La nieve como elemento peculiar tiene algo de mágico, de expectativa e incluso de añoranza por un tiempo perdido, de la niñez pegada a un cristal en la eterna espera del manto blanco, que caerá del cielo como un regalo poco corriente. Para los que somos del sur, habitantes de veranos eternos, de sofocos y mercurios desorbitados, en los que el oxigeno se torna infernal, casi sólido entre brisas que pasan de incógnito, la caída de un copo de nieve se nos antoja como un hecho milagroso. Y no es porque nos resulte ajena, siendo de Granada, la omnipresente Sierra Nevada siempre vela en el horizonte como guardiana de una ciudad perezosa y a veces descuidada de sí misma. El Veleta y el Mulhacén son para muchos de nosotros como la Alhambra, siempre están allí y se constituyen como la eterna próxima visita. El sábado que viene o el domingo que vendrá parecen tornarse como promesas que la pereza difumina en lo etéreo. Además, toda esa incertidumbre se funde con el carácter singular de cada uno, y el mío en particular es caprichoso y huye del mar en verano y de la nieve en invierno, demostrando de forma fehaciente que soy una especie autóctona de estos lares, lo que se viene en denominar como un malafollá de pura cepa. Algún día explicaré en que cosiste ser uno de ellos. Una nevada en la ciudad es algo distinto, irrumpe en lo cotidiano y te abraza en una tiritona de frio cálido como los recuerdos.
Cuando la nieve te sorprende de madrugada, inmaculada sobre el asfalto aún no exprimido por neumáticos impertinentes y pisadas delatoras, te regala un silencio especial, de una naturaleza extraña y casi mágica. El sonido, a veces tan prescindible en sus detonantes algarabías, se amortigua, se diluye hasta el mínimo susurro. Esa primera mirada tras el cristal, sorteando el vaho de tu respiración te deja atónito y una sonrisa tenue delata un placer casi olvidado. A la memoria te llegan recuerdos que nunca ocurrieron, el paisaje casi perfecto, blanco eterno que se contempla al calor de una chimenea, entre el aromático humo de un café improvisado. Pero yo nunca tuve chimenea, aunque si podría presumir de café, mesa camilla y brasero. Decía un habitante de Noruega que nunca había pasado más frio en su vida, que cuando pasó un invierno en Sevilla, con el único consuelo de aproximarse a esa mesa camilla, el centro neurálgico de muchos hogares tan valientes de sí mismos ante las gélidas temperaturas. Con la nieve hay que tener cuidado, porque si se toma la suficiente confianza se vuelve molesta, se envalentona y provoca el caos.
Mi primera nevada fue cuando era niño, una navidad en la que andaba ajetreado adornando el árbol y el belén con mi madre, un ritual que nuevas generaciones infantiles siguen acogiendo de muy buen grado, un placer hedónico muy singular que reverencia el gusto por el color y la luz. El año pasado regresé a aquellos días y me vi reflejado en la felicidad de los rostros de mis dos hijas, cuando hacían un improvisado muñeco de nieve. Esa mañana, a horas intempestivas sonó el teléfono. Era otro niño ilusionado, el abuelo, que anunciaba el hecho insólito de las calles blancas y suplicantes de alguna batalla de bolas de nieve. Es entonces cuando se rompe el silencio y el escenario se completa con una panorámica de niños en pleno disfrute de algo tan natural y simple como agua solidificada, muy lejos de sus vídeo juegos y dibujos animados.
Esta vez ha sido una nevada más discreta, fugaz y efímera. Un día de nervios ante los pronósticos que vaticinaban la caída de tan ansiado elemento. Un ratito haciendo deberes y otros pegadas a la ventana, mirando, suplicando al cielo el ansiado regalo. Una hora tras otra, mil impaciencias y las divisiones y los adjetivos descuidados en el cuaderno. Al fin sonó el grito de guerra, nervios y risas impacientes porque el milagro esperado había sucedido. Abrigos, bufandas y guantes y mamá que no sale porque este año se le olvidó comprar botas, pero que a buen seguro nos echará un vistazo entre las cortinas, con una sonrisa nostálgica de tiempos pasados. Papá si, equipado con sus guantes que aún conserva del instituto, una reliquia que mantengo como una superstición, la constatación de que siempre habrá una bola de nieve que arrojar.
