Esas fueron las palabras exactas, "Somos los primeros y no existió otra humanidad", las que pronunció un amigo en común al
Tirador Solitario, haciendo referencia a dos libros que éste atesoraba con gran estima, que no eran otros que
"No somos los primeros" de Andrew Thomas y
"Existió otra humanidad" de J.J. Benítez. Aquella afirmación absoluta, y no exenta de cierta sorna, forma parte del grupo de los que mantienen un escepticismo férreo ante cualquier hecho inexplicable y, más aún, cuando se emplean razonamientos que poco o nada tienen que ver con lo cotidiano. Negar lo aparentemente imposible y parapetarse en el conocimiento empírico es la trinchera de muchos y, aunque no estén errados, su pose de inmovilismo es a veces una compostura testaruda y sin sentido. Es el mismo pecado de los que ven en todas partes fenómenos paranormales, de los que creen ver un ovni escondido detrás de cualquier nube, de los que habitan entre fantasmas e, incluso, de los que creen que bajo su cama se esconde un duende de dormitorio. El Tirador y yo fuimos consumidores voraces de libros relacionados con la ufología y, sobre todo, con el estudio de los extraterrestres en la antigüedad, en un género también llamado
"Realismo fantástico". Ávidos de toda esta fenomenología, leíamos cualquier libro de Peter Kolosimo, Däniken, Antonio Ribera o Andreas Faber- Kaiser que se pusiera a tiro. El tiempo ha pasado y mi entusiasmo ha remitido ubicándose en un lugar algo más prudente, algo que no le ha sucedido al amigo Tirador, que supongo mantiene intacto su poder de fascinación sobre el tema, tal y como lo atestigua una lámina enmarcada de un ovni que adorna con orgullo un lugar privilegiado de su despacho.
Todo esto viene a cuento porque, hace unos días, repasaba un libro de la Fundación Anomalía,
"Diccionario temático de ufología", en el que se hace un repaso por orden alfabético de todos los fenómenos relacionados con el tema que nos ocupa. Tal Fundación trata de explicar de forma razonable todos los incidentes que han tenido que ver con los ovnis y que han tenido cierta repercusión mediática. Tanto se quiere aplicar la razón a toda la casuística, que, al final, se ha desvirtuado, transformando cualquier avistamiento o contacto en toda una suerte de fenómenos atmosféricos, mentiras y problemas de carácter psicológico. A fuerza de ser racional se ha enviado al exilio cualquier duda razonable, por no decir ya que se ha arrebatado la magia de tan fascinante fenómeno. Lo que me llamó poderosamente la atención fue el tratamiento que se le otorgaba a un caso en concreto, como fue el conocido como
"El incidente de Manises".
El 11 de noviembre de 1979 la tripulación de un avión Supercaravelle, con 109 pasajeros, de la compañía TAE procedente de Austria y con escala en Mallorca, avistó una extraña formación de luces de color rojo que se aproximaba peligrosamente, hasta el punto de suponer un claro riesgo de colisión. En la torre de control de Barcelona no se detecta ningún tráfico aéreo, ni tampoco el radar militar de Torrejón de Ardoz, que, ante la supuesta amenaza, envía a un Mirage F-1 de la base de Los Llanos (Albacete). Localizado el extraño objeto, el caza inicia una persecución y, con interferencias en las comunicaciones y diversos fallos, no consigue darle alcance. Tras más de una hora de persecución, el Mirage se queda sin combustible y no tiene otra alternativa que volver a su base de operaciones. Entre tanto, el avión de pasajeros y ante el peligro de colisión, decide realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Manises (Valencia).
