La vida puede ser muy generosa en determinadas circunstancias, aunque el objeto recibido no sea del todo satisfactorio. Eso le pasaba a Cándido Bermudez que, a sus diez años, podía vanagloriarse de ser el niño más despistado jamás conocido. No parecía interesarle demasiado la vida cotidiana y sus costumbres, así que optaba por permanecer en un estado de enajenación que sólo su cara vacía y bobalicona podría delatar. No era de extrañar verlo en el colegio, en una clase de matemáticas o geografía, con la mirada ausente, perdida en su mundo interior. Tenía la habilidad de permanecer en tal estado durante un tiempo más que considerable, que sólo era interrumpido entre clase y clase o en el recreo. Lo que le gustaba a Cándido era jugar y ver películas de miedo en la tele, lo demás no le llamaba la atención y simplemente desconectaba. Su maestro, don Florencio, era muy hábil a la hora de sorprenderle en semejantes viajes astrales, y solía despertarlo de su letargo con un tirón de mofletes, acompañado de unas palabra ya de sobra conocidas por él y por sus compañeros: "¡Despierte Bermudez, que siempre está usted en Babia!". Así una y otra vez, poniendo siempre a prueba la paciencia de su profesor.
Un día en el que don Florencio no acudió a dar clase, entró en el aula el director con todo el tono de solemnidad del que era capaz. Los alumnos se pusieron en pie, como forma de disciplinario respeto, y el ruido de las sillas y pupitres despertó de su morriña a Cándido que, a duras penas, podía entender las que para él eran balbuceantes palabras del director. Sólo llegó a comprender la sentencia final de aquella pesada oratoria: "Don Florencio había muerto". Aquella noticia consiguió despejar su mente de forma preclara. Por un lado sentía aquella pérdida, no en vano su maestro no era tan malo como su provocada actitud pudiera inducirle. Esperaba ansioso al nuevo instructor de conocimientos, dando por sentado que su inicial anonimato le permitiría cierta tregua. Al tercer día de aquella luctuosa noticia, Cándido se dirigía al colegio con su habitual desidia, propinando reiterados puntapiés a una lata vieja. Levantó la mirada por un instante y su rostro se demudó por el pánico. A lo lejos se veía a Don Florencio andado con paso firme hacía la entrada del recinto. No podía ser, era imposible, había vuelto de la tumba. Se frotó la cara con insistencia desbocada, esperando borrar semejante visión, aunque en su vida había estado tan despierto. Se quedó a medio camino junto a la valla del patio de recreo, esperando ver al espectro que le había provocado tal desazón a través de los barrotes. Había oído hablar de que, algunas personas, cuando mueren no son conscientes de lo que les está pasando y se niegan a traspasar las puertas hacía la otra vida. Permanecen como fantasmas, vagando por la tierra y atormentado a los vivos. Pensaba estas elucubraciones cuando, de repente, sintió una mano fría sobre su hombro que se deslizó hasta sus mofletes mientras una voz cavernosa y pestilente le vociferaba "¡Despierte Bermudez, que siempre está usted en Babia!". No se puede describir a la velocidad en la que Cándido escapó de aquel lugar, apenas le podía seguir su sombra y encontró el refugio deseado en su casa, ante la sorpresa de su madre y abuela que no daban crédito a la historia que relataba de forma temblorosa. Su progenitora le tomó de la mano y a rastras lo llevó al colegio para desentrañar aquel misterio. Una vez allí, acallados los alaridos de aquel espantado muchacho, el director, con una mirada entre sorprendida y displicente le espetó: "¡No se entera usted de nada Bermudez, el que ha muerto es el padre de don Florencio, no el susodicho!".
Historia basada en hechos reales. Se han cambiado los nombres y exagerado los acontecimientos para proteger las verdaderas identidades y para dar mayor interés a lo acontecido.
¡Feliz noche de difuntos!
Mr. Pepe Cahiers, ¡que historia! Pobre niño, cualquiera en el lugar de Bermudez hubiera reaccionado igual. ¡Feliz noche de difuntos para usted tambien Mr. Cahiers!
ResponderEliminarQue así sea y tengamos una terrorífica noche de difuntos, pero terror de risa...
EliminarMuy graciosa la historia, hombre. Aunque el susto para el crío fue morrocotudo. Lo que tiene estar en Babia, te enteras de las cosas a medias... me suena.