Esta vez ha sido una nevada más discreta, fugaz y efímera. Un día de nervios ante los pronósticos que vaticinaban la caída de tan ansiado elemento. Un ratito haciendo deberes y otros pegadas a la ventana, mirando, suplicando al cielo el ansiado regalo. Una hora tras otra, mil impaciencias y las divisiones y los adjetivos descuidados en el cuaderno. Al fin sonó el grito de guerra, nervios y risas impacientes porque el milagro esperado había sucedido. Abrigos, bufandas y guantes y mamá que no sale porque este año se le olvidó comprar botas, pero que a buen seguro nos echará un vistazo entre las cortinas, con una sonrisa nostálgica de tiempos pasados. Papá si, equipado con sus guantes que aún conserva del instituto, una reliquia que mantengo como una superstición, la constatación de que siempre habrá una bola de nieve que arrojar.
Lo dicho. Me gusta mucho más el libro gordo del Eremita...
ResponderEliminar¡¡QUÉ PRECIOSIDAD DE ENTRADA, CANASTOS!!
Soy algo más poetico que Petete y, en esta ocasión, me ha dado por imitar al amigo Marcos Callau, sin llegar a su dominio más elevado del lenguaje.
EliminarGracias por esos "canastos", una expresión que me encanta, me recuerda a mis tiempos de lector de Bruguera.
Un abrazo
Mr. Cahiers, ¿quién fue el ganador en la batalla de tirar bolas de nieve? Evocativa entrada. No hay nada como las estaciones frias. Cordiales saludos.
ResponderEliminarEllas, ellas sin duda, son más rápidas y encima son dos!!!
EliminarUn cordial saludo
Pepe muy buena esta evocación de la nieve y lo que produce en los que la disfrutan, yo disfruté leyendo esta historia conseguí sentir ese frío y ese vaho que dejas en los cristales de la ventana al disfrutar del paisaje nevado, pero los que vivimos pegados al Atlántico, nunca tuvimos ese frío placer, la nieve por aquí no se acerca, el mar que es mucho mar la mantiene a raya. Una pena.
ResponderEliminarUn saludo.
Puri
El mar, al que llaman el contemplado, es en ocasiones demasiado omnipresente, pero incluso de vez en cuanto cede terreno, como ha sucedido esta semana en algunas playas del norte, donde la nieve se ha atrevido a pisar la arena de las playas.
EliminarSaludos Puri
me gustta haberte encontrado
ResponderEliminarTragiste a mi memoria mi primera vez viendo nieve
Detroit Michigan
saliendo del supermercado
el silencio nos unói en ese momento mágico
de nieve....
silencio de Nieve
Nieves lejanas pero igual de silenciosas, esa cualidad del manto blanco no tiene fronteras.
EliminarGracias por la visita y el comentario.
¡Extraordinaria entrada, Señor Cahiers!...lo suyo no es un blog es LITERATURA....
ResponderEliminarMe abruma usted con tan alagador comentario amiga mía, me ruborizo sin paliativos.
EliminarUn abrazo Carmen.
¡Excelente y emotiva entrada Sr. Cahiers!
ResponderEliminarTan solo una cuestión...¿esos guantes que menciona no serán los que estoy pensando?
¡Tirador solitario cuanto tiempo! Me alegra verle por aquí. Efectivamente son aquellos guantes que, para ampliar su información, los compré en el año 81 en los míticos almacenes Woolworth, aquellos mismos que después ocupó la diputación y sus fantasmas.
EliminarUn abrazo
Saludos¡
ResponderEliminarMe encanto tu composición literaria de algo que para muchas personas es irrelevante. Porque algunas personas anhelan sentir esa primera vez que tienen la ilusión de tocar la nieve…
algo magico y unico.
Felicidades ¡¡
Cuídate mucho .
Eso es cierto, me imagino que, para un habitante de Siberia, no solamente debe ser irrelevante sino además cansino e incluso puede que aburrido.
EliminarGracias, saludos cordiales Hugo.
Como me gustaría experimentar ese silencio que uno se encuentra cuando se levanta y se encuentra que ha nevado. En la zona de Valencia en la que vivo no nieva y aunque he visitado zonas nevadas, no es lo mismo que vivir en ellas.
ResponderEliminarAquí la nieve se hace de rogar, sucede muy de vez en cuando, por lo menos en la cantidad suficiente para poder disfrutarla. Eso sí, si quieres nieve para dar y tomar, subes a Sierra Nevada en invierno y en 20 minutos puedes pisarla.
EliminarSaludos CHechu.
En El Escorial, como las calles están en cuesta, uno podía despertarse con el bronco sonido de los coches derrapando y chocando los unos contra otros a causa del hielo jajajaja. Tuve una novia allí a escasos 17 kms de mi pueblo y así desperazaba a veces.
