Durante la Segunda Guerra Mundial, y en concreto durante la ocupación alemana en Francia, las autoridades nazis expresaron su preocupación por el peligro de las enfermedades venéreas que las prostitutas podían infligir a la tropa en sus contados reposos bélicos. Dicen que Himmler, a la sazón jefe de la SS, advirtió al Führer sobre los peligros de la promiscuidad sexual de sus soldados con las siguientes palabras: "El mayor peligro de París es la extendida e incontrolada presencia de prostitutas que buscan clientes en bares, salas de baile y otros lugares. Es nuestro deber el prevenir a los soldados de los peligros para su salud que conlleva el tener una rápida aventura”. Se sabía que el bromuro administrado a los soldados no era un remedio eficiente, ya que les hacía caer en un estado depresivo que animaba poco al combate y, no era, por lo tanto un remedio eficiente para impedir las enfermedades de transmisión sexual. Hitler que era consciente de lo que eso representaba por haberse contagiado en su juventud, puso un proyecto en marcha para la fabricación de muñecas hinchables con el nombre de "Operación Borghild".
Se dieron unas directrices claras y especificas en cuanto al diseño de la futura compañera destinada a aliviar las tensiones propias de la testosterona desenfrenada. La muñeca tenía que ser una fiel representación de la mujer aria. Debería tener una altura de 1,76, labios y pechos grandes, un ombligo logrado y por supuesto tenía que ser blanca y rubia. El prototipo fue encargado al doctor danés Olen Hannussen quien la construyó en plástico galvanizado y materiales sintéticos, sirviendo como modelos las atletas alemanas Wilhelmina von Bremen y Annette Walter. Para el diseño de su rostro se quiso contar con la actriz Käte von Nagy, que se negó en rotundo en participar en tan descabellada idea. No era plato de buen gusto servir como desahogo sexual por medio mundo entre batalla y batalla. Se comenzó a fabricar en Dresde, aunque las instalaciones no sobrevivieron al final de la guerra al ser bombardeadas por los aliados. No obstante, el proyecto no llegaría demasiado lejos al negarse las tropas y sus oficiales a llevar semejante artilugio en su mochila. El principal argumento esgrimido para librarse de semejante compromiso, era el situarse en la posición de un soldado alemán apresado y sorprendido con una muñeca hinchable en sus pertrechos. La burla y chanza a la que serían sometidos por parte de sus captores era algo que su orgullo no podía permitirse en ningún momento. Fue por lo tanto una decisión unánime del ejército el renunciar a semejante propuesta, prefiriendo arriesgarse antes a las ladillas que a las risas del enemigo.
Käte von Nagy |
No cabe la menor duda de que, tan estimulante noticia, hubiera sido toda una novedad en un conflicto muy poco dado al sentido del humor. Pero puede que, algo tan poco devastador en los habituales procederes de los nazis, no sea nada más que una leyenda urbana muy bien urdida. A la falta de testimonios fiables, de pruebas tangibles, la presunta falsedad de los nombres citados y de la opinión de algunos historiadores, parece que este singular capítulo de la Segunda Guerra Mundial tiene poca consistencia para ser real. Se rumorea que todo empezó con un artículo de cierto periódico sensacionalista alemán y que se propagó con el método de la insistencia en la noticia. Siendo medianamente coherentes, no me imagino a Hitler proponiendo semejante plan y, si bien es cierto, que la locura puede aventurarse por caminos insospechados, no parece demasiado lógico que, tan descabellada idea, fuera planteada en un conflicto bélico que a buen seguro tenía otras prioridades que atender. No obstante, hubiera sido una forma de humanizar la guerra con algo tan divertido y desde luego original.
De repente se me ha venido a la mente una posible ilustración del gran Miquel Zueras, en la que aparecería un soldado alemán y su muñeca hinchable, ambos con las manos en alto, rindiéndose ante las tropas norteamericanas.
Dicho y hecho, el amigo Zueras, una vez enterado, ha tenido la gentileza de dibujar esta ilustración que cierra la historia que nos ocupa de forma brillante.
De repente se me ha venido a la mente una posible ilustración del gran Miquel Zueras, en la que aparecería un soldado alemán y su muñeca hinchable, ambos con las manos en alto, rindiéndose ante las tropas norteamericanas.
Dicho y hecho, el amigo Zueras, una vez enterado, ha tenido la gentileza de dibujar esta ilustración que cierra la historia que nos ocupa de forma brillante.