La soledad se arrastra con sus manos huesudas, entre mármoles de frío silencio y cipreses que apuntan a un cielo gris, meditabundo entre sus aguas ocultas, deseoso de derramar sus lágrimas en tierra de nadie. La ciudad de los muertos es un enjambre mudo, en ella anidan las historias de hombres olvidados entre la memoria tardía y la despedida, es el olvido y la desesperación, la medida de un tiempo aletargado, tan antiguo que ya no tiene casi memoria. Entre sus calles relumbran los recién llegados, colmados de flores efímeras, de coronas tristes y desoladas. Junto a ellos descansan los huesos pétreos de lápidas borradas por las horas eternas, casi dormidas en un sueño sin despertar. Edificios muertos, plagados de tristeza, de lágrimas y olvidos, edificios muertos donde solo habita la memoria perdida, edificios muertos que glorifican la pérdida, el adiós definitivo tan frío como el mármol.
Los ángeles ya no pueden volar hacía el ansiado cielo, sus pesadas alas pétreas están ligadas para siempre a los difuntos que guardan celosamente. Apuntan esperanza, pero su mirada está ausente, como presintiendo el desengaño de la eternidad. Tristes figuras, moradores de tumbas húmedas, olvidadas, sus nombres fueron borrándose con la pesada carga de los días, entre cizaña y flores de plástico hunden sus raíces en la tierra.
Día de difuntos, los muertos reciben el aliento de las almas que aún perduran, pero ya no recuerdan el calor templado de las tardes de otoño, el viento adormecido entre las hojas ocres que anuncian el próximo invierno, olvidaron el aroma de la vida, para ellos no habrá una próxima primavera, condenados en su soledad, en su cubil de oscuridad. El viento y la lluvia azotan sus nombres labrados en mármol, es lo único que les queda, la sutil evanescencia de lo que una vez fueron.
No me busquéis entre el frío mármol y el ciprés altivo, no me busquéis entre la ciudad de los muertos, recordarme, quien fui y que sentí, mis sueños y mis desencantos, mis pasos por la vida, mis errores y mis virtudes, porque, cuando ya nadie recuerde mi nombre, seré sólo una lápida, uno más del lugar, de la sempiterna soledad de la muerte, el reposo eterno del olvido que habita entre un mar de flores de plástico y el gris de un cielo lejano e imposible.
¡Ah, la dulce muerte!, ¡el dulce descanso! Dormir por siempre, supremo anhelo ¿Cuándo sera que me toque partir? Porque al morir todo volvera a estar bien, ya no habra mas dolor.
ResponderEliminarLa muerte podría ser una salida, aunque es mucho mejor el camino de la vida, siempre hay una nueva oportunidad y nada es definitivo, menos la misma muerte.
EliminarSaludos y gracias por la visita.
Excelente.
ResponderEliminar¿Esta prosa poética es autoría del mismísimo Pepe?
Saludos!
Mucho me temo que sí, del mismo que viste y calza, y es que llega un momento, amigo Frodo, en que uno ya no sabe de que escribir y se atreve hasta con la prosa poética, todo un atrevimiento y una osadía.
EliminarSaludos cordiales y gracias
Es muy buena, felicitaciones
EliminarBrillante prosa poética, Pepe (quién pudiera escribir así...)
ResponderEliminarUno te lee y enseguida emprende viaje al cementerio más cercano, aquel que (no muy) de vez en cuando solemos visitar.
Me encantó.
¡Saludos!
Muy agradecido Juan, aunque creo que me ha quedado algo triste y sin esperanza, pero es lo que siento cuando visito un campo santo.
EliminarSaludos
Pepe, describes con palabras justas la verdadera soledad que se vive en un cementerio .Utilizas la prosa desgranada de unos versos sutiles para describir el final al que todos llegaremos algún día.
ResponderEliminarMuy buena esta entrada, y muy acorde con estos días. Yo creo que deberíamos visitar con mas frecuencia los cementerios, así veríamos la frugalidad de la vida y seríamos mejores personas.
Saludos Pepe.
Puri
Hay gente que encuentra una paz especial paseando por los cementerios y otros que los evitan, pero a buen seguro que son lugares que no causan indiferencia. De hecho hay visitas guiadas en algunos de los llamados históricos.
EliminarSaludos Puri
Está hecho un hombre de buenas prosas, que no un prosaico amigo Pepe. He vivido muchos años frente al Cementerio de la Almudena y siempre me ha acojonado el Arcangel San MIguel que corona inerte una de las cúpulas mas altas... Llegando a soñar que me perseguia agitando sus alas plumíferas con ojos cargados de furia.
ResponderEliminarSaludos
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Perdon, San Gabriel
EliminarYo para esto soy muy miedoso y vivir frente un cementerio hubiera desatado mis peores pesadillas.
EliminarUn abrazo
Mr. Cahiers, genial entrada para un lugar tan triste y a donde todos vamos a parar. Cordiales saludos.
ResponderEliminarEn efecto, amigo Belknap, dicen que todos tenemos una parcela reservada para toda la eternidad.
EliminarSaludos
Un hermoso y muy adecuado texto, Cahiers. "Morir, estar realmente muerto... debe ser maravilloso" decía en conde Drácula, pero prefiero recordar otra cita más alegre: "Qué pena los borrachos que están en el camposanto, que Dios los tenga en su gloria por haber bebido tanto."
ResponderEliminarEsas fotos me recuerdan al impresionante Cementerio de Poble Nou (creo que la escultura de la primera foto es de allí) También es digno de recordar el de Père Lachaise en París, lugar de rituales satánicos.
Saludos!
Borgo.
Bueno amigo Miquel, es que Drácula se lo pasaba de miedo para estar muerto, así cualquiera, nada comparable a los pobres y arapientos zombis.
EliminarSaludos