ResponderEliminarEo si, es innegable que la estampa de un pueblo nevado reconforta la vista, y si te detienes por un instante también el alma. Saludos estimado Pepe
Es que la nieve, amigo Alimaña, es bonita para según que cosas, y no pensaran lo mismo los que la padecen por circunstancias ajenas a la diversión.
EliminarUn abrazo.
nunca la nieve la había sentido tan cálida......adoro Granada no solo por Sierra Nevada a la que acostumbro ir un par de veces......descender por el veleta y hacer piruetas...por la Perdiz........La antena.....y llegar a ver el mar.
ResponderEliminarTe felicito por el post.
Es la ventaja de tener la nieve y el mar a una hora de distancia, en ese sentido somos unos privilegiados-
EliminarGracias por la visita y bienvenida a la Guarida
Gracias, Pepe, por haber arrojado una bola de nieve sobre mis recuerdos de infancia que lejos de enfriarlos les has dado la calidez de un tiempo inolvidable en mi pueblo, Moratalla, con mi familia. Desgraciadamente me dejaron hace tiempo, pero has traído su presencia hoy hasta mí sin tristezas, sino con la alegría de aquellos maravilloso años.
ResponderEliminarUn texto entrañable e impecable. Ánimo el papel te espera (ya sabe a qué me refiero)
Un abrazo
Gracias María José, creo que en mayor o menor medida hay hechos de nuestra infancia que quedan marcados para siempre, uno de ellos es la nieve como elemento imborrable.
EliminarEso espero, que algún día el papel me reclame.
Un abrazo.
La nieve queda muy bonita en las fotos y en las pelis y si vives en un sitio donde es rara siempre se recuerda la primera nevada, pero desde un punto de vista práctico la nieve es un engorro y de los peligrosos.
ResponderEliminarLo es, lo es, y si no que se lo pregunten a los transportistas y viajantes cuando se quedan bloqueados...
EliminarSaludos Doctora
En verdad la nieve tiene algo mágico, por encima del bien y del mal, de la propia naturaleza, que nos fascina y sobrecoge al igual que una tormenta o un temporal.
ResponderEliminarAbrazotes.
En el fondo nos hace sentir pequeños ante algo tan incontrolable, hermoso y poderoso al mismo tiempo, nos devuelve a nuestra naturaleza más primordial.
EliminarGracias por la visita y el comentario.
Una entrada preciosa, escrita de una forma muy bonita y agradable, casi bucólica, como un cuento muy evocador y lleno de pureza, ¡la verdad es que me ha encantado leerte! Además las fotos con las que ilustras la entrada son geniales. Para los que no estamos acostumbrados a ella la nieve siempre es una buena sorpresa, capaces de hacer parar por un momento de nuestras tribulaciones y capaz de hacernos sentir como niños, niños felices que juegan con bolas de cristalina nieve.
ResponderEliminarSaludos
;)
De eso se trata, de volver a ser un poco niños, que eso nunca está de más entre tanta formalidad.
EliminarGracias Ana
Al fin de vuelta por tu blog, lo echaba de menos
ResponderEliminarUn saludo y excelente entrada :)
Me alegro de verla por aquí Sara. Nos vemos en la blogosfera!!
EliminarMe gustan mucho los paisajes nevados. Las imágenes que nos regalas son preciosas.
ResponderEliminarY tu entrada me parece muy hermosa. Un entrañable texto.
Un abrazo.
Los paisajes nevados, especialmente los que no lo son habitualmente, tienen algo especial, esa singularidad digna de perder el tiempo.
EliminarUn abrazo
Pues que quieres que te diga. ...a mi la nieve me gusta verla por tv, metía en mi brasero. ... no me gusta el frio y en mi cuidad ha nevado 2 veces. .. q yo recuerde. .. y no salí ni al patio a verla
ResponderEliminarPues eso tampoco está mal, hay cierto placer en contemplar el frío desde el calor del hogar.
EliminarGracias por la visita y el comentario.
Entiendo muy bien lo que dice, solo he visto la nieve en dos ocasiones y ambas veces me parecieron mágicas. Para alguien que odia el frío como yo, la nieve es lo único que puede compensar el sufrimiento del frío.
ResponderEliminarSaludos.
Eso es cierto, aunque no te guste el frío, estéticamente compensa.
EliminarSaludos Shimulo
me gustó mucho esta última parte del texto:
ResponderEliminar"...sus guantes que aún conserva del instituto, una reliquia que mantengo como una superstición, la constatación de que siempre habrá una bola de nieve que arrojar."
y las fotos son preciosas
abrazos para ti
Gracias, era un forma de enlazar mis recuerdos con los que seguramente tendrán mis hijas.
EliminarUn abrazo Marga