especializada. Aunque tuvo una campaña de promoción muy ingeniosa, ciertamente no es el mejor título de Emmerich, siendo, no obstante, un film bastante entretenido, teniendo como punto culminante por su buena puesta en escena, las secuencias que se desarrollan en el Madison Square Garden.
En definitiva, las películas de monstruos están profundamente arraigadas en nuestra más tierna infancia, son criaturas forjadas en el miedo a lo desconocido y nos fascinan por su poder y su vulnerabilidad. Desde King Kong hasta Godzilla hemos aprendido a querer a estos seres fantásticos, algunos por su entrañable condición y otros por parecer tan temibles como la peor de las pesadillas, pero por encima de todo han formado parte de nuestra cultura cinematográfica más temprana.

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