domingo, 25 de abril de 2010

El CEBO


Un hombre deambula por el bosque, parece un buhonero, un pobre hombre sin futuro, pero con un pasado de poca monta que le pesa sobre sus hombros como un día gris, eterno y brumoso. De repente se asusta, tropieza con algo que le causa asombro, sorpresa y, en todo caso, horror y miedo, un profundo temor surgido de su condición de hombre marginado. Acaba de encontrar el cadáver de una niña. Tiene sangre, y la imagen de la inocencia arrancada por la negrura de la muerte le provoca y le altera su espíritu. La muerte no entiende de niños, tampoco de viejos, llega y se va, pero siempre gana. Torpemente y sin dirección fija, nuestro buhonero, en un momento de serenidad, dirige sus pasos al pueblo. Entra en una taberna, serena su sed desesperada y pide un teléfono. Tiene que contar lo que le ha pasado, para él es como liberarse de un horror que llevará impregnado el resto de su vida. Dos policías entran, se sientan y lo miran con desconfianza. Alguien le acusa de que algo habrá hecho, pues la combinación de los ojos asustados del buhonero y la autoridad parecen traer vientos de condena.


Después nos encontramos en una comisaria con el inspector Mattei. Parece aburrido, cansado de lo cotidiano. Emprende una nueva vida en el desafío que le representa el organizar un cuerpo de policía en un país lejano. Pero parece sin entusiasmo, como estoico y algo solitario. Recibe la noticia del crimen cometido en un bosque, lejos de la seguridad de su despacho y de la fiesta de despedida que le van a organizar, algo frívola si lo comparamos con la desolación que le aguarda. El buhonero quiere hablar con él, pues confía en el hombre al que nunca supo engañar. Pero, los perdedores siempre tienen la suerte echada y el pobre diablo tiene todas las cartas para cargar con una culpabilidad que llega a hurtadillas, pero que su paso es inexorable. Visitamos el lugar del crimen y un policía aparta la mirada, ante el gesto recriminatorio de Mattei. Alguien tiene que notificar la terrible noticia a los padres de la niña. Todos bajan la mirada y, como siempre, el inspector acepta ser portador del infortunio y lo hace como alguien al que le pesa la experiencia. Mattei llega a la casa de la niña e informa a los padres. Después cierra la puerta y se marcha. De espaldas, pero adivinando un gesto marmóreo, escucha un grito de dolor que rasga el corazón de cualquier hombre, el suyo también. La policía visita el colegio de la víctima y Mattei descubre un dibujo realizado por ella, en el que se aprecia la figura de un gigante vestido de negro que regala erizos de chocolate a una niña. Es solo un dibujo, pero el inspector lo guarda como quien ha descubierto una evidencia preclara.

El buhonero no resiste la presión y se suicida. Para todos es una prueba evidente de culpabilidad, para todos excepto para Mattei, que intuye que tras este hecho luctuoso no se esconde nada más que la soledad de un hombre si esperanza. Después, con el vacío que solo la frustración de un fracaso puede dejar, el inspector se dirige al avión que le llevará a su nuevo destino, pero la vida esconde nuevos caminos y un hombre que come trufas de chocolate, invitará a Mattei a emprender un nuevo viraje a su futuro. Un amigo psicoanalista analiza el dibujo de la niña y ya no parecen los trazos inocentes de una mente infantil, sino la representación deformada de la realidad. Nuestro hombre investiga asesinatos similares y descubre que todos siguen una ruta, una carretera que pasa al lado de un bosque, un bosque donde se oculta el monstruo, un bosque cuyos árboles parecen destilar el eco de los pecados perdidos en el tiempo. Mattei alquilará una pequeña gasolinera y utilizará a una niña como cebo, una niña hija de una madre que se intuye soltera y por lo tanto mal vista, pero su dignidad es solo equiparable con la tristeza de su mirada. Por la gasolinera de Mattei pasará nuestro asesino. Es un hombre orondo, dominado por su mujer, mayor que él, y que lo controla hasta la extenuación. Su odio hacia ella y el temor que le infunde solo puede compararse con el placer que le produce acabar con la vida de una niña.


Este macabro argumento pertenece a "El cebo", una coproducción entre España, Suiza y Alemania del año 1959 y dirigida de forma soberbia por Ladislao Vajda. El director húngaro comenzó su carrera como montador en Alemania en películas de Franz Lehar. La desaparición de la industria cinematográfica en Hungría le llevó hasta Italia, en donde sufrió la censura de Mussolinni por su película "La conjura de Florencia". Después siguió trabajando en Francia, pero la ocupación alemana le hace recabar en España en donde rodará, entre otras, obras tan significativas como "Marcelino Pan y Vino", "Mi tío Jacinto" o "Un ángel pasó por Brooklyn".