|
Refinería de Escombreras |
La explicación oficial no pudo ser más desalentadora, justificando el incidente por una confusión ocasionada por "estímulos astronómicos", problemas psicológicos del comandante del Supercaravelle y, finalmente, por una deformación visual de la refinería de Escombreras. No obstante, el asunto adquirió cierta relevancia cuando incluso el diputado socialista Enrique Múgica elevó en 1980 una pregunta parlamentaria al gobierno, que supongo quedaría disuelta entre la vorágine de la política cotidiana. J.J. Benítez escribió un libro titulado
"Incidente en Manises", muy documentado y, en cierta medida, bastante divertido, sobre todo por los adornos literarios habituales del afamado escritor de
"Caballo de Troya". No sería lógico esperar que se diera un comunicado oficial que indicase que, los incidentes acaecidos aquel 11 de noviembre del 79, fueran fruto del contacto con una nave tripulada por extraterrestres. Y no lo sería, porque es imposible de demostrar. Pero, de tal consideración, a las explicaciones ofrecidas dista un abismo insalvable. Ya es bastante poco tranquilizador que, las manos que pilotan un avión de pasajeros, correspondan a un individuo con problemas psicológicos y que confunde la refinería de Escombreras con un objeto volador que navega a su encuentro. Me parece, entre otras cosas, que, por el simple hecho de no querer admitir que el incidente tuvo lugar de forma fehaciente, pero sin una explicación contrastada, se cargue contra el comandante de la nave, tachándole, sin paliativos, de incompetente. Tampoco sale muy bien parado el piloto del Mirage, que con su experiencia profesional estuvo persiguiendo un estímulo astronómico. Menos mal que no se trataba de una situación extrema, porque, de lo contrario, hubiéramos asistido al ataque y destrucción de la refinería cartagenera.
Este tipo de conducta tan pusilánime y tan innecesaria, me recuerda a otro incidente con resultados más trágicos pero con explicaciones igual de estúpidas. Una tarde del 7 de enero de 1948, los habitantes de una zona residencial de Kentucky, dieron aviso a las autoridades del avistamiento de un extraño objeto en el cielo. La torre de control de Godman no tenía registrado ningún vuelo e informó a un caza F-51 Mustang, pilotado por el capitán Thomas Mantell, que procediera a la identificación del misterioso objeto. En el acto se inició una persecución que llevó al avión a realizar una maniobra muy peligrosa, pues así se consideraba rebasar los 4500 metros sin mascarilla de oxígeno, perdiendo las comunicaciones con tierra. A las 15,00 horas el supuesto ovni desapareció. Unos minutos más tarde el Mustang del capitán Mantell caía en picado, estrellándose contra el suelo mortalmente. La explicación oficial no podía ser más hilarante: el piloto de caza había muerto inútilmente persiguiendo al planeta Venus. Menudos profesionales son quienes no identifican ni al lucero del alba.
En 1966 la Universidad de Colorado inició un proyecto de investigación del fenómeno ovni. Tras la inquietud de algunos científicos civiles y la relativa alarma sobre la población, se requirió al físico Edward U. Condon para que estudiase toda la casuística acumulada y pudiera dar algo de luz a tan delicado asunto. Pero el reconocido científico pronto demostró cuales eran sus verdaderas intenciones y, después de tres meses de investigación y un presupuesto dilapidado de 250.000 dólares, manifestó lo siguiente:
"En mi opinión, el Gobierno debe zafarse cuanto antes de este asunto. El esfuerzo el baldío, aunque en teoría aún me faltan doce meses para alcanzar una conclusión. Como mucho, el estudio de los ovnis podría revestir interés para los meteorólogos."
Eso no le impidió solicitar una nueva partida de 250.000 dólares más, con la que pudo finalizar el estudio de forma bastante decepcionante con la frase lapidaria de,
"Nuestra conclusión general es que en los últimos 21 años nada se ha
obtenido del estudio de los ovnis que haya ampliado el conocimiento
científico." Pero, como hecho inquietante siempre quedará ese tercio, de los 91 casos analizados, que no tuvieron explicación.
Para terminar les dejo un chiste sobre el Proyecto Colorado y su máximo responsable, Edward U. Condon, que resume a la perfección lo aquí expresado. Y recuerden, vigilen los cielos, nunca se sabe...
|
La imagen muestra al Dr. Edward U. Condon, físico
nuclear y director de
la comisión, siendo abducido por dos extraterrestres. Mientras, sus
colegas científicos gritan: "¡Tranquilo, Dr. Condon! ¡Dígales
simplemente que no cree en ellos!". Igualmente, en la esquina inferior
izquierda, un pequeño científico le dice a un pingüino: "No dejes
que esto se sepa… ¡podría arruinar nuestras conclusiones!" (Imagen: Patrick Oliphant
en The Denver Post, 1967) |