ResponderEliminarEsos estados son todo un peligro, no te percatas del mundo que te rodea y luego pasa lo que pasa.
EliminarCuando yo iba al colegio había un profesor muy, muy chungo, de la vieja escuela, que además era catedrático, un tío muy listo que podía dar cualquier asignatura y encima era el subdirector, así que no le tosía nadie. A mí se me daba fatal la biología y me daba pánico que ese tío fuese mi profesor, así que el verano antes me lo tiré rezándole a Dios para que no me diese biología. Cuando empezó el curso nos dieron la noticia de que el hombre estaba ingresado (tenía cáncer de hígado, era un tanto alcohólico) y a la semana nos dijeron que había muerto. ¿Alguna vez te has sentido aliviado y culpable a la vez?, es raro.
ResponderEliminarLeer tu relato me ha recordado a ese tío, sin duda lo único peor que un profesor chungo es el fantasma de un profesor chungo.
Bueno, es comprensible a ciertas edades desear cosas injustificables para un adulto, pero todo se perdona, porque en realidad lo que uno desea es librarse de la presión no del individuo en particular.
EliminarLa culpa fue del director, tenía que haber especificado mejor, ¿verdad? Pobre Cándido, jeje, fue muy cándido al creer que estaba viendo a un fantasma. ¡Y pensar que esta basado en una historia real!
ResponderEliminarSaludos
:)
Tenía que haberlo comunicado por escrito y en letra bien grande para evitar equívocos.
EliminarBienvenida a la Guarida.
Jaja, Bermudez me ha recordado un poco a mi hija siempre en sus mundos (sin cara bobalicona eh!), y más de un despiste en el colegio nos ha llevado a situaciones disparatadas entre la información real y la que ella ha traído a casa. Estas mentes despistadas...
ResponderEliminarBesos
Mi hija mayor es igual, tiene auténticos viajes astrales y luego se entera uno de cosas insospechadas, sobre todo relacionadas con los deberes. Cosas de la vida estudiantil.
EliminarGuau! es buenísima esta historia, Cahiers. Cómo me gsutan estos finales soprprendentes que rompen con todo. Me he hecho reír ese final. Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarAunque el final es exagerado, la historia es real como la vida misma. Me alegro que le haya gustado amigo Marcos. Saludos.
EliminarBuen relato. Yo me identifico mucho con Cándido aunque a mí me decían que estaba en la Luna de Valencia, lo de Bábia no se llevaba mucho. Al fin y al cabo el chaval había visto un fantasma, la identidad es lo de menos. A veces vienen muy mezclados como la Santa Compaña.
ResponderEliminarSaludos y feliz Halloween. Borgo.
Pues entonces es usted de los míos, amigo Miquel, que acostumbraba también a esas expediciones lunares, sobre todo en clase de Matemáticas, Física y Química, donde no me enteraba de absolutamente nada, era como si me hablaran en chino cantonés.
EliminarPrecioso relato, me ha encantado, Cahiers, he disfrutado muchísimo con la lectura de esta historia basada en hechos reales... ¿de usted? :)
ResponderEliminarY que qué bien escribes, qué bien escribes, qué bien escribes...Canastos.
Bien, bien por esos canastos, y efectivamente soy yo, aunque algo exagerado, para que el relato diera más juego, pero no se lo diga a nadie.
EliminarMenudo susto! Pobre...
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita
Pues encantado de conocerla, Pérfida Canalla, y sea bienvenida a la Guarida.
EliminarEn cuanto tenga ocasión le envío el oportuno correo. Saludos.
ResponderEliminar¡Que bueno! como me recuerda a mi ese niño despistado.
ResponderEliminarSaludos.
Por lo visto a usted y a muchos, y es que el que más y el que menos, siempre ha llevado dentro un niño despistado.
EliminarSaludos.
jajaja ¡pobre niño, al final su despiste le costó un buen susto! una historia muy buena, y un final sorprendente. Me pregunto que pensaría el profe al ver al niño tan asustado, en su lugar me hubiese preocupado un poco :))
ResponderEliminarbesos,
Bueno, eso dependen del maestro. Le puedo decir que en mis tiempos mozos había un buen puñado de ellos que le hubiera dado exactamente igual, incluso alguno podía haber disfrutado del momento.
EliminarSaludos