Influenciado por Fritz Lang, "El cebo", mantiene las características básicas del estilo del maestro austriaco, tensión y aflicción humana, amén de la similitud que pueda existir con el personaje psicópata de "M. el vampiro de Dusseldorf" y las referencias al inocente acusado injustamente desarrolladas en "Furia".


Además Vajda maneja el suspense de forma peculiar, pues no oculta al espectador la identidad del asesino, pero si al personaje del inspector de policía, que en la escena de la gasolinera provoca la justa tensión entre quienes están al otro lado de la pantalla y el protagonista. Toda la trama, envuelta en un blanco y negro que recuerda en algunos aspectos al expresionismo alemán, no prescinde de su carácter escabroso, algo que para el cine español de los 50 era realmente atrevido e innovador.





16 comentarios:

  1. A mi me encantó y, pese a que es inevitable ver cierto paralelismo con esa obra maestra de Fritz Lang, creo que tiene suficientes virtudes como para poder contemplarse como una gran película.
    Muy buen post amigo Cahiers, como siempre!

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  2. De acuerdo con usted, además es una rara avis dentro del cine español, en la parte de coproducción que le corresponda, por su estilo y temática.

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  3. Como ves te devuelvo la visita, que hay por aquí muchos temas interesantes.
    Una de mis pelis referencia. Impresionante Gert Fröbe como asesino pedófilo, preciosa música y fotografía en blanco y negro. Si vajda hubiera emigrado a USA hablaríamos de él como un Anatole Litvak o un Fritz Lang.

    Interesante la versión de Sean Penn años después.

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  4. Para Fröbe fue el papel de su vida y, sin duda, le marcó tanto como el de Peter Lorre en "M". Es curioso como se presenta el monstruo poco a poco. Primero una sombra, después sus dedos rollizos nerviosos ante la mujer que le domina y al final el gigante despiadado. Respecto a Vajda, estoy totalmente de acuerdo con tus apreciaciones.

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  5. La verdad es que no la he visto y me pica la curiosidad... la he visto tambien comentada por otros lares y va siendo hora de conseguirla y verla... un saludo

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  6. No lo dude Alimaña, es totalmente recomendable su visionado, y gracias por su comentario.

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  7. Hola,
    llego hasta estas tierras a través del blog del amigo Anro.
    Increíble película y una joya olvidada del cine. Llevo tiempo detrás de ella para conseguirla y de momento no la he podido encontrar, pero aun recuerdo cada escena y eso que la vi hace muchos, muchos años.
    Un saludo y un blog muy interesante que desde luego seguiré con curiosidad.

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  8. Estimado Crowley, le dejo una dirección en donde puede adquirirla facilmente:
    http://www.dvdgo.com
    ¡Gracias por su visita!

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  9. Excelente artículo para glosar una obra maestra de nuestro cine. A ver si recupero el estupendo coloquio que le dedicaron en QGEC.
    Por cierto en los 50 los centroeuropeos trinfaron es España: Kubala, Puskas, Kocksis, Franz Johan, Artur Kaps, Herta Frankel... y Ladislao Vajda

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  10. Eso fue, amigo Tirador, porque se fueron de un extremo a otro, lo cual en el fondo es un poco contradictorio, pero a España que le quiten lo bailao.

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  11. Extraordinaria película. Una rareza insólita en el cine español de los 50. Recordemos que el mismísimo Sean Penn debutó en la dirección haciendo un remake.

    Cómo no había llegado a tu blog hasta ahora!.

    Un saludo.

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  12. Nunca es tarde amigo Scotty espero que a partir de ahora lo visites como si estuvieses en tu propio blog.

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  13. Curioso que hayamos coincidido en comentar la misma película con tan poco espacio de tiempo. No sé de dónde has rescatado tantas fotografías de la película. yo me las he visto y deseado para conseguir fotogramas. Veo que también has nombrado "Un ángel pasó por Brooklyn". Qué buena es esa también, qué grande Peter Ustinov. Un abrazo.

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  14. Amigo Marcos, las fotografias las he sacado de la misma película, con un programa que extrae la imagen que tu quieras, porque por la red circulaban muy pocas y de escasa calidad.

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  15. Qué peliculón!
    Gracias por ese texto y esas pedazo capturas de fotogramas que ayudan a recordar!

    Me encanta esta película de Ladislao Vajda! El montaje de Julio Peña y Herrmann Haller es muy mítico!

    Posbilemente en un tiempo analice alguna secuencia de esta película en mi blog, dedicado al montaje, al que te invito que te pases!!

    Un saludo!

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  16. Gracias amigo Pablo y bienvenido a la Guarida. Es curioso como, en ocasiones, no damos la merecida importancia al montaje, quizás porque sea una labor que nos pasa como desapercibida, pero un mala elaboración del mismo puede dar al traste con una película. Muy interesante su blog y además se atreve con un tema en los que pocos se aventuran.

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